More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
«A veces», le respondió Gil, «lo más valiente es aceptar ayuda cuando te han hecho creer que no deberías necesitarla».
La verdad es que es guapísimo, pensó Lore. No solo por aquello en lo que se había convertido, sino porque conservaba algo innegablemente propio de él.
la manera que tenía de mirarla sin decir nada después de los entrenamientos, como si necesitara asegurarse de que se encontraba bien.
Hay una discordancia entre lo que mi mente espera y lo que mi cuerpo es capaz de hacer.
Quiero contártelo todo, pero en el fondo me asusta parecer débil.
—Nunca te he considerado un debilucho. —Lo sé —dijo Cástor—. Pero antes sí lo era, lo fui durante mucho tiempo, aunque no por culpa de nada ni de nadie. Así era mi cuerpo, nada más. O fuerte o débil: detestaba que solo nos permitieran enmarcarnos en una de esas dos categorías. Yo quería que mis actos definieran mi vida.
Llega un momento en el que has de decidir por ti mismo qué es lo correcto y actuar en consonancia, sin importar las consecuencias.
Máchomai. «Hago la guerra».
—¿Cómo quieres que mire el templo de un dios cuyos seguidores destruyeron la cultura de los helenos, profanaron nuestros símbolos, santuarios y templos, y destrozaron la fe de la gente en sus dioses?
—No niegues lo que te corresponde por derecho propio —dijo Atenea—. No eres una simple mortal. Te he visto luchar. Puedes silenciarla, puedes suprimir su rabia, pero en tu interior habita una guerrera.
«Mi nombre se convertirá en leyenda».
—No apartes la mirada —le dijo la diosa—. No eres ninguna cobarde.
Nueva York es una ciudad donde solo ves lo que estás buscando.
Cada segundo que perdían sin hacer nada era una nueva oportunidad para que los sorprendieran rodeados de cadáveres.
Antaño gobernabas civilizaciones, pero ya no eres más que una leyenda que va cayendo en el olvido con cada nueva generación. Seguro que te encantaría arrancarles el corazón de cuajo a estos mortales.
Su ira le resultaría útil por una vez. La ayudaría a seguir avanzando.
«Construiremos una vida nueva, una vida mejor», le había dicho Gil. «Nos aseguraremos de que mires hacia delante, hasta que, un día, dejes de volver la vista atrás hacia todo lo que has perdido».
Podría recuperar lo que le pertenecía por derecho.
La sonrisa de superioridad propia de alguien que nunca se ha caído de su pedestal.
Eres una buena persona, Melora Perseus. No eres la persona en la que intentaron convertirte, ni siquiera la persona que intentaste ser por ellos. Ninguno lo somos.
No dejes que te quiten esa esperanza.
Ella quería que siguiera pronunciando su nombre de ese modo, como si no conociera más palabras.
Pero ahora, cada parte de su ser le parecía una revelación, algo que necesitaba para vivir, aunque no había sido consciente de ello hasta ese momento. Se habían enzarzado en una nueva pugna por tratar de tomar el control, de dirigir el beso.
Ese miedo, al menos, era una herramienta a su alcance. Lore lo utilizó como contrapeso cuando el terror acabó por desatarse en su mente.
Puede que Atenea detestase a los mortales por haber renegado de ella, pero no había faltado a su deber sagrado. Palas Atenea, la temible defensora de las ciudades.
Parecía como si los dioses los hubieran diseñado para estar juntos.
—Hay más de una forma de matar a un rey —repuso Atenea—. Puedes quitarle la vida, o puedes mermar la confianza de sus hombres en él.
—Como cualquier artesano —respondió Atenea, ladeando la cabeza hacia ella—, si veo potencial en algún material en bruto, siento el impulso de moldearlo hasta alcanzar la grandeza.
Negarla a ella es negar tu identidad. Es negar lo que los hombres son capaces de hacer.
—Tienes mucha rabia en tu interior. Lo noté desde el momento en que te vi, y no ha hecho sino aumentar por más que intentaras sofocarla —prosiguió Atenea—. Me preguntas por qué no utilizo mi poder tal y como lo usarías tú. Y, sin embargo, eres tú la que reprime su potencial. Yo no te habría enseñado a ser tan cobarde.
—Cástor… —comenzó a decir Lore, indecisa. No quería hablar de ello. Le parecía una traición hacia él—. Cástor no quiere que me pase de la raya. —¿Y tú no eres capaz de determinar ese límite por ti misma? —preguntó Atenea—. ¿Antepones su juicio al tuyo propio? —Cástor está intentando protegerme —replicó Lore. Era lo que siempre había hecho, del mismo modo que ella había intentado protegerlo a él, a su manera. —¿De quién? ¿De qué? —inquirió Atenea—. ¿De ti misma? ¿De lo que podrías llegar a ser si aceptaras lo que eres y no lo que él quiere que seas?
—Odio el agón —dijo Lore. —No —la interrumpió Atenea—. No lo creo. Odias el precio que tiene para ti, pero este mundo te engendró. Perteneces a él. Ese es tu derecho divino. Estabas destinada a la gloria, pero te la arrebataron, y ya nunca te sentirás satisfecha, ni plena, hasta que consigas lo que mereces.
«Mi nombre se convertirá en leyenda».
—Tú no eres un monstruo. Eres una guerrera —afirmó Atenea—. Y si no estuvieras destinada a algo más grande, habrías perecido junto con tu familia.
Por eso abandonaste tu senda como guerrera?
Y yo pensé: No soy especial, no soy la elegida. Ese era el escudo que utilicé durante años frente a la verdad, frente a la certeza de que estaba destinada a algo más grande. Pero en ese momento, mientras se cernía sobre mí, comprendí cómo era ese mundo. Siempre habría un hombre decidiendo mi destino, ya fuera mi padre, un arconte o un marido.
—Él me arrebató las últimas ilusiones que me quedaban.
—Comprendí que siempre había tenido elección, aunque no hubiera sabido verla —dijo Lore—. Y en ese momento, tomé un decisión. Decidí no entregarme a él. Decidí matarlo, para que no pudiera hacerme daño ni a mí ni a nadie más.
Fue la rabia lo que la mantuvo viva y en movimiento.
Solo lamentarás las oportunidades perdidas si dejas que los miedos ajenos te hagan prisionera de tus dudas.
No quiero recordar lo bien que me hacía sentir tener un propósito en la vida, se dijo mentalmente.
Varios niños se gritaban unos a otros mientras recorrían la calle a toda velocidad en bicicleta. Sus risas rompieron el silencio. Lore se preguntó si alguna vez en su vida habría sido tan despreocupada.
—Reforcé su furia —murmuró Atenea. Lore la miró sin comprender. —Transformé a Medusa —prosiguió la diosa—, para que pudiera protegerse frente a aquellos que intentaran hacerle daño. —Y una mierda. No le diste elección —replicó Lore—. Y ahora la historia la recuerda como una villana que merecía morir. —No. Así es cómo la han retratado los hombres, a través del arte y las leyendas —repuso Atenea—. La retrataban con un aspecto abominable porque temían toparse con la verdadera mirada de una mujer, ser testigos de la poderosa tormenta que habita en su interior, aguardando el momento para desatarse.
...more
El roce de las serpientes de bronce al contacto con sus dedos infantiles, sumado a lo que vio reflejado en el espejo, la hicieron sentir poderosa.
—Tus ancestros portaban el escudo que lucía su efigie —dijo Atenea—. Ostentaron su poder hasta que lo perdieron. Si alguien debe portar ese escudo, deberías ser tú, porque tú conoces el lado oscuro de los hombres, pero te niegas a plegarte ante ellos.
Ella debía portar la égida. Era su derecho divino, sí, pero era algo más que eso: representaba todo aquello que aspiraba a conseguir, aquello que siempre había querido ser. No esa mentira de la que la había convencido Hermes, sino ese deseo vehemente que aún latía en su interior.
—Lo único que he deseado en la vida es hacer aquello que nací para llevar a cabo. —¿El qué? —inquirió Lore. —Guiar el corazón de los guerreros, la mente de los filósofos y las manos de los artesanos —respondió Atenea con determinación—. Y no volver a fracasar jamás en la defensa de una ciudad que esté bajo mi protección.
—Lo único que me ha dado miedo alguna vez es sentirme indefensa. No poder proteger a mis seres queridos. Pero no sé qué será de mí, si me dejo llevar —dijo Lore—. Por lo que siento. Por lo que deseo hacer. —Sucederá que te transformarás —respondió la diosa, sin darse la vuelta.
Le había plantado cara al dolor que tenía dentro, sin recular. Se había mantenido firme frente a sus garras.
Controla tus sentimientos antes de que te destruyan.