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—Por cierto, esa espada tiene nombre. Máchomai. «Hago la guerra».
—No tiene nada de malo querer cosas buenas —susurró Lore—. Y aspirar a tener una vida mejor.
Siempre había algo que me impedía disfrutar plenamente de todo lo bueno que tengo aquí. No cometas el mismo error.
«Vuelve con tu escudo o sobre él». Eso era lo que las madres espartanas les decían a sus hijos y esposos mientras les entregaban sus escudos antes de una batalla. Para una sociedad que detestaba a los rhipsaspides —los cobardes que dejaban caer su escudo para poder huir, o aquellos que lo perdían en el combate—, solo había dos formas válidas de regresar a casa: o victorioso, o con tu cadáver transportado encima de tu escudo.
«Los espartanos no eran como los pintan», le había dicho su padre. «Lo que trasciende no siempre es la verdad, sino las historias que queremos creer. Las leyendas mienten».
La impronta que dejasen en el futuro no era tan importante como los actos que llevasen a cabo en el presente.
—El mismísimo Hades me mandaría de vuelta si supiera que vas a venir a buscarme —le dijo Cástor—. Y que yo lucharía con todas mis fuerzas para reunirme contigo.
Puedo ser libre.
Había acudido equipada con el orgullo de sus ancestros y la fortaleza de su corazón, y nada de eso le fallaría.
Toda esa rabia que pensó que no necesitaría, que no quería experimentar, llegó a la superficie.
Lore tenía su propia furia, su propia fortaleza. Y quería que le temieran a ella, quería saber que había sido ella la causante de su derrota.
firme. La égida jamás temblaría en sus manos, ni por miedo, ni por rabia. Si tenía que emplear su odio para consumir las últimas dudas que le quedaban, que así fuera. Pero Lore no permitiría que el odio echara a perder su objetivo, y tampoco se dejaría llevar por él para acabar siendo aniquilada.
—Su miedo —intervino Bilis, que apareció de repente por detrás de Lore—. Resulta embriagador como el vino.
Quiso aferrarse a la pequeña esperanza que latía en su interior, la misma que había empuñado como una antorcha frente a aquella oscuridad insondable. Quería recuperar la vida que tanto se había esforzado por forjar, la necesitaba tanto como respirar. Quería llorar como no lo había vuelto a hacer desde que era pequeña. Quería tener de vuelta a sus padres.
Fue el fin de una guerrera. La redención final de una diosa.
¡No puedes hacer nada más! Pero siempre se puede hacer más.
Cástor se convirtió en su vínculo con el mundo, y Lore se aferró a él con todas sus fuerzas.
—Quédate —repitió él, separando sus labios—. No te vayas sin mí…
Y cuando la oscuridad acudió al fin a buscarla, aquello no pareció un final, sino un nuevo comienzo.
La gente caminaba por las calles aledañas, riendo. Y ese fue el sonido al que se aferró Lore, fue el sonido que se asentó en su corazón mientras despertaba.
—Yo no quería que sucediera esto. Miles le dirigió una sonrisa, con los ojos empañados. —Supongo que por eso no es malo que haya ocurrido.
Tal vez me toque estar fuera un tiempo, pero no te abandonaré para siempre. No si puedo evitarlo.
Lore había creído que el único honor mayor que el kléos era que los dioses te concedieran un sitio entre las estrellas.
—No sabremos lo que pasará hasta que llegue el momento —dijo Iro, mientras los demás se acercaban—. Pero hasta entonces, disfrutaremos todos juntos de esta noche mientras podamos.
Lore no dejó de observarlos en ningún momento, por miedo a perderse un solo instante de aquella vida que tanto amaba.
«Si un simple muchacho no tiene miedo, haré honor a su valentía».
«No me falta poder, y ahora tengo un propósito», y entonces se clavó en el corazón el puñal que yo sostenía en la mano.
No quiero irme, pensó Lore. No quiero renunciar a esto, siquiera por un instante.
Eran esos ojos que tanto quería.