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El emperador Varenechibel IV, el príncipe Nemolis, el archiduque Nazhira y el archiduque Ciris iban a bordo.
—¡No! Pensáis como un niño, no como un emperador. Los muertos están muertos, y no les importa el honor que Uleris pretenda hacerles, como él bien sabe. Es el poder vivo el que debe preocuparlo, ya que le concierne a él.
Si sois capaz, si alguna vez habéis sido capaz de pensar en vuestra vida, pensad.
—Debéis hacerlo. O seréis un títere bailando al final de las cuerdas de Uleris, y con la música que él elija. Y es muy posible que para cuando cumpláis diecinueve cumpleaños, estéis muerto.
Maia pensó: «Posees recursos, si extiendes la mano para usarlos».
«En algún momento de tu vida, Chavar, deberías intentar pasar diez años con un hombre que te odia y a quien odias, y ver cómo ayuda eso a agudizarte el ingenio»,
«Es mejor construir nuevos puentes que lamentar aquello que acabó arrastrado por el agua»,
Soy Deret Beshelar, teniente de la Guardia Untheileneise. Mi capitán me ha ordenado servir
la hierba en el cementerio había crecido tanto que las puntas de las lápidas parecían pequeñas islas estériles en un mar tempestuoso y quebradizo.
Y luego estaban los señores menores, los cortesanos, los mercaderes y los funcionarios...
—Por aburrimiento. Por malicia mezquina. Por la alegría del escándalo. La mayoría de las historias no eran verosímiles, y rogamos encarecidamente a Su Serenidad que los descarte completamente de su mente.
Continuar con aquella conversación tal y como estaban las cosas solo lograría dejarlo abatido sin ningún propósito y posiblemente provocaría que Csevet y sus nohecharei se sintieran agraviados y maltratados. Habló con una nota de vivacidad que no sentía.
Fue un poco difícil no ofenderse por la fácil familiaridad que tenía Csevet con los nombres y facciones y causas queridas, pero puso ese conocimiento sin reservas a disposición de Maia, y si deseaba enojarse con alguien, no era Csevet quien merecía ese enojo.
Destacaba entre la pulcra pila de correspondencia, no solo porque estaba escrita en papel vitela, muchos de los cortesanos más antiguos todavía preferían el pergamino al papel, sino porque estaba enrollada en lugar de doblada. El cordón que la sostenía era de seda de color ciruela, enhebrado a través de un botón de marfil y anudado elaboradamente. Csevet lo consideró un poco impotente.
—Los ojos de Oshet eran de un rojo anaranjado intenso, desconcertantes contra la negrura de su piel.
—Animal pequeño. Es gatosol. Vive a lo largo de la costa sur. Amistoso. Siempre curioso. Mata serpientes y ratas. Muchos barcos tienen gatosol. Es muy buena suerte.
La carta estaba escrita por una mano fuerte, con letras pequeñas y bien formadas, con cabezas y colas elaboradamente inclinadas. No era la mano de un secretario. El saludo era «A nuestro pariente imperial más sereno, Edrehasivar VII», y Maia dejó de leer para mirar a Csevet con cierta sorpresa.
Fue consciente de cómo ella recalculaba su posición y su estrategia. Finalmente, inclinó la cabeza y habló con la voz más suave y mansa que cualquiera le hubiera escuchado hasta ese momento.
—Estoy aquí. Parecía lo único que valía la pena decir. Llevaba diez años muerta, y todas las cosas que había querido decirle, todas las cosas que había soñado decirle durante los años fríos en Edonomee, no le parecían en ese momento más que el lloriqueo lastimoso de un niño. «Si lo oyera, eso solo la afligiría». Entrelazó las manos e hizo una reverencia hacia la tumba, decidido a honrarla incluso en aquella desolación de mármol blanco.
Cuando abrió los ojos, miró a su alrededor en la fría oscuridad, en aquel pozo de silencio, bajo el peso de la roca y la soledad, y pensó: «Esto es lo que es ser emperador».
Los Testigos se arrodillaron, y Maia recibió sus juramentos y se preguntó cuántos de ellos sentían realmente la lealtad que profesaban, cuántos de ellos, como Chavar, eran leales aún a la memoria de Varenechibel.
yerro
La archiduquesa Vedero Drazhin era una mujer grande, dos pulgadas más alta que el propio Maia, ancha de hombros y de caderas. Su cabello era suave como la seda blanca lisa, sus ojos del gris típico de los Drazhadeise. Sus rasgos eran fuertes, pero atractivos, y su presencia indicaba una tremenda dignidad. El negro no era propio de ella, y se dio cuenta por el tono gris de su rostro y sus ojos con bordes rojos que había estado llorando, y que había despreciado la idea de ocultar la evidencia. Le gustó más por ello, aunque temía por la mirada que le lanzaba que a ella no le gustaba él en
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Los juramentos no eran más que un impedimento formal para que hubiera problemas, pero eran mejores que ningún impedimento en absoluto.
Chavar fue la última persona en prestar juramento privado al nuevo emperador, ya que hasta este momento había sido el representante de los muertos. Las amplias manos de Chavar dejaron una sensación de calor en las de Maia, y realizó el juramento con un gruñido superficial, como si no respetara ni creyera las palabras que decía.
El Untheileian era una estancia alargada y de ventanas altas con magníficas vidrieras, en ese momento visibles solo como brillantes manchas de color a lo largo de las paredes.
La estudiada neutralidad del tono de Csevet le indicó a Maia que probablemente no había nada en el mundo que deseara menos, pero aceptó la carta que Csevet le tendía.
Tal vez la respuesta no sea intentar elegir un Testigo de los Muertos. Después de todo, Varenechibel era el emperador de todas las Tierras Élficas.
Chavar pasó de la ira a la aprobación en lo que tardó comprender cuál era la idea de Csevet. Maia miró, con una sensación que era menos cómoda que el asombro, cómo la sugerencia de Csevet era aprovechada, absorbida y reconvertida con un tamaño enormemente inflado.
Mientras todavía intentaba encontrar un compromiso entre una verdad contundente y una mentira política, Csevet se aclaró la garganta y anunció con una voz inesperada: «Al emperador le gustaría unos minutos a solas con los cuerpos de su familia».
—Hemos encontrado la verdad antes, Serenidad, y no nos beneficia. Daríamos mucho porque algunas verdades permanecieran perdidas, y no creemos que encontréis que esta verdad sea diferente.
Lo preguntamos por aquellos que murieron porque estaban cerca de nuestro padre. Lo preguntamos por aquellos que tienen miedo, ahora, porque su emperador cayó del cielo y yació en un campo ardiendo. Lo preguntamos por aquellos que no querían que asesinaran a su emperador. Porque sin la verdad, ¿cómo pueden confiar en que su emperador no será asesinado de nuevo?
Maia se quedó de pie mirando los ataúdes, las columnas y las tumbas y el óculo en la cúspide de la cúpula, con la cabeza llena de emociones a medio entender, la garganta agarrotada con palabras que no podía pronunciar,
Debería preguntarle a alguien, Csevet lo sabría, cuáles eran las funciones de la corte y qué tenía que hacer el emperador cuando los atendía. Y, ¿tendría que decirles lo que hacer, o, de algún modo, ellos mismos se cuidaban solos?
Maia vio, con bastante claridad, que Tethimar lo había atrapado como Haru el jardinero inmovilizaba a las víboras del pantano. Si rechazaba aquella petición tan razonable, cometería un grave error y Tethimar tendría algo más que agregar a la lista de agravios que los señores orientales tenían contra el emperador. Por otro lado, si aceptaba la petición de Tethimar, este tendría la ventaja de parecer tener el favor del emperador, por ser la segunda persona a la que se le concedía una audiencia pública con él. No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que si Tethimar hubiera estado
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Era más formal y tedioso que solo hacerle una señal a Tethimar, pero por la misma razón, esperaba que eso también disminuyera la apariencia de familiaridad entre Tethimar y él.
«Espero que Su Señoría nunca esté solo en los pantanos, pero si es así, vigile cada paso que dé. No se confíe porque todo parezca ir bien o porque no le pasó nada en el último paso que dio. Porque no será igual. Y porque el Edonara se cobra sus propios sacrificios».
La Corte Untheileneise, a pesar de toda su belleza, era solo otra versión del Edonara.
«Vigila cada paso que des, y no confíes en nada».
—Serenidad —le saludó con una voz de barítono muy bien modulada.
—Os estamos agradecidos, Serenidad, por acceder a nuestra petición. La oscura intensidad de sus ojos añadió «Fue inteligente hacerlo».
Sin embargo, resultaba un tanto reconfortante hacer frente a una intimidación, era algo muy familiar, y, además, Tethimar no contaba con las ventajas de Setheris. Maia sonrió con amabilidad.
Tethimar lo miró fijamente, y si antes estaba sorprendido, ahora estaba casi horrorizado.
Miró directamente a los ojos de Tethimar. Sabía que su propia mirada era igual de desconcertante, y lo poco que eso significaba en realidad.
Iniciativa y audacia, hubiera dicho Csevet. Cuando Gormened se detuvo a los pies del estrado, Maia pudo ver que era un individuo joven, bajo y fornido como el típico goblin, con una cicatriz de duelo en un pómulo. Se preguntó si ser el embajador en las Ethuveraz era un puesto de prestigio o un castigo.
vio como Nadaro se levantaba con aquella misma gracia rígida.
El conocimiento que Maia tenía de la política interna de Barizhan era bastante escaso, y se basaba principalmente en las novelas baratas con portada azul tan queridas por Pelchara y Kevo allí en Edonomee.
Existen algunas razones, pero no tenemos intención de discutirlas en el velatorio de nuestro padre. Os concederemos una audiencia tan pronto como sea posible, y tendréis toda la verdad.
—No somos vuestros iguales, Serenidad. Tenemos obligaciones para con vos que debemos cumplir, y en el cumplimiento de esas obligaciones debe radicar el alcance de nuestra relación.
—Pero, ¿con quién estamos negociando? —Con el mundo, Serenidad —respondió Vedero con tristeza.