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Las Guerras Evressai se libraban desde el reinado del abuelo de Maia. La causa inicial había sido la negativa de la gente de las estepas de Evressai a reconocer a Varevesena como su emperador o a pagar los diezmos al imperio. Las guerras habían continuado durante más de ochenta años porque los bárbaros no podían expulsar a los elfos, ni tomar el Anmur’theileian, la gran fortaleza que llevaba bajo asedio incluso antes de que se construyera, y los elfos no conseguían atrapar a los bárbaros.
—No os podéis imaginar, Serenidad, cuán vastas son las estepas. Y los nazhmorhathveras, así es como se llaman a sí mismos, la Gente del Cielo Nocturno, los nazhmorhathveras no construyen nada, ni fortalezas, ni ciudades, ni siquiera carreteras. Viven en tiendas y viajan en grupos de no más de veinte o treinta individuos. Incluso si nuestros exploradores encuentran una agrupación de varias tiendas, se dispersarán y se marcharán antes de que un batallón pueda alcanzarlos. Y los nazhmorhathveras son maestros del arte de la emboscada. Es como tratar de mantener la arena en el puño.
—Si las estepas son tan vastas, ¿por qué los nazhmorhathveras no se desvanecen simplemente en ellas? —preguntó Maia. Temía que fuera una pregunta estúpida, pero empezaba a parecerle que hacer preguntas estúpidas era en lo que consistía la t...
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—No —le contradijo Orthema—. No es tan simple, aunque no entendimos la verdad hasta que pensamos preguntarle a un prisionero por qué los nazhmorhathveras llaman a Anmur’theileian la «Memoria de la Muerte». Pensamos —y usó el plural con un gesto que parecía abarcar generaciones de caballeros y soldados de infantería que luchaban y morían lejos de casa—, que lo llamaban así por el incontable número de nazhmorhathvereise que...
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—Esta casta la componen hombres y mujeres santos los nazhmorhathveras, y siempre son albinos.
—Capturamos a un brujo, por pura y estúpida suerte, nada más y, a pesar de que estaba medio ciego, luchó como un nazhcreis, el gato de las estepas que caza de noche. De hecho, era su sobrenombre. Nuestros soldados fueron lo suficientemente inteligentes como para no matarlo, y ciertamente su gente negoció su regreso como no habían negociado por nada ni por nadie más —Orthema hizo una pausa para tomar un largo trago de vino—. Pero las negociaciones como esas requieren tiempo, y nos hicimos cargo del cuidado del prisionero para asegurarnos de que no lo maltrataban, porque los soldados comunes lo
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—Serenidad —dijo Orthema con una ligera inclinación de cabeza; parecía contento—. No creemos que Nazhcreis Dein alguna vez confiara plenamente en nosotros, pero apreciaba nuestro cuidado, y un día le preguntamos por qué su gente llamaba a nuestra fortaleza Memoria de la Muerte. Durante mucho tiempo no respondió, y pensamos que tal vez no lo haría, porque había muchas preguntas a las que no respondía, pero finalmente dijo: «Porque está construido sobre nuestros muertos». Nos mostró una sonrisa desagradable, que recordamos todavía porque tenía los dientes afilados, como toda su gente. «También
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—¿Construimos nuestro castillo en su ulimeire? —preguntó Maia, horrorizado. —Esencialmente, Serenidad, sí. —¿Y esa es la única roca que serviría para sus ritos bárbaros? —preguntó Pashavar. —Esa no es la cuestión —dijo Maia, más bruscamente de lo que había imaginado que nunca le hablaría a Pashavar—. El hecho de que haya un ulimeire en Cetho no hace que las tumbas en el Untheileneise’meire sean menos sagradas.
acritud.
Pashavar no estaba interesado en mostrar tacto. —¿Admitiríais la derrota en una guerra que no empezamos nosotros y que se ha cobrado la vida de miles de elfos? —Pero la guerra no hace que nadie vuelva a la vida —objetó Maia. —El difunto emperador vuestro padre hizo todos los esfuerzos posibles para lograr la paz —dijo Lanthevel—. Los bárbaros… Sí, sí, Orthema, los nazhmorhathveras, se negaron.
—Somos la hija del alcalde de Vorenzhessar, que se encuentra en las tierras baldías occidentales. Recordamos las historias de nuestras abuelas sobre las incursiones de Evressai, y os aseguramos, Serenidad, que no tenéis súbditos más leales que la gente de Vorenzhessar y de ciudades como ella.
acritud,
Un emperador que viola las leyes es un perro loco y un peligro, pero un emperador que nunca rompe una norma es casi tan malo, porque nunca podrá reconocer cuándo se debe cambiar una ley.
pero quería una compañera obediente tanto como quería una mercenaria.
—Solo tenemos cuatro años menos que nuestro tío —dijo Idra—. Y si no entendemos, como él no entiende, ¿cómo es que vamos a ser un mejor emperador que él? Setheris le había enseñado a Maia un poco de retórica y lógica, lo suficiente como para ver que a Idra le habían formado mucho mejor en ese sentido.
—Era un emperador —declaró Idra mirando fijamente a su madre con odio—. No desearía que las leyes se incumplieran de esta manera, y simplemente por preferencias personales. Y nuestro padre se avergonzaría de
sonó como si las palabras se las hubiera arrancado una fuerza superior, y fue rápido en cambiar de tema—.
Maia descendió a la Sala Tortuga en un estado de fría furia que no recordaba haber sentido nunca en toda su vida.
sintiéndose desgarbado, mal educado y sombrío como las nubes de tormenta.
la diferencia entre una política que no le gustaba al lord Canciller y una política que era mala.
bajamos por la senda serpenteante, patinando y medio gateando y rezando para que nadie hubiera enviado un mensaje a los mozos de cuadras para que nos retuvieran para complacer a Dach’osmer Tethimar.
su voz, cuando habló, fue la antítesis de su apariencia: profunda, cálida y asombrosamente bien controlada para un chico tan joven.
Setheris, con la visión de un abogado para las cuestiones de la lógica, se había asegurado de que Maia entendiera la diferencia entre una disculpa y una declaración sobre una disculpa, y en este caso, descubrió que no podía conformarse con lo último.
Dazhis comenzó a sollozar de nuevo; Maia tuvo la desagradable sospecha de que esto era más un esfuerzo por evadir la pregunta que cualquier señal de verdadero dolor.
Dazhis no había tenido el coraje de llevarle la contraria a la cara, pero Maia había sido un tonto al pensar que eso significaba que podía descartar su desaprobación.
«No», dijo esa voz interior inflexible que no era Setheris. «Eres el emperador. No es tarea de tus nohecharei aprobar o desaprobar, y ciertamente no es asunto tuyo buscar su aprobación. Es Dazhis quien está equivocado aquí. No tú. Recuerda bien eso, Edrehasivar».
—No tengo a nadie más. Maia se avergonzó, de forma repentina y amarga, por no saber lo suficiente sobre Dazhis para tener idea de si quería decir que era un huérfano, que su familia vivía lejos, que ya estaba alejado de ellos, o simplemente que no vendrían. Chenelo lo hubiera sabido; Chenelo hubiera esperado que lo supiera.
«Dazhis no pensaba en asesinarme», se reprendió a sí mismo, pero la réplica llegó al instante: «¿Habría dicho o hecho algo para evitarlo?».
«Ulis, deja que mi ira muera con él», rezó abandonando las plegarias establecidas. «Deja que ambos quedemos liberados de la carga de nuestros actos. Aunque no pueda perdonarlo, ayúdame a no odiarlo».
Ulis era un dios frío, un dios de la noche y sombras y polvo. Su amor se encontraba en el vacío, su amabilidad en el silencio. Y eso era lo que Maia necesitaba. Silencio, frialdad, amabilidad.
que la ira de Maia no se sumara al peso sobre su alma.
sin nada en su corazón más allá de esa oración por la paz.
Soy muchas cosas, Serenidad, pero no soy un traidor.
Pensé que me iba a matar. Porque no había cometido traición, y él lo sabía. Pero intenté manipularlo, y él no podía abandonar su enojo.
—Juro que no diré nada, no he dicho nada, ni siquiera a mi esposa. Es el pasado y permanecerá allí. Soy leal, Serenidad, y entiendo el peligro de las palabras, como vos bien sabéis.
—Perdonadnos —dijo el archiprelado—. No queremos entrometernos. Pero sabemos que la tensión bajo la que os encontráis debe ser considerable. Maia suponía que así era, pero no había nada que hacer al respecto. —Os agradecemos vuestra preocupación. El archiprelado le sonrió, de forma tan repentina y deslumbrante como el sol en la nieve. —Una respuesta elegantemente evasiva, Serenidad. Habéis aprendido con rapidez las artes de la política.
Hizo sus preguntas con respeto, pero sin piedad, y si la respuesta no era la adecuada, hacía otra pregunta. No mostró ni impaciencia ni decepción, era, simplemente, que no se le podía disuadir. Lo más desconcertante, sin embargo, fue que no tomó notas. Solo escuchó mirando a Maia fijamente a los ojos, y sus preguntas en seguida revelaron que no olvidaba nada de lo que escuchaba.
—No podemos ser testigos si no conocemos la verdad —contestó Csovar—, y las emociones son parte de la verdad de cualquier persona.
—No, en aquel momento no. Pero nuestra persona, con vida, sería siempre un inconveniente y un peligro potencial, ¿no es así? Y pudimos ver que la princesa Sheveän no dudaría en hacerlo. Quizás incluso se sentiría satisfecha. Parece ser que nos odia mucho.
Y también temimos por nuestro sobrino Idra y por las Ethuveraz. No es un secreto ya que discrepábamos con lord Chavar, sobre todo, en las necesidades de nuestro imperio, y no nos pareció que la princesa Sheveän estuviera interesada en absoluto en las necesidades del imperio.
—¿Os parece que solo se preocupó por su hijo? ¿O solo por su propio acceso al poder? Era una buena pregunta, mejor que muchas de las inútiles preguntas que Maia se había estado haciendo a sí mismo. Se detuvo a pensar, y Mer Csovar no trató de presionarlo. Al fin, contestó.
—No lo sabemos. No sabemos qué planes tenían lord Chavar y ella para el gobierno. Creemos que actuaba como creía que era mejor para los intereses de su hijo, y para honrar la memoria de su esposo, ya que siempre hemos sentido que ese era el motivo por el que tanto nos odia, porque nosotro...
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bien estaba actuando por un deseo de poder que no dejaba lugar para considerar el bienestar de su hijo, o sus hijas, o actuaba a partir de una superioridad moral ciega que la haría más fácilmente manipulable, o incluso eliminada, por aquellos que se hacían llamar sus aliados. No vimos ninguna posibilidad de un resultado beneficioso.
—Solo pensamos que, si no éramos aptos para ser emperador, no lo debían decidir ni nuestro lord canciller ni nuestra cuñada. Era Idra quien viviría, o moriría, con las consecuencias, y sentimos que teníamos que hablar con él.
—Creemos que nuestro gobierno es mejor para las Ethuveraz que un gobierno de regencia liderado por lord Chavar, pero, ¿y si estamos equivocados? ¿Qué pasa si llevamos a nuestra gente al caos y al desastre? ¿Qué derecho tenemos para imponer nuestro gobierno a aquellos que no lo desean?
—No pensábamos que pudiéramos estar seguros del apoyo de nadie —dijo Maia. Aquello sin duda había sido un ruido: Beshelar reprimiendo un comentario exaltado. Maia mantuvo su atención en Csovar—. El golpe fue dirigido por el funcionario más importante de nuestro gobierno y un miembro de nuestra familia, y fueron ayudados por uno de nuestros nohecharei.
—¿Lo consideráis injusto, Serenidad? —Lo consideramos cruel —replicó Maia—. Y no creemos que la crueldad sea justa jamás.
Csovar le dirigió una mirada larga, seca y pensativa.
Csovar se inclinó y se marchó sin prisa, meticuloso, preciso e imparcial, testigo de la debilidad de Maia, pero sin juzgarlo, con esa carga de oscuridad debajo de su brillante peluca sin sentirse agobiado por ella. Maia deseó poder hacer lo mismo.
lisos y brillantes, como los adoquines después de la lluvia.