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Su voz y su porte le recordaron que ella había estado en la corte desde su más tierna infancia.
Nedaö Vechin no era meramente hermosa. Era pequeña, esbelta, con los ojos de un extraordinario color verde pálido como el jade, era perfecta, su piel como porcelana sobre la exquisita finura de sus huesos. Iba vestida con elegante sencillez, con un vestido estilo tulipán de un color rosa oscuro y con una larga cola. El cabello claro como la luz de la luna, recogido y trenzado, sujeto con peinetas de carey y cintas color rosa, y la única joya que lucía era una serie de diminutos aros con cuentas de oro en las orejas. No podría haber causado una mejor impresión aunque hubiera estado cubierta de
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Cuando se levantó, vio que era más alta que Csoru, aunque igual de esbelta. Sus ojos eran de un verde más oscuro que el de Min Vechin y los adornaba con peridotos. Le sonrió.
«Puede que tenga poder, pero en realidad estoy preso, atado con cadenas que Setheris no puede ni imaginar. Podía soñar con escapar de Edonomee. No hay escapatoria de la Ethuverazhid Mura, no a este lado de la muerte».
Por reflejo, Maia leyó los gestos de Setheris, como quien lee un mensaje codificado del que ha memorizado la clave. Fría rabia, nerviosismo, una subyacente presunción de certeza. Desesperado, pensó, «nunca conoceré a nadie tan bien como conozco a Setheris»,
Su miedo al mal genio de Setheris, a la vieja rutina de hacer lo que Setheris quería porque era más fácil y porque no importaba nada. «Tú eres el emperador», se dijo; tenía ya las manos tan apretadas que se estaba haciendo daño. «Eres Edrehasivar VII, y eso es lo que importa. Cede una vez ante Setheris y lo tendrás a tu espalda el resto de tus días, y tu gente lo tendrá que soportar también, aunque ellos no lo sepan».
Casi no le salió la voz, y notó oír el titubeo en ella. Pero esas palabras eran las suyas, no las que Setheris quería que dijera.
Había ido avanzando de forma constante en la estancia mientras hablaba, usando su presencia y el poder de su voz como arma. Maia se dio cuenta de que él mismo había ido retrocediendo poco a poco. Y Chavar no se había detenido. «Él lo sabe, sabe que temes un conflicto y, por lo tanto, sabe que puede intimidarte sin pronunciar ni una sola palabra desagradable».
Eshevis Tethimar tenía treinta años, se había distinguido en las guerras fronterizas con los bárbaros diez años antes, era conocido como un ávido deportista y algo así como un descontento político.
—No casaremos a nuestra hermana con un descontento o un mediocre simplemente porque no les gusta nuestra política o piensan que pueden obtener alguna ventaja sobre nosotros.
remilgado
Csevet, tan calmado, educado y organizado como siempre, respondió sin titubeos ni incomodidad aparente. Se inclinó levemente hacia los testigos reunidos antes de hablar.
Nemer le colocó en el pelo palillos tashin de cristal esmerilado y tiras de perlas, y los aros de los pendientes eran ópalos blancos engastados en platino.
Todos llevaban (le dijo Csevet en un apresurado susurro) la armadura ceremonial al completo de la Guardia Hezhethoreise.
Se preguntó qué estarían pensando de todo aquello, en sus relucientes armaduras cubiertas de púas y sus elaborados cascos con cresta, pero, por supuesto, no podía preguntar. En realidad, pensó con ironía, la curiosidad era un rasgo inútil en un emperador.
El más oscuro de los dos se llamaba Esret, y su compañero Teia.
los goblins más viejos parecían comerciar principalmente con seda, mientras que la generación más joven tenía diversidad de intereses: relojes, plumas, alfombras de Choharo tejidas a máquina, artículos representados por la Asociación de Comercio de Ethuveraz Occidental, por decirlo en pocas palabras.
De repente, Maia se dio cuenta de que el conflicto por construir un puente sobre el río Istandaärtha no tenía nada que ver con el puente o con el río, sino con el comercio.
El Ethuveraz oriental fue siempre, desde que Edrevenivar el Conquistador unió este y oeste, más rico y más poderoso que los principados occidentales, y su riqueza y poder se basaban en gran parte en el comercio de la seda, que estaba controlado por un puñado de familias nobles.
en su lugar le hizo una serie de preguntas sobre qué productos se consideraban un lujo en Barizhan y sobre el comercio con otros países a través del Mar de Chadevan. Estaba desconcertada, pero se mostró cooperativa, y acabó contando con la ayuda del caballero de su otro lado, un mercader de seda que había sido comerciante marino en su juventud, posiblemente un pirata, si Maia comprendió los matices de la conversación de forma correcta, y quien lo sabía todo sobre especias, gemas, chicas-león y otras cosas exóticas que rara vez llegaban tan al norte como las Ethuveraz.
Para cuando retiraron la ensalada de pepino y sirvieron el boniato y el curry de cerdo todo su extremo de la mesa escuchaba con atención a Mer Zhidelka. Un poco más tarde, empezó a dibujar mapas en el mantel con sal y vino derramado, relatando las aventuras del barco de vapor Loto Benévolo en las guerras del Archipelagar, y la gente que estaba más abajo se inclinaba para escuchar. El fondo de historias de Mer Zhidelka parecía inagotable, y Maia se sentía a la vez cautivado y agradecido.
su voz instruida se abrió paso con facilidad a través de las descripciones de Mer Zhidelka de las prácticas bárbaras de los habitantes de la isla de Versheleen—.
No era de extrañar, pensó, que Sheveän lo odiara, que Csoru lo despreciara, que Vedero lo mirara con desconfianza y escepticismo. No era de extrañar que Csethiro Ceredin no le diera nada de sí misma, más que su obligación de obedecerle. Tenía dieciocho años, era ignorante, poco sofisticado, no tenía derecho a controlar sus vidas, excepto el derecho de la ley.
Nunca se debe hacer caso a los chismes, le había dicho Setheris más de una vez, pero tampoco hay que subestimarlos.
Idra obedeció, habló de un modo encantador e ingenioso, y Maia escuchó, sonrió y pensó: «Sería mejor emperador que tú, goblin».
condené al hombre que amaba por el asesinato de la mujer que odiaba.
Había aprendido, a la fuerza, el truco de dejar algo de lado para pensar en ello más tarde.
la presciencia de otra humillación era como una espada, y se negaba a forzarse a sí mismo a caer sobre ella.
—arguyó
Explicó tanto el plan para tender un puente sobre el Istandaärtha, como el sistema hidráulico que permitiría que el tráfico fluvial continuara de forma mucho más sencilla y segura
Al final, terminaron en el suelo, mientras Mer Halezh dibujaba diagramas de ataguías y ruedas de agua en la parte de atrás de los planos.
sabía mucho sobre el tráfico en el río, y explicó el sistema que ya habían desarrollado para que las barcazas de Ezho fueran capaces de llegar a Cairado, aunque el puente estuviera a medio construir. Ella fue la que le mostró exactamente dónde los relojeros habían propuesto construir el puente y explicó su razonamiento.
Es una palabra goblin, y significa decidir qué hacer con un prisionero atándolo una estaca debajo de la línea de la marea mientras se discute.
Maia se quedó bloqueado, como si fuera un reloj atascado, y las palabras de Min Vechin, un puñado de arena.
La disputa fue extremadamente tediosa, un asunto de alquileres y derechos sobre el agua y de la propiedad común entre la ciudad de Nelozho; la finca de una casa noble menor, los Dorashada; y el príncipe de Thu-Cethor, la implicación de este último era la razón por la que el emperador tenía que arbitrar.
Comenzó a hacerle a Berenar otro tipo de preguntas, y empezó a prestar más atención en las reuniones de los Corazhas a los patrones de los argumentos.
Berenar, que seguía viniendo regularmente a enseñar al emperador sobre la historia política de su imperio, había dejado claro que no había adulación en lo que hacía. No esperaba ningún favor a cambio, y no tenía ni la más mínima vacilación en estar en desacuerdo con su emperador, ya fuera en privado o en el Verven’theileian. Pero nunca se ofendió cuando la opinión de Maia no coincidió con la suya. De todos los Corazhas, Berenar era en quien Maia confiaba más para ser capaz de ver más allá del interés propio y de la retórica que inundaba al Verven’theileian como si fuese niebla.
Lord Bromar también se opondría, pero Maia pensó que sería fácil hacerle cambiar de opinión si un número suficiente de los otros estaban de acuerdo.
—Sí, pero no se puede evitar el cambio simplemente con desear que no ocurra —dijo Maia, aguantándose las ganas de añadir «si fuera así, nuestra madre seguiría viva»— Y si se puede hacer un puente sobre el Istandaärtha, cosa de la que Mer Halezh está convencido, nos parece que los beneficios son considerablemente mayores que las desventajas. —No para la nobleza de los principados orientales
chaqueta de brocado azul y cuentas de lapislázuli.
inocuas,
como los esfuerzos de un ratón para conversar en una habitación llena de gatos hambrientos.
El silencio se profundizó hasta pasar de in...
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—Es posible ser amigo de un hombre, de hecho, preocuparse profundamente por él, y, sin embargo, desaprobar su conducta.
—Una forma muy educada de decir que no estáis de acuerdo —afirmó Lanthevel—. El tacto es un buen rasgo en un emperador. Varenechibel no lo tenía.
filología,
por qué la cabeza de Osmer Nelar todavía adorna la parte superior de su cuello.
La filología, Serenidad, es el estudio de los orígenes de las palabras.
—Estudiamos cómo cambian los idiomas —se explicó Lanthevel—. ¿Por qué una palabra tiene una forma entre los productores de seda del este y otra entre los pastores del oeste? O por qué algunas palabras permanecen en uso de generación en generación, mientras que otras se descartan. Un ejemplo, porque vemos que todavía tenéis dudas: la palabra «morhath» es la palabra para «cielo» que se usaba en la corte del tátara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tataratío de Su Serenidad, Edrevechelar Decimocuarto. Pero nadie la usa ahora o incluso sabe su significado. Nuestro estudio es seguir el curso de su
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—En realidad —dijo suavemente Orthema—, eso no es del todo cierto. Conocemos la palabra «morhath» porque la escuchamos usarla por los bárbaros de Evressai.