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Es lamentable que somos propensos a olvidar que hay una conexión fuerte entre el pecado y el dolor, la santidad y felicidad, y entre la santificación y la consolación. Dios ha ordenado, sabiamente, que nuestro bienestar y nuestro bien hacer estén entrelazados. Ha provisto en...
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en vano es que alguien suponga que puede tener un sentido vivo de su justificación o de una seguridad de su llamado, mientras, por otro lado, descuida las buenas obras o no se esfuerza por vivir una vida santa. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”. “Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones” (1 Jn. 2:3; 3:19). Así como el creyente no puede esperar sentir los rayos del sol en un día oscuro y nublado, tampoco puede sentir la fuerte consolación en Cristo, si no lo sigue plenamente.
Aquel que sigue a Jesús más de lleno, siempre lo seguirá contento.
Supongamos por un momento que se le permitiera entrar al cielo sin santidad. ¿Qué haría? ¿De qué podría disfrutar allí? ¿A cuáles de todos los santos se acercaría y al lado de quién se sentaría? Sus placeres no son los placeres de usted, ni sus gustos los gustos de usted, ni su carácter el carácter de usted. ¿Cómo podría ser feliz, si no fue santo en la tierra?
Quizás cree ahora que los santos de Dios son demasiado estrictos, exigentes y serios. Prefiere evitarlos. No disfruta de su compañía. No habrá ninguna otra compañía en el cielo.
Quizás piense ahora que orar, leer la Biblia y cantar himnos es aburrido, triste y tonto, algo para ser tolerado de vez en cuando, pero no disfrutado. Considera al Día del Señor como una carga y cosa pesada; no podría pasar más que una porción pequeña del día adorando a Dios. Pero recuerde, el cielo es un Día del Señor sin fin. Los que allí viven no descansan de decir día y noche: “Santo, santo, santo, Señor Omnipotente” y de cantar alabanzas al Cordero. ¿Cómo podría, alguien que no es santo disfrutar de ocupaciones como éstas?
No sé qué opinarán los demás, pero a mí me resulta claro que el cielo sería un lugar muy desagradable para el que no es santo. Imposible que sea de otra manera. La gente puede decir, de un modo muy incierto, que “espera ir al cielo”, pero no piensa en lo que dice. Tiene que haber cierta capacitación “…para participar de la herencia de los santos en luz” (Col. 1:12). Nuestros corazones tienen que armonizar con lo que es el cielo. Para alcanzar el refrigerio de gloria, tenemos que pasar por la escuela de la gracia que nos prepara para ello. Tenemos que tener pensamientos celestiales, gustos
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Para empezar, quiero preguntarles a cada uno que lee estas páginas: ¿Es usted santo? Escuche, le ruego, la pregunta que ahora le hago. ¿Sabe usted algo de la santidad de la que he estado hablando? No le pregunto si asiste a su iglesia regularmente, si ha sido bautizado y participado de la Cena del Señor, ni si se denomina cristiano. Le pregunto algo que es mucho más que esto: ¿Es usted santo o no lo es? No le pregunto si aprueba usted de la santidad en otros, si le gusta leer acerca de la vida de personas santas, hablar de cosas santas, si tiene libros santos sobre la mesa ni tampoco si piensa
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Pocos serán salvos porque pocos se tomarán el trabajo de buscar la salvación.
En la fe cristiana sucede lo mismo que en otras cosas: “Sin dolor no hay ganancias”. Lo que nada cuesta, nada vale.
“La agenda del Papa”, dice Jenkyn, “sólo convierte en santos a los muertos, en cambio las Escrituras requieren santidad en los vivos”. “Que nadie se engañe”, dice Owen, “la santificación es una cualidad indispensable para los que están bajo la dirección de Cristo el Señor para salvación. Él no lleva nadie al cielo que no santifica en la tierra. La Cabeza viviente no admitirá miembros muertos”.
Dios ha unido la justificación con la santificación. Sin duda, son cosas distintivamente diferentes, pero la una nunca se encuentra sin la otra. Lo que Dios ha juntado no se atreva nadie a separar. No me cuente de su justificación, a menos que tenga algunas señales de santificación.
Bien dice Rutherford: “El camino que rebaja los deberes y la santificación, no es el camino de la gracia. El creer y el hacer son amigos inseparables”.
A veces me temo que si Cristo estuviera hoy en la tierra, no faltarían los que pensaran que su predicación es legalista y si Pablo estuviera escribiendo sus epístolas, habría aquellos que pensarían que mejor le sería no escribir la última parte de la mayoría de las epístolas, tal como lo hizo. Pero recordemos que el Señor Jesús sí predicó el Sermón del monte y que la Epístola a los Efesios contiene seis capítulos y no cuatro. Me duele tener que hablar de esta manera, pero hay una razón para hacerlo.
¿Quiere usted ser santo? ¿Quiere ser una nueva criatura? Entonces tiene que comenzar con Cristo.
Traill dijo unas palabras fuertes, pero muy ciertas: “La sabiduría que no es de Cristo es una necedad que lleva a la condenación; la santificación fuera de Jesús es suciedad y pecado; la redención fuera de Cristo es esclavitud”.
¡Que nuestros años sean años santos para nuestras almas; si lo son, serán años felices! ¡Si vivimos, vivamos para el Señor, o si morimos, muramos para el Señor; si viene por nosotros, que nos encuentre en paz, sin mancha ni culpa!
En las guerras terrenales hay consecuencias que, a menudo, son temporales y remediables. En la guerra espiritual las cosas son muy diferentes. En esta guerra, cuando termina la lucha, las consecuencias son eternas, no se pueden cambiar.
Todo el que entienda la naturaleza de la verdadera santidad, sabrá que el cristiano es un “guerrero”. Si queremos ser santos tenemos que luchar.
El cristianismo verdadero es una batalla.
Tal cristianismo puede satisfacer al hombre y los que se atreven a decir algo en contra son considerados duros e incomprensivos; pero, de hecho, no es el cristianismo de la Biblia. No es la fe cristiana que fundó el Señor Jesús y que sus discípulos predicaban. No es la fe bíblica que produce verdadera santidad. El verdadero cristianismo es “una batalla”.
El verdadero cristiano es llamado a ser un soldado y debe comportarse como tal desde el día de su conversión hasta el día de su muerte. No es la intención que viva una vida a sus anchas, indolente y segura. No debe imaginarse nunca, ni por un momento, que puede hacer su trayectoria al cielo dormido o medio dormido, como si estuviera viajando en un carruaje muy cómodo. Si adopta sus normas del cristianismo de los hijos de este mundo, quizá se contente con estas nociones, pero no encontrará en la Palabra de Dios nada que las justifique. Si la Biblia es su regla de fe y práctica, tiene que
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La lucha principal del cristiano es con el mundo, la carne y el pecado. Estos son sus eternos enemigos. Estos son los tres enemigos principales contra quienes tiene que ir a la guerra. A menos que obtenga la victoria sobre estos tres, todas las demás victorias son inútiles y vanas. Si tuviera una naturaleza como la de un ángel y no fuera una criatura caída, la guerra no sería tan esencial. Pero con un corazón corrupto, un diablo activo y las trampas del mundo, la consigna es: “Lucha” o estás perdido.
El amor por las cosas buenas de la vida, el temor a las burlas o acusaciones del mundo, el anhelo secreto de mantenerse en el mundo, el deseo secreto de hacer lo mismo que hacen los demás en el mundo y no sufrir las consecuencias, todos estos, son enemigos que atacan continuamente al cristiano en su camino al cielo y deben ser conquistados. “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. (Stg. 4:4).
Se dice por allí que los hombres y las mujeres, de hecho, podrán llegar al cielo sin todas estas dificultades, guerras y luchas. Préstenme atención por unos minutos y les mostraré lo que tengo que decir en nombre de Dios. Recuerden la máxima del general más sabio que jamás hubo en Inglaterra: “En tiempo de guerra el peor error es subestimar al enemigo, y tratar de librar una guerra pequeña”. La guerra cristiana no es algo de poca importancia. Denme su atención y consideren lo que digo.
el verdadero cristianismo es una lucha, una pelea y una guerra. Me parece a mí que el que pretenda condenar la “guerra espiritual” y enseñe que hemos de estar quietos y “someternos a Dios”, entiende mal su Biblia y comete un grave error.
El que lo duda, que tome su Libro de Oraciones, lo lea, lo subraye y aprenda su contenido. Lo peor de todo es que muchos miembros muy celosos de la Iglesia Anglicana ignoran totalmente lo que contiene su propio Libro de Oraciones.
Todos, desde el rey en su palacio hasta el mendigo más pobre, todos debemos luchar si hemos de ser salvos.
Mientras nos quede un hálito de aliento, tenemos que vestir nuestra armadura y recordar que estamos en campo enemigo.
Las peores cadenas son las que el prisionero no siente ni ve
¿Notamos en el fondo de nuestros corazones una lucha espiritual? ¿Sentimos algo de la carne luchando contra el espíritu y al espíritu contra la carne de modo que no podemos hacer las cosas que debiéramos (Gá. 5:17)? ¿Tenemos conciencia de dos principios que luchan dentro de nosotros por dominarnos? ¿Sentimos algo de lucha en nuestro hombre interior? ¡Demos gracias a Dios por esto! Es una buena señal. Es muy probable que sea evidencia de la gran obra de santificación. Todos los santos auténticos son soldados.
El hijo de Dios lleva dos grandes señales y de estas dos, aquí tenemos una. Lo podemos identificar por su guerra interior, al igual que por su paz interior.
la guerra cristiana es totalmente diferente de los conflictos de este mundo. No depende del brazo fuerte, del ojo avizor ni de los pies rápidos. No se libra con armas carnales, sino con las espirituales. La fe es el engranaje con la cual gira la victoria. El éxito depende enteramente de la fe.
Fe en la verdad de la Palabra escrita de Dios
Nadie lucha nunca con seriedad contra el mundo, la carne y el diablo, a menos que haya grabado en su corazón ciertos grandes principios en los que cree.
El poeta que escribió las famosas líneas: “De los muchos y distintos aspectos de la fe dejad que discutan los fanáticos errados, pues los que con su vida muestran estar en lo correcto no pueden estar equivocados”, fue un hombre sagaz, pero mal teólogo. No hay tal cosa como estar en lo correcto, viviendo sin fe y sin algo en que creer.
Fe en la Persona, Obra y Oficio del Señor Jesucristo
Fe en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar
Una fe viva habitual en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar es el secreto de la lucha victoriosa del soldado cristiano.
El que tiene más fe siempre será el soldado más feliz y el que se sentirá más seguro. Nada le quita mejor al soldado las ansiedades de la guerra que la seguridad del amor y la protección continua de Cristo.
Nada lo capacita para aguantar el cansancio de velar, luchar y contender contra el pecado como la confianza interior de que Cristo está de su lado y, por ende, el éxito es seguro.
¡Cuanto más grande es la fe, más contundente es la victoria! ¡Cuánto mayor es la fe, más enriquecedora es la paz interior!
Demos vuelta las páginas a la historia primitiva de la iglesia. Veamos cómo los cristianos primitivos se aferraban a su fe aun hasta la muerte y no flaqueaban ante las más feroces persecuciones de los emperadores paganos. Durante siglos no faltaron hombres como Policarpo e Ignacio, prontos a morir en lugar de negar a Cristo. Multas y cárceles, torturas, hogueras y espadas no podían quebrantar el espíritu del noble ejército de mártires. ¡Ni todo el poder del imperio romano, el amante del mundo, pudo erradicar la fe cristiana que comenzó con unos pocos pescadores y publicanos en Palestina!
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¡Qué tenacidad tuvieron contra un mundo en armas! Y luego, recordemos que creer en un Jesús invisible fue el secreto de su fortaleza. Vencieron por fe.
¿Quiere alguno vivir la vida del soldado cristiano? Entonces ore con fe. Es el don de Dios y un don que aquellos que lo piden nunca lo piden en vano. Hay que creer antes de pedirlo. Si los hombres no hacen nada religioso, es porque no creen. La fe es el primer paso hacia el cielo.
¿Quiere alguno pelear la batalla del soldado cristiano exitosa y prósperamente? Ore pidiendo un continuo aumento de fe. Permanezca en Cristo, acérquese más a Cristo y aférrese más a Cristo cada día de su vida. Ore cotidianamente como oraban sus discípulos: “Señor, auméntanos la fe” (Lc. 17:5). Vigile celosamente su fe, si es que la tiene. Éste es el baluarte del carácter cristiano de la cual depende la seguridad de toda la fortaleza. Es el punto que a Satanás le encanta asaltar. Todo queda a los pies del enemigo si no hay fe. En esto, si amamos la vida, tenemos que mantenernos en guardia de
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La batalla del cristiano es buena porque se libra bajo el mejor de los generales.
En ningún momento usa estrategias inútiles, nunca se equivoca en sus criterios y jamás comete un error.
La batalla del cristiano es buena porque se libra con la mejor de las ayudas.
La batalla del cristiano es buena porque se libra con la mejor de las promesas