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Fe es Saulo orando en la casa de Judas en Damasco, triste, ciego y solo (Hch. 9:11). Seguridad es Pablo, el prisionero anciano, contemplando tranquilo a la tumba y diciendo: “Yo sé a quién he creído”. “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia” (2 Ti. 1:12; 4:8).
Fe es vida. ¡Qué bendición tan grande! ¿Quién puede describir o entender el abismo entre la vida y la muerte? “Mejor es perro vivo que león muerto” (Ec. 9:4). No obstante, la vida puede ser débil, enfermiza, enclenque, dolorosa, trabajosa, ansiosa, cansada, pesada, sin gozo ni sonrisas hasta el final. Seguridad es más que vida. Es buena salud, fortaleza, poder, vigor, actividad, energía, virilidad y hermosura.
¡Benditos, tres veces benditos son los que creen! Están seguros. Están limpios. Están justificados. Están fuera del alcance del poder del infierno. Satanás, con toda su malicia, nunca los arrebatará de la mano de Cristo.
Me gustaría ver menos creyentes “vacilantes” en la familia del Señor y más que pudieran decir: “Yo sé y estoy convencido”.
Muchos se mantienen en una condición pobre y hambrienta del alma, mientras que su Señor está diciendo: “Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados”; “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”
Las dudas y temores tienen el poder de arruinar mucha de la felicidad del verdadero creyente en Cristo. La incertidumbre y el suspenso son malos en todo sentido: En nuestra salud, nuestras pertenencias, nuestras familias, nuestros afectos y nuestras vocaciones terrenales, pero nunca tan malos como en los asuntos que conciernen a nuestras almas.
la seguridad hace mucho para liberar al hijo de Dios de este tipo de dolorosa esclavitud y, por tanto, tiene una gran influencia sobre su tranquilidad. Le hace posible sentir que la gran cuestión de la vida, es una cuestión resuelta, la gran deuda es una deuda pagada, la grave enfermedad es una enfermedad curada y la gran obra proyectada es una obra terminada. Entonces todas las demás cuestiones, como enfermedades, deudas y obras son pequeñas en comparación.
la seguridad lo hace paciente en la tribulación, apacible ante la pérdida de un ser querido, impasible en los sufrimientos, sin temor de malas noticias, contento sea cual fuere su condición, porque la da firmeza al corazón.
La seguridad hace posible que el creyente enfrente una muerte violenta y dolorosa sin temor, como lo hizo Esteban en los primeros tiempos de la iglesia de Cristo y como Cranner, Ridley, Hooper, Latimer, Rogers y Taylor en sus respectivos países. Le trae a la mente los textos “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer” (Lc. 12:4). “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch. 7:59)
nunca nos será tan preciada la seguridad como cuando nos llega el turno para morir. Son pocos los creyentes que en esa hora atroz no descubren el valor y privilegio de una “esperanza segura”, lo hayan pensado o no durante su vida. Las “esperanzas” y “confianzas”, en general, son muy buenas mientras brilla el sol y el cuerpo está fuerte; pero cuando estamos por morir, queremos poder decir “Yo sé que…” y “Yo siento que…”. El río de la muerte contiene una corriente fría y tenemos que cruzarla solos. Ningún amigo terrenal nos puede ayudar. El postrer enemigo, el rey de terrores, es un oponente
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“El Señor todopoderoso que es torre fuerte para todos aquellos que ponen su confianza en él, sea ahora eternamente tu defensa, y te haga saber y sentir que no hay otro nombre debajo del cielo, por medio del cual puedes recibir salud y salvación, que el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
Nadie, hablando en general, hace tanto para Cristo en la tierra como los que disfrutan de la confianza más plena de la entrada gratuita al cielo y no ponen su confianza en sus propias obras, sino en la obra consumada de Cristo.
Supongamos que uno de ellos se pone a trabajar para desmontar su tierra y cultivarla, y trabaja en esto día tras día sin parar. Supongamos que, mientras tanto, el otro interrumpe constantemente su trabajo y acude repetidamente a la oficina del registro público de la propiedad para preguntar si la tierra es realmente de él, si no hay algún error, si, después de todo, los instrumentos legales que le fueron dados no tienen alguna falla. El primero nunca duda de tener el título de su propiedad, sino que simplemente sigue trabajando. El otro nunca se siente seguro de su título y se pasa la mitad
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Nadie hará más por el Señor que lo compró como el creyente que ve su título con claridad y no se distrae con incredulidades, dudas, cuestionamientos y vacilaciones.
Pocas veces distó tanto de la verdad el cardenal Bellarmine como cuando dijo: “La seguridad tiende a producir indiferencia y pereza”. Aquel que es perdonado gratuitamente por Cristo siempre hará mucho para la gloria de Cristo y aquel que disfruta al máximo la seguridad de haber sido perdonado mantendrá su andar más íntimo con Dios.
El hombre que disfruta más plenamente de la luz del rostro reconciliado de Dios, será el hombre que tiembla por el solo miedo a perder sus benditas consolaciones y temeroso de hacer algo que contriste al Espíritu Santo.
Eche fuera su retraso falto de fe y crea lo que dice el Señor. Venga y humíllese con su alma y sus pecados a los pies de su Salvador. Comience simplemente creyendo y, pronto, todo lo demás le será agregado
¿Por qué lo que dos apóstoles recomendaron tan encarecidamente que buscáramos, es algo que pocos creyentes conocen por experiencia en estos días? ¿Por qué la esperanza segura es algo que rara vez se ve?
Me inclino a pensar que existe una confusión en la mente de muchos creyentes acerca de la justificación y la santificación. Reciben la verdad del evangelio: Algo tiene que suceder dentro de nosotros, al igual que algo tiene que ser hecho para nosotros, si hemos de ser auténticos miembros de Cristo y hasta allí tienen razón. Pero luego, sin ser conscientes de ello, tal vez, parecen asimilar la idea de que su justificación es, en cierta medida, afectada por algo dentro de ellos mismos. No ven con claridad la obra de Cristo en ellos, ni su propia obra, ni en su totalidad ni en parte, ni directa o
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Muchos parecen olvidar que somos salvos y justificados siendo pecadores y, únicamente pecadores, y que nunca podemos serlo más de lo que ya somos, aunque lleguemos a la edad de Matusalén. Somos indudablemente pecadores redimidos, pecadores justificados y pecadores renovados, pero pecadores, pecadores y pecadores seremos siempre hasta el fin.
hay una gran diferencia entre nuestra justificación y nuestra santificación. Nuestra justificación es una obra terminada y perfecta, no admite grados. En cambio, nuestra santificación es imperfecta e inco...
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Feliz el hombre que realmente comprende “la justificación por fe sin la obras de la ley”.
Muchos parecen pensar que, una vez convertidos, no se tienen que ocupar de otra cosa y que el estado de salvación es una especie de cómodo sillón donde simplemente se tienen que sentar, descansar y ser felices. Parecen creer que la gracia es algo que les ha sido dada para que la disfruten y olvidan que es dada como un talento, para ser usado, aprovechado y mejorado.
hay una conexión inseparable entre la diligencia y la seguridad. Dice Pedro: “Procurad” (2 P. 1:10). “Deseamos”, dice Pablo “que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud para plena certeza de la esperanza” (He. 6:11).
“La fe de la adhesión viene por el oír, pero la fe de la seguridad no viene sin el hacer”.
¿Es alguno de mis lectores uno de aquellos que anhela la seguridad, pero no la tiene? Preste atención a mis palabras. Nunca la obtendrá sin diligencia, no importa lo mucho que la anhele.
La incongruencia en la vida es totalmente destructiva para la paz de la conciencia. Las dos cosas son incompatibles. No pueden darse ambas en una misma persona. Si usted tiene pecados que lo dominan y no puede decidirse a renunciar a ellos, si no puede amputarse la mano derecha ni arrancarse el ojo derecho cuando la ocasión lo requiere, le asevero que no tendrá ninguna seguridad.
Un andar vacilante, una reticencia a emprender, audaz y decididamente un camino, una disposición inmediata a conformarse al mundo, un testimonio vacilante para Cristo, una religión indecisa, una resistencia a adoptar una norma elevada de santidad y vida espiritual, son una fórmula infalible para malograr el jardín de su alma. Es inútil suponer que podrá sentirse seguro y convencido de que ha sido perdonado y aceptado por Dios, a menos que considere que todos los mandamientos de Dios acerca de todas las cosas son correctos y que Dios aborrece todo pecado, sea grande o pequeño (Sal. 119:128).
No encontrará ni sentirá que todos los caminos del Señor son caminos placenteros, a menos que trabaje en todo para agradar el Señor
Bendigo a Dios porque nuestra salvación no depende en absoluto de nuestras propias obras. Somos salvos por gracia, no por obras de justicia, por fe, sin las obras de la ley. Pero no quisiera nunca que algún creyente olvidara por un momento que nuestro sentido de ser salvos depende de nuestra manera de vivir. La inconsistencia empañará su vista y pondrá nubes entre usted y el sol. El sol es el mismo detrás de las nubes, pero usted no podrá ver su resplandor y disfrutar de su calor, y su alma estará sombría y fría. Es en la senda del bien hacer, en donde lo visitará la fuente de luz y brillará
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Siento mucha pena por aquellos cuyo todo tesoro está en la tierra y cuyas esperanzas están en este lado de la tumba.
cuando veo antiguos reinos y dinastías temblando hasta sus cimientos, - cuando veo, como vimos todos hace unos años, a reyes y príncipes, a ricos y grandes hombres huyendo para salvar sus vidas sin saber dónde esconderse, - cuando veo propiedades que dependen de la confianza pública derritiéndose como la nieve en la primavera, y las acciones de la bolsa de valores y fondos del gobierno perdiendo su valor. Cuando veo estas cosas, me dan mucha lástima los que no tienen una porción mejor que la que este mundo les puede dar, ni un lugar en el reino que no puede ser arrebatado
Lector creyente, ¿quiere realmente decir que no tiene ningún deseo de intercambiar su esperanza por confianza, su anhelo por convicción, su incertidumbre por conocimiento? Porque una fe débil lo salva, ¿se contentará con eso? Porque la seguridad no es esencial para su entrada al cielo, ¿se conformará sin ella en la tierra?
Créame, vale la pena buscar la seguridad. Renuncia usted a sus privilegios cuando se contenta sin ella. Las cosas que digo son para su propia paz. Si es bueno sentirse seguro con respecto a las cosas de este mundo, ¡mucho mejor es estarlo sobre las cosas celestiales! Su salvación es una cosa resuelta y cierta. Dios lo sabe.
El que nunca teme, no posee nada realmente valioso.
Así que recuerde mi advertencia: Cuando tiene el gozo del Señor, vele y ore.
El hombre que camina más cercano con Dios en Cristo, por lo general, gozará de mayor paz. El creyente que sigue al Señor más plenamente y apunta a la medida más alta de santidad ordinariamente, disfrutará de la mayor esperanza y tendrá una convicción más clara de su propia salvación.
“¿Es necesario para ser justificado estar seguro de que mis pecados han sido perdonados y que, efectivamente, he sido justificado? No, no hay un acto de fe que justifique, sino que es un efecto y fruto que sigue a la justificación. Una cosa es que la salvación de un hombre sea segura, otra que esté seguro de que es segura. Es como un hombre que ha caído en un río, está a punto de ahogarse al ser llevado por la corriente y divisa la rama de un árbol caída sobre el río, de la cual se agarra y se aferra con todas sus fuerzas para que lo salve; sin ver otra posibilidad de salir con bien, le confía
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“Hay aquellos que dudan y, por dudar, multiplican su desconfianza, llegando a la conclusión de que no tienen fe porque encuentran tantas y tan frecuentes dudas dentro de sí mismos. Pero esto es un gran error. Puede haber algunas dudas, aun donde hay mucha fe; y puede haber poca fe donde hay muchas dudas. Nuestro Salvador requiere y se deleita con los que tienen una fe fuerte y firme en él, pero no rechaza a los menos y más débiles”. —Lectures on the first nine chapters of St. Matthew (Discursos sobre los primeros nueve capítulos del Evangelio de Marcos), por el arzobispo Leighton, 1670.