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Puede ser que el gran incremento de riquezas en los últimos veinticinco años ha introducido insensiblemente una plaga de mundanalidad, de autosatisfacción y del amor por lo placentero de una vida social basada en lo material. Lo que antes se llamaban lujos, ahora son comodidades y necesidades, y el negarse uno mismo y soportar “una vida dura” son cosas desconocidas.
Con demasiada frecuencia nos hemos contentado con un celo por la ortodoxia y, por ende, hemos descuidado las serias realidades de una consagración cotidiana práctica. Sean cuales fueren las causas, tengo que declarar mi propia creencia de que el resultado es el mismo. Han habido en los últimos años normas más bajas de santidad personal entre creyentes que lo que había en la época de nuestros mayores. ¡Todo esto trae como resultado que el Espíritu se contrista! El asunto requiere humillarse mucho y escudriñar el corazón.
es terriblemente posible vivir una vida descuidada, fácil, medio mundana y, a la vez, mantener los principios evangélicos y llamarnos evangélicos!
Una vez que comprendemos que el pecado es mucho más vil y que está mucho más cerca de nosotros, y que se nos pega más de lo que suponemos, seremos conducidos, confío y creo, a acercarnos más a Cristo.
Estoy convencido de que el primer paso hacia el logro de un nivel más elevado de santidad es comprender más plenamente lo asombrosamente pecaminoso que es el pecado.
Si la Biblia dice la verdad, entonces es cierto que, a menos que seamos “santificados”, no seremos salvos.
Hay tres cosas que, según la Biblia, son absolutamente necesarias para la salvación de cada hombre y mujer en la cristiandad. Estas tres son: Justificación, regeneración y santificación.
Al que le falte uno de estos tres elementos, no es un verdadero cristiano a los ojos de Dios y, si muere en esa condición, no lo encontraremos en el cielo ni será glorificado en el día final.
La santificación es la obra espiritual interior que el Señor Jesucristo lleva a cabo en el hombre por medio del Espíritu Santo, cuando lo llama a ser un verdadero creyente. No sólo 1) lo limpia de sus pecados con su propia sangre, sino que también 2) lo separa de su amor natural por el pecado y el mundo, 3) pone un principio nuevo en su corazón y 4) lo hace practicar la piedad en su vida.
a veces usa aflicciones y visitaciones providenciales son “sin palabra”
El Señor Jesús se ha hecho cargo de todo lo que las almas de los suyos requieren; no sólo para librarlos de la culpa de sus pecados por medio de su muerte expiatoria, sino también del dominio de sus pecados, colocando al Espíritu Santo en sus corazones, no únicamente para justificarlos, sino también para santificarlos.
Cristo lleva a cabo la santificación, tal como lo hace en el caso de la justificación de su pueblo creyente. Se hace provisión para ambas igualmente “en ese pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y… guardado” del cual el Mediador es Cristo.
Aclarar la confusión entre unas doctrinas y otras, lo cual es lamentablemente común entre los cristianos, y trazar una relación precisa entre unas verdades y otras en la fe, es una manera de arribar a un acierto total en nuestra teología.
La unión con Cristo que no produce ningún efecto en la vida es una mera unión de forma, que no tiene valor ante Dios. La fe que no tiene una influencia santificadora sobre el carácter del creyente, no es mejor que la fe de los demonios. Es una “fe muerta, porque es sola”. No es un don de Dios. No es la fe de los escogidos de Dios.
Una supuesta regeneración que puede tener el hombre y, no obstante, vivir en el pecado o mundanalidad sin importarle, es una regeneración inventada por teólogos poco inspirados, que las Escrituras no mencionan.
Está escrito claramente que el que es nacido de Dios es uno en quien permanece la simiente de Dios; “y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9).
Santificación también es la única certeza de la evidencia de que el Espíritu Santo mora en él,
así como sabemos que hay viento por el efecto que produce en las olas, en los árboles y en el humo, podemos también saber que el Espíritu está en alguien por los efectos que produce en su conducta.
Podemos depender de esto con gran certeza: Que donde no hay un vivir santo, no hay Espíritu Santo. El sello que el Espíritu estampa en el pueblo de Dios, es santificación.
Todos los que de hecho son “guiados por el Espíritu de Dios, éstos”, estos únicamente, “son...
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Santificación también es la única señal segura de la elección de Dios. Los nombres y la cantidad de escogidos son algo secreto, sin duda, que Dios sabiamente se ha guardado para él y no ha revelado al hombre. No nos es dado en este mundo estudiar las páginas del libro de la vida y ver los nombres que contiene. Pero hay una realidad clara y simple de la elección y es ...
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El que se vanagloria de ser uno de los escogidos mientras que, intencional y habitualmente, vive en pecado, sólo se engaña a sí mismo y blasfema.
La idea misma de que el hombre sea “santificado”, mientras no se nota nada de santidad en su vida, es pura necedad y un uso equivocado de palabras. La luz de su santificación puede ser muy tenue; pero si hay apenas un destello en un cuarto oscuro, esa chispa será vista.
Cada uno tiene el poder de perder “su alma” (Mt. 16:26).
La Palabra de Dios siempre dirige sus preceptos a los creyentes como seres que rendirán cuentas y a quienes considera responsables.
No encuentro ninguna base en las Escrituras para la doctrina de “santificación imputada”.
La santificación, una vez más, es algo que depende mucho del uso diligente de las Escrituras. Con esto me refiero a leer la Biblia, orar en privado, asistir regularmente al culto público, escuchar regularmente la Palabra de Dios y participar regularmente de la Cena del Señor. El hecho simplemente es que nadie que descuida tales cosas puede pretender progresar significativamente en santificación.
No encuentro ningún registro de ningún santo eminente que haya descuidado estos ejercicios espirituales. Son los canales designados por medio de los cuales el Espíritu Santo nos suple gracia fresca al alma y fortalece la obra que comenzó en el hombre interior. Llámenle los hombres doctrina legalista a esto si quieren, pero nunca dejaré de declarar que creo que no hay ganancia espiritual sin dolor.
Nuestro Dios es un Dios que obra a través de medios y nunca bendice al alma del que pretende ser superior y muy espiritual prescindiendo de ellos.
La santificación no es algo que previene al hombre de tener muchos conflictos espirituales interiores. Por conflicto, quiero decir una lucha dentro del corazón entre la vieja y la nueva naturaleza, la carne y el espíritu que se cohabitan en cada creyente (Gá. 5:17). Un sentido profundo de esa lucha y la gran cantidad de inquietud mental derivada de ella, no prueban que alguien no sea santificado. No, más bien, creo que son síntomas saludables de nuestra condición, que prueban que no estamos muertos, sino vivos. Un verdadero cristiano es aquel que, no sólo tiene paz en su conciencia, sino
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nunca vacilaré en decirle a todo el mundo que el conflicto interior no es prueba de que alguien no sea santo y que no deben pensar que no son santificados porque no se sienten enteramente libres de conflictos interiores. Sin duda, estaremos libres de ellos en el cielo, pero nunca en este mundo. El corazón del mejor cristiano, aun en su mejor expresión, es un campo ocupado por dos fuerzas rivales y “la reunión de dos campamentos” (Cnt. 6:13).
La única justicia con la cual podemos aparecer ante Dios, es la justicia de un tercero, a saber, la justicia perfecta de nuestro Sustituto y Representante, Jesucristo el Señor. Su obra, y no la nuestra, es nuestro único derecho de entrada al cielo. Ésta es una verdad que debiéramos estar dispuestos a defender hasta la muerte.
las acciones santas del hombre santificado, aunque imperfectas, son agradables a los ojos de Dios.
Si existe alguna certeza acerca del futuro, es la certeza de que habrá un juicio; si hay alguna certeza en cuanto a ese juicio, es que las “obras” serán consideradas y examinadas (Jn. 5:29; 2 Co. 5:10; Ap. 20:13). El que supone que las obras no son importantes porque no pueden justificarnos, es un cristiano muy ignorante.
La mayoría de las personas espera ir al cielo cuando muera; pero me temo que pocos se toman la molestia de preguntarse si disfrutarán del cielo cuando estén allí. El cielo es esencialmente un lugar santo, todos sus habitantes son santos, sus ocupaciones son todas santas. Para ser realmente felices en el cielo, resulta claro que tenemos que prepararnos para ir al cielo mientras estamos en la tierra. La doctrina de un purgatorio después de la muerte, que convertirá en santos a los pecadores, es una mentira inventada por el hombre, y la Biblia no lo enseña en ninguna parte. Tenemos que ser santos
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La idea favorita de muchos es que el moribundo no necesita más que la absolución y el perdón de los pecados a fin de adecuarlos para el gran cambio, es falsa. Necesitamos la obra del Espíritu Santo, al igual que la obra de Cristo; necesitamos la renovación del corazón, al igual que la sangre expiatoria; necesitamos ser santificados, al igual que justificados.
Si acaso llegara al cielo, ¿qué haría allí el hombre no santificado? Encaremos esa pregunta de frente, al igual que su respuesta. No es posible que alguien sea feliz, si no está en su elemento y donde nada a su alrededor coincide con sus gustos, hábitos y carácter.
sean cuales fueren los riesgos, la verdad tiene que ser presentada
La verdadera santificación no consiste en hablar acerca de religión. Éste es un punto que nunca debe olvidarse. El enorme incremento de la educación y predicación en estos últimos días hace absolutamente necesario levantar la voz para dar una advertencia.
La verdadera santificación no consiste de sentimientos religiosos temporales.
Cuidémonos hoy de curar superficialmente las heridas y clamar: “Paz, paz” cuando no hay paz. Instemos a todo el que muestra un nuevo interés en la fe cristiana, que no se contente con nada que no sea la obra profunda, sólida y santificadora del Espíritu Santo.
Declaro que no conozco un estado del alma más peligroso que imaginar que hemos nacido de nuevo y que hemos sido santificados por el Espíritu Santo porque estamos experimentado unos pocos sentimientos religiosos.
La verdadera santidad no lleva al cristiano a evitar las dificultades, sino a que las encare y venza. Cristo quiere que su pueblo demuestre que su gracia no es meramente planta de invernadero, que sólo puede prosperar si está resguardada, sino algo fuerte y resistente que puede prosperar en cada relación de la vida. Es cumplir nuestro deber en esa condición, a la cual Dios nos ha llamado —como sal en medio de la corrupción y luz en medio de la oscuridad—, el elemento principal de la santificación. No se trata del hombre que se esconde en una cueva, sino del hombre que glorifica a Dios como amo
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La santificación no consiste en el cumplimiento ocasional de las acciones correctas. Es el obrar constante de un nuevo principio celestial interior, que satura toda la conducta cotidiana del hombre, tanto en las grandes acciones como en las pequeñas.
La santificación auténtica se muestra por un respeto habitual a la ley de Dios, un esfuerzo habitual de vivir en obediencia a ella como regla de la vida. No hay peor error que suponer que el cristiano nada tiene que ver con la ley y los Diez Mandamientos por el hecho de que no puede ser justificado por cumplirlos. El mismo Espíritu Santo que convence de pecado al creyente por medio de la ley, que lo guía a Cristo para su justificación, lo conducirá a un uso espiritual de la ley, como un guía amigo, en la búsqueda de la santificación.
El que pretende ser un santo mientras que desprecia los Diez Mandamientos y le da lo mismo mentir, ser hipócrita, estafar, tener mal genio, calumniar, emborracharse y romper el séptimo mandamiento, vive engañado y en una condición peligrosa. ¡Encontrará que en el día final, le será imposible probar que es un “santo”!
El hombre santificado tratará de hacer el bien en el mundo, reducir la tristeza y aumentar la felicidad a su alrededor. Procurará ser como su Maestro, lleno de bondad y amor hacia cada uno; y esto, no sólo de palabra, llamando a todos “queridos”, sino por obras y acciones y trabajo de auto-negación, según tenga oportunidad. El erudito cristiano egoísta, que se envuelve en su orgullo por la superioridad de sus conocimientos y a quien no le parece importar si los otros se hunden o se mantienen a flote, si se van al cielo o al infierno por asistir siempre a la iglesia o capilla vistiendo su mejor
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la santificación auténtica se demuestra en una atención habitual a las gracias pasivas del cristianismo. Cuando hablo de gracias pasivas, me refiero a esas gracias que son sembradas en el sometimiento a la voluntad de Dios y cosechadas en la paciencia unos hacia los otros.
No tiene sentido pretender una santificación, a menos que seamos ejemplos de bondad, benignidad, paciencia y perdón, a lo cual la Biblia da tanta importancia. ¡El mundo está demasiado lleno de los que se muestran habitualmente desagradables y antipáticos en la vida cotidiana y son constantemente cortantes con lo que dicen y huraños con todos a su alrededor, gente rencorosa, vengativa y maliciosa! Todos estos, saben poco de lo que debieran saber sobre la santificación.