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Las gentes del mundo, a veces se quejan con razón, de que las personas supuestamente “cristianas”, no son tan afables, desinteresadas y gentiles como otros que no profesan ninguna religión. No obstante, la santificación, entendida correctamente, y armonizando con la Palabra, es tan importante como la justificación. La sana doctrina protestante y evangélica es inútil si no va acompañada de una vida santa. Es peor que inútil; es sumamente perjudicial. Es despreciada por hombres observadores y sagaces del mundo como algo irreal y vacío, y produce desprecio por la fe cristiana.
Justamente como en el pasado ha tenido éxito en mistificar y confundir el pensamiento humano con respecto a la justificación, ahora está tratando de dar “consejos oscuros con palabras sin conocimiento” acerca de la santificación. ¡Que Dios lo reprenda!
Pregunto, en primer lugar: Si es sabio hablar de la fe como lo necesario y como lo único requerido, según muchos parecen afirmar en la actualidad, al abordar la doctrina de la santificación. ¿Es sabio proclamar de una manera tan directa y no calificada, como muchos lo hacen, que la santidad del convertido es únicamente por fe y sin ningún esfuerzo de su parte? ¿Concuerda esto con la Palabra de Dios? Lo dudo.
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lo cierto es que las Escrituras nos enseñan que para seguir la santidad, el verdadero cristiano tiene que poner de su parte y esforzarse, además de tener fe.
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La fe que justifica es una gracia que “no trabaja”, sino que, sencillamente, confía, descansa y se apoya en Cristo (Ro. 4:5). La fe santificadora es una gracia cuya misma vida es acción, “obra por el amor” y, como una vertiente, mueve a todo el hombre interior (Gá. 5:6).
No hay controversia en cuanto a que nuestra justificación ante Dios por fe en Cristo es lo primordial. Todos los que sencillamente creen, son justificados. La justicia es imputada “al que no obra, sino cree” (Ro. 4:5). Es absolutamente bíblico y correcto decir que “solo la fe justifica”. Pero no es bíblico ni correcto decir “sólo la fe santifica”.
La santidad verdadera no consiste meramente en creer y sentir, sino en hacer y sobrellevar. Nuestra boca, nuestro humor, nuestras pasiones e inclinaciones naturales, nuestra conducta como progenitores e hijos, patrones y siervos, esposos y esposas, gobernantes y gobernados; cómo nos vestimos, cómo empleamos nuestro tiempo, cómo nos comportamos en los negocios, nuestro comportamiento en la enfermedad y en buena salud, en riquezas y en pobreza, todos estos, son temas tratados cabalmente por escritores inspirados. No se contentan con una declaración generalizada de lo que debemos creer y sentir,
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Cuando la gente habla de haber recibido “tal bendición” o de haber encontrado “la vida superior”, después de haber escuchado a algún defensor sincero de la “santidad por fe y auto consagración”, mientras que sus familiares y amigos no ven ninguna mejora ni un incremento de santidad en su temperamento y conducta cotidiana, se hace un daño inmenso a la causa de Cristo.
La verdadera santidad, tenemos que recordar, no consiste meramente de sensaciones e impresiones interiores. Se trata más que de lágrimas, suspiros y un entusiasmo corporal, un pulso acelerado y una pasión por nuestros predicadores favoritos o nuestro propio grupo religioso. No es solamente una pronta disposición a hacerle frente a cualquiera que no coincide con nosotros. En cambio, es más bien algo de “la imagen de Cristo” que puede ser vist...
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Pregunto, en tercer lugar, si es sabio usar un lenguaje impreciso acerca de la perfección y de recalcarles a los cristianos que hay un estándar de santidad que se puede obtener en esta vida, pero que no garanti...
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Ningún lector cuidadoso de su Biblia pensaría negar que los creyentes son exhortados a ir “perfeccionando la santidad en el temor de Dios”, a ir “adelante a la perfección” y a perfeccionarse (2 Co. 7:1; He. 6:1; 2 Co. 13:11). Pero todavía no he visto que haya algún pasaje en las Escrituras que enseñe que puede lograrse una perfección literal, una liberación completa y absoluta del pecado, ni en los pensamientos, ni palabras ni hechos, ni tampoco que ningún hijo de Adán lo haya logrado en este mundo. Lo que es posible ver, ocasionalmente en algunos creyentes entre pueblo de Dios, es una
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Es interesante que al final Wesley, quien declaró la posibilidad de santificación completa en esta vida, fuera un abusador de su esposa, arrogante y contencioso contra su humilde y amistoso detractor George Whitefield (quien, de hecho, reflejando la santidad mucho mejor que el pelagiano, confesaba una más bíblica y sana doctrina de la santificación).
¿Hemos visto alguna vez hombres más santos que el martirizado John Bradford, o Hooker, o Usher, o Baxter (1615-1691), o Rutherford (1600-1661), o M’Cheyne (1813-1843)? ¡Aun así, nadie puede leer los escritos y cartas de estos hombres sin ver que se sentían “deudores de la misericordia y la gracia” cada día y que lo último que hubieran hecho es pretender que eran perfectos!
Cuando alguien puede hablar tranquilamente de “vivir sin pecado” mientras está en el cuerpo y que puede, de hecho, afirmar que “no ha tenido ni un pensamiento malo en tres meses”, ¡sólo puedo decir que, en mi opinión, es un cristiano muy ignorante! Protesto contra enseñanzas como ésta. No sólo no hacen nada de bien, sino que hacen un daño inmenso. Disgustan y enemistan con la fe cristiana a hombres inteligentes de este mundo, que saben qué es incorrecto y qué no es cierto. Deprimen a algunos de los mejores hijos de Dios, que sienten que nunca pueden obtener una “perfección” de este tipo. Causa
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Lo que sí quisiera enfatizar es el hecho que los mejores comentaristas en cada período de la Iglesia, casi invariablemente, han aplicado el séptimo capítulo de Romanos a creyentes maduros. Los comentaristas que no comparten esta posición han sido, con unas pocas excepciones, los romanistas, lo socinianos y los arminianos. Contra la posición de ellos están casi todos los reformadores, casi todos los puritanos y los mejores teólogos evangélicos modernos. ¡Pueden decirme, por supuesto, que nadie es infalible y que los reformadores, los puritanos y los teólogos modernos a los que me refiero están
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Si no podemos coincidir con alguien, no tenemos que hablar de sus puntos de vista con descortesía y desprecio. Una opinión que es apoyada por hombres como los mejores reformadores y puritanos, quizá no convenza a todas las mentes en este siglo, pero igualmente se debe hablar de ella con respeto.
El Espíritu Santo. Cristo, sin duda, siendo Dios, está en todas partes —en nuestros corazones, en el cielo, en el lugar donde dos o tres se reúnen en su nombre—, pero hemos de recordar que Cristo, como nuestra Cabeza y Sumo Sacerdote, está a la diestra de Dios intercediendo especialmente por nosotros hasta su segunda venida y que Cristo realiza su obra en el corazón de las personas por medio de la obra especial de su Espíritu, a quien nos prometió enviar cuando partió del mundo (Juan 15:26).
No olvidemos nunca que la verdad distorsionada y exagerada, puede convertirse en el origen de las herejías más peligrosas.
Es bien sabido que los escritores católico romanos, a menudo, afirman que la iglesia se divide en tres clases: Pecadores, penitentes y santos. ¡Me parece a mí que los maestros modernos de esta época que nos dicen que hay tres tipos de los que profesan ser cristianos —los no convertidos, los convertidos y los que viven la “vida superior” de total consagración—, se refieren a prácticamente los mismos niveles! Pero sea la idea antigua o nueva, católica romana o no, me es totalmente imposible ver que tenga una base bíblica. La Palabra de Dios siempre habla de dos grandes divisiones de la humanidad
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me niego a decirle a ningún convertido que necesita una segunda conversión y que algún día dará un paso enorme a un estado de total consagración. Me niego a enseñarlo porque no veo en las Escrituras justificación alguna para hacerlo. Me niego a enseñarlo porque creo que la tendencia de la doctrina es totalmente maliciosa, que deprime al humilde de corazón y llena de orgullo al superficial, al ignorante y al presuntuoso, en un grado sumamente peligroso.
la verdad lisa y llana es que los hombres seguirán confundiendo dos cosas que son diferentes: La justificación y la santificación: - En cuanto a justificación las palabras para decirle al hombre son: “Cree, sólo cree”. - En cuanto a santificación las palabras tienen que ser: “Mantente en guardia, ora y lucha”. Lo que Dios ha dividido, no lo mezclemos y confundamos nosotros.
La incapacidad para distinguir las diferencias doctrinales cunde por doquier y, mientras el predicador sea “hábil” y “fervoroso”, cientos de oyentes parecen creer que tiene que estar predicando la verdad ¡y lo llaman a uno terriblemente “intolerante y duro”, si sugiere que no predica la verdad!
El que quiere obtener conceptos correctos acerca de la santidad cristiana, tiene que empezar por examinar el delicado y vasto tema del pecado. Tiene que escarbar muy profundo, si quiere edificar muy alto. Un error aquí es muy malo. Los conceptos equivocados sobre la santidad se pueden rastrear, generalmente, en criterios equivocados de la corrupción humana.
La verdad lisa y llana es que el conocimiento correcto del pecado es la raíz de todo el cristianismo salvador.
“pecado” es, hablando en general, como lo declara el Artículo 95 de la Iglesia Anglicana: “La falla y corrupción de la naturaleza de cada hombre engendrado por un hijo de Adán; por la cual el hombre está muy apartado (quam longissime en latín) de su justicia original y es, por su propia naturaleza, inclinado hacia el mal, de modo que los deseos de la carne son siempre contra el espíritu y, por lo tanto, cada persona nacida en el mundo merece la ira y la condenación de Dios”. El pecado, en resumen, es aquella vasta enfermedad moral que afecta a toda la raza humana, a todo rango, clase, nombre,
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“un pecado”, hablando más particularmente, consiste en hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no se conforma perfectamente a la mente y la ley de Dios. Pecado, en suma, como dicen las Escrituras, es una “infracción de la ley” (1 Juan 3:4). La más leve desviación, ya sea exterior o interior, del paralelismo matemático absoluto con la voluntad y el carácter revelado de Dios, es un pecado, y nos hace, inmediatamente, culpables a los ojos de Dios.
alguien puede quebrantar la ley de Dios en su corazón y en su mente, aun cuando no haya ningún acto perverso manifiesto y visible.
pecamos, como bien nos recuerda nuestro Libro de Oraciones, “dejando de hacer las cosas que debemos hacer”, al igual que “hacer las cosas que no debemos hacer”.
uno puede cometer pecado y no saberlo y creerse inocente cuando en realidad es culpable.
Un estudio más profundo de Levítico podría hacernos mucho bien.
El infante más hermoso que haya nacido este año y viene a ser el rayito de sol de una familia, no es, como su madre quizá cariñosamente lo llame, un “angelito”, ni un bebito “inocente”, sino un pequeño “pecador”. ¡Ay! ¡Acostado sonriendo y balbuceando en su cuna, esta tierna criaturita tiene en su corazón las semillas de todo tipo de maldades! Basta con observarlo cuidadosamente mientras crece en estatura y su mente se desarrolla, para detectar una incesante tendencia hacia lo egoísta y lo malo, y un alejamiento de aquello que sea bueno. Verá en él los brotes y gérmenes del engaño, del mal
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El pecado es una enfermedad que satura y compromete cada parte de nuestra constitución moral y cada una de nuestras facultades mentales. La comprensión, los afectos, los poderes para razonar, la voluntad, están todos infectados, en menor o mayor grado.
Todo esto es un complicado rompecabezas para los que se burlan de la “Palabra escrita de Dios” y de los eruditos bíblicos. Pero es un nudo que podemos desatar con la Biblia en nuestras manos.
cada parte del mundo da testimonio del hecho que el pecado es la enfermedad universal de toda la humanidad. Busquemos por toda la tierra de este a oeste, de polo a polo, busquemos por toda nación de todo tipo de clima en los cuatro puntos cardinales de la tierra, busquemos en cada rango y clase social en nuestro país, desde el más elevado al más bajo y, en cada circunstancia y condición, la conclusión siempre será la misma. Las islas más remotas en el Océano Pacífico, completamente separadas de Europa, Asia, África y América, más allá del alcance del lujo oriental y las artes y literatura de
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Reconozcamos que la humanidad surgió de una pareja, y que esa pareja cayó (como nos lo dice Génesis 3), y que el estado de la naturaleza humana en todas partes es fácilmente comprensible. Neguémoslo; como lo hacen muchos, y nos encontraremos inmediatamente envueltos en dificultades inexplicables. En una palabra, la uniformidad y universalidad de la corrupción humana dan respuesta a los ejemplos más difíciles de explicar de las enormes “dificultades de la infidelidad”.
el pecado en el corazón del cristiano ya no domina. Está controlado, mortificado y crucificado por el poder expulsivo del nuevo principio de gracia.
¡Ciertamente debe ser poderoso ese enemigo que aunque esté crucificado sigue vivo! ¡Feliz es aquel creyente que lo comprende y, mientras se regocija en Cristo Jesús, no confía para nada en la carne y, por lo tanto, dice: “Gracias a Dios que nos da la victoria” (1 Co. 15:57); nunca se olvida de estar en guardia y orando para no caer en tentación!
Aquellos animales cuyo olor nos resulta tan ofensivo, no tienen idea de que son perjudiciales y no se afectan entre sí. Y yo creo que el hombre, el hombre caído, no puede tener una idea cabal de lo vil que es el pecado a los ojos de aquel Dios cuya obra es absolutamente perfecta —perfecta, aun si la vemos a través de un telescopio o un microscopio—, perfecta en la formación de un gran planeta como Júpiter, con sus satélites sincronizados al segundo, mientras gira alrededor del sol y en la formación del insecto más pequeño que camina a nuestros pies.
Terriblemente negra ha de ser esa culpa por la cual, sólo la sangre del Hijo de Dios podía satisfacer. Pesada debe ser la carga del pecado humano que hizo gemir a Jesús y sudar gotas de sangre en agonía en Getsemaní y clamar desde el Gólgota: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, cuando despertemos en el día de resurrección, como la vista que tendremos del pecado y del conocimiento retrospectivo que tendremos de nuestras innumerables faltas y defectos. Nunca, hasta la hora cuando Cristo venga por segunda vez,
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Somos demasiado prontos a olvidar que la tentación de pecar raramente se nos presenta en su verdadera realidad, diciendo: “Soy tu enemigo mortal y quiero arruinarte eternamente en el infierno”. ¡Oh no! El pecado nos llega, como Judas, con un beso y, como Joab, con una mano extendida y palabras halagadoras. El fruto prohibido le parecía bueno y deseable a Eva; no obstante le echó fuera del Edén.
El pecado raramente parece pecado al principio. Estemos en guardia y oremos, no sea que caigamos en tentación.
¡Qué divinamente adecuado es ese lenguaje para los hijos de Dios, que el Libro de Oraciones pone en la boca del cristiano antes de acercarse a la mesa de comunión: “El recuerdo de nuestras malas acciones nos son gravosas; la carga es intolerable: Ten misericordia de nosotros, ten misericordia de nosotros, Padre muy misericordioso; en el nombre de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, perdónanos por todo lo pasado”!
cuanta más luz tenemos, más vemos lo pecaminoso que somos y cuanto más nos acercamos al cielo, más estamos revestidos de humildad.
pecadores,
en todo esto, digo, hay un remedio, pleno, perfecto y completo para la enfermedad aborrecible del pecado.
Es en vano cerrar los ojos al hecho de que hay una gran cantidad de supuesto cristianismo hoy día que no puede declararse positivamente errado, pero que, a pesar de todo, no es completo, de peso, ni totalmente acertado. Es un cristianismo en el cual no se puede negar que haya “algo de Cristo, algo de la gracia, algo de la fe, algo del arrepentimiento y algo de la santidad”; pero no es lo verdadero, tal como aparece en la Biblia. Las cosas están fuera de lugar y son desproporcionadas.
La gente nunca se propondrá decididamente ir en dirección al cielo y a vivir como peregrinos hasta que sientan que realmente corren peligro de ir al infierno.
No hay nada mejor que podemos hacer que seguir su plan. ¡Podemos depender de él; los hombres nunca acudirán a Jesús, ni se quedarán con Jesús, ni vivirán para Jesús, a menos que realmente sepan por qué deben acudir a él y cuál es la necesidad que tienen!
La tendencia del pensamiento moderno es rechazar los credos y toda clase de límites en la religión. Se cree que es muy bueno y sabio no condenar ninguna opinión y declarar que todos los maestros inteligentes y serios, son dignos de confianza, no importa lo heterogéneas y mutuamente destructivas que puedan ser sus opiniones. ¡Todo en verdad es cierto, nada es falso! ¡Todos tienen razón y nadie está equivocado! ¡Es muy probable que todos sean salvos y nadie se perderá! La expiación y sustitución de Cristo, la personalidad del diablo, los elementos milagrosos en las Escrituras, la realidad y
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Me resulta difícil creer que cuando esa parte maravillosa de nuestro ser llamada conciencia está realmente despierta y viva, un cristianismo ceremonial sensual nos satisfaga plenamente. A un niñito se le puede tranquilizar y entretener fácilmente con juguetitos y sonajeros mientras no tenga hambre; pero en cuanto lo siente, sabemos que comer es lo único que lo satisfará. Sucede lo mismo con el alma. Música, flores, velas, incienso, estandartes, procesiones, vestiduras hermosas, confesionarios y ceremonias de carácter similar a las católicas romanas hechas por el hombre, lo satisfarán bajo
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Creo que las palabras del Artículo 15 son totalmente ciertas: Que “sólo Cristo es sin pecado; y que todos nosotros, el resto de los mortales, aunque hemos sido bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos de muchas maneras; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Usando el lenguaje de nuestra primera homilía: “Existen imperfecciones en nuestras mejores obras: No amamos a Dios tanto como deberíamos, con todo nuestro corazón, mente y fuerzas; no tememos a Dios tanto como deberíamos; no oramos a Dios sin tener muchas y grandes
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