El viento conoce mi nombre
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Chile? ¡Eso queda lejísimos, señora Adler! —exclamó Volker.
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Así lo acordaron, pero esa misma noche llegó Peter Steiner con la mala nueva de que a Rudolf Adler
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campo de concentración en Dachau.
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—Perdóname por traerte tan malas noticias, Samuel… Se la llevaron a Ravensbrück.
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—Sí. Allí murieron más de treinta mil prisioneras, Samuel. Tu madre y tu tía Leah entre ellas.
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Su primer empleo fue con la Orquesta Filarmónica de Londres, de mucho prestigio,
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En esos instantes se borraba el pasado y sentía que se desintegraba; su cuerpo desaparecía y su espíritu, libre y exultante, se elevaba con cada nota.
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El ejercicio solitario al aire libre era como la música para él: le daba paz. Visitaba a menudo a los Evans.
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Luke también se burlaba: «Déjalo, Lidia, todavía es muy joven para casarse», decía, pero Samuel sospechaba que nunca encontraría a una mujer que lo quisiera.
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Necesitaba escuchar jazz vivo, perderse en el ritmo sincopado, la melancolía de los blues, la fuerza irresistible de los instrumentos conversando entre ellos, llamándolo. Y para eso debía ir al lugar de origen, a Nueva Orleans.
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pero al verla cualquiera adivinaba que provenía de otra parte; era color dulce de leche, con el pelo negro, que llevaba en una breve cola de caballo, y rasgos de indígena.
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Su padre le había dicho que existían algunos parientes lejanos
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El Salvador, pero Leticia no conocía a ninguno. De su propia familia no quedaron más que ella y su padre.
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Había entrado en Estados Unidos cruzando a nado el río Grande aferrada a su padre, Edgar Cordero. Eso había si...
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de El Mozote y si se lo hubiera contado, no lo habrían creído.
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gente oscura y pobre, gente de otro planeta que se presentaba espontáneamente en la frontera con su carga de problemas.
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hermanos. A su madre jamás la olvidó, aunque sólo tenía de ella una fotografía, tomada en la plaza de un pueblo,
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Su familia habitaba desde hacía varias generaciones en el caserío salvadoreño de El Mozote,
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Los Cordero, como el resto de la gente en esa aldea, eran evangélicos, a diferencia
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de los habitantes de la región, casi toda católica, pero eso no les impedía ser devotos de la Virgen de la Paz. Leticia dormía con dos de
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Leticia acompañaba a su madre a lavar la ropa en el río, refregándola con jabón y azotándola contra las piedras, después de haberla remojado por la noche en agua de cenizas.
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poseía un pedazo de tierra, donde cultivaba en conjunto con los vecinos maíz, yuca y aguacate.
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que partirse las espaldas en los cafetales de los terratenientes y no pasaban hambre.
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La abuela le estaba cosiendo el vestido blanco a Leticia para el año siguiente.
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—Que tenía indigestión y anemia. Le dio unas gotas y le mandó que comiera mucha carne y frijoles, pero todo le cae mal. Sigue igual. Yo diría que sigue peor, maestra.
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La abuela preparó una bolsa con la mejor ropa de la niña, para que se presentara decente en la capital, y un canasto con pan, queso y medio
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Muchas horas más tarde se enteró de que Leticia tenía una úlcera perforada en el estómago y la habían
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operado de urgencia. Le explicaron que había perdido mucha sangre, necesitaba una transfusión y estaría hospitalizada hasta que se estabilizara.
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Sin embargo, la atención médica era buena y compensaba la pobreza del hospital. Leticia era
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quinto día le dieron el alta en el hospital. Ella
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Habría de pasar más de una década para que la verdad fuera aflorando de a poco, porque ni al Gobierno de El Salvador ni al de Estados Unidos
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Negaron la masacre, impidieron la investigación y aseguraron la impunidad de los asesinos.
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Se trataba de eliminar de raíz a los movimientos de izquierda, en especial a las guerrillas. En El Mozote no había
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No fue así. El 10 de diciembre los soldados del batallón Atlacatl llegaron en helicópteros con su rabia de guerra y ocuparon varios caseríos de la zona en cuestión de minutos; su misión era aterrorizar
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las poblaciones rurales para impedir que apoyaran a los insurgentes. Al día siguiente separaron a la gente, los hombres por un lado, las mujeres por otro, los niños en la casa
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y después los ejecutaron a todos, unos a tiros, otros a cuchillo o machete, a algunos los quemaron vivos.
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«Un niño muerto, un guerrillero menos». También mataron a los animales e incendiaron las viviendas y los sembradíos.
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fondo: aniquilaron a más de ochocientas personas, la mitad eran niños con un promedio de edad de seis años. Arrasaron con la vida.
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Hubo muchos operativos similares en la década de los ochenta, durante la guerra civil, que duró doce a...
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Edgar Cordero había llegado a su aldea dos días después de la matanza, ocurrida mientras él y su hija estaban en la capital. Los soldados ya se habían
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Leticia nunca supo si pudo enterrar a su madre, sus hermanos y su abuela, porque él jamás le contó lo que había
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de emprender el viaje que su padre planeaba. Tuvieron que permanecer en la ciudad durante más de dos semanas, sin dinero y sin conocer a nadie.
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Los servicios religiosos eran la única vida social que tenían, allí se sentían parte de una comunidad, no estaban solos. Los feligreses se ayudaban
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Edgar lloraba, porque no podía perdonar a los asesinos de su familia.
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En la época de más pobreza conocieron a Cruz Torres, un mexicano que llevaba muchos años en Estados Unidos; tenía un equipo de latinos a sus órdenes y se dedicaba a la construcción.
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La casa era una pocilga en el último estado de decrepitud, pero para Edgar y su hija era un palacio. En vez de estudiar
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enamoró, con la pasión absoluta de los dieciséis años, de un joven americano rubio y atlético,
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—Una niña virgen puede quedar encinta por bañarse con hombres —le advirtió. —¡Ay, papá! Las piscinas tienen tanto cloro que
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El novio, plomero de profesión y alcohólico de vocación, le consiguió a Leticia un certificado de nacimiento en el que figuraba con dos años más, para que pudieran casarse.
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La boda nunca fue válida, pero Leticia vino a enterarse un buen tiempo después, cuando se le acabó la paciencia.