Para entender al gobierno. Parte 1: El origen

El mito fundacional del segundo gobierno de Michelle Bachelet se estableció un día preciso: el miércoles 27 de marzo de 2013. Aquella mañana, la ex Presidenta regresó de Nueva York y al anochecer anunció, en la comuna de El �Bosque, que sería candidata �presidencial.

Un mito no es una mentira. Es una construcción cultural destinada a explicar un fenómeno que a menudo tiene características extraordinarias y que no acepta las clasificaciones racionales tradicionales. Los seguidores de este mito sostienen -sin asomo de broma- que ese 27 de marzo cambió el clima del país, que un Chile desencantado y con pocas esperanzas vio ante sus ojos una nueva oportunidad.

Ese Chile en mal estado era el que estaba dejando el gobierno de Sebastián Piñera, con los estudiantes movilizados en las calles, los ambientalistas enardecidos, las regiones al borde de la insurrección, los consumidores y los ciudadanos hastiados, en fin, todo lo que podría configurar un polvorín social.

Piñera era la culminación de las lacras del neoliberalismo, pero no el total. El desarrollo de Chile -siempre según este pensamiento- se había encaminado, según lo que ya había anunciado el segundo Informe de Desarrollo Humano del PNUD, el de 1998, titulado “Las paradojas de la modernización”, por la ruta de un crecimiento económico lacerado por la inseguridad y la desigualdad entre las personas, problemas que el aumento del desarrollo no sólo no estaba solucionando, sino, hasta cierto punto, profundizando.

Aquel año 1998 fue también el del debate entre los “autocomplacientes” y los “autoflagelantes”, y estos últimos -entre los cuales estaban algunos redactores del PNUD- estuvieron a punto de llegar al gobierno con Ricardo Lagos, pero la anémica diferencia de votos de la primera vuelta frente a Joaquín Lavín hizo que el candidato de la Concertación retomara la línea de sus antecesores.

Los “autoflagelantes” sostenían que, ocho años después de llegar al gobierno, el país ya tenía las condiciones sociales para liberarse de todas las herencias de la dictadura, incluyendo su sistema económico ultraliberal. Pero eso no fue apreciado de la misma manera, y los “autoflagelantes” dejaron la Concertación o se guardaron para un momento más maduro. Que vendría con el segundo período de Bachelet.

En opinión de los gestores de este segundo período, la Concertación significó un gran paso en la modernización del país, pero no tuvo la voluntad para cambiar el modelo heredado de Pinochet hasta sus raíces. La derrota del 2010 habría sido, en ese análisis, la consecuencia lógica de haberse confundido con la derecha hasta volverse intercambiable. Cuando se interpone la objeción de que el de Bachelet fue el primer gobierno que no entregó el mando a un sucesor de su propia coalición, la respuesta es inmediata: el problema estuvo en el candidato -Eduardo Frei Ruiz-Tagle-, que era precisamente el símbolo de una Concertación ya agotada.

El grupo que administró esta visión de la historia reciente no renegaba de la Concertación. Eso vino después, de la mano de quienes habían estado fuera de ella, pero que mostraban cierta ansiedad de unirse a una coalición capaz de alcanzar el gobierno. Nadie entra a la política para consumirse en el puro testimonio. Y nadie en el círculo de Bachelet está dispuesto tampoco a rechazar a estos sectores, ni a su revisionismo más retórico que práctico, porque de lo que se trata es de sumar, no restar.

Pero todo esto es posterior. En el origen, las cosas comenzaron a adquirir aires de viabilidad cuando el círculo más cercano a Bachelet obtuvo de ella lo que entendió como una definición crucial. Sobre esto no hay una fecha tan exacta, pero algunos participantes la sitúan en algún momento del 2012, cuando la ex presidenta habría dicho que estaría dispuesta a asumir una nueva candidatura a condición de que pudiera realizar reformas profundas, cambios memorables y duraderos. Cambios tales, que el país fuese diferente al terminar su segundo gobierno, lo que no ocurrió más que parcialmente durante el primero.

Sin esa ambición, su regreso no tendría sentido.

Es ahora evidente que esa caracterización alentó y entusiasmó a todos los que deseaban un retorno más grandioso que el de una figura aureolada por una gran popularidad. Se necesita un retorno “recargado”, que significara un salto cualitativo para la centroizquierda y, de paso, la expurgación de la derecha en el gobierno, de cuya experiencia llegaban tantas y tan malas noticias a Nueva York.

Así se llegó al momento mágico, la noche del 27 de marzo de 2013, donde a algunos les pareció que un Chile se iba a dormir para que pronto despertara otro.

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Published on February 08, 2015 07:20
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Ascanio Cavallo
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