The children star
Joan Slonczewski es una microbióloga estadounidense con una extensa trayectoria académica que incluye un doctorado en biofísica y bioquímica molecular. En paralelo, ha desarrollado desde 1980 una carrera literaria parca en publicaciones (siete novelas y tres relatos), pero notable por su particular aproximación a una space opera hard biológica, a menudo con elementos feministas y un enfoque pacifista, inspirado en la ética cuáquera.
Tras su debut con la novela «Still forms in a foxfield», su despegue llegó con «A door into ocean» (1986), que le supuso el primero de sus dos premios John W. Campbell Memorial. Esta novela se convirtió en la primera de su Ciclo del Elíseo, una tetralogía ambientada en una confederación interestelar, el Pliegue, distribuida por una serie de mundos y sistemas conectados a través de agujeros de gusano, cada uno de ellos con sus propios valores, instituciones e intereses, a veces en conflicto, habitada por humanos, transhumanos de distinta índole e inteligencias artificiales (a las que legalmente se les debe conceder la libertad en cuanto despiertan a la autoconsciencia).
Pese a ser novelas independientes, el cuarteto sigue una progresión cronológica, en la que los cambios sociopolíticos y tecnológicos precedentes van moldeando el escenario y las políticas del Concilio del Pliegue. Tras «A door into ocean» (y una novela independiente intermedia), Slonczewsky publicó en 1993 «Daughter of Elysium» y en 1998 «The children star», ambientada principalmente en Prokaryon, un planeta con elevadísimos niveles de arsénico que lo hacen incompatible con la vida humana, a no ser que quien desee colonizarlo se someta a una compleja y costosa biorremodelación (más fácil cuanto más joven es el sujeto).
La principal característica de Prokaryon, sin embargo, y la que le da nombre, es que su población nativa consiste únicamente en organismos procariotas (sin núcleo diferenciado), con una triple hebra de ADN, que se reproducen por fisión celular dando lugar a tres células hijas. Al contrario que en la Tierra, estos procariotas han dado lugar a organismos multicelulares, todos ellos replicando a gran escala el plan corporal toroidal de los microbios, dando lugar tanto a seres autótrofos (fitoides), como heterótrofos (zooides)… e incluso otros que comparten rasgos de ambos.
Debido a las dificultades de explotación, Prokaryon apenas está poblado por unas pocas explotaciones mineras (de lantánidos y corindones), algún centro privado de investigación y una única colonia, dirigida por misioneros (tanto humanos como mecanismos sintientes, de una religión animista que podría describirse como monismo espiritualista, cuyos practicante se conocen como Spirit Callers) y habitada principalmente de niños que han rescatado de una muerte segura en el planeta Reyo (arrasado por una pandemia de origen priónico), biorremodelados para poder vivir libremente allí y consumir alimentos locales.
La presencia de esta pseudocolonia (pues no se considera realmente asentada hasta que no nacen individuos autóctonos, algo que la biorremodelación no permite) constituye un obstáculo para uno de los más poderosos empresarios del Pliegue, que pretende terraformar parcialmente Prokaryon para permitir su explotación minera a gran escala. Esta actuación, por supuesto, implica la aniquilación de toda vida autóctona, en principio en un solo continente, aunque la intención es extenderlo con el tiempo a todo el planeta.
Lo único que puede frustrar sus planes es el desenmascaramiento de los hipotéticos amos de Prokaryon, los responsables en teoría de que los bosques de árboles cantores se dispongan en patrones fijos o los campos de fitoides comestibles formen líneas regulares. Claro que, cuando por fin se revelan, su naturaleza resulta tan diferente a las inteligencias del Pliegue y los posibles conflictos de una naturaleza tan novedosa que hasta la estricta política pro inteligencia del Concilio podría ser verse desafiada como nunca antes.
Aunque ello me obligue a guardarme para mí algunas de las mejores y más sorprendentes especulaciones de «The children star» y me fuerce también a dejar fuera de la sinopsis más de la mitad de la novela, no voy a entrar en mayor detalle, porque una parte importante del disfrute de la historia se basa precisamente en lo novedosa que resulta la propuesta (un poco forzada, lo reconozco, pero ahí reside su gracia) de Slonczewski. Eso sí, no puedo dejar de expresar lo que me fascina encontrar después de más de dos mil libros leídos de ciencia ficción algo tan diferente.
En general, la ciencia ficción hard no se muestra muy interesada en la biología (hay excepciones, claro, como Peter Watts, pero casi todo el hard clásico se centra exclusivamente en ingeniería, física y si eso química inorgánica). Con «The children star» he encontrado una novela equiparable en cuanto a sentido de la maravilla con la serie de las Zonas de Pensamiento de Vernor Vinge («Un fuego sobre el abismo» y «Un abismo en el cielo«), con un interés por la política transhumana similar a la Cultura de Banks y un rigor biológico a la altura del resto de ciencias. Algo que, por supuesto, me ha encantado.
Pero incluso si no es eso lo que habéis estado buscando toda la vida, el Ciclo del Elíseo tiene mucho que ofrecer, y en particular «The children star» presenta una de las mejores implementaciones que he leído sobre el despertar de la inteligencia artificial y su relación en un plano de igualdad con los humanos (o post-humanos). De igual modo, la religión no es un tema muy habitual en la ciencia ficción y cuando se trata no siempre resulta algo satisfactorio. Aquí, sin embargo, los Spirit Callers hacen gala de un desarrollo complejo y una teología que no desentona con el entorno hipertecnificado, tratando incluso (en subtramas paralelas) temas delicados como crisis de fe o diferencias doctrinales.
Por último, destacaría la filosofía subyacente (que al parecer, no sé lo suficiente sobre la materia, se fundamenta en la moral cuáquera), que nos muestra un pacifismo realista, que no solo no es fácil de sostener frente a la presión de otros actores con posturas muy diferentes, sino que comprende la imposibilidad de la utopía y aun así es fiel a sus principios pese a los posibles costes. La propia autora comentó en su momento que esto chocaba con la visión de la ciencia ficción de los ochenta, que abogaba más por el conflicto para la resolución de diferencias, y quizás tuviera razón, porque personalmente pienso, a partir de esta primera toma de contacto, que el Ciclo del Elíseo debería ser una serie más conocida y apreciada.
Respecto al orden de lectura. La verdad es que hay desarrollos previos que tal vez hubiera convenido conocer mejor con antelación, pues aunque se nos referencian vagamente en el texto, siempre será preferible seguir un orden cronológico (que en este caso es tanto interno como de publicación). Esto, por cierto, habrá de aplicarse a rajatabla con la cuarta entrega, «Brain plague» (2000), pues su trama enlaza directamente con la resolución del misterio de los amos de Prokaryon.


