23F. Dia 0.

23 de Febrero. Palacio del Congreso.

El Teniente Coronel Tejero avanzaba por los pasillos, con el cuerpo envuelto en la capa reglamentaria de la guardia civil. Sus ojos estaban ocultos tras unas gafas oscuras como el abismo.

Junto a él, otros guardias civiles le seguían con paso firme mientras susurraban palabras listos para lo que iba a suceder.

Llegaron a las puertas que daban a la sala del parlamento y, sin dudar, las atravesaron de una patada.

Dentro, los senadores se sobresaltaron por la violencia de la entrada.

Tejero subió al púlpito con la pistola en la mano donde estaban los diputados.

—¡Quieto todo el mundo!

El resto de sus hombres entraron rápidamente en la sala, metralletas a punto, a tomar el control de la situación. Uno de los diputados intentó enfrentarse a ellos pero lo redujeron sin problemas.

—Ese será el primero —apuntó el Teniente. Un par de sus hombres lo tiraron al suelo y lo sujetaron—. ¡Ahora, todo el mundo al suelo!

Como ninguno de los diputados reaccionaba, paralizados por lo absurdo de la situación, los guardias civiles dieron varios disparos al techo. Tras esto, los miembros del senado buscaron refugio en sus escaños sin rechistar. Los golpistas tenían el completo control de la situación.

—Vosotros, apartad esas mesas de ahí. Haced sitio. Preparadlo todo, no tenemos mucho tiempo —ordenó el oficial.

Sin perder tiempo, un par de los guardias despejaron el centro del congreso. Otros trajeron unas cajas decoradas con símbolos extraños. Uno de ellos entregó una de ellas a Tejero, y el resto hicieron lo mismo con otros mandos del cuerpo.

Este sacó una túnica oscura de la caja. La besó y, tras susurrar unas frases profanas, la vistió de forma ceremonial.

Los mismos soldados que habían traído las cajas volvieron con portavelas y una enorme alfombra. La extendieron en el centro ahora despejado del parlamento. En ella habían dibujados una serie de elementos extraños y blasfemos que a los que lo vieron les hicieron cuestionarse su cordura.

Tejero dió unos pasos hasta el dibujo. Sus compañeros, vistiendo túnicas similares, hicieron lo mismo, cada uno en una posición específica alrededor de la alfombra.

—Traed al de antes —ordenó Tejero.

Los soldados arrastraron al político pese a su resistencia hasta dejarlo en el centro de la alfombra.

—Traed a seis más, pero que no sean comunistas. La sangre bolchevique podría estropearlo todo.

Los soldados actuaron rápidamente. Agarraron a varios diputados y los juntaron a todos en el mismo punto.

—Españoles, hermanos; ha llegado el momento.

Los oficiales con túnicas se pusieron las gafas de sol rituales, así como el tricornio del abismo infinito y se peinaron el mostacho según lo requerido.

Los miembros de la ceremonia entonaron el ancestro ritual. Palabras que ya existían antes de que un mono se irguiera. Frases que nunca deberían haber llegado a este mundo.

—¡Pinglui magliunafh Katulu arlie guaganalga fatal!

Los guardias cortaron las gargantas de los diputados y el suelo se cubrió con sangre.

—¡Pinglui magliunafh catulu arlie guaganalga fatal!

Los cánticos fueron subiendo de tono en cada repetición hasta llegar a un punto álgido donde cesaron en seco, todos con los brazos en alto mirando al techo.

Tras unos segundos, Tejero miró al charco de sangre por encima de las gafas.

Los oficiales se miraron de reojo unos a otros.

—No parece que pase nada —murmuró uno.

—¡No estáis concentrados! Repítamoslo otra vez. 

Como uno solo hombre, los siete guardia civiles, volvieron a entonar el cántico.

—¡Pinglui magliunafh catulu arlie guaganalga fatal! ¡Pinglui magliunafh catulu arlie guaganalga fatal! ¡Pinglui magliunafh catulu arlie guaganalga fatal! ¡PINGLUI MAGLIUNAFH CATULU ARLIE GUAGANALGA FATAL!

Siguió sin pasar nada. La alfombra estaba empapada en la sangre de los diputados ya muertos.

Uno de los ritualistas se atrevió a romper el silencio.

—Es que ya te dije que lo pronunciamos mal. No puede ser guaganalga fatal, es wuagalfantan.

—¿Y tú qué sabes? 

—Pues porque no tiene sentido que hagamos mención a las nalgas de Katulu. Menos aún para decir que son feas.

—No se dice Katulu; es Kazulu —le corrigió otro.

—Que no, coño. Os lo he dicho veinte veces, que es Chulú —aportó un quinto.

—Un momento —los calló Tejero—. ¿Estamos todos diciendo el mismo nombre o cada uno dice el que le da la gana?

—Yo digo el que es.

—Pues lo dices mal. Es Kazulu, que no te enteras.

—A ver, mi Teniente, que pone en la nota.

El susodicho sacó un papel, lo intentó leer por encima de las gafas de sol de la oscuridad abismal.

—No sé. No me he traído las gafas de leer. ¿Qué pone aquí? —le dijo a un secuaz.

Este lo leyó poniendo una cara muy rara. Intentaba vocalizar una palabra que era incapaz de pronunciar. Al final se dio por vencido.

—No sé, mi Teniente, yo, de idiomas extranjeros, poco.

Uno de los guardas en túnica lo leyó por encima del hombro de Tejero.

—Pone Chulú. Está muy claro. Chulú.

Como si esto hubiera abierto una veda, el resto lo siguieron, todos al rededor de Tejero y su pedazo de papel.

—¿Dónde puñetas lees tú Chulú ahí? Es Kazulu. La th en inglés se dice zeta, que no sabes nada de mundo.

—Pero esto no es inglés, majadero. Es un dios primigenio de muy lejos. Es Chulú.

—¡Katulu!

—¿Y si lo hacemos a Azathoth? Eso sabemos decirlo —aportó uno.

—¡Callarse todos! ¡Aquí se hace lo que yo digo! —gritó Tejero. Se acercó el papel mucho a los ojos. Los entrecerró forzando la vista. Tras unos segundos, cabreado, cerró el papel y lo metió en el bolsillo— Vamos a invocar a Azathoth y a tomar por culo. Venga, aire. No tenemos todo el día.

—Pero mi Teniente, a lo mejor Kazulu se cabrea.

—¡Aquí se invoca a quién me sale de los cojones! ¿Estamos? Si el Katulu, Kazulu, o como cojones se llame, tiene alguna queja le meto un paquete que se caga por las patas abajo. ¡Que somos la guardia civil de España! 

—¿Y lo de la nalga fatal?

—¡La nalga se queda! ¡Y cuadresemé!

Otra vez, todos ocuparon sus puestos y las voces volvieron a alzarse, retumbando de forma pecaminosa entre los muros del palacio de la democracia.

—¡Pinglui magliunafh Azathoth arlie guaganalga fatal! ¡Pinglui magliunafh Azathoth arlie guaganalga fatal! ¡Pinglui magliunafh Azathoth arlie guaganalga fatal! ¡PINGLUI MAGLIUNAFH AZATHOTH ARLIE GUAGANALGA FATAL!

Al principio no pasó nada. Tras unos segundos, unos burbujeos en la sangre de la alfombra llamaron la atención de todos.

Estos se hicieron más intensos. Un gemido que parecía provenir del otro extremo de la existencia llenó la sala.

Una mano esquelética surgió de la sangre. Luego otra. Un cráneo, seguido de la columna y el torso emergieron poco a poco, con problemas.

Luego, los huesos se cubrieron de fibras. Estas formaron órganos y músculos. Por fin piel.

Sobre un charco de sangre yacía la figura de un hombre mayor, pero definitivamente fuerte.

Los soldados se apresuraron a cubrir la desnudez del hombre con una manta. Limpiaron la sangre y lo vistieron con un traje militar.

Tejero lo sujetó entre sus brazos como una madre sostiene a su hijo.

—Maestro. Hábleme maestro.

El hombre se convulsionaba. Con esfuerzo, unas palabras surgieron de su boca. Su voz sonaba suave, casi aniñada.

—¿Sigue siendo mi España una, grande y libre?

Unas lágrimas cayeron por las mejillas de Tejero. Buscó alguna cámara. La señaló y dijo muy serio.

—Españoles; Franco… ha vuelto.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 04, 2024 05:23
No comments have been added yet.