Matar a la bella

Los medios explicaron que a la bella la mató la ciencia; las cirugías que le estrecharon la cintura también le iban quitando poco la respiración hasta que una madrugada murió de asfixia. A la bella la mató su psiquiatra. Cuenta que cuando lo llamaron de emergencia por lo del frasco pastillas, él se acercó al disimulo a la cama y le comprimió fuertemente la nariz con toda la palma, hasta que estuvo pálida. “Muerta antes o muerta después”, dijo a la prensa, “¿qué diferencia habría si se iba a morir de amor tarde o temprano?”. A la bella la asesinó él gobierno, el agente Norman Hogdes, en sus últimas horas testifico haberle inyectado Nembutal entre los dedos de pie izquierdo mientras dormía. “Nunca había matado mujeres”, confesó mientras se relamía los labios secos por guardar tantos secretos de estado, pero siempre hay una primera vez; a la bella la mató su último amigo, un pedazo de carne joven que había enganchado en un bar y que se agarró tan fuertemente a sus costillas que las fracturó en un abrazo. A la bella confesaron haberla envenenado su nana; su chofer de limosina; su mansajista; alguien que no estaba en el país esa noche; un astronauta y un viajero del tiempo… La fila de los que decían ser culpables logró dar varias veces la vuelta a la estación de policía y eran mucho más celosos que sus amantes en vida, los que decían haberla recibido la primicia de su último aliento. Todos equivocados, para entrar en un estrecho vestido de pedrería, antes de cantar el cumpleaños para el presidente, la bella en un complicado procedimiento hecho en una clínica cubana, se había hecho extraer el corazón. Anticipándose a su destino fatal, desde 1960 estaba muerta, pero era buena actriz.
Published on February 03, 2017 19:35
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