EN ROJO AYER (7). En colaboraci�n con Juan Miguel Aguilera

Lleg� a casa oliendo a tabaco y a sudor ajenos. Todav�a no le llegaba la camisa al cuerpo, pero es que no pod�a evitar ponerse nervioso cuando estaba delante de ellos. La polic�a ten�a una forma especial de mirarlo y de tratarlo, haciendo que se sintiera culpable de pecados que no se atrev�a a cometer ni siquiera en su imaginaci�n.


Do�a Obdulia lo esperaba. Preocupada, como siempre, un abrazo y un beso que ol�an a pan y a colonia de ni�o peque�o.


—Me ten�as ya asustada, Juanito, hijo.


—Por Dios, mam�, que ni siquiera son las nueve de la noche.


—Pero es que hace tanto fr�o en la calle…


—Tranquila, mam�, tranquila. Adem�s, �qu� me iba a poder pasar? Si he estado toda la tarde con la polic�a, precisamente.


—�Con la polic�a, hijo?


—Con la polic�a, s�. Pero tranquila, que es por cosas de trabajo.


—Ay, hijo m�o… �Si te viera tu padre que en gloria est�! �Con lo bien que te podr�as ganar la vida haciendo fotos en bautizos y comuniones! �Pero no! �El ni�o quiere ser periodista!


—Reportero, mam�. Reportero.


Entr� en el cuarto de ba�o, se lav� la cara, las manos, dos veces. Aquel olor pegajoso a sudor de polic�a no se le iba de encima. Era como si a�n lo estuvieran interrogando, tratando de hacerle desdecirse de lo que ya les hab�a dicho. Y siempre las miradas, las risitas, las insinuaciones. Y no, no quer�a ganarse la vida haciendo fotos insulsas de ni�os insulsos, pero cada vez le hastiaba m�s hurgar en las entra�as de los muertos. Otro tipo de fotograf�a, otra manera de expresar su sensibilidad art�stica, de demostrar su val�a y hacerle ver a aquellos chulos que se pod�a reflejar la vida sin creer que toda la vida es una mierda…


—Llam� Rosita –dijo do�a Obdulia desde el otro lado de la puerta—. Que la llames para quedar ma�ana. Que ten�is que dar un paseo por el Retiro.


—S�, mam�. En cuanto pueda la llamo.


—Ay, Juanito. No la dejes escapar, que es buena ni�a.


—Se hace lo que se puede, mam�.


—Tienes la sopa en la mesa. �Te preparo un vermut, hijo?


—Lo que t� quieras, mam�.


Tom� la sopa con la mirada perdida, imagin�ndose en otros mundos donde el encuentro con un agente del orden supusiera la seguridad de saber que eras t� el protegido. Y donde no hubiera que esconder las fotos de tu trabajo entre los pechos de una mujer.


—Me voy a revelar, madre. No entres en el cuarto oscuro.


—�He entrado alguna vez, so tonto?


—Por si acaso te lo recuerdo. T� sigue escuchando la radio, anda. He pedido que pongan una canci�n de Mach�n para ti. Un besito, guap�sima. Buenas noches.


Se despidi� de la anciana con un abrazo y entr� en el cuartito repleto de material fotogr�fico. Se subi� las mangas, sac� del bolsillo del pantal�n los tres carretes de fotos. Todav�a ol�an a Silvia, aquel perfume caro y a la vez sencillo, a la intimidad del contacto con su cuerpo.


Apag� la luz. Se olvid� del mundo. A solas con el fruto de su trabajo, el horror de la muerte se fue convirtiendo poco a poco en la maravilla de la ciencia, y luego en el asombro del arte.


Flotando en la disoluci�n, en un mar de sales de plata, el cad�ver del ahorcado parec�a cobrar nueva vida: los ojos que se abr�an, la boca que mostraba la lengua, el anillo de oro que brillaba como un rel�mpago en la noche.







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Published on March 13, 2016 03:51
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Rafael Marín Trechera
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