EN ROJO AYER (6). En colaboraci�n con Juan Miguel Aguilera






La salida del circo se diferencia s�lo en un par de detalles de la salida de cualquier otro espect�culo. Al contrario que el f�tbol o los toros, donde la expresi�n del p�blico que vuelve a casa est� en relaci�n directa con el marcador o el lucimiento en la faena de los diestros, el p�blico del circo, porque es menos exigente, o m�s ingenuo, o no se juega su orgullo, deja atr�s la carpa con una sonrisa de satisfacci�n. Eso not� Silvia Vel�zquez en el gesto de los padres, considerada misi�n cumplida el sacrificio econ�mico hecho por los hijos, y sobre todo en el brillo de los ojos de los ni�os, que se arrebujaban en los abrigos y las bufandas y no dejaban de re�r todav�a las gracias de los payasos Emy, Gothy y Ca�am�n, que sonre�an boquiabiertos en los carteles de entrada, y las moner�as del chimpach� Mister Charly y las perritas futbolistas de Nellos. La gente desalojaba el local, un circo estable como no hab�a otro circo en el mundo, y se perd�a en la noche de enero, de vuelta a la vida normal. Una patrulla de motoristas de la Guardia Civil escoltaba a un enorme coche negro que aceleraba ante el pasmo de los asistentes: alg�n pez gordo del gobierno acababa de asistir con ellos al espect�culo. Franco, no. A Franco, no le gustaba el circo.


Le cost� trabajo reconocerlo. Llevaba a un ni�o peque�o de la mano, y a una ni�a en brazos. Era la cabeza de la ni�a, apoyada contra la cara, lo que le impidi� identificarlo a primera vista. Un tercer ni�o, algo m�s mayor que los otros dos, sujetaba la mano del ni�o m�s peque�o, formando una cadena con el padre: Alberto. Silvia esper� a que cambiara el sem�foro y entonces cruz� la calle para abordarlo.


––�El mejor de todos era Ca�am�n! –gritaba el ni�o m�s peque�o, indicando con la cabeza la efigie de chapa del payaso que colgaba sobre el arco de entrada––. �Ese! �Ese es el m�o! Pap�, �verdad que Ca�am�n era el m�s gracioso de los tres?


––Pues claro.


––�Ves como s�?


––Pero los tres ten�an gracia.


––Yo quiero un perrito futbolista –dijo la ni�a, melosa––. �Me traer�n los reyes un perrito?


––Para perritos estamos, hija. Adem�s, a m� a quien me ha gustado m�s es Gitta Morelly, la contorsionista. �Verdad, Pablo? Era guapa, �eh?


El ni�o mayor sonri� con picard�a, como si fuera capaz de entender un asunto solo de hombres, un secreto en el que todav�a no pod�a entrar el hermano peque�o, ni mucho menos su melliza. Alberto se detuvo en la acera, el tiempo suficiente para recordar a Juanito que no se soltara, y entonces vio acercarse a Silvia.


––�Y t� qu� haces aqu�? –pregunt�, advirtiendo por el rabillo del ojo que los tres ni�os miraban con curiosidad a la muchacha.


––Sab�a que ibas a venir al circo. Llam� a tu casa y tu mujer me confirm� la hora. Hasta me dio los n�meros de las localidades.


––Ya. A �ltima hora decidi� quedarse en casa –contest� Alberto, evasivo––. Pero repito la pregunta: �qu� haces aqu�?


Silvia mir� a los tres ni�os. Vacil� un instante.


––Me temo que la cosa se haya complicado. �D�nde podemos hablar?


––�bamos a tomar unas porras con chocolate all� a aquella cafeter�a de la esquina. Aprovechemos que ahora el sem�foro en verde. Se me est� durmiendo el brazo de cargar con la ni�a.


Cruzaron a la carrera, entre risas de los ni�os y el pitido impaciente del taxi que tuvo que esperar a que terminaran de pasar. La cafeter�a estaba a rebosar, gente que sal�a del circo Price con la misma idea que ellos, pero tuvieron suerte y encontraron pronto una mesa libre. Ayud� un poco que Alberto fuera m�s r�pido que la pareja de j�venes que esperaba antes que ellos.


Los ni�os no dejaron de alborotar hasta que el camarero, un hombre mayor y canoso, vestido impecablemente con su chaquetilla blanca y su pajarita negra, les tom� nota. Chocolate con churros para ellos, un caf� con leche para Silvia, un caf� solo para Alberto. En compa��a de los cr�os, Alberto era consciente de que tendr�a que pasarse sin la copita de Soberano que le ayudaba a espantar todo tipo de fr�os. Durante la espera, Alberto present� a los ni�os a Silvia: Pablito, el mayor, y los mellizos Juan y Clara. Los ni�os la miraron con descaro y curiosidad, pero les llamaba m�s la atenci�n la brillante cafetera Victoria Arduino, de lat�n y bronce, que emit�a todo tipo de sonidos y ten�a m�s palancas y contadores que una locomotora.


Mientras los ni�os devoraban los churros y se�alaban las bolas de navidad y la nieve falsa que decoraba el interior del escaparate, Alberto se sac� del abrigo tres tebeos apaisados: uno de Roberto Alc�zar y Pedr�n, otro de El Capit�n Trueno, para los dos ni�os, y otro de Azucena para la peque�a.


––Dice que no sabe si ser periodista o princesa –se excus�, se�alando el tebeo de hadas rom�ntico––. Espero que para cuando sea mayor se le hayan quitado de la cabeza las dos cosas. Cu�ntame.


––Fuimos al… lugar de autos. Como hab�amos convenido. Hoy a mediod�a. Juanito y yo.


––Ese Juanito es Lib�lula, �verdad, pap�? ––interrumpi� la ni�a––. Dile que me tiene que hacer las fotos que me prometi�.


––Ya se lo recordar�. Ahora calla y lee.


––Conseguimos camelar al portero y entramos en el piso de al lado. Ya sabes, para maquillar la noticia.


––En eso hab�amos quedado, s�. �Y qu� m�s?


––Pues que encontramos un… un “inquilino” inesperado en esa otra casa.


Alberto, inc�modo, alz� una ceja.


––�Un inquilino?


––Digamos que de un �rbol de navidad colgaba una bola pelada… s�lo que no hab�a ning�n �rbol.


Alberto reaccion� con rapidez. Se puso en pie.


––Este caf� est� fr�o. Voy a pedir que me lo recalienten. �Quer�is m�s churros, ni�os?


El aplauso de los tres chiquillos fue un�nime.


––Voy a pedirlos directamente en la barra. As� tardaremos menos. �Tu caf� est� tambi�n tibio, Silvia?


––No como a m� me gusta. Te acompa�o.


En la barra circular, a salvo de los o�dos curiosos de los tres cr�os, entre el estr�pito de los platos, el burbujeo del aceite donde se fre�an los churros y los alaridos de la m�quina de caf� expresso, Silvia pudo contar con m�s detalle lo sucedido.


––El piso estaba precintado por la polic�a, como ya esper�bamos. Averiguamos el nombre del chico muerto. Estudiante, seg�n parece. Nada dado a los esc�ndalos. O, al menos, discreto. Cuando convencimos al portero para tomar fotos de la otra habitaci�n para hacer un montaje y colarlo como si fuera el de verdad, nos encontramos con un tipo ahorcado.


––Joder. Y luego la polic�a querr� colgarse medallas.


––Hay m�s, espera: los dos pisos est�n comunicados.


––�Como las bibliotecas de los folletines de misterio? –brome� Alberto mientras encend�a un cigarrillo y ped�a a un camarero joven una nueva raci�n de churros.


––No vi ning�n libro en ninguno de los dos pisos. La puerta solo se pod�a abrir desde un lado, y en la habitaci�n de Jos� Luis…


––�Jos� Luis?


––As� se llama el chico asesinado. Jos� Luis Cascales. El segundo apellido es m�s dudoso.


––Habr� que investigarlo. Sigue.


––En la habitaci�n de Jos� Luis no se nota que las dos casas est�n conectadas. Lo disimula el papel pintado.


––O sea, que ten�an montado el lugar ideal para tener citas discretas, �no?


––No tan discretas, si pon�an la radio a todo volumen.


––Pasi�n espa�ola, no importa el sexo, en cualquier caso. Cada uno entra por una puerta, y luego pinto pinto gorgorito, en tu cama o en la m�a… Lo ten�a bien montado el tal Jos� Luis, qu� cabr�n. Una pena que al final alg�n cliente le saliera rana.


––�Est�s seguro de que ser�a un cliente?


––Estoy dispuesto a escuchar cualquier elucubraci�n por tu parte, patito. Eres t� quien sue�a con ser Agatha Christie.


––�Recuerdas las marcas que vimos en el respaldo de la silla? �Las losas rotas del suelo?


––�Ese detalle que saltaba a la vista y que por tu imprudencia consigui� que Ceballos nos pusiera de patitas en la calle? Lo recuerdo. Como para olvidarlo.


––Creo que a este otro cad�ver, al ahorcado, lo ataron a esa silla y luego lo obligaron a presenciar c�mo torturaban al muchacho.


––Ya s� que es mucha coincidencia encontrarse a dos fiambres en dos casas al mismo tiempo, �pero alg�n detalle m�s de esos que luego sirven para rellenar p�ginas y p�ginas en las novelas de misterio? Te advierto que el asesino no siempre es el mayordomo. Ni el portero.


––El chaval estaba atado a la cama con alambres.


––Y ensartado como un pollo de esos con los que sue�a Carpanta. Sigue.


––El ahorcado ten�a las manos atadas a la espalda con alambre tambi�n. Y los pantalones bajados. Creo que quien mat� al chico luego arrastr� al hombre al otro cuarto y lo ahorc�.


––O lo ahorcaron. Para asesinar a dos personas, y sobre todo para izar a otra hasta el techo hace falta una fuerza descomunal. O m�s de un hombre.


––Eso pensamos, s�. La cosa pinta s�rdida.


––Y tanto. Joder, ya estoy viendo los titulares. Si nos dejaran publicarlos, claro. �Y por qu� no? Es un barrio del extrarradio. Todo son putas y gente reci�n llegada del pueblo, todav�a con el pelo de la dehesa y los trabucos del abuelo bandolero. La Espa�a negra. Esas cosas pasan. Un chapero descarriado, quien mal anda mal acaba… S�, le podr�amos dar un tono moralista y lo mismo se la colamos a la censura. El chaval era rubito, podemos decir que se sospecha que era extranjero. Americano.


––Hay un problema.


––Me lo tem�a.


––El tipo que colgaba… el segundo muerto. Dice Lib�lula que la ropa era de pa�o bueno. De sastre caro.


––No me jodas.


––Llevaba puesto un anillo de oro. De los que cuestan muchos duros.


––No nos va a valer entonces la excusa de un crimen lumpen, mierda. Bueno, los ricos tambi�n matan. Ah� tienes a Jarabo. �Sacasteis fotos?


––Lib�lula no perdi� detalle.


––�Y os dio mucho la lata la mad�n?


––Cuatro horas y pico declarando. Y sin que hubi�ramos almorzado. Menos mal que nos vieron la cara de inocentes y no nos han hecho pasar la noche en el calabozo.


––�No os quitaron las fotos? A Ceballos no se le escapa una, y como te pille entre ojos…


––Tu amigo Ceballos se encarg� de abrirle las dos c�maras a Lib�lula y all� mismo le vel� los dos carretes.


––Suerte tuvo de que no se las rompiera. En el fondo, les hab�is hecho quedar como tontos. Sigue as�, patito. Te auguro un paso muy fugaz por el periodismo de sucesos. No puedes escribir con la pasma en contra.


––Lib�lula fue m�s listo que ellos y consigui� salvar los carretes. Les dio el cambiazo.


––No me digas. �Y qu� hizo con los verdaderos?


––Los escond� yo.


––No me puedo imaginar d�nde.


––Pues no imagines. Ahora estar� revelando las fotos. Lo mismo alguna sirve para ser publicada. Unas tiras negras que tapen lo m�s fuerte… pintarle un pantal�n encima de las piernas desnudas… vosotros sabr�is m�s que yo de esas cosas.


––Joder –suspir� Alberto, aplastando el cigarrillo a medio fumar y recogiendo la taza de caf� hirviendo y el nuevo plato de churros––. Con lo sencillo que es un robo con escalo, un atraco a mano armada, una ri�a de familias enfrentadas… Esas cosas se publican sin problemas. Historias de mariposones y torturas… Nos va a costar la misma vida llevar este caso adelante. Y a Ceballos no le va a hacer pu�etera la gracia que publiquemos unas fotos que cree que ha destruido. En fin, se har� lo que se pueda. Esa es la sal de este negocio. Y ahora chit�n, que los ni�os est�n al quite y saben m�s que los ratones coloraos. El lunes en la redacci�n nos vemos. Dile a Lib�lula que lleve las fotos, a ver qu� le parece todo el asunto al Ogro. �Qu� hora es? Solo, puedo llegar a casa a la hora que me d� la gana. Pero como me retrase con los ni�os, mi mujer me deja tieso en la misma puerta. Y no tengo ganas de que tu primer art�culo publicado en El Caso sea mi responso, patito. Todav�a tengo que terminar de pagar las trampas de la lavadora y el frigor�fico.






















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Published on March 12, 2016 02:47
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Rafael Marín Trechera
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