Javier Marías's Blog, page 196
October 16, 2010
LA ZONA FANTASMA. 17 de octubre de 2010. El triste que lo contamina todo
El librero Antonio Méndez me lo venía reclamando desde hacía ya semanas, lo mismo que su joven hijo Borja. Les contesté: "Hombre, aún es pronto, acaba de iniciarse la temporada". Mis compañeros de la Academia José Manuel Sánchez Ron y Luis Mateo Díez, caballeros ponderados, se dividieron: el segundo me recomendó paciencia; el primero, tras dudar, se decidió a animarme: "Sí, quizá ya es hora". La verdad es que abrigaba la esperanza de llegar por lo menos hasta la mitad de la Liga sin tener que escribir este artículo. Incluso deseaba –contra todo pronóstico– no escribirlo en absoluto, pese a que anuncié aquí mismo hace unos meses, cuando todavía no se había materializado la amenaza, que, si se consumaba, me costaría seguir siendo del Real Madrid este curso, tras mi fidelidad desde los siete años. La razón de mis dudas tenía nombre: José Mourinho, el prototipo de entrenador que no soporto y el más antimadridista de todos los imaginables. En las últimas campañas he ido contra sus equipos, y para ello he debido violentarme un poco en un caso, nada en el otro. El Chelsea era, de toda la vida, mi club inglés favorito, por mis afinidades con el barrio de Londres al que representa. Al comprarlo el magnate ruso Abrámovich y convertirlo en una empresa que destacaba sólo a golpe de talonario, mis simpatías empezaron a decaer, pero se las mantenía. Cuando adquirió como "cerebro" a Mourinho, y en consecuencia desplegó un juego feo, rácano y soporífero, se me agotó la reserva. Al Inter de Milán, en cambio, le profesaba antipatía desde que, en 1964, fue el causante indirecto de la salida del Real Madrid de Di Stéfano. Hoy en día, además, no me gusta que no alinee a un solo jugador italiano en sus filas. Siempre he creído que los equipos deben ser un poco de sus ciudades, o por lo menos de sus países.
Pero claro, la violencia a que hube de someterme para no ir con el Chelsea no es nada comparada con la que tendría que hacerme para ir contra el Madrid: un imposible y un absurdo. Y sin embargo ha bastado un mes de competición (seis partidos de Liga y dos de Copa de Europa) para saturarme, y creo reflejar el sentimiento de muchísimos merengues. Salvo contra el depauperado Dépor, el juego ha sido espantoso. Insustancial, vulgar, torpón, aburrido, sin apenas marcarse goles y con el único mérito (propio de las escuadras medrosas y conservadoras) de no recibirlos. El defensa Carvalho, mano derecha de Mourinho, ha dicho bien clara la tontería: "Es más importante no sufrir ningún gol que meter cuatro". Ni siquiera saben de números: un equipo que empatara a cero sus treinta y ocho partidos de Liga quedaría imbatido, sí, pero descendería a Segunda, con tan sólo treinta y ocho puntos. Mourinho vino con la fama de que motivaba mucho a los jugadores, los liberaba de presión y daba la cara por ellos. De que les era enormemente leal, cargaba con las responsabilidades y jamás los culpaba. Hasta la fecha ha sido todo lo contrario: tras varios encuentros, manifestó que a Xabi Alonso "no lo he visto jugar todavía"; criticó por omisión a Ramos; confió en la "inteligencia" de Benzema, una manera de insinuar que aún no se la había notado; menospreció a Pedro León y de paso al Getafe. Dudó de la honradez del Sporting de Gijón y rebajó los merecimientos del Barça. Cuando las cosas van mal, se comporta como si no fueran con él. Su actitud es de permanente desprecio hacia cuanto ve u oye. Como se sabe espiado por las cámaras, actúa como un mal actor incesantemente: cuando estampa una botella contra el banquillo, se ve que el gesto no le ha salido de dentro, sino que es una pantomima estudiada, quién sabe si ensayada en casa ante el espejo.
Pero, sobre todo, es triste, casi cenizo. Estamos acostumbrados a que los tremendos horteras de nuestras televisiones califiquen de "glamuroso" a cualquier individuo o individua pedestres y más bien dignos de lástima. Aparte de espúreo y erróneo, es un adjetivo devaluado. Que se pueda considerar "glamuroso" a Mourinho rebasa los límites de mi comprensión. Un hombre con un sempiterno gesto agrio y un injustificado desdén en la mirada; de una personalidad tan gris como sus feos trajes (en España se cree, extrañamente, que mostrarse avinagrado equivale a poseer una "personalidad fuerte"); que ansía la notoriedad y se complace en ella como si fuera un acomplejado o el jurado malasombra de todo concurso televisivo. Todo eso hace de él una figura deprimente y triste y poco inteligente, y lo peor es que esos atributos se los contagia a los jugadores. El Madrid ha sido siempre un equipo alegre: atacante, generoso y al que nunca le ha bastado ganar (a Beenhakker, Capello y Schuster no les bastó para conservar el puesto), sino que ha procurado brindar un fútbol deslumbrante y divertido. Sus representantes han solido ser personas más bien afables y educadas (Molowny, Valdano, Del Bosque), y los patanes nunca fueron en él bien recibidos. Es inexplicable que Florentino Pérez haya creído que un engreído sombrío como Mourinho, ninguno de cuyos equipos ha causado admiración, podía ser el rostro de su club, que es el mío. Da pena ver a Valdano hablar tras cada tedioso partido, con cara de circunstancias y verbo dubitativo, como si tuviera plena conciencia del gravísimo error cometido. Antes de su contratación, un 80% de madridistas expresaron su oposición a Mourinho. De seis partidos, el equipo lleva ya dos sin marcar, y ante rivales muy menores. Y en Chamartín casi no ha habido tarde en la que no se oyeran abucheos. La tristeza de Mourinho lo contamina todo, hasta las gradas.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 17 de octubre de 2010
Eduardo Mendoza, duke of Isla Larga del Reino de Redonda, gana el Premio Planeta
Felicitamos al premiado y aprovechamos la ocasión para desmentir los disparatados rumores que aseguraban que Javier Marías se había presentado al premio.
October 15, 2010
Publicación en Brasil de Veneno, sombra e adeus
Seu Rosto Amanhã - Vol. 3 - Veneno, sombra e adeus
Traduçao: Eduardo Brandão
Companhia Das Letras (Brasil), setembro de 2010
"A gente não deseja, mas sempre prefere que morra quem está a seu lado, numa missão ou numa batalha, numa esquadrilha aérea ou sob um bombardeio ou na trincheira." Assim começa Veneno, sombra e adeus, terceiro e último volume de Seu rosto amanhã, o ambicioso thriller metafísico de Javier Marías que, por fim completo, se revela como uma das mais altas realizações literárias do nosso tempo. O narrador e protagonista, Jacques ou Jaime ou Jacobo Deza, acaba conhecendo aqui os inesperados rostos dos que o rodeiam e também o dele. Descobre então que, sob o mundo mais ou menos tranquilo em que os ocidentais vivemos, sempre lateja uma necessidade de traição e violência que é inoculada em nós como um veneno.
Com seus novos e cruciais episódios em Londres, Madri e Oxford, com seu desenlace atordoante, encerra-se aqui uma história que é muito mais que uma história apaixonante, contada com a mestria de um dos melhores romancistas contemporâneos, e talvez o mais profundo e ousado.
Otras publicaciones de Javier Marías traducidas al brasileño en Companhia Das Letras
October 14, 2010
Homenaje de Elvira Lindo a Tu rostro mañana
October 13, 2010
Según Hernán (Casciari)
en su blog espoiler:
Si todavía queda un lector culto en Espoiler (creo que después de los últimos posts futbolísticos se fueron todos a otra parte, y con razón) debo decir que encontré un paralelo entre la trama de Rubicon con la última trilogía de Javier Marías, esa larguísima novela llamada Tu rostro mañana, en donde el personaje de Jaime Deza trabaja para el Servicio de Inteligencia británico.
October 10, 2010
Héroe, conquistador, villano
A veces coinciden las cosas de un modo asombroso. Estaba hace unos días repasando la carta que escribió en el siglo XVI el conquistador Lope de Aguirre al rey Felipe II, ciscándose literalmente en sus muertos. Ésa en la que se proclama «rebelde a tu servicio como yo y mis compañeros seremos hasta la muerte». Lo hice con intención de mencionarla, de pasada, en un momento determinado de la séptima entrega alatristesca, con la que ando a vueltas y que aparecerá en febrero o marzo, supongo.
El caso es que esa misma noche fui a cenar con Javier Marías, como solemos de vez en cuando; y apenas sentados, Javier me puso sobre la mesa el último título publicado por su editorial Reino de Redonda: La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, del inglés Robert Southey. El nuevo libro redondino es una estupenda traducción del original publicado en 1821: breve, escrito con tono contenido, clásico, ajeno a los habituales tópicos británicos sobre la barbarie española y el aliento a ajo. En realidad apenas disimula la fascinación del autor por el personaje. Y no era para menos; pues si alguien encarna la desesperación, el coraje y la locura criminal en que acabaron algunos episodios de la exploración y conquista de América, es Lope de Aguirre. Sobre él, historiadores y novelistas coinciden con singular unanimidad. Otros como Pizarro, Cortés o Alvarado, heroicos animales que dieron un nuevo mundo a España, tienen admiradores y detractores que subrayan su valor brutal o condenan sus atrocidades.
En el caso de Aguirre, vascongado de Oñate, la coincidencia es absoluta: su aventura es la más enloquecida y sangrienta de todas. La expedición para el descubrimiento y conquista de la mítica ciudad de El Dorado acabó en una orgía de sangre, culminada cuando Aguirre mató a su propia hija, para impedir que cayera en manos de los enemigos, antes de que sus hombres le cortaran la cabeza. La historia de ese conquistador fracasado, cruel, arrogante, paranoico y asesino, me fascina desde que leí La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender: novela subyugante, extraordinaria, que los once chicos que hacíamos bachillerato de Letras en mi colegio nos pasábamos como quien confía en voz baja el descubrimiento de un tesoro. Aquel soldado receloso y cruel, que dormía armado con peto y espada, por si acaso, y degollaba con carácter preventivo, sin despeinarse, simbolizó para mí, desde entonces, el lado más turbio y oscuro de la Conquista. Luego, con el tiempo y otras lecturas, me adentré más en el personaje: un par de libros fundamentales del profesor Emiliano Jos, las novelas de Ciro Bayo y Uslar Pietri, y la película de Werner Herzog Aguirre, la cólera de Dios; que, aparte del magnífico plano inicial de la película, me decepcionó por dos razones: era un tostón macabeo, y los visajes del histriónico rubio Klaus Kinski nada tenían que ver con ese carnicero hosco, cerril, de acero fácil, al que siempre imaginé bajito, cetrino, barbudo, tranquilo y silencioso.
Otra película que rodó Carlos Saura, El Dorado, tampoco era para tirar cohetes; pero afinaba más. Calaba mejor la psicología del asunto y el ambiente, aunque también me dejó con las ganas: Omero Antonutti -que luego encarnó a un excelente maestro de esgrima- tampoco cuajaba el personaje. No era mi Lope de Aguirre. Si tuviera que quedarme con algo de toda esa peripecia amazónica, sería con la carta famosa que Aguirre escribió al rey de España para decir que renegaba de él y de su casta, y que desde ese momento él y sus hombres se proclamaban libres e iban a su aire: «Estando tu padre y tú en los reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Mira que no se puede llevar con título de rey justo ningún interés en estas tierras donde no aventuraste nada».
Esa carta la calificó Simón Bolívar de primera declaración de independencia americana; pero el libertador barría para casa. Lo que a mi juicio simboliza Aguirre, dirigiéndose así a Felipe II, es la osadía del español arrogante, cruel como la tierra que lo parió, harto de trabajos sin recompensa, maltratado por monarcas, ministros y gobernadores, que se revuelve en el extremo del mundo, gritando que cuanto pagaron su sudor y sangre le pertenece. Que él mata con sus manos y fía con su vida el precio de tanto horror y trabajos; mientras que el gobernante, allá en su palacio «entonces como ahora», gobierna y mata de lejos sin arriesgar nada, con las leyes y los verdugos a su servicio. Y al cabo, rotos los diques de la sumisión y la obediencia, ese súbdito desesperado pregona a voces que, quien tenga agallas, vaya allí y se atreva a obligarlo. Dando mayor sentido a las palabras de Cervantes en El casamiento engañoso, cuando hace decir al alférez Campuzano: «Espada tengo. Lo demás, Dios lo remedie».
ARTURO PÉREZ REVERTE
XL Semanal, 10 de octubre de 2010
October 9, 2010
LA ZONA FANTASMA . 10 de octubre de 2010. Alérgicos al arrepentimiento
Aquí donde me leen, con mis artículos anuales en deploración de la abusiva Semana Santa española y mis ocasionales escaramuzas con la igualmente abusiva jerarquía católica, de vez en cuando me carteo con un religioso, Dom Hilari Raguer, octogenario monje de Montserrat con muchos conocimientos y no poco sentido del humor, autor de notables libros de Historia como La pólvora y el incienso, sobre la Iglesia y la Guerra Civil, y de un ameno Informe confidencial sobre los monjes de Montserrat, en el que cuenta cómo viven y reparten la jornada. Hace un mes le envié un volumen editado por mí, La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, crónica de las fechorías del famoso Lope de Aguirre (el título no se refiere a Esperanza, válgame Dios), escrita en 1821 por Robert Southey, contemporáneo y enemigo de Lord Byron. Me contestó diciéndome que no había podido dejar de leerlo, robándole horas al escaso sueño que se permiten los monjes: "Esta mañana me dormía en el rezo de maitines. Menos mal que ya casi lo he terminado. Ahora me toca ir a confesar, pero como por suerte o por desgracia en estos tiempos hay poca gente arrepentida, terminaré la lectura en el confesonario. ¿Y si se me presentara, arrepentido, Aguirre?"
Sin duda Dom Hilari no se atrevería a jurar que la gente se arrepienta poco hoy en día; lo que sí sabe es que se confiesa rara vez. Pero su comentario coincide absolutamente con algo que vengo observando y que ya he señalado aquí, de pasada. Huelga decir que, al no ser yo creyente, ni me confieso ni me parece extraño que no lo haga la gente en general. Sí me lo parece más que se abstengan quienes se declaran católicos, y en todo caso me llama la atención desde hace tiempo el enorme desprestigio de que goza el arrepentimiento, más allá de su dimensión religiosa, a la que en modo alguno se limita el concepto. Si ustedes hacen memoria, habrán leído u oído numerosas entrevistas con personajes públicos en las que, antes o después –la pregunta debe de ser recurrente por parte de los periodistas–, manifiestan con invariable brutalidad (ya se trate de políticos, actores, escritores, cantantes o banqueros): "No me arrepiento de nada. Cuanto he hecho lo volvería a hacer. No tengo nada que lamentar". Siempre me quedo perplejo, pese a la reiteración. ¿Nadie se arrepiente de nada, cuando esa es una de nuestras más frecuentes reacciones, al menos en nuestro fuero interno? No sé, son tantas las veces en que uno lamenta haber hecho o no hecho una cosa, haber dicho unas palabras que han herido o que sólo han traído resquemor, haber o no tomado tal o cual decisión, haber descartado esto o aquello, no haberse atrevido a dar un paso, haberse o no casado con tal persona, haber perdido una amistad, no haber estado más atento a quien ya murió o no haber hablado más con él … Yo suelo encontrar casi a diario algún motivo de arrepentimiento, aunque la mayoría sean, por suerte, de carácter menor.
Supongo que no pertenezco a mi época, una vez más. Parece como si la gente actual –sobre todo la española– considerase arrepentirse una bajeza o una blandenguería, un signo de debilidad, un menoscabo de su figura, una humillación. Hasta quienes tendrían más razones para hacerlo: raro es hoy el asesino que expresa arrepentimiento, y desde luego no lo verán en ningún terrorista; raro es el negligente que ha causado una o varias muertes que lamente su descuido y aparezca abrumado por las consecuencias de su error o su distracción: estará demasiado ocupado en buscarse descargos o en intentar echar la culpa a otros, a menudo de manera cínica y rocambolesca. Quizá no es tan extraño el fenómeno si pensamos que la nuestra es una sociedad educada desde la infancia en la evitación de las responsabilidades. Ni siquiera suelen reconocerse las equivocaciones, los juicios temerarios, las sospechas injustas, las acusaciones infundadas que se vierten sin cesar, sobre todo en el mundo de la política, que incomprensiblemente se ha erigido en modelo (pésimo) para el resto de la ciudadanía.
El caso reciente más flagrante es el de Bush, Blair y Aznar, que además son tres individuos profundamente religiosos, o eso aseguran. Ninguno ha mostrado aún el menor arrepentimiento –todo lo contrario: soberbia y satisfacción– por su injustificada, ilegal, taimada y catastrófica decisión de invadir Irak hace ya casi ocho años, tiempo suficiente para calibrar las consecuencias y reflexionar. Había allí un dictador (vaya novedad, llevaba decenios en el poder; y como si fuera el único en el mundo), pero era un país laico y no había en él terrorismo. A las decenas de millares de muertos causados por esa guerra basada en mentiras, inútil y delictiva, habrá que añadir los que se produzcan en los previsibles enfrentamientos civiles que seguirán a la retirada de las tropas extranjeras. Esos tres individuos han de saberse responsables de todas esas muertes innecesarias y del caos violento en que se ha sumido ese país. También Rajoy, que formaba parte del Gobierno de Aznar y a quien tampoco se ha oído una palabra de arrepentimiento, mientras aspira a ser Presidente como si no llevara ninguna carga sobre los hombros. Nadie que guarde memoria de aquella felonía lo votará, no sé a qué esperan en su partido para relevarlo. Si individuos como estos no deploran lo que hicieron, siendo ellos religiosos y sus culpas innegables y públicas, más fácil es que vaya al confesonario el fantasma de Lope de Aguirre que cualquiera de nuestros contemporáneos.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 10 de octubre de 2010
LA ZONA FANTASMA . 10 de octubre de 2010. Alérgicos al arrepentimiento
Aquí donde me leen, con mis artículos anuales en deploración de la abusiva Semana Santa española y mis ocasionales escaramuzas con la igualmente abusiva jerarquía católica, de vez en cuando me carteo con un religioso, Dom Hilari Raguer, octogenario monje de Montserrat con muchos conocimientos y no poco sentido del humor, autor de notables libros de Historia como La pólvora y el incienso, sobre la Iglesia y la Guerra Civil, y de un ameno Informe confidencial sobre los monjes de Montserrat, en el que cuenta cómo viven y reparten la jornada. Hace un mes le envié un volumen editado por mí, La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, crónica de las fechorías del famoso Lope de Aguirre (el título no se refiere a Esperanza, válgame Dios), escrita en 1821 por Robert Southey, contemporáneo y enemigo de Lord Byron. Me contestó diciéndome que no había podido dejar de leerlo, robándole horas al escaso sueño que se permiten los monjes: "Esta mañana me dormía en el rezo de maitines. Menos mal que ya casi lo he terminado. Ahora me toca ir a confesar, pero como por suerte o por desgracia en estos tiempos hay poca gente arrepentida, terminaré la lectura en el confesonario. ¿Y si se me presentara, arrepentido, Aguirre?"
Sin duda Dom Hilari no se atrevería a jurar que la gente se arrepienta poco hoy en día; lo que sí sabe es que se confiesa rara vez. Pero su comentario coincide absolutamente con algo que vengo observando y que ya he señalado aquí, de pasada. Huelga decir que, al no ser yo creyente, ni me confieso ni me parece extraño que no lo haga la gente en general. Sí me lo parece más que se abstengan quienes se declaran católicos, y en todo caso me llama la atención desde hace tiempo el enorme desprestigio de que goza el arrepentimiento, más allá de su dimensión religiosa, a la que en modo alguno se limita el concepto. Si ustedes hacen memoria, habrán leído u oído numerosas entrevistas con personajes públicos en las que, antes o después –la pregunta debe de ser recurrente por parte de los periodistas–, manifiestan con invariable brutalidad (ya se trate de políticos, actores, escritores, cantantes o banqueros): "No me arrepiento de nada. Cuanto he hecho lo volvería a hacer. No tengo nada que lamentar". Siempre me quedo perplejo, pese a la reiteración. ¿Nadie se arrepiente de nada, cuando esa es una de nuestras más frecuentes reacciones, al menos en nuestro fuero interno? No sé, son tantas las veces en que uno lamenta haber hecho o no hecho una cosa, haber dicho unas palabras que han herido o que sólo han traído resquemor, haber o no tomado tal o cual decisión, haber descartado esto o aquello, no haberse atrevido a dar un paso, haberse o no casado con tal persona, haber perdido una amistad, no haber estado más atento a quien ya murió o no haber hablado más con él … Yo suelo encontrar casi a diario algún motivo de arrepentimiento, aunque la mayoría sean, por suerte, de carácter menor.
Supongo que no pertenezco a mi época, una vez más. Parece como si la gente actual –sobre todo la española– considerase arrepentirse una bajeza o una blandenguería, un signo de debilidad, un menoscabo de su figura, una humillación. Hasta quienes tendrían más razones para hacerlo: raro es hoy el asesino que expresa arrepentimiento, y desde luego no lo verán en ningún terrorista; raro es el negligente que ha causado una o varias muertes que lamente su descuido y aparezca abrumado por las consecuencias de su error o su distracción: estará demasiado ocupado en buscarse descargos o en intentar echar la culpa a otros, a menudo de manera cínica y rocambolesca. Quizá no es tan extraño el fenómeno si pensamos que la nuestra es una sociedad educada desde la infancia en la evitación de las responsabilidades. Ni siquiera suelen reconocerse las equivocaciones, los juicios temerarios, las sospechas injustas, las acusaciones infundadas que se vierten sin cesar, sobre todo en el mundo de la política, que incomprensiblemente se ha erigido en modelo (pésimo) para el resto de la ciudadanía.
El caso reciente más flagrante es el de Bush, Blair y Aznar, que además son tres individuos profundamente religiosos, o eso aseguran. Ninguno ha mostrado aún el menor arrepentimiento –todo lo contrario: soberbia y satisfacción– por su injustificada, ilegal, taimada y catastrófica decisión de invadir Irak hace ya casi ocho años, tiempo suficiente para calibrar las consecuencias y reflexionar. Había allí un dictador (vaya novedad, llevaba decenios en el poder; y como si fuera el único en el mundo), pero era un país laico y no había en él terrorismo. A las decenas de millares de muertos causados por esa guerra basada en mentiras, inútil y delictiva, habrá que añadir los que se produzcan en los previsibles enfrentamientos civiles que seguirán a la retirada de las tropas extranjeras. Esos tres individuos han de saberse responsables de todas esas muertes innecesarias y del caos violento en que se ha sumido ese país. También Rajoy, que formaba parte del Gobierno de Aznar y a quien tampoco se ha oído una palabra de arrepentimiento, mientras aspira a ser Presidente como si no llevara ninguna carga sobre los hombros. Nadie que guarde memoria de aquella felonía lo votará, no sé a qué esperan en su partido para relevarlo. Si individuos como estos no deploran lo que hicieron, siendo ellos religiosos y sus culpas innegables y públicas, más fácil es que vaya al confesonario el fantasma de Lope de Aguirre que cualquiera de nuestros contemporáneos.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 10 de octubre de 2010
Desafueros hispánicos
[image error]Javier Marías, además de fecundo y famoso novelista y docto académico de la lengua, es rey de Redonda, un islote caribeño que descubrió Colón en su segundo viaje. Refugio de aves y de contrabandistas durante siglos, en 1865 Matthew Shiell lo compró y pidió el título de rey de Redonda a la reina Victoria de Inglaterra, que se lo concedió a condición de que no perjudicara la política colonial británica, que era tanto como decir que no se lo tomara en serio. Tras complejas negociaciones y disputas, el reino recayó en Javier Marías, que le ha puesto por lema ride si sapis, que yo traduciría por "ríete si tienes sentido del humor", y le ha dado un simpático carácter cultural y especialmente literario. Siguiendo el juego, ha otorgado títulos nobiliarios a gente como Pedro Almodóvar, Antony Beevor, Francis F. Coppola, Umberto Eco, Eduardo Mendoza, Fernando Savater, Vargas Llosa o al infrascrito, rebautizándolos con nombres irónicos.
La principal actividad del Reino de Redonda es reeditar, en buenas traducciones, con introducciones competentes y elegante impresión, viejas obras recomendables que ya no se encuentran. Acaba de aparecer el vigésimo volumen del Reino de Redonda: La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, de Robert Southey, publicado en 1821. Es apasionante: empecé a leerlo y no lo pude dejar hasta terminarlo. Lope de Aguirre es un personaje cruel, sádico, megalómano, que ha dado lugar a relatos terroríficos y al conocido filme de Herzog. Pere Gimferrer, en un breve pero enjundioso prólogo, dice que Southey se basó en tres fuentes: las crónicas contemporáneas, los historiadores latinos (por la intención moralizante) y el positivismo historiográfico británico, aunque "la mirada de británico que dirige Southey a las demasías y desafueros hispánicos no difiere sustancialmente de la que, en el siglo siguiente, hallaremos, en torno a hechos más recientes (pero acaso, en su significación moral última, no muy distintos), en un Raymond Carr". Aguirre somete a su banda, todos traidores al rey y asesinos sin escrúpulos, a purgas estalinianas. Aquellos criminales, cuando Aguirre los hace matar, piden a gritos: confesión. Aguirre, cuando le llega el último momento, no pide confesión, pero se ha hartado de blasfemar y de desafiar a Dios. ¡Qué tiempos aquellos, en que hasta los ateos creían en Dios!
HILARI RAGUER
El País, Babelia, 9 de octubre de 2010
October 7, 2010
Premio Nobel: Vargas Llosa, duke of Miraflores del Reino de Redonda
[image error] Declaraciones del rey Xavier I:
El escritor Javier Marías ha asegurado que la concesión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa es "uno de esos premios que nadie o casi nadie va a discutir" mientras que la elección de los galardonados en años anteriores había causado "cierta perplejidad" y hasta "horror". "Me he alegrado muchísimo, así como hay algunos Nobel a veces un poco enigmáticos, por decirlo de manera suave, en este caso es un premio completamente diáfano, plenamente justificado, y me ha dado una gran alegría", ha afirmado el escritor y articulista de EL PAÍS SEMANAL.
Marías, académico de la lengua al igual que Vargas Llosa, ha destacado al peruano como "uno de los novelistas de mayor altura del siglo XX y XXI, con una capacidad de trabajo tan enorme como tenían sus admirados Víctor Hugo y Gustave Flaubert".
El País, 7 de octubre de 2010
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