Andrés Trapiello's Blog, page 21
September 11, 2017
Medio artículo de costumbres
NO sabemos quién estuvo detrás del diseño de las cubiertas de los Episodios Nacionales de Galdós, que empezaron a publicarse en 1872 y siguieron apareciendo hasta 1912. Probablemente su autor. Es uno de los grandes logros tipográficos por su sencillez, audacia y antelación. Vistas una vez, no se despintan de la memoria: a sangre, una bandera de España, roja, amarilla, roja, en franjas verticales, sobre las que están impresos el nombre del autor y el título de la obra. Las cuarentaiséis cubiertas son diferentes y las cuarentaiséis son iguales. Se hicieron tiradas de miles de ejemplares, difundidos en España e Hispanoamérica, y su popularidad fue tanta, que hicieron rico a Galdós. En aquel tiempo todo el mundo las reconocía. Todos, excepto los anarquistas que tras descubrir unos ejemplares durante el registro de una casa, en la guerra civil, se llevaron a su dueño por creerlo un peligroso monárquico. Los soldados republicanos que ocuparon en los primeros meses de la guerra la casa de nuestro amigo Ramón Gaya y su mujer Fe, situada en el frente del Manzanares, la saquearon al hallar entre los libros de su biblioteca algunos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa... y de los Episodios.
Galdós, en Sabadell, hoy, va a tener de momento más suerte que Larra, Bécquer o Calderón de la Barca (“parte del modelo pseudo-cultural franquista”), porque al no tener una calle en ese pueblo, las almas bellas que ocupan su ayuntamiento no se la podrán quitar. Lo mismo la tiene, en cuyo caso miel sobre hojuelas: otro más al talego. A Antonio Machado se lo llevaron detenido también por sospechoso españolista y anticatalanista, pero de momento han dejado que se vaya. Antes, no obstante, le han advertido: “Ojito con lo que haces, que te tenemos controlado”. A día de hoy no se sabe la suerte que correrán las calles que llevan el nombre de Moratín, don Juan Valera o Garcilaso (este además fue soldado del ejército español, duro con él). Así hasta cien calles. Uno, que anda estos días releyendo a Larra, se imagina el mucho provecho que habría sacado él de todos estos esperpentos nacionales. Pero a mí, con ni la mitad de su talento, este artículo de costumbres ya no me da para más. Sólo difiero de Larra en una cosa: escribir en España no es llorar. Escribir en España es, hoy por hoy, para troncharse de risa (y no echar gota).
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de septiembre de 2017]
Galdós, en Sabadell, hoy, va a tener de momento más suerte que Larra, Bécquer o Calderón de la Barca (“parte del modelo pseudo-cultural franquista”), porque al no tener una calle en ese pueblo, las almas bellas que ocupan su ayuntamiento no se la podrán quitar. Lo mismo la tiene, en cuyo caso miel sobre hojuelas: otro más al talego. A Antonio Machado se lo llevaron detenido también por sospechoso españolista y anticatalanista, pero de momento han dejado que se vaya. Antes, no obstante, le han advertido: “Ojito con lo que haces, que te tenemos controlado”. A día de hoy no se sabe la suerte que correrán las calles que llevan el nombre de Moratín, don Juan Valera o Garcilaso (este además fue soldado del ejército español, duro con él). Así hasta cien calles. Uno, que anda estos días releyendo a Larra, se imagina el mucho provecho que habría sacado él de todos estos esperpentos nacionales. Pero a mí, con ni la mitad de su talento, este artículo de costumbres ya no me da para más. Sólo difiero de Larra en una cosa: escribir en España no es llorar. Escribir en España es, hoy por hoy, para troncharse de risa (y no echar gota).
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de septiembre de 2017]
Published on September 11, 2017 03:06
September 7, 2017
Unidad de destino
Tras la aprobación, ayer, en el Parlament de la sedicente y sediciosa Ley de Transitoriedad, el presidente del Govern Puigdemont, el vicepresidente Junqueras y la presidenta del Parlament Forcadell, han hecho esta solemne declaración conjunta:
"Ha llegado la hora: Cataluña es una unidad de destino en lo universal".
"Ha llegado la hora: Cataluña es una unidad de destino en lo universal".
Published on September 07, 2017 23:54
September 4, 2017
El carlismo ataca de nuevo
ES casi lo único que conserva de una primera versión este artículo: el título. Por suerte, llegamos a tiempo de retirarlo, y yo de corregirlo. He querido mantener el título porque en cierto modo es lo único de él que sirve todavía. Trataba esa primera versión de los ataques que estaba sufriendo el turismo en Barcelona por parte de los nuevos carlistas, aquellos que no sólo quieren que no venga nadie de fuera, sino que, si de ellos dependiera, impedirían que nadie de dentro viajara a ninguna parte. Se decía en él que si quienes combaten al turismo fueran coherentes, quemarían sus pasaportes. El título hacía referencia a una conocida frase de Baroja (“el carlismo se cura viajando”), pero los atentados de las Ramblas y de Cambrils lo cambiaron todo. La primera versión de ese artículo recordaba que el mundo moderno, también España, es consecuencia del contacto e intercambio de las gentes, y que el turismo se verá en el futuro como el primer paso hacia un planeta más justo y sin fronteras, y por tanto sin suprematistas ni xenófobos, donde nadie tenga que decir: soy extranjero en mi propia tierra, porque toda la tierra es de todos.
Las víctimas de estos atentados han sido, en su mayor parte, turistas. El turismo, es previsible, descenderá ahora en España, como descendió en Egipto o Túnez, y de manera especial en Barcelona, como ha descendido en Londres y París. Por esa razón, es necesario, más que nunca, que los flujos turísticos no se interrumpan. Racionalícense cuanto quieran, busquemos entre todos un modo de hacerlos más armónicos y provechosos, cuidados y enriquecedores. Nuestra civilización, desde Jasón a Marco Polo, de Colón a Darwin, ha hecho del viaje, del intercambio de conocimiento y del contraste de culturas una herramienta indispensable para la forja de esos tres principios que los vesánicos de todas las épocas han combatido, y combaten, con saña y furia: libertad, igualdad y fraternidad.
Siempre que iba a Barcelona pasaba por la redacción que La Vanguardia tuvo durante cien años en la calle Pelayo. Lo primero que haga la próxima vez que vaya a Barcelona será sentarme en una terraza de esa calle, beber una caña, dar un paseo por la Ramblas, y hacer lo que todos los turistas: al carlismo se le combate viajando.
{Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de septiembre de 2017]
Las víctimas de estos atentados han sido, en su mayor parte, turistas. El turismo, es previsible, descenderá ahora en España, como descendió en Egipto o Túnez, y de manera especial en Barcelona, como ha descendido en Londres y París. Por esa razón, es necesario, más que nunca, que los flujos turísticos no se interrumpan. Racionalícense cuanto quieran, busquemos entre todos un modo de hacerlos más armónicos y provechosos, cuidados y enriquecedores. Nuestra civilización, desde Jasón a Marco Polo, de Colón a Darwin, ha hecho del viaje, del intercambio de conocimiento y del contraste de culturas una herramienta indispensable para la forja de esos tres principios que los vesánicos de todas las épocas han combatido, y combaten, con saña y furia: libertad, igualdad y fraternidad.
Siempre que iba a Barcelona pasaba por la redacción que La Vanguardia tuvo durante cien años en la calle Pelayo. Lo primero que haga la próxima vez que vaya a Barcelona será sentarme en una terraza de esa calle, beber una caña, dar un paseo por la Ramblas, y hacer lo que todos los turistas: al carlismo se le combate viajando.
{Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de septiembre de 2017]
Published on September 04, 2017 00:07
August 27, 2017
Furia
SI alguna vez la vio, desde luego que la recuerda. Un forastero, de paso por una pequeña ciudad, es acusado de un crimen execrable. Lo encarcelan y el pueblo, ah, el pueblo, hace justicia, metiéndole fuego al calabozo donde lo custodia el chérif. Sólo que el forastero era inocente, un buen hombre, trabajador y honrado (Spencer Tracy). En la segunda parte, los jueces sientan en el banquillo a veintidós acusados de linchamiento, y cuando estos cobardes están a punto de burlar la justicia una vez más, defendidos en esa ocasión por el perjurio de parientes, amigos y vecinos, Fritz Lang, que tituló esta película Furia, da un vuelco inesperado a la historia, prerrogativa de los genios.
Acaba de suceder algo parecido, con simetría inversa. La gente, la buena gente, no ha dudado un segundo en ponerse del lado de Juana Rivas, que, desacatando la ley, se ha negado a entregar sus hijos a su exmarido (un forastero, un italiano, condenado por malos tratos hace años), y se ha fugado con ellos. Al escribir esto seguía en paradero desconocido, y su pueblo, Maracena (Granada), amaneció sembrado de carteles: “Juana está en mi casa”, brindis fuenteovejuno del “Juana somos todos”.
Muchos (desde una exministra socialista hasta... ¡el presidente del Gobierno!) han corrido a hacerse un selfi ya que no con Juana Rivas (declarada en rebeldía), junto a su caso, dando a entender que la justicia puede esperar sentada si, como ahora, resulta tan impopular. Lo extraño en todo este suceso es que nadie parece haberse tomado la molestia no ya de acatar una resolución judicial, sino de leer esa sentencia y sus fundamentos. Todos hemos imaginado alguna vez lo que podría sucedernos si, acusados de un delito que no hemos cometido, no pudiéramos probar nuestra inocencia. Otra gran película, Falso culpable, trata de este asunto de las pesadillas kafkianas. No se juzga hoy si ese hombre es o no culpable de malos tratos (que él negó siempre), sino el propio fuero: qué nos obliga a acatar una sentencia (del Tribunal Constitucional, por ejemplo), si damos por bueno que se desobedezcan aquellas otras que no nos gustan. La furia condenó a Spencer Tracy y la furia quiere absolver a Juana Rivas. Claro que siempre habrá quien crea que una mancha blanca es menos mancha que otra negra.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de agosto de 2017]
Acaba de suceder algo parecido, con simetría inversa. La gente, la buena gente, no ha dudado un segundo en ponerse del lado de Juana Rivas, que, desacatando la ley, se ha negado a entregar sus hijos a su exmarido (un forastero, un italiano, condenado por malos tratos hace años), y se ha fugado con ellos. Al escribir esto seguía en paradero desconocido, y su pueblo, Maracena (Granada), amaneció sembrado de carteles: “Juana está en mi casa”, brindis fuenteovejuno del “Juana somos todos”.
Muchos (desde una exministra socialista hasta... ¡el presidente del Gobierno!) han corrido a hacerse un selfi ya que no con Juana Rivas (declarada en rebeldía), junto a su caso, dando a entender que la justicia puede esperar sentada si, como ahora, resulta tan impopular. Lo extraño en todo este suceso es que nadie parece haberse tomado la molestia no ya de acatar una resolución judicial, sino de leer esa sentencia y sus fundamentos. Todos hemos imaginado alguna vez lo que podría sucedernos si, acusados de un delito que no hemos cometido, no pudiéramos probar nuestra inocencia. Otra gran película, Falso culpable, trata de este asunto de las pesadillas kafkianas. No se juzga hoy si ese hombre es o no culpable de malos tratos (que él negó siempre), sino el propio fuero: qué nos obliga a acatar una sentencia (del Tribunal Constitucional, por ejemplo), si damos por bueno que se desobedezcan aquellas otras que no nos gustan. La furia condenó a Spencer Tracy y la furia quiere absolver a Juana Rivas. Claro que siempre habrá quien crea que una mancha blanca es menos mancha que otra negra.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de agosto de 2017]
Published on August 27, 2017 04:01
August 16, 2017
Irse
CADA cierto tiempo salta a la palestra (dicho en tono gimnástico) un asunto relacionado con la lengua española que divide a la opinión pública en controversias tan enconadas como recreativas y pasajeras. La gente, incluso sin tener ni idea, porque a menudo se trata de asuntos peliagudos (cortar pelos en tres), toma partido por uno u otro bando. Sucedió hace unos años con la tilde de sólo (“¿Me he tomado un café solo o me he tomado sólo un café?”) y ha vuelto a suceder con el imperativo Idos (correcto) e Iros (que la Rae, admitiendo su incorrección, acaba de acreditar). Lo extraño es que en pleno birlibirloque (“¿café solo para todos” o “café cortado sólo para unos?”) nadie haya visto en ese idos o iros un criptomensaje del lado oscuro de la fuerza. Sin entrar en esto último, digamos que la solución a tan formidable disputa corrió (pasémonos al tono artillero) como la pólvora: “Ni íos, ni idos, ni iros... irse”, tal y como dejó dicho en frase inmortal Lola Flores, La Faraona, a una turba de seguidores que, en medio de la boda de su hija, amenazaba con la estampida: “Si me queréis, ¡irse!”.
La lengua es lo que la gente quiere que sea, y la que tenemos por un dechado, la de Cervantes, está llena también de incorrecciones. Vaya que sí. Una lengua sin ellas es una lengua muerta, académica, embalsamada. Que lo digan, si no, los académicos. Entre las acepciones que el diccionario de la Rae da de la palabra académico, por ejemplo, es llamativo que no haya ni rastro de ninguna despectiva, como inane o pesado. Lo que digan, pues, algunos académicos, de idos o iros, o lo que no digan de académico, ¿importa mucho? El pintor Gutiérrez-Solana, que tanto se rió de las academias, fue autor, como es sabido, de media docena de libros extraordinarios que han tardado un siglo en formar parte de la literatura. Son una extraña mezcla de instante y sucesión, poesía y prosa a un tiempo. La suya está, no obstante, sembrada de coces a la ortografía y licencias tremebundas. Una de las más divertidas es escribir eruptar por eructar. “Eruptando sus latinajos”, dice de unos curas. ¿Incorrepto? Según: ¡cuánto de erupción volcánica tiene a veces un eructo! Y al revés, cuántas erupciones se quedan en eructos o parto de los montes. Íos, idos o iros a la política para verlo. Y por supuesto: la lengua, cuando esta viva, además de elevarse, también sabe reptar.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de agosto de 2017]
La lengua es lo que la gente quiere que sea, y la que tenemos por un dechado, la de Cervantes, está llena también de incorrecciones. Vaya que sí. Una lengua sin ellas es una lengua muerta, académica, embalsamada. Que lo digan, si no, los académicos. Entre las acepciones que el diccionario de la Rae da de la palabra académico, por ejemplo, es llamativo que no haya ni rastro de ninguna despectiva, como inane o pesado. Lo que digan, pues, algunos académicos, de idos o iros, o lo que no digan de académico, ¿importa mucho? El pintor Gutiérrez-Solana, que tanto se rió de las academias, fue autor, como es sabido, de media docena de libros extraordinarios que han tardado un siglo en formar parte de la literatura. Son una extraña mezcla de instante y sucesión, poesía y prosa a un tiempo. La suya está, no obstante, sembrada de coces a la ortografía y licencias tremebundas. Una de las más divertidas es escribir eruptar por eructar. “Eruptando sus latinajos”, dice de unos curas. ¿Incorrepto? Según: ¡cuánto de erupción volcánica tiene a veces un eructo! Y al revés, cuántas erupciones se quedan en eructos o parto de los montes. Íos, idos o iros a la política para verlo. Y por supuesto: la lengua, cuando esta viva, además de elevarse, también sabe reptar.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 13 de agosto de 2017]
Published on August 16, 2017 00:03
August 6, 2017
¿A favor o en contra?
HABLA don Julio Caro Baroja en unas páginas deliciosas de los oficios ambulantes que se ejercían en el Madrid del XIX, ya extinguidos la mayoría: cesteros, vendedores de papel de fumar, horchateros, silleros, lazarillos, vendedores de navajas, de jícaras y de muchísimas más cosas... Algunos de esos oficios, como el de lañadores o mieleros, aún los hemos conocido de niños quienes andamos ya en la sesentena, y dos de ellos, limpiabotas y barberos, todavía existen, aunque estén a punto de desaparecer.
Hasta hace unos años se veía un gran número de limpiabotas: en los hoteles, en la calle, en los jardines, en los cafés. Al del café Varela le debemos una de las grandes frases que ha dado la vida social madrileña. Se porfiaba a propósito de doña Concha Piquer y de su carácter difícil. No se ponían de acuerdo y el limpia, sin dar descanso a los cepillos, sentenció: “Desengáñense ustedes, sin mala leche no hay arte”. Los barberos, en lo que se refiere a agudeza y arte de ingenio, tampoco les han ido a la zaga. Había uno en Granada que se dobló en peluquero moderno (“William”) acaso para salvar el negocio en unos años en que las maquinillas eléctricas y las gillettes lo habían arruinado. Recibía a sus parroquianos con una pregunta: “¿Conversación o lectura?”. Si elegían lectura (periódico o revista), no había más que hablar, pero si respondían “conversación”, les sorprendía con otra pregunta: “¿A favor o en contra?”.
La vida política española se ha llenado de barberos (quienes antiguamente también ejercían de sacamuelas) que antes de empezar a hablar preguntan a su electorado lo que éste quiere oír. Si se cansa y quiere probar lo contrario, el político sabrá encontrar argumentos que lo contenten. Lo llamativo es la rapidez con la que unos y otros pasan del “a favor” al “en contra”, y al revés, incluso la facilidad que tienen algunos de ellos de defender a un tiempo el “a favor” y el “en contra” con un cinismo desvergonzado. No hay hoy en España ningún asunto político importante del que los líderes y lideresas no sostengan una cosa y su contraria. Ni uno solo. En vista de ello lo mejor es pedir lectura en la barbería de la vida. Nada de conversación. Nada de confianzas. Ninguna complicidad. Lectura. A ser posible de alguien como Caro Baroja, que sabe lo que dice y sólo dice lo que sabe bien, lo que también le dio, por cierto y acaso por ello, fama de hombre antipático.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 5 de agosto de 2017]
Hasta hace unos años se veía un gran número de limpiabotas: en los hoteles, en la calle, en los jardines, en los cafés. Al del café Varela le debemos una de las grandes frases que ha dado la vida social madrileña. Se porfiaba a propósito de doña Concha Piquer y de su carácter difícil. No se ponían de acuerdo y el limpia, sin dar descanso a los cepillos, sentenció: “Desengáñense ustedes, sin mala leche no hay arte”. Los barberos, en lo que se refiere a agudeza y arte de ingenio, tampoco les han ido a la zaga. Había uno en Granada que se dobló en peluquero moderno (“William”) acaso para salvar el negocio en unos años en que las maquinillas eléctricas y las gillettes lo habían arruinado. Recibía a sus parroquianos con una pregunta: “¿Conversación o lectura?”. Si elegían lectura (periódico o revista), no había más que hablar, pero si respondían “conversación”, les sorprendía con otra pregunta: “¿A favor o en contra?”.
La vida política española se ha llenado de barberos (quienes antiguamente también ejercían de sacamuelas) que antes de empezar a hablar preguntan a su electorado lo que éste quiere oír. Si se cansa y quiere probar lo contrario, el político sabrá encontrar argumentos que lo contenten. Lo llamativo es la rapidez con la que unos y otros pasan del “a favor” al “en contra”, y al revés, incluso la facilidad que tienen algunos de ellos de defender a un tiempo el “a favor” y el “en contra” con un cinismo desvergonzado. No hay hoy en España ningún asunto político importante del que los líderes y lideresas no sostengan una cosa y su contraria. Ni uno solo. En vista de ello lo mejor es pedir lectura en la barbería de la vida. Nada de conversación. Nada de confianzas. Ninguna complicidad. Lectura. A ser posible de alguien como Caro Baroja, que sabe lo que dice y sólo dice lo que sabe bien, lo que también le dio, por cierto y acaso por ello, fama de hombre antipático.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 5 de agosto de 2017]
Published on August 06, 2017 04:17
July 30, 2017
El contador a cero
POR los mismos días en que se aseguraba aquí que los jóvenes no iban ya a oír conferencias, hubo dos en Madrid de Zizek que dejaron fuera, por falta de espacio, a cientos de ellos. ¿Y quien es ese hombre para que los jóvenes decidieran llevarle la contraria a la estadística? Zizek es... ¿filósofo, redespredicador, guru, chouman? La prensa aseguró que es todas esas cosas a la vez. Para mí es sólo una fotografía, él echado en una cama, con un póster de Stalin detrás. Decía JRJ de Serrano Poncela, responsable de las matanzas de Paracuellos: “No he venido a Puerto Rico para darle la mano a un asesino”. Nadie ha llegado hasta aquí para leer ni un solo de los libros de Zizek, pero ahora se trata de otra cosa. Que la extrema izquierda, nostálgica de los buenos tiempos del Gulag deficientemente restablecidos en Venezuela o Cuba, haya encontrado en él al primo de zumosol, se comprende, ¿pero todos aquellos que dirigen instituciones democráticas?
Sus conferencias madrileñas tuvieron lugar en el Círculo de Bellas Artes y en el Museo Reina Sofía. Del primero poco que decir, tratándose de un club exclusivo (eso sí, muy subvencionado), aunque no es extraño, teniendo en cuenta que lo dirigen los mismos que se han negado a que se recuerde el pasado chequista del Círculo, porque sólo lo fue por poco tiempo. En cuanto al Museo (dinero público), baste esta pregunta: ¿habrían invitado a alguien que se hiciera retratar con un póster de Hitler o de Franco? Sígase el razonamiento.Como hegeliano Zizek es defensor del billar a tres bandas y del Espíritu Absoluto, justificando así en última instancia el Mal: puesto que no hay mal que por bien no venga, mejor Trump que Clinton, nos dice Zizek, porque cuanto peor mejor (gran carambola), y si Hitler fue un monstruo no lo fue tanto por sus matanzas de judíos, sino por no haber acabado con el capitalismo (claro que Stalin tampoco, por falta de tiempo, que no de ganas: no habría dejado a nadie vivo, y muerto el perro, se acabó la rabia). Es preocupante, decíamos, sí, que muchos jóvenes ya no acudan a las conferencias, pero más aún que sólo vayan a las de Zizek, nostálgicos de un comunismo de cuyos crímenes no se hacen responsables, por lo mismo que Zizek ha decidido ponerle a Stalin el contador a cero. Y aquí no ha pasado nada, Hannah Arendt.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 30 de julio de 2017]
Published on July 30, 2017 02:38
July 23, 2017
Entre ermitaños
EL verano propicia descubrimientos maravillosos. Conocido gracias a la invitación de un amigo, acabamos de volver de uno de los lugares más idílicos que nadie pueda imaginar. Se encuentra, cómo no, en el inagotable Portugal, entre árboles centenarios y el canto concertado de los pájaros. Fue São Paulo en el siglo XVIII un importante monasterio. La prosperidad multiplicó sus construcciones y realzó la magnificencia de claustros, fuentes y patios con miles de azulejos portentosos en los que se glosa la vida de algunos ermitaños...Hasta ese paraje remoto y escondido entre fragas poco accesibles y convertido hoy en hotel de lujo, llegan de todas partes algunos viajeros buscando apartamiento y un poco de reposo. La primera representación mural con la que nos tropezamos a la entrada fue, precisamente, la de un monje. Se lleva el índice a los labios y “Silentio” es la palabra latina que sale de ellos como una mariposa. Paredes encaladas, lajas de pizarra, dinteles de mármol rosa de Villaviçosa han sido respetados con escrupuloso mimo. La ilusión de seguir en el siglo XVIII acaba pronto, sin embargo. A los apenas veinte huéspedes que pueden disfrutar de aquellos vastos y laberínticos dominios, lo primero que acaso les sorprenda es el contraste: la vida rigurosa de los antiguos eremitas ha dado paso al aire acondicionado, televisiones de plasma, wifi, sábanas y manteles de hilo, piscinas de aguas transparentes, sazonados bastimentos y vinos escogidos en las mejores bodegas del Alentejo servidos por discreta y esmerada servidumbre, y las celdas que ayer conocieron ayunos, cilicios y disciplinas hoy acunan hedonistas abrazos.Alguien, incluso, ha querido ir más lejos: a la vista de todos han colgado un cuadro dizque pop de grandes dimensiones. En él una mujer desnuda se entrega a ensoñaciones voluptuosas, allí, se diría, un tanto inadecuadas. Cerca, en los azulejos, escenas conocidas de Onofre, de María Egipciaca, de Antonio Abad. En esta el demonio tienta al padre del desierto por medio de una mujer que sale huyendo. Hace años que los viejos monasterios se vaciaron de monjes y parece que de no llenarlos con turistas, muchos de ellos se vendrían abajo. Todo esto es cierto, pero vamos a menos. Ya no hay santos que desalojen de nuestra vida los cuadros malos.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 23 de julio de 2017]
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 23 de julio de 2017]
Published on July 23, 2017 23:30
July 8, 2017
En una gran ciudad
¿CÓMO serán nuestras ciudades dentro de cincuenta años? La mayor parte de las predicciones que oímos de niños quedaron muy lejos de la realidad. Recordemos únicamente cuatro de las utopías más circuladas entonces: nos alimentaríamos, como los cosmonautas, con píldoras, erradicándose así el hambre en el mundo; nuestras ropas estarían confeccionadas con tejidos indestructibles que nos defenderían tanto del frío como del calor; la amenaza de las invasiones marcianas uniría a las naciones del nuestro en una federación idílica y, por último, en veinte o treinta años a más tardar, los coches volarían. Sin embargo, en lo que respecta a estas anticipaciones, lanzadas desde laboratorios y universidades, seguimos como en la Edad Media, y hambrunas, dislocamientos climáticos y guerras devastadoras siguen campando por sus respetos, y nos pasamos la vida en los atascos. ¿Y las ciudades? ¿Cómo se pensaba que serían?
Estaban llamadas a convertirse en lugares donde sería fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante. Pero en este punto sucedió lo imprevisto, y apareció el teocrático, belicoso, hostil Islam. Hasta entonces los países árabes, que salían de la tutela colonial, apenas eran otra cosa que decorados de Lawrence de Arabia. Desde hace apenas diez años no hay estadio de fútbol, discoteca, bulevar concurrido, mercado, metro, tren o templo, donde uno o varios fanáticos no puedan sembrar el terror.
Ignacio Echeverría, el joven que perdió su vida tratando de salvar la de una mujer atacada por unos islamitas, se había mudado a Londres hacía un año atraído por las promesas que ofrece una metrópolis. Lo que le convierte en héroe fue que corrió hacia el peligro, en defensa de una desconocida, en vez de huir de él. El primer impulso de los que no tenemos su valor sería acaso buscar refugio en pueblos, villas y despoblados y dejar nuestras ciudades a merced de quienes querrían convertirlas en menos aún que las ruinas de Palmira. Pero ahí estaba ese muchacho dispuesto a defender con su vida estadios, discotecas y mercados, pero también museos, teatros, bibliotecas y todo aquello que da sentido a la nuestra, esas cosas que sólo son posibles en una gran ciudad y sólo en una gran ciudad. [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de julio de 2017)
Estaban llamadas a convertirse en lugares donde sería fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante. Pero en este punto sucedió lo imprevisto, y apareció el teocrático, belicoso, hostil Islam. Hasta entonces los países árabes, que salían de la tutela colonial, apenas eran otra cosa que decorados de Lawrence de Arabia. Desde hace apenas diez años no hay estadio de fútbol, discoteca, bulevar concurrido, mercado, metro, tren o templo, donde uno o varios fanáticos no puedan sembrar el terror.
Ignacio Echeverría, el joven que perdió su vida tratando de salvar la de una mujer atacada por unos islamitas, se había mudado a Londres hacía un año atraído por las promesas que ofrece una metrópolis. Lo que le convierte en héroe fue que corrió hacia el peligro, en defensa de una desconocida, en vez de huir de él. El primer impulso de los que no tenemos su valor sería acaso buscar refugio en pueblos, villas y despoblados y dejar nuestras ciudades a merced de quienes querrían convertirlas en menos aún que las ruinas de Palmira. Pero ahí estaba ese muchacho dispuesto a defender con su vida estadios, discotecas y mercados, pero también museos, teatros, bibliotecas y todo aquello que da sentido a la nuestra, esas cosas que sólo son posibles en una gran ciudad y sólo en una gran ciudad. [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de julio de 2017)
Published on July 08, 2017 04:41
July 2, 2017
El sino de los tiempos
LA célebre frase de d’Ors a propósito de las conferencias se ha hecho real incluso en las pequeñas capitales de provincia: cada tarde, o la da uno o se la dan a él. Con frecuencia tienen lugar en sótanos tristísimos que parecen refugios antiaéreos, pero también en auditorios amplios y suntuosos. En todas, sin embargo, hay algo común: el público. El 90% de los asistentes a una conferencia tiene más de sesenta años, sólo un 0,5% son menores de treinta, y el 70% son mujeres. Más o menos.
Los organizadores se desesperan, porque querrían atraer a los jóvenes a esas actividades, les parece un crimen que no se aprovechen del conocimiento que se les brinda casi siempre de forma gratuita, y para ello recurren en ocasiones a reclamos estúpidos, de feria barata: la última, la del Rijksmuseum, hace unas semanas, permitiendo al visitante número diez millones dormir una noche frente a la Ronda nocturna de Rembrandt, en cama puesta para la ocasión frente al cuadro, con mesilla y botella de champán, como en un meublé), que únicamente sirven para degradar la inteligencia y el esfuerzo de los mejores. Es el sino de los tiempos.
La novela se ha ocupado a menudo de ese personaje que percibe su época como un tiempo en declive, y a sí mismo como un superviviente. En unos casos este se rebelará contra tal aciago sino, tratando unas veces de restaurar la edad dorada, tal y como le sucede a don Quijote, y otras, por el contrario, como a Nikolái Andréievich, el viejo príncipe Bolkonski de Guerra y paz, que se recluyó en su palacio, de espaldas al mundo, sólo para esperar su muerte. A la mayoría de los mortales que vamos llegando a esa edad que llaman provecta, nos acometen, sin duda por falta de una personalidad definida, ambos sentimientos contradictorios: unos días se revolvería furioso uno contra el desorden de las cosas, tratando de restablecer la armonía del universo, y otros se encoge de hombros y desea que ese mismo mundo desordenado se ahogue en su propia estupidez como el Titanic en las aguas heladas del océano. ¿Qué hacen, mientras, todos los que no son ese 0,5%? De momento siguen, arrobados, como corresponde a su edad, al famoso flautista de Hamelín, conocido también como Diablo Cojuelo. Por eso, debería cuidarse más a ese 0,5%, que son la inmensa minoría, la única que importa.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 2 de julio de 2017]
Los organizadores se desesperan, porque querrían atraer a los jóvenes a esas actividades, les parece un crimen que no se aprovechen del conocimiento que se les brinda casi siempre de forma gratuita, y para ello recurren en ocasiones a reclamos estúpidos, de feria barata: la última, la del Rijksmuseum, hace unas semanas, permitiendo al visitante número diez millones dormir una noche frente a la Ronda nocturna de Rembrandt, en cama puesta para la ocasión frente al cuadro, con mesilla y botella de champán, como en un meublé), que únicamente sirven para degradar la inteligencia y el esfuerzo de los mejores. Es el sino de los tiempos.
La novela se ha ocupado a menudo de ese personaje que percibe su época como un tiempo en declive, y a sí mismo como un superviviente. En unos casos este se rebelará contra tal aciago sino, tratando unas veces de restaurar la edad dorada, tal y como le sucede a don Quijote, y otras, por el contrario, como a Nikolái Andréievich, el viejo príncipe Bolkonski de Guerra y paz, que se recluyó en su palacio, de espaldas al mundo, sólo para esperar su muerte. A la mayoría de los mortales que vamos llegando a esa edad que llaman provecta, nos acometen, sin duda por falta de una personalidad definida, ambos sentimientos contradictorios: unos días se revolvería furioso uno contra el desorden de las cosas, tratando de restablecer la armonía del universo, y otros se encoge de hombros y desea que ese mismo mundo desordenado se ahogue en su propia estupidez como el Titanic en las aguas heladas del océano. ¿Qué hacen, mientras, todos los que no son ese 0,5%? De momento siguen, arrobados, como corresponde a su edad, al famoso flautista de Hamelín, conocido también como Diablo Cojuelo. Por eso, debería cuidarse más a ese 0,5%, que son la inmensa minoría, la única que importa.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 2 de julio de 2017]
Published on July 02, 2017 11:50
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