Andrés Trapiello's Blog, page 22
June 26, 2017
Zyklon B en wikipedia
¿QUIÉN no le debe la corroboración de un dato o su refutación, por no hablar de todo lo que desconoceríamos sin ella? Las últimas noticias son, sin embargo, desalentadoras: “La wikipedia va camino de desaparecer: gasta demasiado y las donaciones no bastan”, hemos sabido. Pero no es ese el mayor de sus problemas.
Hace unas semanas, alguien que lo necesitaba buscó en wpedia algo sobre uno, y se quedó atónito. En mi biografía se hacían constar, y de manera sucinta, estos dos únicos datos (no somos nadie): que uno era un “literato” interesado en “el fascismo literario” y que formaba parte de cierta comisión de la Memoria Histórica, “referenciados” con cierta tendenciosa página de “investigaciones marxistas”. Es decir, un dato falso y otro circunstancial, tratados ambos de un modo insidioso. La persona que destapó el “hallazgo”, buen conocedor de mis escritos, corrigió uno y otro sobre la marcha, pero se tropezó con la sorda e inaudita reacción de alguien que parece estar vigilando al otro lado, un tal Asqueladd, seudónimo, cómo no, de un censor que revertía, literalmente a los dos minutos, cualquier cambio que no fuera de su agrado. Lo que siguió forma parte de un relato kafkiano. Han intervenido otros lectores. Nada que hacer. Ese sujeto impedía cualquier modificación o la sometía a su “criterio”. ¿Con qué autoridad? La que la de da, al parecer, tener en su haber ¡72 mil ediciones en wpedia!, o sea, la de haber infectado 72 mil veces wpedia con sus tóxicos errores y omisiones interesadas. ¿Resentimiento, estupidez, terquedad? Ni harto de vino traspasaría su pasamontañas para saberlo.
Parece que ya la han corregido algo. Lo agradezco, pero en cierto modo me da lo mismo. Me digo lo que aquella aristócrata que sacaba a pasear su perro con los rulos puestos, para escándalo de sus hijos, que le afeaban las pintas: “Los que me conocen, saben quién soy, y no les importa; y a los que yo no conozco,¿qué me importan a mí?”. Le han asegurado a uno que si entra en wpedia con su nombre, tiene alguna posibilidad de modificar su biografía. Hasta ahí podíamos llegar. Sí, wpedia tiene problemas, pero no sólo de dinero, sino con aquellos logocidas, secuaces del mito, que propagan en ella a diario, a cualquier hora del día o de la noche, un gas tan letal para el conocimiento como el Zyklon B.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 25 de junio de 2017]
Hace unas semanas, alguien que lo necesitaba buscó en wpedia algo sobre uno, y se quedó atónito. En mi biografía se hacían constar, y de manera sucinta, estos dos únicos datos (no somos nadie): que uno era un “literato” interesado en “el fascismo literario” y que formaba parte de cierta comisión de la Memoria Histórica, “referenciados” con cierta tendenciosa página de “investigaciones marxistas”. Es decir, un dato falso y otro circunstancial, tratados ambos de un modo insidioso. La persona que destapó el “hallazgo”, buen conocedor de mis escritos, corrigió uno y otro sobre la marcha, pero se tropezó con la sorda e inaudita reacción de alguien que parece estar vigilando al otro lado, un tal Asqueladd, seudónimo, cómo no, de un censor que revertía, literalmente a los dos minutos, cualquier cambio que no fuera de su agrado. Lo que siguió forma parte de un relato kafkiano. Han intervenido otros lectores. Nada que hacer. Ese sujeto impedía cualquier modificación o la sometía a su “criterio”. ¿Con qué autoridad? La que la de da, al parecer, tener en su haber ¡72 mil ediciones en wpedia!, o sea, la de haber infectado 72 mil veces wpedia con sus tóxicos errores y omisiones interesadas. ¿Resentimiento, estupidez, terquedad? Ni harto de vino traspasaría su pasamontañas para saberlo.
Parece que ya la han corregido algo. Lo agradezco, pero en cierto modo me da lo mismo. Me digo lo que aquella aristócrata que sacaba a pasear su perro con los rulos puestos, para escándalo de sus hijos, que le afeaban las pintas: “Los que me conocen, saben quién soy, y no les importa; y a los que yo no conozco,¿qué me importan a mí?”. Le han asegurado a uno que si entra en wpedia con su nombre, tiene alguna posibilidad de modificar su biografía. Hasta ahí podíamos llegar. Sí, wpedia tiene problemas, pero no sólo de dinero, sino con aquellos logocidas, secuaces del mito, que propagan en ella a diario, a cualquier hora del día o de la noche, un gas tan letal para el conocimiento como el Zyklon B.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 25 de junio de 2017]
Published on June 26, 2017 00:00
June 11, 2017
Cómo se hace una novela
ES uno de los libros más fascinantes de Unamuno. No trata de literatura. Es mejor que esto. La literatura es cosa de literatos y embaucadores. ¿Y de qué va entonces? Las novelas, las de verdad, se escriben, desde luego, pero no serán nada o serán sólo un jueguecito literario si antes no se hacen, se nos dice en él. ¿Y cómo se hacen? Viviendo de una manera consciente, atenta, en lucha: “Y [como] el que pone por escrito sus pensamientos, sus ensueños, sus sentimientos los va consumiendo, los va matando (...) y no son más nuestros que será un día bajo tierra nuestro esqueleto”, Unamuno se encarga de que el suyo sea lo menos libro posible. En este nos cuenta la novelesca peripecia de su destierro en Fuerteventura, su fuga, la soledad del exilio. Y es un poco todo: historia, poesía, diario, escolio, ensayo, panfleto... escrito de una manera tan trepidante y efusiva, que en él Unamuno hace de reportero del alma humana, de la suya y de la de nuestra.
Del mismo género es el que acaba uno de leer, Recordarán tu nombre, el último de Lorenzo Silva. Dice este que es una novela, y nosotros diríamos que, como el de Unamuno, es más que una novela, mejor que una novela: las vidas paralelas del general Goded, que se sublevó contra la República en Barcelona en 1936, y la de quien le plantó cara, defendiéndola, el general de la Guardia Civil José Aranguren. Los dos pasaron por las guerras de África, los dos tuvieron unas carreras militares brillantes y los dos, sic transit gloria mundi, fueron pasados por las armas, el primero por haber fracasado en el golpe del 36, y el segundo, en el 39, por haber perdido la guerra. Silva nos relata sus vidas trenzándolas a las de los dos abuelos del novelista, militar uno y policía el otro, y, como en el de Unamuno, no pude uno levantar la vista del libro, absorbido por una lejanía tan cercana. Algunas historias las conocemos, otras muchas no: mitos, miserias, mentiras. España sueño y verdad, escribió María Zambrano. Cuánta improvisación hubo en aquella mala novela, nos recuerda Silva. Y entonces nos estremece un vago temor: ¿no se parece un poco a veces esta nuestra chapucera novela a aquella? Sí, hay que hacerle caso a Platón, y expulsar de la República a los poetas... y no digamos a los políticos que hablan como ellos. Y ya veremos luego qué se hace con el paradójico y gran poeta Unamuno.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 11 de junio de 2017]
Del mismo género es el que acaba uno de leer, Recordarán tu nombre, el último de Lorenzo Silva. Dice este que es una novela, y nosotros diríamos que, como el de Unamuno, es más que una novela, mejor que una novela: las vidas paralelas del general Goded, que se sublevó contra la República en Barcelona en 1936, y la de quien le plantó cara, defendiéndola, el general de la Guardia Civil José Aranguren. Los dos pasaron por las guerras de África, los dos tuvieron unas carreras militares brillantes y los dos, sic transit gloria mundi, fueron pasados por las armas, el primero por haber fracasado en el golpe del 36, y el segundo, en el 39, por haber perdido la guerra. Silva nos relata sus vidas trenzándolas a las de los dos abuelos del novelista, militar uno y policía el otro, y, como en el de Unamuno, no pude uno levantar la vista del libro, absorbido por una lejanía tan cercana. Algunas historias las conocemos, otras muchas no: mitos, miserias, mentiras. España sueño y verdad, escribió María Zambrano. Cuánta improvisación hubo en aquella mala novela, nos recuerda Silva. Y entonces nos estremece un vago temor: ¿no se parece un poco a veces esta nuestra chapucera novela a aquella? Sí, hay que hacerle caso a Platón, y expulsar de la República a los poetas... y no digamos a los políticos que hablan como ellos. Y ya veremos luego qué se hace con el paradójico y gran poeta Unamuno.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 11 de junio de 2017]
Published on June 11, 2017 10:33
June 3, 2017
Promesas engañosas
IRRUMPE de pronto con un “he vuelto”. No es un misántropo; sólo tímido. Sus primeras palabras pueden parecernos nerviosas y un poco atropelladas, pero cuando empieza a contar su historia, no hay novelista ni viajero que pueda igualar su encanto misterioso. Pocos, Homero o Mozart, han estado a su altura. Hablamos, como habrán adivinado, del ruiseñor.
Nosotros tenemos uno muy cerca de la casa. Llevamos treintaicinco primaveras oyéndolo. El mismo siempre, el que oyó un extranjero en Tracia, minutos antes de cumplirse su sentencia de muerte, el que oyó Keats en la triste Inglaterra o el pastor que cuida de sus cabras ahora mismo, en un monte cercano. En todo este tiempo, sin embargo, jamás habíamos llegado a verlo, tanto ama el esconderse mientras canta.
Existe una aplicación con todas las aves de España, su figura, su territorio, su voz. Mientras cantaba el nuestro, yo activé el del móvil. Sucedió lo inesperado. El real interrumpió su canto. Se hizo un gran silencio, qué silencio. Luego salió de lo más alto y profundo del viejo alcornoque que es su casa, y vino flechado adonde yo estaba, sin miedo, a pecho descubierto, y se posó a menos de un metro, frente a mí. Ha sido la primera vez que lo he visto tan cerca, sin estorbo de hojas ni de ramas. Nos miramos, los dos desconcertados. Él, desconfiado, inquieto, volvía la cabeza a todas partes, buscando lo que no había, un congénere, y yo, con bastante vergüenza por aquel timo: le había arrancado de la cima del mundo, como quien dice, y distraído de su tarea. Este fue el crimen: por una curiosidad un tanto frívola mía había dejado él de cantar, a cambio de nada. Y aunque fueran unos segundos de silencio, fueron, según se midan, una eternidad.
El ruiseñor acabó yéndose, claro, dejándonos pensativos. Al rato volvió a cantar y volvió a sonar el reclamo del móvil, pero esta segunda vez ya no acudió. Al no ser uno un filósofo (Platón en su caverna, con su paloma Kant), aquí, sin entrar en más detalles, deja uno este cuento(que no lo fue; no llega ni a fábula siquiera) sobre las promesas engañosas a las que siguen frustradas expectativas. El drama de los que enredan por juego o estupidez y el de quienes, a diferencia del gran ruiseñor, vienen a tropezar en la misma burla todas las veces.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 4 de junio de 2017]
Nosotros tenemos uno muy cerca de la casa. Llevamos treintaicinco primaveras oyéndolo. El mismo siempre, el que oyó un extranjero en Tracia, minutos antes de cumplirse su sentencia de muerte, el que oyó Keats en la triste Inglaterra o el pastor que cuida de sus cabras ahora mismo, en un monte cercano. En todo este tiempo, sin embargo, jamás habíamos llegado a verlo, tanto ama el esconderse mientras canta.
Existe una aplicación con todas las aves de España, su figura, su territorio, su voz. Mientras cantaba el nuestro, yo activé el del móvil. Sucedió lo inesperado. El real interrumpió su canto. Se hizo un gran silencio, qué silencio. Luego salió de lo más alto y profundo del viejo alcornoque que es su casa, y vino flechado adonde yo estaba, sin miedo, a pecho descubierto, y se posó a menos de un metro, frente a mí. Ha sido la primera vez que lo he visto tan cerca, sin estorbo de hojas ni de ramas. Nos miramos, los dos desconcertados. Él, desconfiado, inquieto, volvía la cabeza a todas partes, buscando lo que no había, un congénere, y yo, con bastante vergüenza por aquel timo: le había arrancado de la cima del mundo, como quien dice, y distraído de su tarea. Este fue el crimen: por una curiosidad un tanto frívola mía había dejado él de cantar, a cambio de nada. Y aunque fueran unos segundos de silencio, fueron, según se midan, una eternidad.
El ruiseñor acabó yéndose, claro, dejándonos pensativos. Al rato volvió a cantar y volvió a sonar el reclamo del móvil, pero esta segunda vez ya no acudió. Al no ser uno un filósofo (Platón en su caverna, con su paloma Kant), aquí, sin entrar en más detalles, deja uno este cuento(que no lo fue; no llega ni a fábula siquiera) sobre las promesas engañosas a las que siguen frustradas expectativas. El drama de los que enredan por juego o estupidez y el de quienes, a diferencia del gran ruiseñor, vienen a tropezar en la misma burla todas las veces.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 4 de junio de 2017]
Published on June 03, 2017 02:13
June 2, 2017
May 28, 2017
El viejo stradivarius
Oía uno, minutos antes de ponerme a escribir este artículo, Radio Clásica, que de tantas espeluncas melancólicas nos ha sacado a lo largo de la vida. Jamás saldaremos los happy few con ella nuestras deudas de gratitud y consuelo. Tenía bien pensado aquello de lo que iba a tratar, de lo que trataré, al fin y al cabo, lo cual no garantiza nada, dada la propensión de uno a los pensamientos impresionistas, más o menos vagos, intemporales, aproximados. Con todo, me había dicho a mí mismo, como aquel que trata de darse valor antes de entrar en fuego, antes de sumergirse en una batalla peliaguda: Vamos a escribir de Europa. Y en esto empezó a hablar por la radio un viejo luthier que decía hallarse ya mucho más allá del final de su carrera. Hablaba de la nobleza de su oficio, uno, en su opinión, de los más antiguos y nobles: transformar la madera en música, un trozo inerme de abedul o de ciprés en melodías inefables y únicas. Recayó entonces la conversación con el locutor en Stradivarius y los sublimes instrumentos que él fabricó. ¿De dónde procede su misteriosísimo y único sonido? ¿De la madera que empleó y del modo de trabajarla, de los barnices, de su técnica? Algunos sugieren, apuntó el luthier, la sospecha de quienes creen que tal secreto estaría encerrado en el arroyo que corría junto al taller del maestro cremonense, en el que él limpiaba sus herramientas, impregnándose estas de algunas magas sustancias que transmitirían después a la madera. “¿Quién podrá saberlo?”, concluyó, “¡es todo tan misterioso y frágil!”.
Y aquí entraba en danza Europa. Acabábamos de ver en la tv cómo los obreros, la mayor parte excomunistas, que habían abucheado en una fábrica a Macron, vitoreaban minutos después a Marine Le Pen. Quiere esta, preilustrada y furiosa, como su rubio teñido, acabar con Europa, el viejo stradivarius de donde han nacido algunas de las más admirables partituras políticas: el vals llamado Igualdad, la sonata Libertad y la sinfonía Fraternidad. Sí, nada tan frágil como el bien. Bastan dos o tres desdichados pasos o un solo e insensato referéndum para acabar con el viejo stradivarius hecho un montón de astillas del que ni siquiera Radio Clásica podrá arrancar nada que se parezca a música.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de mayo de 2017]
Y aquí entraba en danza Europa. Acabábamos de ver en la tv cómo los obreros, la mayor parte excomunistas, que habían abucheado en una fábrica a Macron, vitoreaban minutos después a Marine Le Pen. Quiere esta, preilustrada y furiosa, como su rubio teñido, acabar con Europa, el viejo stradivarius de donde han nacido algunas de las más admirables partituras políticas: el vals llamado Igualdad, la sonata Libertad y la sinfonía Fraternidad. Sí, nada tan frágil como el bien. Bastan dos o tres desdichados pasos o un solo e insensato referéndum para acabar con el viejo stradivarius hecho un montón de astillas del que ni siquiera Radio Clásica podrá arrancar nada que se parezca a música.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 28 de mayo de 2017]
Published on May 28, 2017 23:31
May 23, 2017
Feria del Retiro
A quien interese:
este sábado 27 por la tarde (de 19:00 a 21:00, y único día en toda la Feria del Libro del Retiro) estaré en la caseta 336 de la editorial Pre-Textos para firmar mis libros a quien lo desee.
Rosas de mayo, 24 de mayo de 2017
este sábado 27 por la tarde (de 19:00 a 21:00, y único día en toda la Feria del Libro del Retiro) estaré en la caseta 336 de la editorial Pre-Textos para firmar mis libros a quien lo desee.

Published on May 23, 2017 23:34
El Prado y Feria del Retiro
A quien interese:
esta tarde da uno una conferencia (18,30, entrada libre), en el Museo del Prado, "Una galería de retratos. La Hispanic Society", y este sábado 27 por la tarde (de 19:00 a 21:00, y único día en toda la Feria del Libro del Retiro) estaré en la caseta de la editorial Pre-Textos para firmar mis libros a quien lo desee.
Rosas de mayo, 24 de mayo de 2017
esta tarde da uno una conferencia (18,30, entrada libre), en el Museo del Prado, "Una galería de retratos. La Hispanic Society", y este sábado 27 por la tarde (de 19:00 a 21:00, y único día en toda la Feria del Libro del Retiro) estaré en la caseta de la editorial Pre-Textos para firmar mis libros a quien lo desee.

Published on May 23, 2017 23:34
May 14, 2017
La estafeta romántica
UNO de los cuarenta y seis Episodios Nacionales se titula así: La estafeta romántica. La novela está contada a través de las cartas que una docena de personajes se cruzan por media España. Es fascinante la novela y asombrosa, genial, la pericia de Galdós para embelesarnos, como si nos llevara embebidos o con baba de buey (que así se les llamaba en Castilla a esos hilillos de araña que andan flotando por el aire, dando a entender que llevar a alguien con ronzal tan sutil es conducirlo sin esfuerzo).
Y lo primero que se nos viene a la memoria son aquellos tiempos en que la gente escribía cartas que tardaban días, semanas, meses en llegar. Internet ha hecho del presente algo abrumador, invasivo. “En vivo y en directo” es lema de periódicos e informativos, casi una caricatura. En el momento en que los personajes de esa novela galdosiana rasgan el sobrescrito y leen la carta, todo lo que se cuenta en ella puede ser ya historia, agua pasada. Los hechos tienen, pues, la importancia relativa que tienen y los corresponsales aprovechan para expresar en ellas sentimientos, ideas, temores y esperanzas intemporales, a las que no atropellen las circunstancias. Busquen, lean y admírense de las Cartas privadas de emigrantes de Indias que hace años recopiló Enrique Otte. Las escribieron a finales del siglo XVI y principios del XVII indianos a los que se les desgarraba el corazón pensando en sus lejanos seres queridos. No menos románticas que las novelescas de Galdós, están sembradas de informaciones veraces, exactas, preciosas de la realidad. Son, con el Quijote, el gran tesoro de la lengua castellana por su emoción y naturalidad, sentimientos que tienen que ver más con la vida que con la literatura, o si prefieren, que nos enseñan a hacer que la literatura sea algo más que literatura, por lo mismo que las cartas galdosianas hacen que pensemos, sobre todo, que la literatura vale poco si no es vida.Va leyendo uno La estafeta romántica y estas cartas de indianos. No podemos dejar de sentir cuántas cosas nos ha dado internet, y cuántas nos ha quitado. A nuestro móvil llegan por whatsapp, puntuales, perentorios, los sucesos, pero paradójicamente estos nos hacen sentir nostalgia de aquellas largas cartas que llegando con días, semanas, meses de retraso, traían un providencial alijo de palabras imperecederas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de mayo de 2017]
Y lo primero que se nos viene a la memoria son aquellos tiempos en que la gente escribía cartas que tardaban días, semanas, meses en llegar. Internet ha hecho del presente algo abrumador, invasivo. “En vivo y en directo” es lema de periódicos e informativos, casi una caricatura. En el momento en que los personajes de esa novela galdosiana rasgan el sobrescrito y leen la carta, todo lo que se cuenta en ella puede ser ya historia, agua pasada. Los hechos tienen, pues, la importancia relativa que tienen y los corresponsales aprovechan para expresar en ellas sentimientos, ideas, temores y esperanzas intemporales, a las que no atropellen las circunstancias. Busquen, lean y admírense de las Cartas privadas de emigrantes de Indias que hace años recopiló Enrique Otte. Las escribieron a finales del siglo XVI y principios del XVII indianos a los que se les desgarraba el corazón pensando en sus lejanos seres queridos. No menos románticas que las novelescas de Galdós, están sembradas de informaciones veraces, exactas, preciosas de la realidad. Son, con el Quijote, el gran tesoro de la lengua castellana por su emoción y naturalidad, sentimientos que tienen que ver más con la vida que con la literatura, o si prefieren, que nos enseñan a hacer que la literatura sea algo más que literatura, por lo mismo que las cartas galdosianas hacen que pensemos, sobre todo, que la literatura vale poco si no es vida.Va leyendo uno La estafeta romántica y estas cartas de indianos. No podemos dejar de sentir cuántas cosas nos ha dado internet, y cuántas nos ha quitado. A nuestro móvil llegan por whatsapp, puntuales, perentorios, los sucesos, pero paradójicamente estos nos hacen sentir nostalgia de aquellas largas cartas que llegando con días, semanas, meses de retraso, traían un providencial alijo de palabras imperecederas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de mayo de 2017]
Published on May 14, 2017 14:58
May 7, 2017
La victoria de los perdedores
HOY por hoy sólo es noticia un medio-hecho: Eta (aún con el verdugo puesto) comunicó a las autoridades francesas las geolocalizaciones de sus arsenales: 120 pistolas y 3 toneladas de explosivos. ¿Significa esa entrega una rendición? Los caballeros, llegado el caso de la derrota, confiaban su espada al vencedor. Don Quijote la rindió al de la Blanca Luna. Y por supuesto, con la visera alzada. En otras culturas como la japonesa se quitan la vida, todo antes que llevarla sin honor. ¿Podemos pensar que alguien que fue cobarde con un arma en la mano, dejará de serlo sin ella? Si no ha habido nadie en Eta que “diera la cara” en tal acto es porque nunca fueron soldados, sólo sicarios, asesinos. Las entregaron en su nombre unos curas, como en una escaramuza de carlistas.
Hace años, un alto funcionario del gobierno de Aznar se entrevistó con Tony Blair, entonces primer ministro británico. Acababa él de firmar la paz con el Ira, y le dijo que fuesen cuales fueren los acuerdos con Eta, deberían escenificar la entrega de armas. No porque las armas tengan mucha importancia (al fin y al cabo el mercado negro está lleno de ellas), sino porque de toda la lucha armada sólo se recordaría esa foto. “Una derrota sin escenificación no vale nada”, le dijo; “Una derrota sin vencidos es una victoria de los perdedores”. No habrá esa foto, Eta y los trescientos mil vascos en cuyo nombre asesinaban se han ocupado de que no la haya.
Otras veces se ha traído aquí el difícil, inestable triángulo: paz, justicia, olvido. Sin olvido no hay paz, pero sin justicia no hay olvido. ¿Quiénes han de olvidar? Las víctimas. Hoy, por el contrario, son los victimarios quienes tratan de imponer el olvido a la sociedad a la que combatieron y amedrentaron durante cuarenta años de forma despiadada y siniestra. Para ello, como han recordado algunos, necesitarán contar las cosas de otro modo, adueñarse, como ahora se dice, del relato. ¿Y cómo? “Cambiando las armas de matar por las mentiras”, han dicho las víctimas. La primera de ellas es presentarse como un ejército de soldados (gudaris) que tuvo sus buenas razones para matar, lo que hace de las víctimas gentes que tuvieron también sus buenas razones para morir. Han entregado las armas, pero no la verdad. O sea, no han entregado nada. Nada que traiga un poco de paz, de justicia y de olvido.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de mayo de 2017]
Hace años, un alto funcionario del gobierno de Aznar se entrevistó con Tony Blair, entonces primer ministro británico. Acababa él de firmar la paz con el Ira, y le dijo que fuesen cuales fueren los acuerdos con Eta, deberían escenificar la entrega de armas. No porque las armas tengan mucha importancia (al fin y al cabo el mercado negro está lleno de ellas), sino porque de toda la lucha armada sólo se recordaría esa foto. “Una derrota sin escenificación no vale nada”, le dijo; “Una derrota sin vencidos es una victoria de los perdedores”. No habrá esa foto, Eta y los trescientos mil vascos en cuyo nombre asesinaban se han ocupado de que no la haya.
Otras veces se ha traído aquí el difícil, inestable triángulo: paz, justicia, olvido. Sin olvido no hay paz, pero sin justicia no hay olvido. ¿Quiénes han de olvidar? Las víctimas. Hoy, por el contrario, son los victimarios quienes tratan de imponer el olvido a la sociedad a la que combatieron y amedrentaron durante cuarenta años de forma despiadada y siniestra. Para ello, como han recordado algunos, necesitarán contar las cosas de otro modo, adueñarse, como ahora se dice, del relato. ¿Y cómo? “Cambiando las armas de matar por las mentiras”, han dicho las víctimas. La primera de ellas es presentarse como un ejército de soldados (gudaris) que tuvo sus buenas razones para matar, lo que hace de las víctimas gentes que tuvieron también sus buenas razones para morir. Han entregado las armas, pero no la verdad. O sea, no han entregado nada. Nada que traiga un poco de paz, de justicia y de olvido.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de mayo de 2017]
Published on May 07, 2017 00:47
May 6, 2017
Calle del poeta Joan Maragall
EL pasado 28 de abril el pleno del Ayuntamiento de Madrid, a propuesta de un Comisionado creado por las diferentes formaciones políticas que lo integran, acordó cambiar el nombre de 52 calles del callejero de la ciudad, relacionados con el levantamiento de 1936 contra la República y con la represión franquista, y en aplicación de la ley conocida popularmente como “de la Memoria Histórica”.
El último de esos nombres, apenas unos días antes de ese pleno, fue el de la calle del Capitán Haya, que pasará a ser calle del poeta Joan Maragall. Que había que cambiar el de Capitán Haya (o el de Millán Astray, contra la opinión en este último caso del Partido Popular y de algunos colectivos de legionarios), no ofrece duda. ¿Pero qué tiene que ver el poeta Joan Maragall con la ciudad de Madrid, él, que murió en 1911, sin conocer, por tanto, ni la guerra civil ni, claro, el franquismo? Aquí entra de lleno el hablar del trabajo de ese Comisionado, presidido por la abogada Francisca Sauquillo, secretariado por Txema Urquijo e integrado por los historiadores Octavio Ruiz-Manjón y José Álvarez Junco, la arquitecta Teresa Arenillas, la filósofa Amelia Valcárcel, el cura Santos Urías y yo mismo. De este grupo sólo puede uno decir tres cosas: que, hayamos o no acertado, se lo tomó muy en serio; que nuestras decisiones, en un ambiente de respeto y amistad (y casi ninguno nos conocíamos personalmente de antes), han sido unánimes en más del 90% de los casos, y que pese a nuestras deliberaciones a veces vivas y empeñadas, jamás hemos olvidado aquello que decía Giner de los Ríos: “todo lo sabemos entre todos”. Quiero decir, que nos ha movido el propósito de cumplir la ley y hacer algo que sirviera a todo el mundo. Sí, hemos desmilitarizado en parte el callejero (a sabiendas incluso de que hubo militares, Vicente Rojo, por ejemplo, que merecen una calle y aun más, como defensores de la legalidad republicana). Para substituirlos hemos buscado modelos de excelencia en todo tiempo y lugar, para unir y no para separar, descomunales más que comunes y de todos, para todos y entre todos. Joan Maragall, por ejemplo. Así puede verse aún en su admirable epistolario con Unamuno. Un catalán, un vasco, dos españoles. “La voz de Maragall es simplemente hermosa”, nos dice en “Milagro español” el pintor y exiliado Ramón Gaya, que también contará a partir de ahora con un rincón en el callejero madrileño; y añade: su voz inspiradísima “no tiene esa ambición de obra que precipita a los artistas en el infierno de la creación torturada, desesperada, sino que, de una manera armoniosa, con un ritmo de conversación, va entregándonos el mar, las nubes, los pinos, los montes. Enamorado cuerdo de todas estas cosas vivas, no quiere alterarlas y pone un gran cuidado en no quitarles hermosura y, sobre todo, en no ponerles hermosura”. Ese fue el poeta Maragall, primer traductor de Nietzsche en España (en catalán), alguien que como el filósofo alemán puso el acento en la vida, más que en la historia, y en la realidad, más que en los mitos. Y esta lección vale lo que todas las guerras y para todas las ciudades. Lástima que los españoles de 1936 no lo tuvieran más presente. Lástima sería que los de 2017 tampoco. Bienvenido, pues, el poeta Joan Maragall al callejero de Madrid.
[Publicado en La Vanguardia el 6 de mayo de 2017]
El último de esos nombres, apenas unos días antes de ese pleno, fue el de la calle del Capitán Haya, que pasará a ser calle del poeta Joan Maragall. Que había que cambiar el de Capitán Haya (o el de Millán Astray, contra la opinión en este último caso del Partido Popular y de algunos colectivos de legionarios), no ofrece duda. ¿Pero qué tiene que ver el poeta Joan Maragall con la ciudad de Madrid, él, que murió en 1911, sin conocer, por tanto, ni la guerra civil ni, claro, el franquismo? Aquí entra de lleno el hablar del trabajo de ese Comisionado, presidido por la abogada Francisca Sauquillo, secretariado por Txema Urquijo e integrado por los historiadores Octavio Ruiz-Manjón y José Álvarez Junco, la arquitecta Teresa Arenillas, la filósofa Amelia Valcárcel, el cura Santos Urías y yo mismo. De este grupo sólo puede uno decir tres cosas: que, hayamos o no acertado, se lo tomó muy en serio; que nuestras decisiones, en un ambiente de respeto y amistad (y casi ninguno nos conocíamos personalmente de antes), han sido unánimes en más del 90% de los casos, y que pese a nuestras deliberaciones a veces vivas y empeñadas, jamás hemos olvidado aquello que decía Giner de los Ríos: “todo lo sabemos entre todos”. Quiero decir, que nos ha movido el propósito de cumplir la ley y hacer algo que sirviera a todo el mundo. Sí, hemos desmilitarizado en parte el callejero (a sabiendas incluso de que hubo militares, Vicente Rojo, por ejemplo, que merecen una calle y aun más, como defensores de la legalidad republicana). Para substituirlos hemos buscado modelos de excelencia en todo tiempo y lugar, para unir y no para separar, descomunales más que comunes y de todos, para todos y entre todos. Joan Maragall, por ejemplo. Así puede verse aún en su admirable epistolario con Unamuno. Un catalán, un vasco, dos españoles. “La voz de Maragall es simplemente hermosa”, nos dice en “Milagro español” el pintor y exiliado Ramón Gaya, que también contará a partir de ahora con un rincón en el callejero madrileño; y añade: su voz inspiradísima “no tiene esa ambición de obra que precipita a los artistas en el infierno de la creación torturada, desesperada, sino que, de una manera armoniosa, con un ritmo de conversación, va entregándonos el mar, las nubes, los pinos, los montes. Enamorado cuerdo de todas estas cosas vivas, no quiere alterarlas y pone un gran cuidado en no quitarles hermosura y, sobre todo, en no ponerles hermosura”. Ese fue el poeta Maragall, primer traductor de Nietzsche en España (en catalán), alguien que como el filósofo alemán puso el acento en la vida, más que en la historia, y en la realidad, más que en los mitos. Y esta lección vale lo que todas las guerras y para todas las ciudades. Lástima que los españoles de 1936 no lo tuvieran más presente. Lástima sería que los de 2017 tampoco. Bienvenido, pues, el poeta Joan Maragall al callejero de Madrid.
[Publicado en La Vanguardia el 6 de mayo de 2017]
Published on May 06, 2017 00:54
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