Entre ermitaños

EL verano propicia descubrimientos maravillosos. Conocido gracias a la invitación de un amigo, acabamos de volver de  uno de los lugares más idílicos que nadie pueda imaginar. Se encuentra, cómo no, en el inagotable Portugal, entre árboles centenarios y el canto concertado de los pájaros. Fue São Paulo en el siglo XVIII un importante monasterio. La prosperidad multiplicó sus construcciones y realzó la magnificencia de claustros, fuentes y patios con miles de azulejos portentosos en los que se glosa la vida de algunos ermitaños...Hasta ese paraje remoto y escondido entre fragas poco accesibles y convertido hoy en hotel de lujo, llegan de todas partes algunos viajeros buscando apartamiento y un poco de reposo. La primera representación mural con la que nos tropezamos a la entrada fue, precisamente, la de un monje. Se lleva el índice a los labios y “Silentio” es la palabra latina que sale de ellos como una mariposa. Paredes encaladas, lajas de pizarra, dinteles de mármol rosa de Villaviçosa han sido respetados con escrupuloso mimo. La ilusión de seguir en el siglo XVIII acaba pronto, sin embargo. A los apenas veinte huéspedes que pueden disfrutar de aquellos vastos y laberínticos dominios, lo primero que acaso les sorprenda es el contraste: la vida rigurosa de los antiguos eremitas ha dado paso al aire acondicionado, televisiones de plasma, wifi, sábanas y manteles de hilo, piscinas de aguas transparentes, sazonados bastimentos y vinos escogidos en las mejores bodegas del Alentejo servidos por discreta y esmerada servidumbre, y las celdas que ayer conocieron ayunos, cilicios y disciplinas hoy acunan hedonistas abrazos.Alguien, incluso, ha querido ir más lejos: a la vista de todos han colgado un cuadro dizque pop de grandes dimensiones. En él una mujer desnuda se entrega a ensoñaciones voluptuosas, allí, se diría, un tanto inadecuadas. Cerca, en los azulejos, escenas  conocidas de Onofre, de María Egipciaca, de Antonio Abad. En esta el demonio tienta al padre del desierto por medio de una mujer que sale huyendo. Hace años que los viejos monasterios se vaciaron de monjes y parece que de no llenarlos con turistas, muchos de ellos se vendrían abajo. Todo esto es cierto, pero vamos a menos. Ya no hay santos que desalojen de nuestra vida los cuadros malos. 
   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 23 de julio de 2017]
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Published on July 23, 2017 23:30
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Andrés Trapiello
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