Benjamín Franzani G.'s Blog, page 2

July 8, 2023

Galván y Adela




Galván es un experimentado soldado, explorador de la ciudad de Gáradras. Está casado con Adela, mujer hacendosa y compasiva, que es quien en realidad lleva las riendas de esa casa, en la que hay también tres hijos: Esteban, joven soldado, como su padre; la bella Ana y el pequeño Enrique, pastor. Galván y Adela jugarán un rol importante para Julián, en su llegada a la mítica ciudad.
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Published on July 08, 2023 13:21

Bruno Graston




"Julián tocó a la puerta que le habían indicado, y luego de oírse unos pesados pasos, se entreabrió para dejar lugar a la figura de un hombre de espesas cejas, facciones cuadradas y negra barba, que le miraba inquisidor con sus grises ojos. El muchacho no pudo dejar de notar que su nuevo maestro se apoyaba sobre una pierna de palo ¿qué le habrá pasado?"
Bruno Graston, es un maestro escribano, amigo del archidruida Elourrienne, protagonisa su propia historia en el Canto II de Crónicas de una espada, en el que descubrimos también parte de su pasado. Taciturno y reservado, si algún día tu camino se cruza con el suyo, se indulgente con su rudeza y, sobre todo, no le preguntes por su pie de palo.
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Published on July 08, 2023 13:18

Calicles



Calicles es el druida al mando de la temida Flota Negra, y ganó su sobrenombre de Eminencia de Hielo en las campañas del sur, en las que destacó por su cruda frialdad, tanto para sus subalternos como para sus enemigos. Normalmente este poderoso antagonista tiene sus ojos verdes pero, cuando entra en su furia, la sangre tiñe sus iris de rojo, y entonces no querrás estar cerca. Llevó un yelmo de cuernos de toro durante el asedio de Siar, que lo distingue entre sus tropas y lo asemeja al mismísimo Azote Negro, señor de los fenóritos, quien porta el yelmo-máscara de los cuernos de ciervo. Ambiciona ser él quien un día llegue a portar la máscara que distingue al más poderoso de los druidas de su secta, día que de momento aguarda con impaciencia, acrecentando mientras tanto su dominio sobre las fuerzas ocultas del mundo de los espíritus. Calicles no solo ha aparecido en Crónicas de una Espada, sino que también puedes conocer algo de su pasado y motivaciones si lees el capítulo "El enemigo en Dágoras", de los relatos de "Edward o el Caballero Verde"

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Published on July 08, 2023 13:12

Gódric el Rojo




Gódric el Rojo es el líder de una de las bandas de guerra del reino de Ízgar, del pueblo de los varnos, en la Tierra de los Clanes que moran en los Campos Brunos. Guerrero valiente y respetado por los suyos, temido por los contrarios. Su prestigio atrajo a hombres de todos los clanes que, uniéndose en juramento han puesto sus espadas bajo su autoridad, y le siguen a donde sea, dispuestos a derramar su sangre por la lealtad a su líder. Esa es la fuerza de las bandas de varnos, que son más que un grupo armado: son una hermandad.Gódric, de larga barba pelirroja y famoso yelmo alado, lleva orgulloso el torque de su raza, y será comisionado por el mismo rey Uther para escoltar a los garadrinos de vuelta a su ciudad. Y allí, en el último enclave del Imperio de Dáladon, descubrirá lo que nunca pensó que estaba buscando.
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Published on July 08, 2023 13:08

July 2, 2023

Proceso Creativo

La creación de un mundo como el de Crónicas de una espada es un proceso que tomó, y sigue tomando, su tiempo. Sin embargo, para mí fue un crecimiento sumamente natural, al mismo ritmo en que yo mismo iba madurando. Sí, pues esta saga empezó a nacer con mis primeros pasos en la literatura, y me acompañó hasta varios años después de terminada mi carrera en la Universidad.  

De este proceso creativo trata este post, que a algunos les resultará conocido, pues fue uno de los primeros que subí a mi Instagram, presentándome. Vayamos parte por parte, siguiendo las imágenes que les propongo para explicarlo mejor.

El cuaderno


Todo comenzó con este cuaderno, que luego me acompañaría toda la redacción. En esta foto de se puede leer, arriba a la derecha, una fecha: 17/2/2004. Ese día comencé a escribir a mano Crónicas de una Espada pero pronto me di cuenta que la historia iba para largo, y decidí pasarme al computador, pues de todos modos tendría que hacerlo. De ese primer borrador no sobrevivió casi nada en la historia actual, pero el cuaderno se transformó en una especie de bitácora de viaje, en la que fui anotando historias, haciendo esquemas, proponiendo líneas de tiempo y perfilando personajes: 




En sus páginas, fueron plasmándose arcos argumentativos, bosquejos, perfiles de protagonistas y antagonistas, dibujos a mano alzada, ideas varias... 
Los esquemasCuando me pongo a escribir, planifico antes. Algunos dirían que eso me sitúa en la categoría de "escritor mapa", es decir, ese tipo de escritor que planifica toda la trama antes de tomar la pluma, que se diferencia del "escritor brújula", que sería el que, con nada más que su idea (la brújula) se lanza a la escritura descubriendo la historia en el camino. Obviamente, la realidad es más variada que estas etiquetas. Sí, los esquemas, la planificación, son importantes y yo suelo trazar el arco argumental como esqueleto de mis relatos antes de comenzar a escribir. Pero luego, la escritura misma es un descubrimiento del camino, donde los cambios a veces no son simplemente a nivel de detalle. Un ejemplo: aquí puedes ver el primer arco argumental de la saga:
Ni nombre tenían, los personajes. Puedo decir que de ese esquema inicial sobrevivió solo el principio: la batalla de Siar, que es el tema de Canto I. Al contrario, uno de los esquemas que más fielmente perduró, es el de los movimientos de tropa durante la guerra que, sin embargo, no son más que un elemento del contexto. ¡La verdadera historia se cuenta a través de las decisiones de los personajes! Y en eso, muchas veces actué más con "la brújula": la idea que tenía de la historia, y lanzándome a descubrirla, escribiendo. Hacer esquemas es una buena herramienta cuando la escritura se bloquea y no sabes por dónde avanzar. En la foto que sigue, a doble página, a la derecha están los movimientos de las tropas, que se relacionan en el tiempo con la página de la izquierda, que contiene algunas notas importantes sobre la evolución interior del protagonista.


El fiel computador

En esta maquinita se escribió gran parte del libro, después de que el primer computador que tuve, heredado, simplemente muriera, y el que luego me prestaban dejase de estar disponible. En este aparato, que hoy es poco más que una máquina de escribir, no solo terminé la saga, sino también mi tesis de Derecho, y mi magister de Literatura. Algo sabrá, este pequeño: dejé el lápiz para hacerse una idea de su tamaño. Ahora este buen amigo también pasó a mejor vida, y yo trabajo con uno más grande, y más cómodo. Pero dejo esta foto para mostrar que no siempre es necesario tener la última generación tecnológica para lanzarse con una historia ¿es que acaso nuestros ancestros no plasmaron los clásicos de la literatura rasgando pergaminos?
Los dibujos


En mi proceso creativo, son muy importantes los dibujos. A veces, sin saberlo, adelantan historia, introducen nuevos personajes, o simplemente me permiten imaginar mejor. Este escritorio es un desastre con tanto papel y notas, pero no soy capaz de botar ni un solo bosquejo... al centro pueden ver los garabatos con los que compuse la Profecía de las Espadas.
Lo que podría venir en el futuro
Finalmente, guardo tamién una carpeta con notas y pedazos de historias, que podrían ampliar, algún día, el Universo de Crónicas de una Espada. Mientras duermen y maduran, como el vino.
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Published on July 02, 2023 09:07

May 15, 2023

Sobre la Edad Media, la fantasía, y la literatura



¿Qué es lo que me mueve a escribir? ¿Qué hay detrás del proceso que trajo al mundo a Crónicas de una espada? ¿Qué relación hay entre mis estudios actuales —épica medieval— y mi escritura "creativa"? Algunas de estas cosas están insinuadas en la sección "acerca de mí" de este blog. Otras han sido objeto de maduración en el último tiempo. 

Un artículo sobre esto aquí podría terminar siendo incómodamente autorreferencial, así que simplemente dejo esta entrada para que, si te interesa, te pases por la entrevista que me hicieron para la Revista Omnes, en la que hablamos de estas y otras cosas. El enlace lo encuentras aquí.

¡Espero la disfrutes! Y si te animas, luego de leerla, a dejar un comentario, estaré más que feliz de leerlo.

¡No dejéis de leer!

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Published on May 15, 2023 11:04

March 17, 2023

El Caballero Dragón

 

Leocán, el último caballero dragón

Pensar en las edades anteriores a la Batalla de los Campos brunos es, en las Tierras Occidentales, forzosamente, recordar los días de las Tres Coronas bajo el águila, la época en que el Imperio se asentaba glorioso e incontestado sobre el trono de Dáladon y los tiempos en que las grandes bestias departían aún con los hombres. En aquellos días anteriores a la caída, junto a los reyes existía otra figura de majestad: el caballero dragón.
El poder y la historia de la Alianza que luego se convirtió en Imperio no puede explicarse sin la historia de estos hombres que, desde el final de la Primera Guerra Druídica, detentaron de generación en generación la soberanía sobre las bestias. Y, al mismo tiempo, se trata de un personaje que está en el inicio mismo de mi escritura y descubrimiento del mundo que he formado en mi saga Crónicas de una espada. De uno y otro, de la historia legendaria y del proceso creativo, quiero hablarte hoy.
La estirpe de los caballeros dragón Sabemos por las crónicas y los relatos de los juglares que la historia más arcaica de los pueblos de Dáladon está ligada a su lucha inicial contra las bestias que dominaban el mundo al inicio de los tiempos. Referencias a cómo la humanidad, que huía de la persecusión de las grandes bestias, se reencontró en los bosques del sur, y a cómo tres pueblos —longobardos, arvernos y turdetanos— decidieron hacer frente común a la monstruosa amenaza, son parte de los relatos fundadores del Imperio de Dáladon. Este nació como la Alianza de los tres pueblos, celebrada en el famoso Obelisco, se convirtió luego en el Reino de las Tres Coronas —como explica sir Edward en La Corona de las Montañas— para llegar finalmente a ser el Imperio de Dáladon. Pero nada de esto hubiera sido posible, si la Alianza no hubiese conseguido vencer a las bestias. El valor de la humanidad en esta lucha desproporcionada conmovió las entrañas de algunas de las grandes criaturas, que finalmente dejaron a sus hermanas y se decidieron a proteger a los hombres y mujeres de la Alianza. Pero eso no fue suficiente: el momento clave es la intervención divina del Creador, que decidió salvar a sus hijos. En medio de un sueño, algunos hombres fueron transportados más allá de las Montañas Impenetrables, donde vieron el sagrado Árbol y bebieron de la Fuente de sus raíces. Al despertar ya no eran los mismos: habían sido introducidos en los misterios de la creación y oyeron la música divina que ordena todas las cosas. Un gran poder se les había concedido, y fueron llamados druidas. Con la guía de esos hombres y el apoyo de las bestias benévolas, la Alianza triunfó y expurgó la tierra de monstruos ancestrales, que se retiraron a regiones ignotas.Como ves, druidas y bestias son fundamentales en los comienzos de Dáladon. Pero ¿qué son las grandes bestias? ¿Qué es lo que los druidas descubrieron el día de su sueño? El conocimiento druídico más profundo, además de secreto, no es discursivo, por lo que no es fácil de explicar lo que pasó y la naturaleza de las cosas permanece siempre irreductiblemente un misterio, pero se puede hacer un cierto acercamiento para entender la historia. 
Las bestias son, de alguna manera, parte y manifestación de la naturaleza salvaje. Como si el mundo material tuviera en ellas su consciencia. No son una encarnación propiamente tal de las fuerzas naturales, pero de algún modo están íntimamente ligadas a ellas. Son el pasado del mundo, la memoria de las cosas. Como la naturaleza misma, pueden ser amables u hostiles al hombre, benévolas y crueles a la vez. Las más antiguas y sabias son guardianas de una fuerza que deja sin aliento. Y sin embargo, no son ellas las llamadas a dominar el mundo: la causa de la primera guerra fue precisamente esa, la envidia de aquellos seres de fuerza superior al comprender que el mundo creado, cuya vida corre por sus venas, había sido hecho precisamente para esa pobre criatura que es el hombre. 
Pero nos estamos saliendo largamente del tema. ¿Qué tiene que ver todo esto con el caballero dragón? Resulta que la Alianza poco a poco pasó a ser Reino, y de Reino a Imperio. En el proceso, bajo la guía de los druidas, los pueblos vivieron en profunda conexión con las bestias y por ende con la naturaleza de las Tierras Occidentales. Poniendo con sabiduría el mundo a su servicio, los héroes de los hombres fueron poco a poco reconquistando la tierra y liberando a tantas otras naciones que habían vivido siglos bajo tiranía de bestias rencorosas y titanes antiguos. Pero eso no duró. El Imperio se olvidó de sus orígenes, se embriagó de su poder. Las bestias benévolas que habían ayudado a los reyes poco a poco se retiraron, hastiadas. Vino el periodo de confusión conocido como "la Indecisión" e incluso un grupo no despreciable de druidas se corrompió: los fenóritos. Al desacuerdo siguió la guerra, en el que todos los poderes que hasta entonces se habían sometido a Dáladon se unieron en su contra: era el caos que volvía a reclamar su soberanía sobre el mundo, el fin de la humanidad.
 ¡Cómo fue terrible esa contienda! Fue la primera vez en que el poder de los druidas, sin límites entonces —no había sido celebrado el sagrado tratado de la Promesa— se enfrentó al poder de otros druidas, y la fábrica misma de la realidad estuvo en peligro.
Y aquí es donde entra en nuestra historia, muchos siglos antes del comienzao de Crónicas de una espada, sir Ruggier de Oromonte, primer caballero dragón. En la hora decisiva, durante aquella primera Guerra Druídica, ese caballero longobardo logró convencer a un grupo de criaturas, antiguas aliadas de la humanidad, para que también ellas volvieran a su lado. Sí, pues al comenzar la guerra druídica, y al ver que los fenóritos contaban con la ayuda de monstruos infernales, bestias benévolas como el unicornio y el fénix habían regresado en apoyo de los reyes. Sin embargo, como decía, no todas las bestias habían obraron de ese modo. Un grupo de antiquísimos reptiles había permanecido en su abstención y a ellos acudió Ruggier: consiguió convencer a Draco, el gran lagarto, y con él a gran parte de su raza, que se levantó para apoyar la causa del caballero del Imperio. 
Y con esa nueva ayuda, Dáladon venció y exilió a los fenóritos a las inhospitas tierras del norte helado. En reconocimiento, los druidas concedieron a aquellos reptiles el fuego, y en honor de su líder se les llamó desde entonces dragones. Sin embargo, el don recibido los ponía por encima de todas las demás bestias, ya sea aliadas o enemigas de la humanidad: algunos temieron que una nueva edad de las bestias comenzara si un día aquella raza prosperaba. Para evitarlo, los druidas condicionaron el poderío de los dragones a la voluntad de un hombre, que desde entonces tuvo autoridad y mando sobre las bestias. Como es natural, el elegido fue sir Ruggier, en quien confiaban tanto los reyes como el fiero Draco.  Puesto a la cabeza de tales criaturas, mantuvo pese a todo su vasallaje y lealtad hacia el emperador. Y desde ese día, Ruggier de Oromonte fue el primer caballero dragón. 
Sir Ruggier recibe la autoridad sobre los dragones
El Trono en la MontañaNo se le escapará al perspicaz lector que un hombre cuya soberanía se extiende sobre las grandes bestias es él mismo un hombre poderoso. Y que ese poder, por mucho que esté ligado por lazos de lealtad y vasallaje al emperador, es una amenaza para el mismo emperador. Si un día el caballero dragón sintiera que aquella soberanía le pertenece, si creyera ser en efecto rey de las bestias, ese día podría despachar a los reyes y sentarse solo en el palacio de Dáladon. Aquello tampoco escapaba a los druidas que donaron el fuego a los primeros dragones y la autoridad sobre ellos a sir Ruggier. No sin pavor presenciaron la escena el emperador longobardo, y los reyes arverno y turdetano. De hecho, Dáladon conocía la historia del rey tirano de los longobardos, que hace siglos había querido transformarse en el único soberano y someter a las naciones a la esclavitud, en lugar de liberarlas. Derrocar a aquel monarca había costado tanta sangre a la legión como para que el lugar de la batalla final se llamase ahora la Colina Roja. Sir Ruggier de Oromonte era un caballero sin tacha, de quien nadie podía dudar de su lealtad. Pero ¿qué ocurriría el día que un caballero dragón menos honorable y más ambicioso ocupara su lugar?La respuesta puede parecer frágil a ojos modernos, pero fue eficaz en las lógicas de aquella época. El caballero dragón no transmitía, ni por sangre ni por voluntad, su soberanía a ningún hombre. Aunque en general fueron siempre longobardos, el sitial no tuvo ninguna relación con tierra ni con familia alguna. La elección del sucesor involucraba a los descendientes de Draco, al soberano emperador y al Gran Guía —cabeza de los druidas— que confería la autoridad al elegido en un rito especial. El caballero, pues, no tenía ninguna esperanza de que su poder pasase a nadie de su entorno, y él mismo no poseía como propia ninguna otra tierra más que la montaña en que se asentaba su trono, la Montaña Dragón. En los hechos, estaba excluido de las redes de alianzas y política de las fuerzas imperiales, y aunque los reyes escuchaban su voz, él no decidía. Físicamente apartado de la corte, su poder apabullante restaba siempre a la vez dormido y amenazante para los enemigos del Imperio que, si bien podían atreverse a de vez en cuando a poner en cuestión sus caballeros y legiones, jamás soñarían con ser tan audaces de provocar que la ira de los reyes convocase a su más poderoso aliado. ¿Y si el caballero dragón hubiese querido cambiar este orden de cosas? Bien, ciertamente que hubiese podido. Pero ¿de qué hubiese servido? Su control sobre las bestias moriría con él, y a su sucesor los dragones no tenían por qué obedecer: la voluntad de aquellas bestias se había mostrado siempre firmemente anclada a la protección de la humanidad, mientras esta permaneciese fiel a los principios que fundaron la Alianza. Los caballeros dragón fueron entonces una pieza clave en la soberanía del Imperio, pero rara vez activa. Cierto, fueron portavoces de las bestias, tanto como los druidas lo eran de la armonía entre hombre, creación y divinidad. Como tales, su voz resonaba fuerte y profundo. Y hacia ellos se volvió la mirada cuando la estirpe de las grandes bestias comenzó a declinar, ya cercanos los tiempos de la Segunda Guerra Druídica. Pero eso es otra histoira.
El Caballero Dragón en la formación de Crónicas de una espada.Ahora que sabes quiénes fueron estos personajes, te puedo contar un poco de la génesis mismas de la saga. Sí, has leído bien: del comienzo de los comienzos. Porque, mucho antes de que Damián de Siar fuera concebido en mi cabeza, y antes incluso que la profecía de las espadas, ya había un caballero dragón.Y es que la primera historia que intenté escribir partía del supuesto que he descrito un poco más arriba ¿y si un caballero dragón se plegara a los caminos de las tinieblas? ¿Qué sería del mundo, si se convirtiera en los hechos en un señor oscuro? Bien, pues esa era precisamente la trama de la primera historia que se me ocurrió. La historia comenzaba, como suele ocurrir, in media res. Un tiempo de sombras se había extendido sobre todos los pueblos, el día en que el caballero dragón había transformado su trono en la montaña en el centro de su dominio y arrasado con toda justicia y libertad. Por supuesto que había habido resistencias, pero fueron inútiles. Un grupo de osados consiguió entrar en la fortaleza para acabar con el tirano, pero al ser descubiertos perdieron la vida calcinados en los pasilos bajos de Dágoras (porque sí, en aquella versión primitiva, la sede del caballero dragón era la que luego sería la montaña de los fenóritos: como vez, el lugar mantuvo su malignidad...). Y el primer capítulo de aquella protohistoria arrancaba cuando el héroe recibía por carta la noticia de la muerte de su padre en esa expedición frustrada. El héroe era... un garbeo.Y sí, muchas cosas eran distintas. Los garbeos no eran humanos por ese entonces, sino criaturas completamente distintas. Y eran "buenos", una especie de hobbits al revés: vivían en las montañas en pequeños pueblos, eran inmensos y fuertes, de corazón aventurero y valiente. Cuando la historia de Crónicas de una espada comenzó a evolucionar, pasaron a estar del costado fenórito de las cosas (obviamente el enemigo debía tener efectivos más potentes que los héroes, por regla básica de dramatismo) y luego también a ser humanos, aunque de un porte más alto que la media, al correr por sus venas sangre de titanes: son un pueblo que, de hecho, convivió siglos olvidado en las montañas con las mismas bestias que el Imperio había expulsado de sus territorios. No es sorpresa que le tengan un odio jurado al águila tricéfala, estandarte imperial.En cuanto al caballero dragón, se trataba del antagonista de la historia, de alguien que había de algún modo conseguido la soberanía sobre las criaturas del fuego. Muy distinta a la situación actual, pues ni siquiera había druidas en ese primer bosquejo, que nunca pasó de las primeras tres escenas: muerte de los primeros héroes en los pasillos de Dágoras, carta del escudero recibida por el protagonista, petición de consejo de este último al señor de las Águilas (sí, había un señor de las águilas, que vivía en un nido y cabagaba sobre una que se convertía en fuego. No me juzguéis, tenía con suerte 14 años...). Lo que sí ocurrió fue que decidí que todo era parte de algo mayor. Que antes de contar la historia del malvado caballero dragón tenía que contar cómo se había formado el reino que ahora estaba en peligro. De hecho, tenía que ser una trilogía: en el centro estaba "El Caballero Dragón" libro que sería precedido por otro inspirado en la Reconquista y sucedido por un tercero de concluión apocalíptica. Con esa idea en la cabeza, y ya empezando a concebir el rol de tres espadas, una por cada libro, que luego llamaría "las Supremas Espadas", empecé a trabajar en mi precuela.Pero la precuela creció y creció y se transformó en saga de cinco libros: Crónicas de una espada. En los años que me tomó hacerla mucho cambió a mi alrededor, y también la historia. Nada del bosquejo inicial de aquel libro sobre el caballero dragón sobrevivió. De hecho, tampoco lo hicieron los caballeros dragón, que perecieron con los reyes en los Campos Brunos, la batalla que cambió para siempre el mundo, cinco años antes de los hechos de El Lobo de Plata. El último hombre que se sentó en el trono de la Montaña Dragón fue, según nos cuenta sir Edward, Leocán. Es a él a quien vemos en la ilustración que encabeza este artículo. Leocán fue convocado a la guerra por el emperador Tiburcio III, cuando los fenóritos traspasaron la muralla del norte y se lanzaron contra el Imperio. Es el momento de la reaparición de las sombras, momento que los druidas del norte había preparado y anticipado con frío cálculo. Ansálador, grande entre los druidas fieles, había anticipado ese momento delicado, y unos cincuenta años después de que se pronunciara la profecía de Luciano el Vidente, había forjado las Cuatro Grandes Espadas, que entregó una a cada rey y una al caballero dragón, para protección de sus dominios. Siglos después de la forja de las espadas, el vaticinio comenzaba a cumplirse. Leocán oyó al mensajero imperial y un fugaz pensamiento de preocupación cruzó sus ojos centelleantes. Quizás intuyera que algo grande y terrible se aproximaba. A diferencia de los reyes, puede que gracias a su conexión con la sabiduría de las bestias, no se tomó la amenaza a la ligera. No cayó en el superficial argumento de que quienes ya habían vencido a los fenóritos una vez, en la Primera Guerra Druídica, lo harían fácilmente de nuevo. Siglos habían pasado desde aquel conficto y, si bien los reyes estaban confiados porque ahora contaban con la ayuda de los dragones desde el inicio, Leocán en cambio conocía perfectamente la fuerza de sus súbditos, y también sus límites. Se levantó pues, y se armó. Se revistió su brillante coraza de escamas y mandó a llamar a
Arghock, el dragón verde esmeralda que descendía en línea directa del mismísimo Draco. Mientras lo esperaba, tomó en sus manos el yelmo y la máscara que ocultarían en la lucha su rostro mortal, para hacerlo resplandecer y parecer una más de entre las criaturas que comandaría hacia su destino final. Con un sobresalto en el corazón, luego de ponerse el yelmo, levantó la resplandeciente Espada, que generaciones y generaciones de hombres como él habían custodiado desde el día en que Ansálador la forjara. Era una hoja ancha y larga, con un mango robusto para utilisar a dos manos. Casi se diría que tenía las dimensiones de media lanza, pero estaba forjada de tan misteriosa manera que era ligera como cualquier otro acero de dimensiones convencionales. Estaba hecha perfectamente para ser útil a lomos de un Arghock. Cuando este llegó, Leocán le transmitió el mensaje imperial y la gran bestia alzó el vuelo para convocar a su sangre.
Con la muerte de Leocán en los Campos Brunos se perdió también su Espada, así como las de los tres reyes. Esa batalla fue el fin definitivo del Imperio de las Tres Coronas tal y como por milenios se le había conocido. Con ella comienzan los hechos de Crónicas de una espada, y una nueva era se abre al final del Canto V, con un nuevo señor en el Trono del águila y relaciones muy distintas con el que hasta entonces había sido el salvaje Este, en un mundo en que las grandes bestias pasaron definitivamente a ser cosas del pasado y las fábulas. Dáladon sobrevivió, pero ya no es el mismo Dáladon, ni lo volverá a ser. 
Decir más podría arruinar la trama de la saga para quienes no la han leído. Baste decir que, aunque tengo en mente escribir algún día una historia en la que vuelva a estar implicada la estirpe de Arghock, el caballero dragón y su reino han pasado a la leyenda. Me gusta pensar que este dibujo representa el momento en que Leocán recibe la orden del emperador de reunir sus poderes y marchar con él a los Campos Brunos, marcha que para ambos será la última. 






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Published on March 17, 2023 03:17

January 6, 2023

Día de caza

 


Brillaba el sol sobre la frontera. No hace mucho había amanecido y sus rayos no terminaban aún de disolver el rocío sobre los largos pastizales, que doraban ya en los inicios del verano. Era una mañana deliciosa. El viento acariciaba sus rostros y jugueteaba con los cabellos de Aelis, que parecían aprisionar por momentos la luz del alba. Betrand la miró, pensando para sus adentros que toda la belleza de esos campos no era nada en comparación con la de ella. Aelis vio la sonrisa dibujarse en Bertrand e intuyó por su mirada por dónde iban sus pensamientos. Y a pesar de estar segura de conocer la respuesta, lo interrogó con conquetería: las evasivas del joven escudero fueron la causa de que al trinar de las aves se uniera la voz de sus risas.Cabalgaron un buen trecho, sin distanciarse demasiado del río. Estaban en tierras de los bárbaros varnos, quienes mostraban una hostilidad creciente hacia todos los que venían del otro lado del río. Bertrand había recorrido esos parajes muchas veces, patrullando y enfrentándose ocasionalmente a los salvajes. Él sentía un placer no confesado en vanagloriarse de poder recorrer a sus anchas la frontera, y Aelis se sentía segura junto a él incluso allí. Por lo demás, la peligrosidad del entorno añadía un tinte de aventura a su escapada, que no dejaba de ser emocionante. La excusa fueron los halcones: oficialmente, no habían salido sino en partida de caza. Claro que se habían distanciado de los demás. Con la complicidad de su amigo Edward, Bertrand y Aelis habían expoleado los caballos alejándose solos entre los campos, dejando muy atrás la ciudad y al resto del grupo. Ahora, al pie de una colina, desmontaron. Tuvieron cuidado de llevar consigo los halcones y dejarlos volar, pero estaban poco interesados en los vuelos circulares de sus aves de presa. En cambio, subieron la pequeña colina y, sobre los restos de un árbol caído, se sentaron tomados de la mano: ella reposaba de tanto en tanto en su pecho, mientras él contaba sus historias distraídamente. Así los dos se sumergieron en la mutua compañía, viendo pasar la mañana sin estar muy seguros de dónde los llevaba la conversación, sin importarles más cosas que el hecho de estar juntos. Arriba en el cielo, sus halcones dibujaban círculos entrelazados. 


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Published on January 06, 2023 01:56

February 4, 2022

"La Espada Olvidada": cuánto ayuda la crítica para escribir un buen libro.


 

"La Espada Olvidada" era el título inicial que tenía pensado para mi saga, por allá por el 2009 —sí, han pasado 13 años: y pensar que ya entonces tenía barba—, cuando el libro era un fajo de casi trescientas páginas y quedaba por delante mucho camino por recorrer.

Y sí: es un mal título. Rima. Esa fue exactamente la nota al margen que me dejó un revisor, cuando le entregué con ilusión aquel montón de páginas. Lo más sorprendente es que yo ni siquiera me había percatado de la rima: a pesar de todo lo que había ya escrito, a pesar de que entre esos párrafos había incluso algo de poesía, a pesar de mis lecturas... a pesar de todo y de lo mucho que había pensado el título, simplemente no me di cuenta de que "espada" rima con "olvidada".

Traigo esta anécdota sencilla porque con la publicación de La Corona de las Montañas, que es la segunda parte de la saga, hemos llegado a ese mismo punto en que estaba yo el 2009. Lo que hoy cualquier lector puede encontrar en librerías o en amazon, es decir, los dos Cantos de Crónicas de una espada, es lo que, en términos de trama, por entonces tenía escrito.

Claro, que con mucho trabajo de por medio: no en vano han pasado 13 años desde ese día. No solo terminé el libro, completando cinco cantos, sino que reformulé varias veces la historia: como ya te he contado, edité, corté, añadí. Y sobre todo, aprendí. Y parte importantísima de ese proceso fue y sigue siendo, la crítica. 

Y no me refiero solo a la crítica positiva, a las palmadas en la espalda y las sonrisas de felicitaciones. Esas son buenas, ayudan al corazón y a la autoestima, y animan a seguir adelante como no se imaginan. Pero hablemos ahora de esa otra crítica: la del que leyó tu manuscrito y, luego de ponderarlo te apunta lo que no le ha gustado, y acompaña con eso alguna buena razón. Por supuesto, duele, aunque esa persona haga esfuerzos por transmitir la idea amablemente. Sin embargo, en mi experiencia, son las mejores críticas, las que más me han ayudado y las que más han influido en el texto final.

Volvamos a aquel 2009. Estaba ilusionado: era el segundo año de mi carrera universitaria, y habían corrido ya cinco desde aquella anotación inicial fechada el 17 de febrero de 2004, en un cuaderno robado a mi hermana, con la que se inició mi escritura. La historia por fin había llegado a un punto que yo consideraba "de cierre": al principio mi idea era una trilogía, y la primera parte terminaba precisamente donde hoy termina La Corona de las Montañas. De hecho, si uno se fija bien, entre el primero y el segundo canto se cumple un arco importante de la historia, pues termina la primera misión de los protagonistas, la que reciben al final de El Lobo de Plata, que funciona más o menos como un prólogo. La división en dos cantos de esa primera parte la haría mucho después, principalmente por motivos geográficos, pero eso es otro cuento: no nos desviemos. Lo importante es que el 2009 yo creía haber terminado un libro, o al menos una primera parte, que podía ser leída y comprendida en sí misma.

Entonces imprimí el texto —más bien: un amigo mío me lo imprimió en su universidad, pues les daban una cierta cantidad de páginas gratis al año: creo que yo se las usé todas...— con el título ya mencionado. La portada era una especie de tributo a La historia interminable de Michael Ende: dos dragones, uno negro y el otro de oro, se mordían la cola el uno al otro, formando un círculo en el que se veía una espada desenvainada con la punta hacia abajo. Con eso bajo el brazo fui a ver a un crítico literario con el que me había contactado, que tuvo amabilidad de interesarse en mi novela.

Me recibió amablemente y se tomó unos días para leerla. Yo sabía que era un hombre exigente, y que muchas de las cosas que le llegaban se iban directo a la basura, después de haberle dedicado una mirada a las primeras páginas. Con lo cual, cuando recibí el llamado un tiempo después, y oí que se había leído completo lo que le entregué, me sentí en las nubes. Me citó a su oficina para conversar, y me devolvió el manuscrito, lleno de anotaciones a los márgenes (la primera de ellas, como dije, sobre el mismo título: vaya forma de comenzar) además de una página escrita en tinta, de su puño y letra, con una crítica general y unos consejos.

Tuvimos una buena y sincera conversación. Me recomendó leer más y seguir escribiendo. Pero en resumen, aunque le parecía que tenía buena pluma, inventiva y que, en líneas generales, prometía, su veredicto era que esta obra no valía la pena intentar siquiera publicarla. Mucho menos corregirla.

Al escribir esto, me doy cuenta que la crítica fue demoledora. O debió haberlo sido. Y sin embargo, él supo hacerlo sin herirme, con mucha amabilidad, lo cual creo que es sin duda un don. Lo lógico hubiese sido, pienso, que después de eso volviese triste a mi casa: mal que mal, acababan de "tirar al tacho" los últimos cinco años de escritura.

Pero no fue eso lo que pasó. No me pregunten por qué, pues ni yo me entiendo muy bien: el hecho es que volví feliz, con mi mamotreto bajo el brazo, la "carta" del revisor y sus anotaciones al margen. Estaba feliz, porque se había leído completo un libro de casi 300 páginas una persona que habitualmente no lee nada que no crea que valga la pena. Muchos escritores no habían conseguido que les leyeran más de dos o tres páginas... o un título. Y a mí me leyó 277, para ser exacto.

Además, esa misma persona encabezaba su demoledora crítica con un "Todo lo que sigue es opinable. Tienes: inventiva, buena pluma, sentido narrativo. Prometes" y a eso seguía, el "pero" con el que se habría una página completa de crítica. Yo me aferré con todo lo que tenía al "lo que sigue es opinable", y me animé con que las críticas eran corregibles, mientras que las inventiva, la buena pluma y el sentido narrativo era algo ya ganado. Podía construir desde allí.

Por supuesto, no podía simplemente abandonar el proyecto de novela, como recomendaba el revisor. Esto era para mí más que un simple ejercicio para soltar la mano. No sabía si la historia que estaba contando iba a ver la luz algún día, pero tenía que terminarla. En parte, porque no estaba seguro de que, una vez que la concluyera, tendría otra cosa que contar. De hecho, el primero de los peros era "te has metido en camisas de once varas a escribir de forma prematura tu Obra Magna (por diseño, estructura, longitud, alcance épico)".

En eso estaba completamente de acuerdo: Crónicas de una espada era y es la historia que siempre quise contar. Para ser precisos, es parte de esa historia, de ese gran canto que he ido formando en mi cabeza desde que era niño. Es una pieza, por decirlo así, de mi Silmarillion. Lo lógico hubiese sido escribir muchas cosas antes, ganar experiencia y, al llegar a la madurez de mi vida, retomar la pluma. 

No voy a mentir: más de una vez en este camino he sentido que, efectivamente, me apresuré. Que el mundo creado me quedó chico, en la medida en que yo fui creciendo. La cantidad de años que me tomó se debe en gran parte a las muchas revisiones, correcciones, cambios de trama que tuve que hacer, precisamente porque un chiquillo de 15 o 16 años piensa y ve las cosas de un modo muy distinto que un abogado y literato de 32. Pero, al mismo tiempo, eso le dio un tinte especial a esta novela, que pienso no tendrá ninguna otra historia que escriba en adelante. Como apuntó otro lector, hace no tanto tiempo, es una novela de juventud.... aunque yo diría con más precisión: es una novela de madurez, escrita o iniciada en la juventud.

Aquella crítica del 2009, lejos de abatirme, fue un motor muy poderoso para avanzar. Aprendí muchísimo de los comentarios al margen sobre ese manuscrito: refiné mi pluma, sin duda.

Y ese es un efecto que han tenido, en general, todas las críticas "negativas" que he recibido desde entonces. Puedo recordar cada una de ellas, porque me marcaron: de un amigo brasileño aprendí, gracias a sus comentarios, "a describir en acción", recurso que luego usé muchísimo. También, que no es necesario narrar cada día de un viaje: que la escritura es también seleccionar lo que es relevante para contar. Otros comentarios fueron más al fondo, e implicaron mirar la obra con ojos nuevos, que luego me empujaron, por ejemplo, a eliminar por completo la introducción (no la conoces, porque ya no existe) y diseminar su información a lo largo de los dos primeros Cantos. O la decisión de "transplantar" la historia desde el seno de la materia tolkiniana (que sin embargo sigue siendo una influencia clarísima) para enraizarla en la tradición continental, en los cantares de gesta. 

No todas estas cosas me fueron dichas por lectores. Pero sus comentarios, cuando me dieron las razones de su desacuerdo, me ayudaron a darle una vuelta al asunto y descubrir nuevos horizontes. Por supuesto, significó mucho más trabajo. Años de trabajo. Pero rindió sus frutos: Crónicas de una espada es mucho más rica ahora de lo que era el 2009.

La crítica es siempre positiva. Puede que alguna vez la recibamos con amargor en el estómago. Pero seamos sensatos: hay que tragarse el ego, porque la verdad es que no somos perfectos, y nuestras historias no salen de nuestras plumas o teclados perfectas como La Eneida. Seguro que Virgilio, a quien los romanos aplaudían de pie (honor reservado solo a los emperadores, en aquella época) también tuvo sus críticos y aprendió de ellos. Con un poco de juicio, hay que entender por qué a uno le dicen lo que le están diciendo. Quizá nuestro censor no siempre tenga razón, y tenemos todo el derecho a no hacerle caso, al fin y al cabo, la obra es nuestra. Pero hay que saber ver las razones detrás de esa sinrazón y aprender de ellas. 

Por eso, agradezco a todos lo que alguna vez se han dado el tiempo de comentarme sus opiniones, buenas o malas. De cada uno he aprendido. Es como cuando dibujo: lo habitual es que, apenas termino, me parece que está perfecto, cual Miguel Ángel al terminar la Capilla Sixtina. En los autores hay una cierta ceguera respecto de su obra cuando está recién parida. Por eso, necesitamos de alguien que nos apunte esa desproporción patente en el dibujo, aquel detalle que molesta a la vista, que podría ser mejor. En mi vida, esa labor de corrección artística la hicieron, primero, mi madre cuando era yo niño (no voy a mentir: era un poco frustrante llegar corriendo con un dibujo, contento, y que la respuesta fuera: "está lindo, pero las patas son demasiado cortas". Menos mal en mi casa siempre hemos sido directos), y ahora es tarea que hace mi hermano menor: no hay dibujo que haga que no le muestre primero. Si él no entiende algo, es probablemente porque algo hay que cambiar.

Pues lo que vale para los dibujos, vale para la escritura. Y para la vida: no hay nada como un buen consejo, como un amigo sincero. Y aquí lo dejo, porque esto ya se ha alargado demasiado: y el largo de mis textos es, como sabe cierto profesor cuyo nombre no revelaré, una de las cosas que aún no he logrado corregir. Eso, y el repetir demasiado las palabras. Sí: soy consciente de que en esta entrada usé demasiado la palabra "pluma". Qué le vamos a hacer, hay cosas que no cambian.


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Published on February 04, 2022 08:40

January 2, 2022

El caso de Arnaldos, o de cómo dar profundidad a un mundo imaginario

 



El proceso de escritura de Crónicas de una espada, como ya saben mis lectores más antiguos, me tomó varios años. En esta saga, se cruzan historias a muchos niveles, que pueden ser descubiertas en varios niveles de profundidad.

Hace poco, hubo un lector que me comentó que ciertos personajes daban "fondo de armario" a la historia, y esa expresión me dejó pensando. Es que cuando te empeñas en contar una historia en la que el destino mismo de un mundo (o de parte de él) está en juego, necesitas más que solo la narración lineal que conduce la acción. En todo relato, lo primero es la verosimilitud. La historia, los personajes, deben sentirse reales. A su modo, deben ser reales. Esto es, necesitan profundidad. Fondo de armario.

Narrar es seleccionar. Nunca se puede contar absolutamente todo lo que hacen los personajes. Eso sería no solo tedioso, sino completamente innecesario. El lector puede bien suponer que "fuera de escena" la vida sigue, y los protagonistas descansan, comen, charlan... mientras más amplio sea lo que se cuenta, mientras más destinos estén en juego, son más las cosas que pasan en el backstage y que pueden afectar a lo que se ve en primer lugar. Y por supuesto, son más las cosas que han pasado antes de iniciar la narración, y que son importantes para la misma. 

Otro lector, el año pasado, luego de terminar el Canto I: El Lobo de Plata me dijo que le había gustado mucho la escena en que sir Wiliam y el gobernador Edwin les daban su misión a los protagonistas, Damián y Julián, en la sala de piedra. Su comentario fue, más o menos, que el pasaje mostraba que esos dos (William y Edward) habían tenido que hacer cosas similares a las que ahora encargaban ahora a sus pupilos; es decir, que tenían historia previa. ¿Cuáles habrán sido las aventuras de juventud del capitán y el gobernador? Sinceramente, antes de esa observación, yo mismo no lo había pensado. Y vuelvo al punto: puede que hayamos comenzado a contar un relato concreto y acotado, pero la historia de nuestro mundo de fantasía no comienza necesariamente, ni gira en torno solamente, a nuestros protagonistas. Tal y como ocurre con la propia vida en el mundo real.

Si vas a contar una historia en un mundo imaginario, debes aportar ese fondo, esa densidad, que en una novela histórica o situada en el planeta Tierra ya está dada naturalmente por la experiencia compartida de la humanidad y que cualquier persona con un mínimo de cultura conoce. El desafío de la construcción de mundos es que todo el lore de referencia lo debes aportar tú mismo. Y sin que se vuelva tedioso a niveles enciclopédicos, que eso usualmente no es lo que necesita ni la historia ni el lector.

Es lo que hace Tolkien, por ejemplo, cuando en El Señor de los Anillos los personajes oyen la Canción de Beren y Luthien, o cuando los elfos de Rivendel se ponen a compartir historias de tiempos pasados, o se describe a Glorfindel como un alto señor de los elfos que ya antes combatió a las fuerzas del mal: con esos pasajes, se nos permite una ojeada a un momento antiguo, que aún afecta el presente de la historia, y da esa sensación de profundidad, de que el mundo que estamos pisando es denso, verosímil. 

Algo parecido aportan esos personajes que están en segunda o tercera línea: si al escribir y pensar la historia uno no los abandona y tiene presente sus cualidades, podrán volver a aparecer, recordándonos que la vida continúa.

Creo que el punto quedará mejor explicado con una experiencia personal, un ejemplo concreto de Crónicas de una espada. Se trata de Arnaldos: el capitán de la Guardia Imperial, paladín de Dáladon.

Si no te suena el nombre, pese a que te has leído los libros, es completamente normal. Arnaldos es una de esas "presencias" que gravitan sobre la historia pero que jamás entran de lleno en ella. No conocerás sus hazañas hasta que se publique el Canto IV. E incluso allí, no le verás: solo hablarán de él quienes le conocieron.

A decir verdad, su nombre ya ha aparecido otras veces. El capitán William lo menciona en sus reflexiones en los primeros capítulos de El Lobo de Plata. Si ya has leído la Corona de las Montañas, su recuerdo sigue vivo entre los miembros del Consejo de Gáradras, además de ser citado por el propio sir Edward, que formó parte de la misma Guardia Imperial. Y si leíste Orencio y Eloísa también encontrarás alguna mención fugaz.

Y es que Arnaldos, aunque no le "veamos" nunca, es importantísimo. Sus acciones siguen siendo decisivas en los días de la guerra contra los fenóritos, pues cambiaron el curso de la historia. Su ejemplo y su final son la inspiración de personajes tan relevantes como sir Edward o Damián de Siar. En la personalidad del primero, hay huellas del trato que tuvo con ese héroe, quien fuera su capitán cuando estuvo al servicio del emperador. Y aunque Damián no haya oído de él por ser muy joven y por culpa del aislamiento en la sitiada Siar, ciertamente llegará a ser una figura importante de su camino.

No quiero dar detalles de la historia de Arnaldos, para no arruinar las sorpresas. Pero sí puedo decir una cosa: ni yo sabía demasiado de Arnaldos cuando comencé a escribir. No estaba entre los personajes que pensé al comienzo para la novela. Tampoco en ninguno de los arcos proyectados de la historia de los protagonistas. Su aparición puede haber sido fortuita: sinceramente, no lo recuerdo bien. Quizá fue una cuestión de necesidad.

La primera vez que lo vi, fue en un dibujo, como suele ocurrirme (está fechado en abril de 2009). Hice esta escena, en la que se representa a un hombre que trae noticias al emperador en Dáladon:



El emperador se levanta, preocupado, al oír lo que dice el caballero. Las noticias son hechos que no presenciamos en Crónicas de una espada, pero que sí oímos muchas veces: los fenóritos han derribado la muralla del norte y penetrado con un gran ejército las fronteras del Imperio. La guerra comienza.

Cuando hice ese dibujo, llevaba varios libros escritos de la saga. Y no sabía todavía que el caballero se llamaba Arnaldos. No fue sino al llegar a los hechos del Canto IV (no publicado aún) que conté la historia del capitán de la guardia. Más o menos por esa época debo haberlo dibujado un par de veces, en cuadernos de apuntes (estudiaba todavía en la universidad, y esta historia me tomaba parte de mi cabeza). Pronto, su presencia se agrandó. Me di cuenta que ese paladín había tomado un rol fundamental, después de la caída de los reyes y del emperador. Era un héroe, del que yo no sabía gran cosa aún ¡pero era claro que todos en las Tierras Occidentales sí que sabían de él! La vida de Arnaldos había marcado el curso de la contienda. Entonces ¿dónde estaban esas huellas en mi relato?

Al volver a revisar los libros anteriores, las encontré. Y sembré aquí y allá alguna referencia. En las revisiones, suelo atar cabos de esas historias "del fondo", que van conectándose y dando densidad al mundo. De ese modo, voy creando el folklore, las referencias, de mi propio universo. Nunca serán tan amplios como el de nuestro mundo real, en el que se han entrecruzado innumerables vidas de hombres y mujeres e infinitos puntos de vista. Pero basta con dar esa sensación de amplitud, esa mirada al pasado y esas conexiones bien puestas con el presente ¿no decíamos que escribir es seleccionar?

Si eres o quieres ser escritor, esta es una de las razones de por qué es tan importante darle un tiempo a la historia después del punto final. Dejar reposar, y volver a leer, revisar varias veces, no cerrar la creatividad: en la medida en que dominamos la historia "vemos" nuevas conexiones, o nos percatamos de vacíos desapercibidos, fecundos para nuevos relatos, o para ser rellenados... o quizá no: quizá convendrá hacer explícito ese vacío y aprovechar para dar un poco más de tensión a la trama principal. Haz preguntas a los personajes. Considera qué saben y qué no saben, con quiénes se han topado y con quiénes no... y qué versión de las historias del fondo conocen o desconocen. Esto último puede ser interesante, y aquí solo lo digo de pasada: es muy probable que haya más versiones de un mismo relato, y que las versiones, sin ser en sí mismas mentirosas, se contradigan. ¿Sabías que tanto el Imperio de Dáladon como los varnos de Ízgar creen haber ganado la Guerra de la Frontera, que los enfrentó algunos años antes de los hechos de Crónicas de una espada? Antes de que repliques que eso es absurdo, que no puede darse que dos pueblos en guerra crean al mismo tiempo ser los vencedores, déjame contarte que eso es algo que ya ha ocurrido en el mundo real: tanto la alianza chileno-peruana como España se proclaman victoriosos de la misma guerra naval, sostenida entre esas naciones en 1865 y 1866.

Y si eres lector, esta es una de las razones por la que, al encontrar un buen libro, en el que se intuye esa densidad (sea o no fantasía), son tan satisfactoria las relecturas: la narración, si es buena, siempre se actualiza de un modo nuevo, y el propio conocimiento de la trama permite penetrar más profundo entre las capas del relato.

Arnaldos fue un gran paladín de la corte imperial, amigo y capitán de sir Edward. En sus hombros estuvo por breve periodo el peso de todo el Imperio, y su afamada coraza, con el águila de tres cabezas grabada en ella, pasó a ser el símbolo de su su lealtad y resistencia ante el poder del enemigo. Pero fue, además, uno de esos personajes que me permitieron descubrir nuevas capas de mi propio mundo, de la historia de las Tierras Occidentales. 

Por supuesto, no es el único. Hay capas por arriba y por debajo. Algunos que existieron para sostener la historia, dejar su marca y luego ser desechados cuando la historia maduró y renuncié a uno u otro plano que ya no está presente. Otros que tienen un paso efímero pero importante, y otros que solo incoan historias contadas a medias. Es que al pasar por la vida también quedan cabos sueltos, que solo ataremos en la eternidad, cuando veamos cómo confluyen todas las historias. Lo importante, si estás creando una historia en un mundo imaginario, al nivel que sea, es que no olvides que esas "historias de fondo" pueden ser tan importantes como la trama principal. Está bien que te enfoques en esta última —escribir es seleccionar— pero no olvides que tu mundo y personajes tienen más vida que la que ahora estás contando.

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Published on January 02, 2022 13:34