Ricardo Zamorano's Blog, page 5

March 7, 2019

Mío

A veces, lo mejor es dejar ir
El primer suceso extraño alrededor del peluche ocurrió el día en el que Ramón Benítez lo recogió de la calle. Él estaba demasiado preocupado como para percatarse de que no hacía viento que impulsara al muñeco lejos de su mano cuando extendió el brazo para cogerlo.
Era un unicornio, de esos que estaban de moda. Un peluche de poliéster blanco con un cuerno y cola multicolor. Se encontraba en el suelo, pegado a un lateral de uno de los cubos de basura orgánica, al lado de varias cajas y bolsas. Había más juguetes, pero Ramón solo tuvo ojos para el peluche. El aspecto dejaba entrever que no llevaba mucho tiempo ahí tirado y el hombre pensó que era lo mejor que podía encontrar en su situación.
Benítez no tenía trabajo. Llevaba en paro desde hacía dos años. Su despido fue consecuencia de la crisis. Recorte de plantilla, firma, finiquito injusto y para casa. Si no hubiera estado conforme, le habrían salido más caros los juicios que el dinero recibido por su marcha. Así que decidió dejarse de líos y aceptar el despido tal cual se lo ofrecían. Sobrevivía con lo poco que recibía de la ayuda del paro, lo suficiente para comer y pagar la casa. Daba gracias a Dios por el hecho de que su exmujer se apiadara de él cuando supo de su despido y anulara la pensión mensual. Lo cual no hacía que se sintiera menos humillado, pero al menos era un nudo menos en la soga que tenía en el cuello.
No obstante, con todo, Ramón se habría permitido hacerle un pequeño regalo de reyes a su hija de no haber sido por su reciente afición a las tragaperras. Hasta el día que descubrió en ellas un salvavidas, pensaba que aquellas máquinas eran cosa del pasado, dinosaurios que se mantenían en pie en los rincones de los bares a pesar de que ya casi nadie las usaba. Pero a veces parece que el demonio construye los caminos del destino, y en aquella ocasión hizo que alguien se olvidara un par de monedas en la bandeja de la máquina y que los ojos de Benítez se tropezaran con ellas.
«¿Por qué no? —pensó—. Ya que están ahí», e introdujo en la boca de la tragaperras esos dos euros olvidados.
Tuvo suerte y en esa primera ronda la máquina se iluminó como un tiovivo. Le escupió el doble de lo que había ingerido, y al igual que una bola de nieve se va haciendo más grande cuanto más avanza, el gusanillo de la esperanza dorada se fue comiendo la razón de Ramón conforme ganaba y perdía jugadas. Hora tras hora, día tras día, mes tras mes. Para cuando llegó diciembre, llevaba tal retraso en las facturas que si no quería quedarse sin luz y agua, debía pagarlas sin demora alguna.
Por lo tanto, el peluche se cruzó en la vida de Ramón en un momento en el que la desesperación, angustia y preocupación lo estrangulaban como una soga bien tensa, una soga compuesta por las deudas y los reyes magos. El unicornio fue la banqueta que le permitió destensarla un poco.
Hundió los dedos en el mullido muñeco al segundo intento, tras la huída de este provocada por un viento que no existía. No estaba muy sucio y tampoco demasiado viejo. En la plantilla de una de las patas tenía escrito un nombre, como hacía Andy en Toy Story. Ramón dedujo que era rotulador y que con un buen lavado desaparecería. Pensó en Lorena, su hija de cinco años, y supo que le encantaría.
Por primera vez en mucho tiempo, Ramón Benítez sonrió.


No era la casa de sus sueños, pero María Urtiz se conformaba con poco y, al menos, le agradaba más que el estudio del que venía. Era el segundo C de un bloque de cuatro plantas. Situado en el centro de la ciudad, el ruido constante del tráfico sería algo a lo que tendría que seguir acostumbrándose. María había vivido desde su nacimiento en un pequeño pueblo de Toledo, rodeada de campo. Al inicio del curso, había alquilado un estudio en el polígono de la ciudad, y ahora, tras encontrar un precario empleo en el centro, había tenido que trasladarse.
El piso tenía dos dormitorios, un salón, una cocina y un baño. Teniendo en cuenta que parte del día lo pasaría en la universidad y la otra parte trabajando en McDonald’s, era en realidad más de lo que necesitaba, aunque no todo el oxigeno del lugar le pertenecería. Había alquilado el piso junto a otra persona, una desconocida con la que había contactado en una web para buscar compañeros de piso con intereses comunes. Aquel edificio era el mejor situado respecto a la universidad y al establecimiento de comida rápida, y al mismo tiempo, su precio de alquiler era de lo más razonable. Así que María se encaprichó de él y decidió que compartirlo era una buena idea para su bolsillo. Además, le gustaba conocer gente nueva.
Lo primero que hizo tras cerrar la puerta de la calle, fue echar un vistazo a los dormitorios. Quería ver cuál era el mejor. El de matrimonio era el más grande. Entró y empujó la maleta contra la cama. Luego inspeccionó el resto del apartamento.
No tuvo que recorrerlo dos veces para darse cuenta de que tendría que hacer limpieza. El de la inmobiliaria le comentó que no les había dado tiempo a retirar todas las propiedades de los dueños anteriores. Cuando María le preguntó sobre estos, el hombre se mostró vacilante. La vivienda había pertenecido a una familia. La mujer había sido internada en un centro psiquiátrico y puesto que el marido tampoco se encontraba muy bien, pensó que lo mejor era un cambio de aires. Lo que el agente no le había dicho es que el matrimonio tenía una hija. Había juguetes y peluches por todas partes, incluso alguna fotografía. Se preguntó por qué no lo había mencionado, pero decidió que no era momento de averiguarlo. Tenía que ponerse manos a la obra.
Miró en la cocina en busca de bolsas. Encontró unas cuantas. Debajo de la cama que debió pertenecer a la hija había un par de cajas medio vacías, con juguetes. Las utilizó también para echar el resto, incluido un peluche de unicornio muy mono que había sobre la cama. Dudó si quedárselo. Le gustaba ese tipo de peluches. Decidió que no y lo metió en una de las cajas.
Hizo dos viajes. Había llenado tres bolsas y dos cajas. Primero bajó una de las cajas con tres bolsas encima. Cuando regresó a por la que le quedaba, la cual había dejado en la entradita, se detuvo: el peluche de unicornio estaba fuera, más cerca del pasillo que conducía a las habitaciones que de la entrada. Por un momento le entró miedo. Luego vio que la caja estaba muy llena y que debía de haberse caído mientras la cargaba hasta allí. Lo recogió, lo volvió a introducir y bajó a la calle, deshaciéndose así de las últimas pertenencias y dolorosos recuerdos de una familia rota.


Como él imaginaba, la tinta no tardó en desaparecer. En cuanto llegó a casa, Ramón puso el tapón en el lavabo y dejó correr el agua hasta la mitad. Luego echó detergente e introdujo el peluche. Mientras la química trabajaba, fue a su habitación para quitarse los zapatos.
Sentado en el borde el colchón, no podía creer la suerte que había tenido. Sabía que no era lo mismo que comprar un regalo, pero ese no era motivo para arrancarle la sonrisa de los labios. Hacía tiempo que no respiraba tan bien. Por un momento pensó en bajar al bar y ver si la suerte seguía. Tal vez alguien se había vuelto a olvidar unas moneditas en las tragaperras. Pero de inmediato alejó ese pensamiento.
«Imbécil. Estás arruinado. Acabas de coger un muñeco de la basura porque no tienes ni para comprarle un regalo a tu hija.»
Aquel razonamiento interno bastó para que se esfumara la sonrisa, no así las insaciables ganas de jugar, de sentir la suavidad de los botones en la yema de los dedos, de ver brillar las luces y girar los rodillos, de escuchar la alegre musiquilla. Pero sobre todo, lo mejor era la expectación, la cuenta atrás de los rodillos, deteniéndose uno a uno en un símbolo al azar…
Ramón sacudió la cabeza. ¿Por qué no era capaz de dejarlo?, se preguntó con lágrimas bailando en la comisura de sus ojos. Más de una vez había pensado en buscar ayuda. Y últimamente lo hacía con más frecuencia. La adicción le había llevado a la ruina y le impedía salir a buscar trabajo. Era mucho más fácil, agradable y divertido bajar al bar y pasarse horas frente a la máquina. Además, ¿qué más daba que no tuviera un duro? ¿Qué más daba si se quedaba en la calle? Veía a su hija menos veces de las que deseaba y su exmujer lo trataba con una condescendencia humillante que le crispaba los nervios. Era ridículo. Por un momento pensó en las facturas de la luz y el agua. Que les dieran por culo. Lo que tenía que hacer era usar ese dinero para comprarle un buen regalo a su niñita.
Cortó esa línea de pensamientos. No podía seguir por ahí. Si se quedaba en la calle tendría menos posibilidades de ver a Lorena que de las que ya tenía.
«Eres gilipollas». Lo era.
Se puso en pie para ver cómo iba el peluche. Pagaría las facturas y buscaría trabajo, se dijo. Sin embargo no estaba muy convencido. La máquina todavía ocupaba la mayor parte de su mente, y con ella todas esas sensaciones tan placenteras.
—Mierda —dijo cuando entró en el cuarto de baño.
El tiempo que había estado el unicornio en el agua no había servido de nada. Sumergido bocarriba, las patas quedaban por encima de la superficie. Ramón juraría que lo había metido al revés, de modo que se debía de haber dado la vuelta por efecto del agua.
Decidió lavarlo a mano, frotando. La tinta del nombre manchó el agua, dejándola turbia. A continuación lo escurrió un poco y lo tendió.
Viéndolo ahí colgado, más brillante incluso que antes, sin ningún nombre que le concediera propiedad, la sonrisa regresó a los labios de Ramón. Era un sol que se abría paso entre las oscuras nubes de su angustia.
Qué narices, pensó. Parecía nuevo. Y estaba seguro de que a su niña le encantaría. Era un buen regalo.


Cuando Ignacio Méndez abrió la puerta del segundo C, un doloroso silencio golpeó sus oídos. Pensaba que jamás se acostumbraría. El recuerdo de los pasitos recorriendo la casa a su llegada le aplastaría el alma hasta el final de sus días. Se temía que ni siquiera el hecho de mudarse aplacaría el sentimiento. Cerró la puerta tratando de alejar aquello de su mente.
Hacía tres días que había vuelto al trabajo. Le resultó duro, y todavía lloraba en silencio cada noche, pero no podía quedarse en casa y dejar que los recuerdos inundaran sus pensamientos. Eran como las olas del mar: volvían una y otra vez, una y otra vez, y con cada embestida, se llevaban un poco de su cordura. Los preparativos de la mudanza lo habían retrasado en la decisión pero Laura lo había convencido: ella se encargaría de esa parte.
Laura lo había llevado mejor que él, o eso creía. De hecho, no estaba seguro. El psicólogo les dijo que estaba sufriendo un shock postraumático y que pronto todo el dolor de ella saldría de golpe. Tenía que estar atento, le aconsejó el doctor. E Ignacio lo había estado. Sin embargo, los días pasaban y Laura seguía igual. Sí, estaba más callada que de costumbre, incluso taciturna muy a menudo, pero le sonreía cuando le preguntaba por su estado y respondía que se encontraba bien, que pronto lo superaría. Ignacio había confiado en ella y él necesitaba volver al trabajo. Cuando regresó a casa después del primer día de su reincorporación, la mayor parte de sus pertenencias estaban en cajas y Laura había hablado con sus padres para trasladarse al pueblo hasta que hallaran un nuevo hogar donde vivir.
—Laura, ya estoy aquí —dijo Ignacio después de lanzar las llaves sobre el mueble del recibidor, dos días más tarde—. ¿Cómo estás hoy?
No hubo respuesta.
—¿Laura?
Tal vez había bajado a comprar.
Se dirigió a la habitación de matrimonio. En su corazón empezaba a despertar cierta inquietud irracional.
Estaba vacía.
—Laura, ¿estás aquí? —inquirió mientras hacía acopio de valor y abría la puerta del dormitorio de su hija Sara.
Vacía… Aunque había algo fuera de lugar. Encima de la cama, apoyado contra la almohada, estaba el peluche preferido de Sara: un unicornio. Ignacio juraría que el día anterior estaba guardado en las cajas de la mudanza, con el resto de juguetes. Debía de haberlo sacado Laura, pero no tenía mucho sentido. Fue ella quien insistió en llevarse con ellos las cosas de la niña. Ignacio no lo deseaba; pensaba que esos objetos avivarían el dolor cada vez que los vieran. Aparte de eso, él se veía incapaz de cambiar la imagen de esa habitación. No tendría valor para hacerlo. Por lo tanto, después de todo lo que había insistido, ¿por qué habría vuelto Laura a colocar el peluche?
El siguiente sitio al que acudió a mirar fue el cuarto de baño. Ahora la inquietud había despertado del todo. No sabía el qué, pero algo le decía que Laura no estaba comprando.
Un olor dulzón saturó su olfato cuando empujó la puerta entreabierta. Antes de que la bañera surgiera ante él, Ignacio se imaginó lo que vería en ella. Haciendo acopio de valor y con el corazón en un puño, terminó de abrir. Las piernas le flaquearon durante unos breves segundos en que pareció que todo su cuerpo se había quedado sin sangre, al igual que el de su mujer.
Laura estaba dentro de la bañera, sumergida en el agua hasta la boca, un agua completamente roja. El brazo derecho colgaba por fuera de la pila de porcelana antes blanca y en el suelo, a continuación de la flácida mano, yacía un cuchillo. Del brazo corrían regueros de sangre que iban a parar al suelo y estos seguían hasta los pies de Ignacio.
Cuando logró romper la parálisis, corrió gritando hacia ella. Agarró su cabeza y en ese momento escuchó un murmullo procedente de los labios de su mujer. ¡Estaba viva! Sin pensarlo dos veces salió del cuarto de baño para llamar a Emergencias.
Más de tres cuartos de hora después, Laura estaba en la UVI, débil pero estable e Ignacio había sido atendido por un ataque de ansiedad. Cuando se recuperó un poco, había tomado una decisión. No volverían a pisar esa casa.


El día de reyes Ramón estaba emocionado. No veía el momento en que su hija abriera su regalo.
Isabel, su exmujer, había ido con Lorena a casa de Ramón, después de que la niña abriera los correspondientes regalos en su casa. Cuando el hombre abrió la puerta, Lorena dio un salto y se colgó de sus hombros.
—¡Han venido los reyes, papaíto! —le gritó al oído mientras este le daba un beso fuerte en la mejilla.
—¿Ah, sí? Pues aquí también han dejado algo.
En cuanto Ramón dijo esto, su hija hizo lo posible por liberarse de los brazos de su padre y el hombre tuvo que soltarla. A continuación salió corriendo hacia el salón. El regalo estaba sobre la mesa y la niña ni siquiera le preguntó por el árbol de Navidad inexistente. Rasgó el papel sin piedad.
—¡Hala, lo que quería! —chilló—. ¡Mira, mami, lo que quería! ¡Un unicornio!
Isabel sonrió y le dedicó una mirada a su exmarido.
A Ramón no le sentó nada bien. Los ojos de la mujer despedían lástima por él. La sonrisa que se había mantenido en su rostro durante los tres días anteriores, dijo adiós.
—Se ha levantado a las siete y media —le dijo aún sonriendo.
Ramón miró el reloj de la pared. Eran las nueve.
—Imagino que los reyes trajeron muchos regalos. —Intentó no pensar en Carlos, el novio de su exmujer.
—¿Papaíto, quién es Sara?
Ramón se sobresaltó. ¿Sara? No podía ser. Lo había limpiado. Incluso antes de envolverlo había vuelto a comprobar que todo estaba bien. El nombre no podía estar ahí.
Sin embargo, ahí estaba de nuevo, tan definido que parecía recién escrito.
—No puede ser —dijo, aturdido. Sentía más vergüenza que perplejidad.
—¿Por qué tiene un nombre escrito, Ramón? —preguntó Isabel, ahora sin la sonrisa en los labios.
El hombre se estaba poniendo tan rojo que parecía a punto de explotar. Al mismo tiempo que la vergüenza laceraba sus mejillas, una ira insana hacia su exmujer se unía a la batalla. La banqueta temblaba. La soga volvía a tensarse.
—Yo no me llamo Sara, papi. ¿Se llama así el unicornio?
—N-No, cariño —farfulló Ramón sin saber qué decir. Sus pulmones se empeñaban en funcionar a bajo rendimiento—. Déjamelo, enseguida lo arreg…
El brazo de la niña cortó el aire en un arco horizontal cuando lo extendía para obedecer a su padre. Su pequeño cuerpo siguió al brazo y dio un giro de ciento ochenta grados. Lorena fue arrastrada unos centímetros por el suelo, hasta que soltó al peluche.
Mientras Ramón se quedaba atónito, paralizado, viendo como el muñeco continuaba siendo movido por una fuerza invisible, Isabel corrió hacia su hija.
Al fin, el suave poliéster chocó contra la ventana y cayó al suelo. El hombre reaccionó, despertando como si un hipnotizador hubiera chasqueado los dedos. Y comenzó a escuchar los gritos de su exmujer y el llanto de su hoja.  Se acercó a ellas, con la sensación aún de que le faltaba el aire.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó tras agacharse.
Isabel la tenía contra su pecho.
—Me duele el brazo —dijo entre sollozos—. Y la boca. Ya no quiero el unicornio, papi.
Ramón vio que tenía un corte en el labio. Isabel lo limpiaba con un pañuelo de papel. Eso bastó para que el miedo que antes lo había paralizado desapareciera por completo. Se puso en pie, aún confuso, sin embargo.
—¿Qué ha pasado, Ramón? —le preguntó Isabel, asustada y enfadada.
No tenía ni idea de lo que había pasado, pero una cosa estaba clara: lo que habían visto acababa de ocurrir de verdad, no había sido fruto de su imaginación. Él había eliminado el nombre y ahí estaba. Y el muñeco había arrastrado a su hija. Entonces floreció en su mente el momento en que se agachó para cogerlo. ¿No se había alejado? Había pensado que lo movió el aire, pero ¿y si no era así…? Por otro lado, tal vez el agua no le había dado la vuelta… Dios, todo aquello era inverosímil, lo que pasaba por su cabeza no podía ser, era inimaginable. Si a él se lo hubiesen contado, se habría reído en la cara de quien se lo dijera. Sin embargo, nadie podía negarlo. Había tres testigos.
Ramón no era capaz de comprender lo que acababa de ocurrir, no al menos de una manera lógica, pero sí comprendía una cosa: estaba asustado. Y su hija también. Además estaba enfadado consigo mismo. Él había cogido ese muñeco de la calle. ¡Maldita sea! Llegó a una conclusión, una conclusión que contra todo pronóstico le hizo respirar bien de nuevo. Lo devolvería al lugar donde lo encontró y ya se buscaría la vida para comprarle otro regalo a Lorena. Por fin se había decidido. Aunque tuviera que vivir un mes sin luz. Aunque tuviera que vivir un mes sin tragaperras. La placentera sensación que le causaba pensar en la máquina fue nublada por toda aquella situación. Había algo que le causaba mayor satisfacción. Hacer feliz a su hija. Tenía que cambiar. Y si no podía hacerlo solo, pediría ayuda.
Se dirigió hacia donde había quedado el muñeco. A mitad de camino se detuvo. El peluche empezó a ascender con lentitud por la pared, debajo de la ventana. Parecía que alguien lo estaba alzando. Cuando llegó al cristal, algo en la atmósfera cambió. Se hizo más densa. Una sensación de electricidad estática recorrió los brazos de Ramón y los vellos se le pusieron de punta como soldaditos firmes. La temperatura descendió considerablemente, lo que le provocó un escalofrío al tiempo que la estancia quedaba en completo silencio.
Un silencio que fue roto de pronto por una aguda voz infantil.
—¡Es mío! —se escuchó con dolorosa claridad.
Y tras ese chillido, el peluche de unicornio hizo añicos el cristal de la ventana al impactar de nuevo contra él, antes de desaparecer por el balcón. 


La puerta de la casa se cerró con estrépito. Y ya jamás se abriría para ella.
—Sara, te he dicho mil veces que no des portazos —regañó Laura Suarez a su hija.
—Ha sido el aire, mami.
Eso era lo que decían sus papis cuando alguna puerta se cerraba muy fuerte. Lo cierto era que Sara Méndez estaba emocionada y no se había dado cuenta.
¡Se iban de compras! A la pequeña le encantaba ir a comprar con su mamá. También le encantaban los fines de semana. ¿Por qué? ¡Porque no había cole! Así pues, la alegría colmaba cada nervio de su joven cuerpo como si de electricidad se tratara. No obstante, había algo diminuto que turbaba ligeramente esa emoción. Sara no sabía qué y era tan pequeño que no le molestaba demasiado, pero era persistente.
Bajaron por las escaleras. Vivían en la segunda planta y había ascensor, pero a Laura le gustaba andar, de ahí su bonita figura a los cuarenta años. Su mami era muy guapa, pensaba siempre Sara, y ella sería igual de guapa cuando fuera mayor. Sus abuelos lo dejaban claro cada vez que los visitaban.
La temperatura de la calle era agradable, un perfecto día de mediados de primavera. Pese a la creciente contaminación, el espacio de cielo que se colaba entre los edificios se veía despejado.
—¿Tienes calor, cariño? —le preguntó Laura a su hija cuando cruzaban la primera calle de las tres que les separaban del supermercado.
Era temprano y Laura le había puesto una rebeca a Sara.
Sara tenía calor.
—¿Puedo quitármela?
—Sí.
—¿Y puedo atármela a la cintura? —Los ojos de Sara brillaban como el sol. Aquello lo hacía mucho mami cuando salía a andar.
—Claro —concedió Laura con una sonrisa.
Fue en ese preciso instante, cuando la niña miró hacia abajo para atarse la rebeca a la cintura, que esa persistente sensación que la inquietaba salió a la luz. ¡Su peluche! ¡Se había olvidado de coger su peluche preferido! El unicornio multicolor de su camiseta de mangas cortas se lo había recordado. Los reyes magos se lo habían traído ese año tras haberlo escrito en la carta con la ayuda de mamá y papá. No le había importado si los demás regalos no se los traían, ese era el más importante. Los unicornios eran su animal favorito. Cuando fue al zoo no vio ninguno y sus papis decían que no existían, que eran imaginarios, pero ella no los creía. Algún día vería uno de verdad y se lo llevaría a casa. Dormía todas las noches abrazada a él. No había lugar al que no lo llevara con ella. Ni siquiera para hacer pipí o popó. ¡Cómo se le había podido olvidar!
—¡Mami, mi peluche! —gritó, y, soltando la rebeca, dio media vuelta.
Acababan de cruzar la calle por un paso de peatones. Ambos lados de la acera estaban atestados de coches aparcados en paralelo.
Lo primero que vio Laura al girarse fue la chaquetilla roja extendida como una mancha de sangre sobre los adoquines. Luego oyó un fuerte ruido sordo seguido de varios más breves (como de un vehículo cogiendo baches) y de un agudo frenazo.
Esa imagen y esos sonidos la atormentarían el resto de su vida.  


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Published on March 07, 2019 07:49

February 27, 2019

Reseña de 'El exorcista', de William Peter Blatty


En El exorcista , obra maestra de la literatura de terror, Blatty nos sumerge en una historia terrorífica gracias al realismo dramático que desprende. Su enfoque costumbrista hace inevitable que te sientas inmerso en la trágica situación que nos relata, así como unos personajes tremendamente humanos escritos con delicadeza.
El final de cada capítulo es como la explosión de un globo que se ha ido hinchando cada vez más a lo largo de este, hasta estallar en una escena aterradora cuya metralla se introduce en lo más hondo de tu mente.
Además, cuenta con una subtrama policíaca tan bien llevaba como la parte de terror, y con un detective digno de ser recordado por la literatura de género detectivesco.


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Published on February 27, 2019 07:33

January 30, 2019

Reseña de 'El lobo estepario', de Hermann Hesse


Una historia compleja, introspectiva, como cabía esperar, llena de filosofía, de existencialismo y espiritualidad. Acostumbrado a leer libros más ligeros, es agradable sumergirse en una literatura más densa, más profunda; te produce esa sensación mágica y agradable que experimentas cuando te tumbas en la bañera con agua caliente hasta la barbilla y al mismo tiempo sientes cómo se reconforta tu cerebro, cómo va creciendo, la sensación de exaltación, de emoción, de salud del deportista cuando hace ejercicio, pero en este caso, el músculo es otro.
Es increíble cómo a pesar de haberse escrito en los años 20, habla de temas tan actuales.  Sobrecoge lo adelantado a su tiempo de Hermann Hesse, da hasta miedo que ya por aquella época tratase temas que están despiertos ahora más que nunca. ¡Si incluso habla del ''postureo'', tan vigente hoy en día en las redes sociales!
Por otro lado, la densidad de la historia no impide que se lea rápido. La narrativa y prosa de Hesse es tan suave como compleja.


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Published on January 30, 2019 07:40

November 28, 2018

El miedo



Para empezar, me atrevería a decir que el miedo es en su totalidad psicológico, es decir, todo está en nuestras cabezas, en nuestras mentes, en una parte del cerebro que se activa para protegernos de cualquier impulso temerario a la hora de enfrentarnos a algo. Ese algo puede ser externo o, de un modo más complejo, interno, y de ahí la distinción de un miedo físico y un miedo psicológico. No obstante, todo entra, como he dicho antes, dentro del saco cuya inscripción reza en mayúsculas «PSICOLÓGICO». Porque es el mecanismo de defensa que tenemos por naturaleza el que se pone en alerta en ambos casos, de ahí que también se nos abran más los sentidos en momentos de extremo terror. Razón por la que en estos casos, con frecuencia, solemos oír ruidos que en una situación normal no escucharíamos, o un extraño regusto a cobre en la boca, o una especie de visión nocturna al escrutar con tanto empeño la oscuridad (a oscuras, en tu habitación intentando dormir tras ver una película de terror: crujidos de madera de los muebles, pasitos en el tejado, el silbido del viento en tus oídos y el azote en las ventanas más fuerte de lo normal, la silueta de un hombre sentado en una de las sillas que resulta ser ropa apilada…).
Esa muralla defensiva nos salva de cualquier intento irracional a la hora de afrontar ese algo. Y hace bien, porque, por ejemplo, ¿qué pasaría si no lo tuviéramos? ¿Qué pasaría si creyéramos que ha entrado alguien a nuestra casa? Bueno, en el caso de que esto fuera real, lo único que conseguiríamos al salir corriendo sin siquiera pensar en un plan coherente antes —como llamar a la policía o serenarse y enfrentarse a él—, sin llegar a activarse ese mecanismo de defensa supuestamente inexistente en este ejemplo, lo más probable sería que esa persona nos hiciera daño e incluso algo peor. Así pues, el miedo, por el mero hecho de no existir, habría —en el peor de los casos— acabado con nosotros, o simplemente nos habría herido.
Lo mismo ocurre cuando no hay una presencia física en ese miedo PSICOLÓGICO. Al igual que antes, ¿qué pasaría si no lo tuviéramos? ¿Qué pasaría si creyéramos que hay un fantasma paseándose a voluntad por los pasillos de nuestro hogar con el único fin de atormentarnos la noche? Nos lanzaríamos al ataque sin más y nos pasaríamos toda la noche buscándolo, preguntándonos dónde está, gritándole incluso que saliera, y de ese modo presentaríamos una imagen de nosotros mismos digna de una persona que debería estar entre los muros de un centro psiquiátrico.
Por lo tanto, el miedo es algo fundamental para la supervivencia, algo muy parecido a una emoción, un sentimiento que nos protege en la mayoría de los casos de acabar tumbados en la cama de un hospital (o tumbados en otro lugar más oscuro y diminuto) o nos impide volvernos locos por cosas que ni siquiera son reales. Un arma que todos, incluso los que dicen ser valientes, llevamos enfundada en la cartuchera de nuestra mente.
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Published on November 28, 2018 00:23

November 18, 2018

Juan y Dolores

Algunos matrimonios son... peligrosos
El día en que Juan decidió matar a su mujer, hacía mucho frío. Era extraña una temperatura tan baja a principios de septiembre —parecía que el otoño tenía prisa por joder—, no obstante, aquel fue un día muy extraño.
Juan y Dolores, ya de por sí, eran un matrimonio bastante insólito. Estamos hartos de oír noticias sobre violencia de género, en especial de violencia machista, sabemos también que existe justo lo contrario: que el hombre en vez de ser quien golpea, lo hace la mujer.  Sin embargo, en el caso de Juan y Dolores, ambos se daban de hostias por igual. Aunque Juan era quien recibía la peor parte. Dolores pesaba cien quilos y pico; Juan no llegaba a los setenta y cinco.
Dolores era una mujer robusta, con más carne que huesos, de brazos y muslos que tenían la misma anchura que el cuerpo de su marido, y dos cabezas más bajo su mofletudo rostro, las cuales sepultaban el cuello. Si estáis pensando que con estas características Juan lo tendría fácil a la hora de escapar, este os diría (si pudiera) que estáis muy equivocados. Dolores era ágil como un gato persa y era capaz de mover el brazo tan rápido como una víbora al atacar. Juan, por el contrario, se hacía más daño al golpear la mullida grasa de su mujer que el que ella debía sentir. Dolores era su nombre, pero dolores era lo que sufría Juan en cada pelea.
De modo que, harto de una humillación tal que aplastaba su virilidad contra el suelo, de las risas de sus amigos, de los dolores de su cuerpo —tanto cuando daba como cuando recibía—, llegó a la conclusión desesperada de acabar con la enorme existencia de su mujer.
No tenían hijos. Los padres de ambos habían fallecido. Juan no tenía hermanos; Dolores, sí, una hermana cuyo parentesco había desaparecido tras una discusión hacía ya tantos años que la cifra exacta había quedada perdida en su memoria, y sus escasas amigas —si es que se las podía llamar así— no echarían de menos su carácter arrogante y egoísta. En cuanto a los amigos de Juan, estos estaban casi todo el día borrachos, así que no harían preguntas peligrosas.
De camino a casa, con el regusto del alcohol en el paladar, Juan hundió la mano en el bolsillo de la cazadora y sacó el reloj de bolsillo heredado de su padre (¿qué reloj de bolsillo no es heredado de un padre?, pensaba). Por otra parte, Juan siempre había preferido estos relojes, ya no porque fuera un objeto heredado, sino porque pensaba que el reloj de bolsillo era para hombres y el de pulsera para mujeres.
Abrió la tapa con el pulgar y miró la hora. Las doce menos cinco de la noche. Sonrió. Dolores se extrañaría por lo temprano de su regreso del bar y, en medio de la confusión, podría atacar.
—Qué inteligente he sido —se alababa en voz alta mientras daba pasos vacilantes entre farola y farola.
Con su autoalabanza se refería al hecho de que se había tomado dos o tres copas menos para estar con todos los sentidos despiertos a la hora de llevar a cabo el asesinato.
En vez de guardar de nuevo el reloj en el bolsillo, Juan se sentía tan feliz, que lo cogió por la cadena de plata y le dio vueltas en el aire hasta que llegó a la puerta de su casa.
Encontró a su mujer en el sillón del cuarto de estar, roncando como un cerdo. Todas las luces de la casa estaban apagadas. Solo el brillo del televisor se colaba por la puerta del salón e iluminaba tenuemente el pasillo. Juan no quiso encender ninguna luz por miedo a despertarla.
Al cruzar la puerta del cuarto de estar y vislumbrar la parte superior de la cabeza de su mujer llena de rulos, se detuvo, paralizado. No fue por temor, ni siquiera se trataba de un repentino y tierno acceso de amor, no; esta no es una historia Disney con un esperado final feliz. Lo que turbó a Juan fue el percatarse de que no había pensado en cómo iba a matarla.
Durante un momento estuvo a punto de abandonar y dar media vuelta, regresar al bar y terminarse las dos o tres copas que le quedaban para completar el cupo diario, pero entonces notó que tenía algo en la mano. El reloj de bolsillo heredado de su padre. No lo había vuelto a guardar.
Miró de un modo intermitente al reloj y a Dolores, a Dolores y al reloj. La luz del televisor arrancaba destellos azulados a la cadena del reloj y a los rulos de su mujer.
Avanzó muy despacio, pensando con cierto horror que era probable que la muy elefanta estuviera fingiendo los ronquidos y que en cuanto llegase a su altura, se daría media vuelta y le pillaría in fraganti; pero ese pensamiento se desvaneció cuando agarró la cadena con las dos manos, la alzó por delante de la cabeza de la mujer y le rodeó las dos caras sin rostro que formaban la doble papada. La delgada cadena de plata se introdujo entre estas dos piezas de carne, quedando enterrada como el mismísimo cuello. Los ronquidos cesaron enseguida, convirtiéndose en gritos ahogados. Juan no sintió ningún remordimiento al oírlos.
Al tiempo que Dolores se removía en el sillón, el delgado cuerpo de Juan se balanceaba con brusquedad a un lado y a otro, arrastrado por la fuerza de su mujer, sin embargo mantenía la cadena bien aferrada, sintiendo como esta se iba hundiendo cada vez más tanto en la palma de sus manos como en el cuello su víctima.
Dolores balbuceaba ahora. Seguro que estaba poniendo verde a la persona que la estrangulaba, consciente de que se trataba del blandengue de su marido. También intentaba hacerse con la cadena, pero sus morcillones dedos no podían deslizarse entre las papadas. Juan se deleitaba al observar esos inútiles intentos de su mujer, babeando y sudando alcohol. Por primera vez en muchos años, se le levantó.
La agitación de Dolores era cada vez más intensa. Los meneos que daba Juan, impulsado por los movimientos de su mujer, provocaron que todos sus huesos empezaran a dolerle.
Para evitar caer hacia adelante, por encima del respaldo del sillón, se agachó como si quisiera sentarse en el suelo. De este modo logró tirar con más fuerza de la cadena. Esta acción hizo que Dolores se arrojara hacia atrás con todo su peso, volcando, ante los ojos desorbitados de su marido, el sillón.
Juan quedó aplastado entre el suelo, el respaldo del sillón, y los ciento y pico quilos de su mujer. Pero no murió al instante, y su tozudez y determinación le permitieron continuar haciendo fuerza.
—¡Muérete ya, joder! —gruñó expulsando un líquido que debía ser rojo pero que debido a la iluminación de la estancia parecía morado.
De entre los pliegues de la papada de Dolores también empezó a resbalar sangre morada.
Ahora, los movimientos de la mujer fueron perdiendo intensidad, y cada vez eran más débiles. Ya no balbuceaba insultos, solo salían sonidos guturales de entre sus labios. Y sus manos ya no trataban de agarrar la cadena; ahora buscaban desesperadamente la cara de su asesino. Finalmente la mano cayó inerte cerca de la oreja de Juan y los gemidos cesaron como los ronquidos.
Juan aflojó los músculos de los brazos con una sonrisa triunfal.
Un último pensamiento cruzó por su mente unos segundos antes de morir por múltiples daños internos. Una pregunta crucial que no se había hecho hasta ese momento.
Una vez matado a su mujer, ¿cómo tenía pensado trasladar aquel enorme cuerpo? 


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Published on November 18, 2018 02:23

November 7, 2018

Entrevista, por Elena Siles

¿Y si fueras el último?
Hoy os traigo una entrevista que me realizó Elena Siles en su web You Are Writer . En ella os hablo de El Espejo


1. ¿Cómo definirías tu novela? ¿Qué la diferencia de las demás?
El Espejo  no se limita a ningún género. Sobre todo, es una historia, y como cualquier historia que te puedas encontrar en la vida real, está compuesta de situaciones, algunas dramáticas, otras divertidas y muchas terroríficas. Y dentro del campo de la ficción, también fantásticas. Pero todas ellas, humanas. El protagonista de mi novela se enfrenta a un mundo desolado, posapocalíptico, y lo hace él solo. Es un niño, y aunque la situación le obliga a crecer antes de tiempo, el lector detectará que en casi todas sus decisiones, prevalece el niño sobre el prematuro hombre, porque un mundo así sobrepasaría a cualquiera. Y más a un niño de nueve años. 
Más adelante encontrará una vía de escape para su soledad. Y creo que es aquí donde más se diferencia mi historia de otras con el tema del fin del mundo de fondo. 

2. ¿Cómo se te ocurrió la idea para la misma? 
La idea nació tras ver la película  Soy leyenda.  Digo la película porque aún no he tenido la posibilidad de leer el libro, aunque lo estoy deseando. 
Fue hace unos cuatro o cinco años. En la película, todos los humanos han desaparecido, se han convertido en otra cosa que no voy a desvelar. Pero aún queda un humano sano, y este humano está acompañado por un perro. 
Durante el visionado pensé lo siguiente: Debe ser difícil crear una historia en la que solo haya dos personajes... y uno de ellos ni siquiera hable. La idea de una historia larga, sin apenas diálogos, me fascinó, me llamó mucho la atención. Era una idea complicada, pero me gustaba. Entonces me dije que yo quería escribir algo así, pero sin copiar la idea de la película, claro. Y se me ocurrió el esbozo principal de  El Espejo . Un ser humano solo en un mundo posapocalíptico con un compañero de viaje, solo que en mi historia ese compañero no sería un perro, sería algo un poco más complejo. 
En un principio lo pensé como un relato corto de unas tres páginas. Pero en cuanto escribí la línea final del prólogo, me di cuenta que esta historia no se podía contar en tan solo tres páginas. Necesitaba muchas más. Y así se fue gestando, poco a poco, lo que es ahora  El Espejo. 


3. ¿Por qué decidiste lanzarte a autopublicar tu novela por ebook?
Esta historia la publiqué por primera vez aquí por capítulos y en webs de relatos como You Are Writer. A la gente que la siguió y llegó hasta su final, le gustó, de modo que una vez terminada, decidí juntar todos los capítulos y crear un PDF descargable y gratuito para quien quisiera tenerla completa en su ordenador o ebook. 
Sin embargo, hace unos meses me picó el gusanillo de Amazon. Me apetecía tener  El Espejo  como libro físico, poder tocar sus páginas, su portada. La pregunta es por qué decidí autopublicar por ebook, pero en realidad decidí autopublicar por el formato físico. Por supuesto, también se puede adquirir en formato electrónico, pero donde esté un libro físico... 
Es una jugada arriesgada, porque la mayoría de la gente que me sigue en redes y en mi blog ya se la ha leído, pero aun así, no quería quedarme sin mi libro. Y además, gracias a Dios, Amazon permite autopublicar sin gasto alguno. Así pues, ¿qué puedo perder? 

4. ¿Si tuvieras que resaltar un aspecto de tu novela, cuál sería?
Es una historia que se lee en un abrir y cerrar de ojos. Tiene un vocabulario sencillo, y una narración fácil de seguir. Muchas veces esto se toma como algo negativo; parece que una obra literaria solo es buena si es compleja, pero yo creo que hay literatura para determinados momentos. La mía es para pasar un buen rato leyendo una buena historia, entretenida, aunque eso sí, el lector no se va a librar de momentos llenos de tensión. Al fin y al cabo, el objetivo de una obra de ficción es lograr que el lector se evada de la realidad.
Y es que mis historias son así siempre. Mi objetivo a la hora de escribir es entretener, y si por el camino se deja caer alguna reflexión profunda, bienvenida sea. 

5. Como escritor novel ha debido ser un proceso arduo y complicado. 
Más que como escritor novel, yo diría como escritor independiente. Cuando te lanzas a autopublicar sin editorial, y encima con pocos o ningún medio económico, lo tienes que hacer todo tú mismo. TODO. Corrección, maquetación, portada, cubierta, promoción, etc. Y todo ello es muy complicado, sí. Pero por suerte, hay tutoriales muy buenos y yo personalmente tengo ciertos conocimientos en programas de edición, tanto de imagen como de vídeo. Eso sí, requiere mucho tiempo. 
Antes dije que en Amazon se autopublica sin gasto alguno y es así, si lo haces todo tú solo, como digo. Pero claro, estamos hablando de inversión económica; si hablamos de inversión de tiempo... Ahí sí que hay que invertir bastantes horas, porque no vale solamente que quede bien: tiene que quedar lo más profesional posible. 

6. ¿Qué esperas de esta novela? ¿Y sobre tu futuro?
Supongo que lo que cualquier escritor: que guste al lector, que le haya valido la pena la inversión de dinero y tiempo, porque si a él le ha valido la pena, a mí también. Y por supuesto, que la adquieran los lectores que ya la leyeron en mi blog, porque eso quiere decir que les gustó de verdad. Y lo que más me gustaría es que se hagan con el formato físico, que es el que más trabajo ha llevado. 
¿Qué espero sobre mi futuro...? Poder abanicarme con billetes rosas mientras escribo en los días de más calor, ja, ja, ja. 
Ahora en serio. Me gustaría llegar a mucha gente con mis textos, tanto dentro como fuera de España. Supongo que también lo que espera cualquier escritor. 

7. Esta novela es recomendada para...
Para todo el mundo. La pueden leer tanto adultos como adolescentes. Y si se tiene un hijo al que no le asusten ciertos aspectos del terror, también. Como dije antes, es sencilla de leer y les encantará el protagonista. 

8. ¿Algo que añadir?
Hay que apostar por escritores independientes, hay que atreverse a leerlos, y sobre todo, a comprar sus libros, porque hay mucho trabajo detrás. Los libros de autores profesionales también llevan mucho trabajo, claro, pero hay una diferencia. Y esa diferencia la expliqué en la pregunta número cinco.
Pincha en la imagen para comprarlo


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Published on November 07, 2018 04:54

Entrevista

¿Y si fueras el último?
Hoy os traigo una entrevista que me realizó Elena Siles en su web You Are Writer . En ella os hablo de El Espejo


1. ¿Cómo definirías tu novela? ¿Qué la diferencia de las demás?
El Espejo  no se limita a ningún género. Sobre todo, es una historia, y como cualquier historia que te puedas encontrar en la vida real, está compuesta de situaciones, algunas dramáticas, otras divertidas y muchas terroríficas. Y dentro del campo de la ficción, también fantásticas. Pero todas ellas, humanas. El protagonista de mi novela se enfrenta a un mundo desolado, posapocalíptico, y lo hace él solo. Es un niño, y aunque la situación le obliga a crecer antes de tiempo, el lector detectará que en casi todas sus decisiones, prevalece el niño sobre el prematuro hombre, porque un mundo así sobrepasaría a cualquiera. Y más a un niño de nueve años. 
Más adelante encontrará una vía de escape para su soledad. Y creo que es aquí donde más se diferencia mi historia de otras con el tema del fin del mundo de fondo. 

2. ¿Cómo se te ocurrió la idea para la misma? 
La idea nació tras ver la película  Soy leyenda.  Digo la película porque aún no he tenido la posibilidad de leer el libro, aunque lo estoy deseando. 
Fue hace unos cuatro o cinco años. En la película, todos los humanos han desaparecido, se han convertido en otra cosa que no voy a desvelar. Pero aún queda un humano sano, y este humano está acompañado por un perro. 
Durante el visionado pensé lo siguiente: Debe ser difícil crear una historia en la que solo haya dos personajes... y uno de ellos ni siquiera hable. La idea de una historia larga, sin apenas diálogos, me fascinó, me llamó mucho la atención. Era una idea complicada, pero me gustaba. Entonces me dije que yo quería escribir algo así, pero sin copiar la idea de la película, claro. Y se me ocurrió el esbozo principal de  El Espejo . Un ser humano solo en un mundo posapocalíptico con un compañero de viaje, solo que en mi historia ese compañero no sería un perro, sería algo un poco más complejo. 
En un principio lo pensé como un relato corto de unas tres páginas. Pero en cuanto escribí la línea final del prólogo, me di cuenta que esta historia no se podía contar en tan solo tres páginas. Necesitaba muchas más. Y así se fue gestando, poco a poco, lo que es ahora  El Espejo. 


3. ¿Por qué decidiste lanzarte a autopublicar tu novela por ebook?
Esta historia la publiqué por primera vez aquí por capítulos y en webs de relatos como You Are Writer. A la gente que la siguió y llegó hasta su final, le gustó, de modo que una vez terminada, decidí juntar todos los capítulos y crear un PDF descargable y gratuito para quien quisiera tenerla completa en su ordenador o ebook. 
Sin embargo, hace unos meses me picó el gusanillo de Amazon. Me apetecía tener  El Espejo  como libro físico, poder tocar sus páginas, su portada. La pregunta es por qué decidí autopublicar por ebook, pero en realidad decidí autopublicar por el formato físico. Por supuesto, también se puede adquirir en formato electrónico, pero donde esté un libro físico... 
Es una jugada arriesgada, porque la mayoría de la gente que me sigue en redes y en mi blog ya se la ha leído, pero aun así, no quería quedarme sin mi libro. Y además, gracias a Dios, Amazon permite autopublicar sin gasto alguno. Así pues, ¿qué puedo perder? 

4. ¿Si tuvieras que resaltar un aspecto de tu novela, cuál sería?
Es una historia que se lee en un abrir y cerrar de ojos. Tiene un vocabulario sencillo, y una narración fácil de seguir. Muchas veces esto se toma como algo negativo; parece que una obra literaria solo es buena si es compleja, pero yo creo que hay literatura para determinados momentos. La mía es para pasar un buen rato leyendo una buena historia, entretenida, aunque eso sí, el lector no se va a librar de momentos llenos de tensión. Al fin y al cabo, el objetivo de una obra de ficción es lograr que el lector se evada de la realidad.
Y es que mis historias son así siempre. Mi objetivo a la hora de escribir es entretener, y si por el camino se deja caer alguna reflexión profunda, bienvenida sea. 

5. Como escritor novel ha debido ser un proceso arduo y complicado. 
Más que como escritor novel, yo diría como escritor independiente. Cuando te lanzas a autopublicar sin editorial, y encima con pocos o ningún medio económico, lo tienes que hacer todo tú mismo. TODO. Corrección, maquetación, portada, cubierta, promoción, etc. Y todo ello es muy complicado, sí. Pero por suerte, hay tutoriales muy buenos y yo personalmente tengo ciertos conocimientos en programas de edición, tanto de imagen como de vídeo. Eso sí, requiere mucho tiempo. 
Antes dije que en Amazon se autopublica sin gasto alguno y es así, si lo haces todo tú solo, como digo. Pero claro, estamos hablando de inversión económica; si hablamos de inversión de tiempo... Ahí sí que hay que invertir bastantes horas, porque no vale solamente que quede bien: tiene que quedar lo más profesional posible. 

6. ¿Qué esperas de esta novela? ¿Y sobre tu futuro?
Supongo que lo que cualquier escritor: que guste al lector, que le haya valido la pena la inversión de dinero y tiempo, porque si a él le ha valido la pena, a mí también. Y por supuesto, que la adquieran los lectores que ya la leyeron en mi blog, porque eso quiere decir que les gustó de verdad. Y lo que más me gustaría es que se hagan con el formato físico, que es el que más trabajo ha llevado. 
¿Qué espero sobre mi futuro...? Poder abanicarme con billetes rosas mientras escribo en los días de más calor, ja, ja, ja. 
Ahora en serio. Me gustaría llegar a mucha gente con mis textos, tanto dentro como fuera de España. Supongo que también lo que espera cualquier escritor. 

7. Esta novela es recomendada para...
Para todo el mundo. La pueden leer tanto adultos como adolescentes. Y si se tiene un hijo al que no le asusten ciertos aspectos del terror, también. Como dije antes, es sencilla de leer y les encantará el protagonista. 

8. ¿Algo que añadir?
Hay que apostar por escritores independientes, hay que atreverse a leerlos, y sobre todo, a comprar sus libros, porque hay mucho trabajo detrás. Los libros de autores profesionales también llevan mucho trabajo, claro, pero hay una diferencia. Y esa diferencia la expliqué en la pregunta número cinco.
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Published on November 07, 2018 04:54

November 4, 2018

Libro 'El Espejo'

¿Y si fueras el último?
¡Hola! 
Os escribo para anunciaros que mi novela corta El Espejo ya está disponible en Amazon tanto en tapa blanda como en ebook
Todo el proceso de edición, publicación y promoción ha sido realizado por mí, sin ayuda alguna, durante cerca de un mes. Mi objetivo era que el resultado fuera lo más profesional posible para que el lector que tenga el libro en sus manos sienta que ha adquirido una obra seria, a pesar de ser independiente. Espero haberlo conseguido. 
En 2012 publiqué mi primera novela en coedición con una editorial de autopublicación, ahora retirada del mercado. Así pues,  El Espejo es la primera obra que publico en Amazon, de forma independiente. En la página You Are Writer (pincha para leer) hablo más detalladamente de cómo surgió la idea de la novela.
Recuerdo que El Espejo inició su recorrido en este mismo blog, capítulo a capítulo, y que algunos de vosotros seguisteis la historia hasta el final. Luego creé un PDF con la novela completa. Y ahora ha llegado la hora de tener una edición física, de poder tocar sus hojas, de tenerla en la estantería, entre los grandes autores, y además con nueva portada, diseñada y montada por mí, como ya dije. 
Para mí sería un honor que esta pequeña novela que ha tenido un recorrido tan largo, que ha evolucionado tanto (no solo en su formato sino también en su contenido y diseño), que ha llevado tanto trabajo, esté en vuestras manos además de en vuestras mentes
El libro en tapa blanda se puede adquirir por tan solo 7,41€ ; con Amazon Prime no os cobrarán los gastos de envío y lo recibiréis en tres días. Si se quiere un ejemplar firmado, lo único que hay que hacer es contactar conmigo vía email: rixi127@gmail.com. 
Un saludo, y muchas gracias por la confianza. 
Apostemos por escritores independientes. 

Pincha en la imagen para acceder a Amazon. 


Ver Booktrailer
Ver teaser ¿Y si fueras el último?
Ver teaser Vida y muerte
Ver teaser Alguien con quien hablar
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Published on November 04, 2018 03:19

October 31, 2018

1 día...

¿Y si fueras el último?
 
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Published on October 31, 2018 09:40

October 30, 2018

2 días...

¿Y si fueras el último?



 
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Published on October 30, 2018 07:32