Diego Uribe's Blog, page 2

November 10, 2016

Síndrome del nido vacío

Según Wikipedia, el síndrome del nido vacío es “una sensación general de soledad que los padres u otros tutores pueden sentir cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar […] El matrimonio de un hijo o hija puede provocar sentimientos parecidos, ya que el papel e influencia de los padres a menudo se vuelve menos importante que el del nuevo cónyuge.” No puedo decir que eso aplique exactamente a mí, sobre todo porque no soy padre aún, pero me pasa algo similar, sé lo que se siente. También sé que el síndrome existe, es real, porque lo hablo con mis dos pares de tíos con los cuales conviví (y con muchos otros padres y madres que conozco). En realidad, lo hablé con mis tías que son quizás con las que tengo más confianza, o con las que se puede hablar estos temas más “sentimentales” si se quiere… porque los hombres podemos aparentar ser más fríos y distantes a veces, más “superficiales”. Una de mis tías me dice que me extrañan, que piensan siempre en mí, que estoy muy presente para ellos en las conversaciones, en las reuniones, en las comidas. La otra tía me cuenta por teléfono cómo ha cambiado su vida ahora que sus tres hijos ya están en pareja, con hijos (nietos para ella), con su propia casa. Los tres hijos se fueron de la casa para formar su propia vida y ahora la casa parece más grande, sobra espacio y sobran camas, sobra comida, hay más silencio, se hace notar el vacío. La casa está más tranquila… hasta que llegan los nietos y la inundan de ruido y de luz, de alegría, de Discovery Kids, de libritos para pintar y fibras de colores, de juegos y juguetes, de caramelos, de ropa chica desperdigada por todos lados. Y ya no se toma tanto capuccino porque yo no estoy ahí cada mañana, y el olor a queso fundido del tostado a las 6:00 a.m. ya no existe porque ya no voy al colegio, y porque tampoco estoy ahí. Y a medida que me cuenta esto en el teléfono, se me pianta un lagrimón, uno lindo, pero no dejo que ella lo note porque no quiero preocuparla, no quiero que piense que estoy mal. Es que los extraño, así como ellos me extrañan a mí. Tengo familia en La Plata, en Mar del Plata, en Tierra del Fuego, en La Pampa, Córdoba, San Luis. Y también están esos amigos de toda la vida, esas familias semi-adoptivas, “del corazón” le dicen, por otras partes del país. Como se imaginarán, resulta difícil visitar a cada uno de ellos, por tiempo, por plata, por distancias, etc. Sin embargo, una vez que ocurre ese encuentro, esa reunión, es como si no hubiera pasado el tiempo, y las distancias de kilómetros que los separaban ya no existen… De repente, esa persona la tenés al lado tuyo y pueden hablar cara a cara, comer algo, tomar mates, un café, un jugo, mirar la tele, salir a pasear, dormir en la misma habitación. ¿Y la plata? La plata no debería interferir en las familias, pero lo hace… las destruye a veces. “Cuentas claras conservan la amistad”. La A-MIS-TAD, pero no dice nada con respecto a la familia. Y volviendo al tema de la familia, a pesar de no tener mi núcleo central de padre, madre y hermana, tengo mucho resto de familia por suerte. Abuelos me queda uno solo, pero tengo tíos y primos a rolete, y amigos que considero familia para tirar al techo. Y ninguna familia es perfecta, cada familia es un mundo, pero creo que soy bastante afortunado con la que me tocó. Más allá de que esté un poco rota y desunida, aunque falten un par de integrantes, a pesar de sus diferencias y sus historias, comparto con cada uno de ellos, todo lo que puedo, los elijo. Porque también hay hijos que no se llevan con sus padres y padres que no se llevan con sus hijos, parejas separadas, engaños, divorcios conflictivos, hijos y propiedades de por medio, custodias, tenencias, división de bienes, amantes, tutores, viudos y viudas, madres solteras que se hacen cargo, padres adoptivos, ¡tantas cosas! Y en mi familia hay un poco de eso, y digo “un poco” con orgullo. Y digo que los elijo porque es lo que me tocó, no puedo renunciar a eso. Más allá de todo lo que pase, la familia nunca te abandona, siempre va a estar ahí, ya sea que los necesites o no. Y no les va a importar la carrera que estudies, la música que escuches, los novios que tengas, tu situación económica, tu ideología política, tus creencias, etc. Te van a apoyar, te van a ayudar, te van a escuchar, te van a entender, van a creer en vos. Si vos sos feliz, ellos son felices. Y si ellos son felices, vos también estás feliz. Me cuesta tener capacidad de síntesis pero quiero volver al tema principal: el síndrome del nido vacío. Al ser del interior y haber elegido venirme a vivir a Buenos Aires, creo que el síndrome es aún más real, algo más cercano, más normal y casi hasta cotidiano. Y uno a veces no dimensiona eso, tanto el que lo vive como alguien que lo ve de afuera. Para mí es normal que la gente se vaya a estudiar a otra ciudad, mudarse, mantenerse, vivir solo, pagar un alquiler. Y quizás también es normal para otra persona que nació acá vivir con su familia, no preocuparse por no llegar con la plata a fin de mes, pagar un alquiler, arreglárselas solo, extrañar. Ambos tienen sus ventajas y su lado bueno, es lindo vivir con tu familia y que te mantengan un poco, no los extrañás porque están ahí con vos, pero también está buenísimo vivir solo, cortar el cordón, dejar el nido y que empiecen a crecer las alas para poder volar. De todos modos, siento que en algún punto nos empieza a molestar vivir con y de nuestra familia, queremos tener nuestra propia plata, buscamos nuestro propio espacio, sentimos cierta culpa sino… creo. Me voy por las ramas, disculpen. A lo que quería llegar es que me hace bien estar rodeado de la familia, sea o no la mía, sobre todo si es la mía. Me recarga, me da paz, me da energía. Así sean unas horas, unos días, unas semanas… vivimos lejos, pero verlos me llena el tanque para seguir andando. Y cuando no estoy con ellos me siento un poco vacío, algo me falta. Siento que cada vez que los veo, me cuesta más despedirme, me cuesta más soltarlos. Debe ser parte de crecer, y de la vida en sí misma.  Aún así, me encantan los ambientes familiares en general, las cenas o almuerzos, cómo se discute sobre política o se comentan las últimas noticias, me encanta ver a los niños jugar, a dos hermanos pelearse y luego reconciliarse, las pastas o el asadito del Domingo, los paseos en algún auto todos apretados, compartir algunas fotos de las vacaciones, que el precio de una sonrisa sea un abrazo, un ascenso en el trabajo o un nuevo trabajo, un embarazo, estar próximo a la jubilación, auto nuevo, mejoras en la casa, compartir un mate, una película, un café, unas galletitas de agua, unos bizcochos Don Satur, lo que haya. Compartir un cumpleaños, un bautismo, Navidad, Semana Santa, un Domingo, o un Martes a las 3 de la tarde, un Jueves a las 9 de la noche. ¿Qué importa? Compartir todo lo que se pueda, todo el tiempo, toda la vida. Y cuando se estén por separar, abrazalos fuerte y deciles que los querés. Que vas a volver, que van a volver a verse, cuando se pueda. Escribiles, véanse, mandales un mensaje de texto, un Whatsapp, pegales un llamado, mandales una carta, una encomienda. Disfruten a sus familias. No hay nada más hermoso que estar bien con la familia, no hay nada más hermoso que estar bien, no hay nada más hermoso que estar en familia.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 10, 2016 07:00

September 29, 2016

Todos somos necesarios

La importancia de los artistas, de eso les quiero hablar hoy. Porque hace poco hablaba de eso con una persona y me pareció importante. Recién conocía a esta persona entonces me preguntaba qué hacía, qué estudiaba, de qué trabajaba, etc. Le conté que había estudiado algo de cine pero que finalmente había dejado, que después me metí a estudiar teatro musical y que, por lo tanto, actúo, canto y bailo, que tomo clases cuando puedo, que voy a castings y audiciones, que para ese entonces no tenía un trabajo fijo, le conté que también escribo… básicamente le hablé de mi pasión: el arte. Y él me dijo que me admiraba, que nos admiraba (a los artistas), que le parecíamos las personas más valientes porque hacemos lo que nos gusta, nos veía como una especie de superhéroes. Luego me dijo que el mundo sería un lugar horrible si no existieran los artistas, que él no se lo imaginaba. Nunca me puse a analizarlo tan drásticamente, pero tenía algo de razón, entendí su punto. Piensenlo un segundo, un mundo sin artistas. Sin música, sin teatro, sin cine, sin televisión, sin dibujos, pinturas ni esculturas, sin libros, sin poder ir escuchando música cuando andás en la calle, sin obras, sin musicales, sin actores que se suban a un escenario o se paren frente a una cámara, museos sin pinturas ni esculturas, parques sin estatuas, The Voice sin cantantes o un Showmatch sin bailarines, sin poder ir al cine a ver una película o estar tirado en el sillón/la cama mirando una serie, sin instrumentos musicales, un mundo sin un Mozart, un Da Vinci, un Sinatra, un Gene Kelly, un Monet. A mí me parece inconcebible… “Gris” es lo primero que me viene a la mente, un mundo gris. Y sí, quizás hacemos lo que nos gusta y por eso somos valientes. Porque detrás de nuestro trabajo, hay mucho sacrificio. Un actor debe memorizar textos y marcaciones, un bailarín debe recordar pasos y coreografías enteras que van acompañadas de una música, un músico aprende un nuevo idioma al tocar un instrumento y debe conocerlo bastante para componer, ese músico practicó por horas, esa bailarina de ballet toma clases desde chica y elonga todos los días para poder hacer ese salto y abrirse de piernas, ese cantante toma clases de canto desde los 5 años y no paró un sólo día de hacerlo, ese autor estuvo años escribiendo ese libro y otro par de años más hasta que finalmente lo publicaron, esa actriz va todos los días a un casting o una audición diferente para conseguir trabajo, ese actor dedicó muchas horas, semanas y meses para que ese papel le salga así, esa maestra da 10 clases por semana y le pagan por hora, esa película tardó dos años en hacerse. Ser artista es un poco eso: entregarse, poner el cuerpo, las emociones, todo de sí para que cobre vida lo que hacemos. Si no estaríamos hablando puramente de forma, cuando creo que el contenido es lo que importa en el arte. Porque algo puede ser muy bello estéticamente, agradable o placentero para los sentidos, pero si no te produce nada, si no te transmite nada, si no te modifica, hay algo que está fallando. De todas maneras, tanto el arte como el concepto de belleza pueden ser muy subjetivos, varían mucho. Pero, ¿no les pasa? Cuando salís del cine, del teatro, cuando terminás de ver una serie, cuando terminás de leer un libro… algo se te mueve, te moviliza, una energía, una emoción, una fibra, un canal, no sé. Pero bueno, volviendo a mi conversación con esta persona, él me decía que nunca se animaría a hacer lo que hacemos nosotros. Me contaba que trabajaba en una oficina, de Lunes a Viernes, de 9 a 18 hs., vestido siempre de traje, de ejecutivo, que le pagaban bien y con eso él estaba bien, eso lo llenaba. Hasta hace poco, eso también me parecía inconcebible. ¿Cómo alguien puede ser feliz así? Pasando horas en una computadora, sentado detrás de un escritorio, encerrado en un cubículo, haciendo medianamente lo mismo por 9 horas, 5 días a la semana, con 2 semanas de vacaciones al año. Perdón, pero siempre me pareció bastante básico y trillado el sueño de la casa, el auto y la familia. Ojo, no digo que esté mal, conlleva un montón de trabajo comprar un auto, una casa, casarse y tener hijos. Pero, ¿y una vez que tenés eso? ¿qué más? ¿ya está? ¿no te falta algo? ¿O seguís trabajando para comprar los muebles y electrodomésticos de la casa? ¿para mantener a tus hijos y dejarles plata cuando ya no estés? Bueno, dale, ¿y qué más? ¿qué viene después? Un nuevo celular, una casa más grande, un auto mejor. Perfecto, ¿algo más? Es un ciclo vicioso de nunca acabar. ¿Realmente te llena lo que hacés? ¿o sentís que das para más? ¿y qué vas a hacer cuando te jubiles? ¿cómo te gustaría ser recordado? Suelo pensar en estas cosas de vez en cuando… Creo que ser artista te da un plus de sensibilidad, con uno mismo y con el mundo. A mí me encantaría que todos seamos artistas, todo el mundo, que todos hagamos algo relacionado con el arte, pero eso también me parece inconcebible. Y hace muy poco lo entendí, comprendí por qué. Y es porque todos somos necesarios. El mundo necesita oficinistas, bancarios, administrativos, empleados de comercio, políticos, encargados de edificio, gasistas matriculados, dentistas y gente que ame lo que hace. Así como a un bombero le apasiona salvar vidas y apagar incendios, así como a un policía le apasiona proteger la ciudad y a sus habitantes, así como a un juez le apasiona ejercer la justicia o un abogado defender a sus clientes, así como a un cirujano le apasiona abrir cuerpos y hacer cirugías, operaciones, trasplantes, así como a un docente le apasiona enseñar, así como a un chef le apasiona cocinar, está bien. Todos somos necesarios… y creo que todos tenemos alguna conexión con el arte, un interés, un talento oculto que tal vez no nos animamos a explotar, por mínimo que sea. Una tía que se jubiló hace poco quiere aprender a tocar el piano, a otra de mis tías le gusta ir a clases de zumba porque dice que eso la “desconecta”, a la mujer de mi primo le encanta coser y le hace todos los trajes y disfraces a sus hijos para los actos escolares, a mi tío le gusta salir a andar en bici, qué se yo, ¡tantas cosas! Incluso esta persona que mencioné anteriormente, hablando de series y películas que habíamos visto cada uno, me decía que le encantaban las actuaciones de esta tal serie, de esta otra película, la trama y el guión de una serie, la fotografía y los planos de una película, y ahí descubrí una pequeña pasión en él: le interesaban el cine y la televisión. No las miraba por ocio, las miraba porque le atraían, lo intrigaban, le apasionaban. Y se lo dije, le dije “¿Viste? Vos también tenés un lado artístico”. Él no le dio demasiada importancia, lo subestimó de hecho. Y antes de despedirse me dijo “Mirá cuando vaya a la feria del libro y me firmes un ejemplar tuyo”, medio en joda, medio en serio. Y ojalá así sea… que el arte nos vuelva a unir. Porque el arte hace eso, une a la gente. Para algunos, el arte es su cable a tierra. Para nosotros, el arte es nuestra vocación, lo que elegimos hacer, lo que nos gusta. Y a eso apuntamos, a llegar a la gente, a transmitir, a contar historias, a jugar, a conectar, a llevarles algo, una canción, una nota, un paso, una danza, un baile, una voz, un texto, una frase, una imagen, una idea, un sentimiento, una emoción, una sensación, que se lleven algo. Creo que brindamos alegría, colores y amor a este mundo. Y tal vez por eso nos vean como superhéroes, porque ayudamos a las personas, porque contribuimos a que el mundo sea mejor, que el mundo sea un lugar más lindo, que tengan ese momento de “desconexión” para romper con la rutina y que sea más llevadera. Todos necesitamos el arte y el arte nos necesita. Y todos somos necesarios, ¡pero qué necesarios que somos los artistas!


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 29, 2016 18:34

August 23, 2016

Niño interior

Con la excusa del Día del niño, hace un año aproximadamente me autorregalaba un Nintendo DS con un juego de Pokemon. Para aquellos tecnófobos (sin ánimos de ofender), un Nintendo DS es una consola portátil de videojuegos desarrollada por la empresa Nintendo. Similar a la PSP, Game Boy Color, Game Boy Advance, o incluso al rudimentario Tetris o la mascotita virtual si se quiere. Nunca tuve ninguno de los mencionados anteriormente, pero siempre quise tener aunque sea uno de ellos cuando era chico. Tuvimos el Family en casa y hace unos años me compré la Wii, pero nada que ver. Sabía que no era un regalo barato, nunca me animé a pedírselo a mis padres, allá en Tierra del Fuego creo que no se conseguían mucho, etc. Pero el año pasado, a mis 22 años, tuve la oportunidad y me lo compré. Y uno podría pensar “¿22 años y jugando a los jueguitos? ¿No estarás medio grandote y boludo para esas cosas?”. Sí, puede ser… no me interesa realmente. La emoción al sacarlo de su caja, al encenderlo por primera vez, al jugar un juego, fue como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera un niño. Fue un mimo que me hice… como cuando me compré el muñeco de Woody y el de Tiro al blanco, el peluche de Sven (el alce de Frozen) o del Señor Fredricksen (de Up) y otros de ese estilo que tengo. Es más, de vez en cuando, voy a McDonald’s y pido la cajita feliz porque me gusta el juguetito que trae. Y sí, el cajero te mira un poco raro pero ¿qué importa? ¿qué tiene de malo?


Desde el punto de vista legal, uno es niño hasta los 18 años. Desde el punto de vista físico, uno es niño hasta que alcanza la adolescencia, la pubertad. Con mi metro ochenta y pico de altura, mis zapatillas 41 y mi barba de día y medio, ¡olvidate! Ya dejé de ser infante hace rato. Yo me propuse hacerme regalos hasta los 21 años, misión que claramente fallé en cumplir. Incluso creo que uno deja de ser niño mucho antes de alcanzar la mayoría de edad, cuando se da ese quiebre entre que te regalaban juguetes y te pasan a regalar ropa. Ahí ya creciste, ahí ya cambiaron tus intereses. A partir de esa edad, empezás a ser más consciente de todo, mirás la vida de otra manera, tu cabeza empieza a cambiar, madurás en definitiva. Yo tuve la desgracia de perder a mi familia a los 13 años, con lo cual me tuve que hacer cargo de muchas cosas: Pagar mi educación, el celular, internet, algo de las compras del super, trámites legales, edictos, sucesiones, declaratoria de herederos y demás. ¡Yo crecí de golpe! Y a los golpes… salteamos mi adolescencia y pasamos directo a la adultez. No digo que no haya tenido adolescencia, para nada, porque fui al colegio, me hice amigos, me fui de viaje, terminé, salí, fui a fiestas, al boliche, tomé, me emborraché, tuve mi primer beso, el primer amor, el corazón roto y todas esas cosas. De hecho, a pesar de todo, tuve una adolescencia bastante similar a la de muchos de mis compañeros. Y si hablamos de mi infancia, ni hablar. Tuve la infancia más hermosa que podría haber deseado: con todo el amor y la educación de mis padres, con una hermana mayor creciendo a la par mía y levantándome cuando me caía, cuidándome de los tropezones, jugando a lo loco, soñando, imaginando, riendo, saltando, yendo al jardín, a la escuela, aprendiendo, conociendo gente, compañeros, amigos, familia. Y, al fin y al cabo, eso es lo que soy hoy. Soy una persona amable, educada,  atenta, servicial, que se preocupa por los demás, por sus amigos y su familia, disponible, desinteresado, leal, que comparte, que acompaña. Y a esto es a lo que quería llegar… La infancia es probablemente una de las etapas más importantes y más hermosas de la vida si me lo preguntan. No es casualidad que a los psicólogos les guste tanto indagar en el tema: ¿cómo fue tu infancia? ¿cómo está compuesta tu familia? ¿cómo te criaron? ¿en qué entorno creciste? Y no es joda que todas esas cosas te marcan, te definen. Si un niño crece dentro de una familia en la que es maltratado, cuando crezca probablemente sea así con los demás (maltratador), porque es lo que vio, lo que aprendió, lo que le enseñaron. Si un niño fue abusado, le va a quedar un trauma que luego se va a convertir en morbo cuando crezca y va a hacer lo mismo seguramente. Si un chico pasa poco tiempo con sus padres o es ignorado por los mismos porque trabajan, porque viajan mucho o lo que sea, el chico va a hacer todo lo que esté a su alcance para llamar la atención. Si un nene va a fútbol y una nena va a danza, desde chicos, cuando crezcan probablemente sean un Messi o una Paloma Herrera. Habría que ver si los nenes van porque realmente les gusta o porque sus padres los obligan, pero eso ya es otra cosa. Hay tantos ejemplos como personas en el mundo: si un niño es caprichoso, si es consentido, si no sale de su casa, si mira mucha televisión…


Esto del “niño interior” del que tanto escuchamos hablar es real. No es que tengamos un niño adentro (a menos que se trate de una mujer embarazada), no seamos tan literales al término. Ese niño que alguna vez fuimos, es sin duda parte de nosotros (¡y una gran parte!), de lo que somos ahora. Y hay que escucharlo, hacerle caso, no ignorarlo, mimarlo. Si tiene hambre, darle de comer. Si tiene frío, abrigarlo. Si está aburrido, hacer que juegue. Si está encerrado, liberarlo, sacarlo a pasear. Si está enfermo o herido, sanarlo. Mi mamá (como muchas otras mamás quizás) decía que uno es niño por siempre, que uno nunca dejaba de ser niño. ¡Y tenía tanta razón! En un punto, uno tampoco quiere dejar de ser niño, uno no quiere crecer. Por eso nos siguen haciendo regalos (o nos los hacemos) incluso cuando somos mayores, por eso nos emocionamos al ver las películas de Disney y Pixar, por eso no hay edad para ir al parque de Disney en Orlando, por eso jugamos al Pokemon GO. Todos tenemos un niño interior, en mejores o peores condiciones. Está en cada uno atenderlo o ignorarlo, pero es parte de nosotros, porque lo que fuimos, somos. Y está bueno mimarlo, jugar con él, sacarlo a pasear, recordar, volver a esa pureza y esa inocencia, no hace mal. Al contrario, hace muy bien y lo considero hasta necesario. Creo es un poco esa chispa que nos mantiene vivos, que nos hace seguir adelante. Porque dale, convengamos que ser adulto sería un embole sino… imaginen el mundo sin niños: insoportable. No es que uno sea inmaduro o tenga complejo de Peter Pan por jugar al Pokemon GO, por tener peluches en su habitación, por usar ropa de Mickey o por pedirse la cajita feliz, ¡está bien! Y los otros que piensen y digan lo que quieran. Es que es necesario parar un poco con tanta vorágine del mundo adulto y recuperar esa infancia, ese niño interior. Jugar más, divertirse más, reírse más. Es necesario parar, volver atrás y descansar para poder seguir adelante. Es que es necesario ser feliz. Hay que aferrarse a ese niño, abrazarlo, darle la mano, llevarlo, tenerlo en cuenta, saber que está con nosotros, no dejarlo ir. Sino, estamos perdidos. ¿A quién no le gustaría volver atrás? ¿Acaso no daríamos todo por volver a ser niños un rato? Felicidad pura, alegría, paz, energía, vida. Cero dramas, cero preocupación, cero histeria. Hakuna matata. Eso son los niños, eso transmiten. Eso fuimos, eso somos, eso seremos. Tuve una infancia hermosa por suerte, la guardo como un tesoro, me aferro a ella. Y sé que cuando lo necesite, puedo abrir ese cofre nuevamente y ahí estarán los recuerdos más felices. Yo sé que sin mi lado “aniñado”, no sería nada, no podría seguir adelante. No sería tierno o simpático quizás, sería un adulto políticamente correcto, algo estructurado y medio ortiba. Sin embargo, soy maduro y me permito ir a ver “Buscando a Dory”, tener peluches en mi habitación, sábanas de Toy Story, una remera de Mickey. Me la banco, porque no me importa. ¿Y mi niño interior? Chocho, tiene atrapados dos Pikachu en el Pokemon GO. No se puede quejar.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 23, 2016 07:00

August 11, 2016

Gente que busca gente

“Brilla por su ausencia” es una frase con la que siempre me sentí identificado. Nunca destaqué mucho en nada, a decir verdad… y tampoco era lo que quería, siempre preferí ser más de perfil bajo. En el colegio, en Educación Física, era ese chico que elegían a lo último cuando había que formar equipos para jugar y, por lo general, me ponían de arquero o defensa así que no participaba mucho tampoco. En el curso, solía sentarme al fondo o a un costado. No es que alguien me cayera particularmente mal, al contrario, me gustaba compartir con todos, con lo cual nunca llegué a formar parte de ningún grupo pero, a la vez, estaba en todos; es raro. No me considero extrovertido así que eran pocas las personas que se acercaban a mí. En el barrio, no salía mucho porque los chicos iban a la plaza a jugar al básquet o al fútbol y eso no era lo mío. Yo prefería dibujar, jugar algún juego en la compu o interactuar con mis muñecos y peluches. En la adolescencia y hasta el día de hoy, no me gusta mucho salir… prefiero quedarme en casa, leer algún libro, ver alguna película o serie, o simplemente dormir. En la facultad, a la hora del almuerzo, muchas veces me sentaba solo porque no sabía con quién compartir, o no quería. Y en las clases, por supuesto, me volvía a poner al fondo. Nunca fui demasiado “popular”, nunca tuve un mejor amigo… de esos que se quedan a comer y a dormir seguido, tanto que parece que prácticamente viven en tu casa. De esos que conocen todos tus secretos, buenos y malos, todos tus defectos y virtudes y que, aún así, te bancan en todas. De esos que van para todos lados juntos, que son inseparables. De esos que comparten un tatuaje. Nunca lo tuve… Así como tampoco nunca estuve de novio, nunca estuve en pareja, en una relación estable. Nunca tuve esa persona especial hasta ahora… Lo cual no quiere decir que no haya tenido amor, para nada. Creo que soy una persona que ha recibido (y recibe) mucho amor, de todos lados, y estoy muy agradecido por eso. Es curioso, ¿no? Porque fui ese chico que elegían último para jugar en Educación Física durante mucho tiempo, invisible, pero aún así, hoy en día me siento como el chico que anota ese último punto que le otorga la victoria a su equipo, que todos corren a abrazarlo, lo levantan, gritan su nombre y le dan el premio. Rodeado de amor, de la gente que quiero, lleno, satisfecho, completo… así me siento. Y no digo que no me merezca todo ese amor, pero de vez en cuando me gusta pensarlo y analizarlo un poco. ¿Por qué estoy rodeado de amor? o ¿por qué me eligen las personas? No soy popular, ni famoso, ni ridículamente atractivo, ni extraordinariamente talentoso, ni rico. No tengo una gran casa, no salgo mucho, no celebro fiestas, no tengo muchos seguidores en las redes sociales. No soy muy charlatán, mucho menos gracioso, todo para adentro, reservado, colgado, no inicio conversaciones y tampoco soy de armar planes; prefiero que me hablen, que me pregunten, escuchar, que me avisen y me incluyan en sus planes los demás… lo cual se podría resumir en que soy un poco cómodo quizás (e inseguro). Y aún así, la gente me escribe, me manda mensajes, me viene a visitar, me incluye en sus planes, en su vida, ¡quieren verme! Yo no entiendo, si no hago nada… ¿por qué entonces la gente insiste? No me malinterpreten, no estoy renegando de la gente que me busca, me encanta, hasta me parece divertido que lo hagan, que quieran mi compañía. No sé muy bien qué es lo que hago, pero evidentemente estoy haciendo algo bien parece. “Aceptamos el amor que creemos merecer”, okey, me merezco todo el amor que recibo, lo acepto. “Uno cosecha lo que siembra”, okey, siembro amor entonces, divino. Y la gente que no me quiere en su vida, no insiste, ya dejó de hacerlo. Y la gente que no quiero en mi vida, la alejo, le pongo distancia, la invito cordialmente a retirarse y cierro la puerta. Y así estoy, me quedo con las personas que quiero estar, que me hacen bien. Por ende, yo también estoy bien, y eso es lo que hago quizás: estar bien. No necesito más… Porque si estoy bien, todo se va a ir dando solo, ya conseguiré trabajo, ya tendré más plata para pagar clases, ropa, un perro o lo que quiera. Si estoy bien, me van a pasar cosas buenas, y todo va a estar bien. No sé si es la ley de atracción o simplemente puro optimismo… suena un poco hippie, budista, zen o místico quizás, pero les juro que no consumo nada extraño y tampoco me uní a ninguna secta o religión. Es una filosofía de vida muy simple que fui adoptando:



Estoy mal > Quiero estar bien > Busco algo o alguien que me haga bien.


Estoy bien > Quiero seguir estando bien o mejor > Busco algo o alguien que me haga bien o mejor.

No hay margen de error. ¿Quiero estar mal? No, no entra en ninguna fórmula y ni siquiera tiene sentido. Si alguien está mal y quiere seguir así, allá ellos… luego se cuestionarán por qué no están rodeados de amor o por qué la gente no los elige (o no). Hay que tener cuidado y ser muy conscientes de quiénes dejamos entrar a nuestra vida, con quiénes elegimos compartirla. Hay gente que manipula, que miente, que te consume, te entristece, te deprime, te quita energía, que resta en vez de sumar. Esa gente es tóxica, sumamente peligrosa… cuanto antes te des cuenta y te liberes de ellos, mejor. Porque cuando uno está bien, algo cambia alrededor, algo irradia esa persona que la gente se le empieza a acercar, atrae a las personas como polillas que van hacia la luz. Algunas se quedarán revoloteando alegremente alrededor de la luz, y otras se quedarán pegadas por acercarse demasiado, se quemarán al jugar con fuego. Entonces hay que elegir: elegir a las personas, elegir qué hacer, elegir estar bien. Elegir y ser elegido, pero no esperar a ser elegido, último, por descarte. Sino elegir para que te elijan, estar bien con uno mismo para poder estar bien con los demás (como te ven, te tratan…). “¿Ser o no ser?” Ser, estimado príncipe Hamlet. Siempre, sin lugar a duda. Yo elijo eso por ahora. Ya vendrá el amor, ya vendrá esa persona (o no). Muchos me dicen que yo voy a encontrar el amor en el extranjero, que mi amor no está en este país. ¿Quién sabe? Ya vendrán los viajes también y lo averiguaré. Y mientras espero, no me quedo de brazos cruzados… me voy preparando, para esa persona, para ese momento. Yo voy a elegir a esa persona y esa persona me va a elegir a mí, y voy a dejar que me elija, me voy a bancar ser elegido, como prioridad y no como último recurso, porque voy a estar listo, porque vamos a estar bien. Estoy bien, más grande, más maduro, más lindo con cada día que pasa, voy creciendo, acercándome a lo que quiero ser, mi mejor versión. Y no sólo por otra persona, sino también por mí. ¿Tengo amor? Lo doy, doy todo lo que tengo, comparto. ¿De qué me sirve guardar o esconder las cosas? Invito a dormir a mis amigos, les cocino, comemos, miramos una película, una serie, les escribo, charlamos, salimos a caminar, a pasear, a cazar Pokemones, tomamos un mate, un té, un café, una cerveza, pintamos, jugamos, reímos, escuchamos música, bailamos, cantamos, compramos, nos hacemos regalos, dormimos, soñamos, somos felices. Y no tengo miedo de lo que venga, sé que no estoy solo, sé que estoy haciendo las cosas bien. Eso es lo que yo elijo, porque ya no quiero que me elijan último.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 11, 2016 07:00

July 19, 2016

Ser feliz era esto



Despertarse sin alarmas. La cama calentita en la mañana. El pan casero tostado. Escuchar la radio. Ver programas de cocina con mi tía. Los nenes jugando y gritando por toda la casa. La hora pico del almuerzo. Una tía que hace malabares. Toda la familia reunida para comer. Una bebé que casi ni llora. Algún que otro postre y cafecito. Los libritos para pintar de mi primita que tironea de mi mano para que pinte con ella. Ronda de mates con mi tía en el sillón. Salir a caminar y el frío viento azotándote en la cara. Las casas de madera, el césped escarchado y los árboles bajitos y prácticamente sin hojas. Que te pasen a buscar en auto, que te lleven y te traigan para todos lados. El olor a camioneta nueva. Un paseo por el campo, por las montañas. La nieve a los costados de la ruta, magia blanca. Comer hasta reventar. La cabaña, el rancho. La estufa a leña, con su fueguito y sus brasas. Una visita de algún pariente o amigo. Compartir. Ver la novela con los tíos, Showmatch con la tía porque el tío ya se está quedando dormido. Segunda vuelta de la ronda de mates. Un flan casero comido por los perros. Preparar todo para volver. Escuchar música en la ruta. El agua fresca de la montaña. Un cumpleaños en familia y con amigos. Chocotorta con banana. Tormenta de nieve, niebla. Poner el auto en marcha un rato antes para que se caliente y se desempañen los vidrios. Cepillarse los dientes y lavar los platos antes de las 00 hs. porque cortan el agua. Un café y una charla con viejos amigos en Tante Sara. Una visita al Cemep porque se agranda la familia. Un grupo de Whatsapp familiar donde aparece una foto de una bebé que acaba de llegar al mundo. Una visita al cementerio para visitar a alguien que ya no está en este mundo. Asuntos pendientes. El cielo más estrellado que viste, amplio, lleno de nubes o con absolutamente ninguna, atardeceres, amaneceres. Ver el mar, infinito. Respirar otro aire. ¿Otro aire? Pero si el aire es el mismo en todos lados… Es uno solo, como el cielo. Será que depende del lugar donde uno está. Será que una persona no es la misma después de visitar un lugar, no vuelve  a ser la que era antes. Porque un lugar está lleno de personas y de historias, cada persona es una historia. Y cada historia cambia, las personas cambian, los lugares cambian. Y quizás un lugar no cambie tanto, pero como nosotros cambiamos, ya lo percibimos distinto. Los lugares crecen, nosotros crecemos con ellos, en ellos. Amo Buenos Aires, amo Rio Grande. Y son tan distintas una de otra. Rio Grande es mi infancia, mi familia, mi educación, mi pasado. Buenos Aires representa mi adultez, mis amigos, mi formación, mi presente. Rio Grande me trae paz, Buenos Aires me atormenta, me vuelve loco.  En Rio Grande soy alguien, en Buenos Aires soy uno más. Y aunque hoy elijo Buenos Aires, con todos sus Pro y sus contras, recuerdo Rio Grande y me emociono. Una parte de mi corazón queda allá, por siempre. Y la otra vive acá conmigo. Porque tanto allá como acá tuve amor, tengo amor. Cada vez estoy más convencido de que el corazón fue hecho para compartirlo y repartirlo, como una torta cortada en pedazos. Lo vamos entregando a personas, dejándolo en lugares… no hay que guardárselo para uno mismo. Y a medida que crezca, no quiero olvidar nunca mis raíces. No quiero olvidarme nunca lo feliz que fui allá, porque ser feliz era fácil. Ser feliz está al alcance de nuestras manos, en todo nuestro alrededor, en las cosas simples. En ese mate, en ese café, en esa comida, en esa salida, en ese libro, en esa novela, en ese programa de radio, en ese fuego, en la naturaleza, en esa visita, en esa charla, en ese abrazo, en esa lágrima, en la familia. Ser feliz era esto. Gracias por recordármelo…


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 19, 2016 07:16

June 15, 2016

Mi amigo nocturno

Ya es tarde y yo estoy acostado, intentando dormirme. Tengo los pies fríos así que los muevo un poco para que entren en calor. Me acurruco en un rincón de la cama y me acomodo. Me abrazo las piernas o agarro otra almohada para no pasar frío, para que la cama no se sienta tan grande. Por ahí me doy vuelta, cambio de posición, me muevo un poco. Todavía sigo sin poder dormirme…Y de pronto, lo escucho llegar. Él intenta no hacer ruido pero lo oigo igual; estaba despierto de todos modos. Viene hasta la habitación, lo sé porque escucho sus pasos en el pasillo. Prendo el velador de mi mesa de luz y lo veo, efectivamente era él. Está parado en el umbral de la puerta, apoyando su hombro contra la pared. Me mira fijamente, intentando descifrar mi expresión. No puedo creer que haya venido hasta acá, que haya decidido verme. ¿Qué quiere esta vez?Últimamente viene bastante seguido, seguramente le gusto, es evidente que tiene algo conmigo. Me incorporo un poco y también decido mirarlo fijo, desafiante. Su mirada me intimida después de un rato, su gesto es inescrutable. Tiene cara de haber tenido una larga noche, de haber estado de fiesta. A su vez, tiene cara de pocos amigos, de pocas pulgas, de perro mojado. Tiene los ojos vidriosos y alrededor se le forman unas ojeras bien definidas. Huele a humo de cigarrillo y alcohol, se le nota de lejos. Finalmente accedo, caigo en la trampa y una vaga sonrisa se dibuja de costado en mi cara. Él sabe que ganó y me dedica una amplia sonrisa, saboreando la victoria. Da unos pasos y se para a los pies de la cama. Sube con cautela y se acerca gateando hasta mí lentamente. Me tiene encerrado, mi cuerpo debajo del suyo, enterrado bajo las capas de sábana, frazada y cubrecamas. Su rostro está apenas a centímetros del mío, tan cerca que no sé qué parte mirar: si sus ojos, su nariz o sus labios. Siento su respiración, el aire caliente que sale de su boca. No tengo escapatoria, cierro los ojos. Cuando siento que me va a besar, no lo hace y opta por tumbarse al lado mío. Le hago lugar y él se acomoda. Me rodea con un brazo y yo me apoyo sobre él. Nos quedamos un buen rato mirando al techo, sin decir nada. No me molesta en lo absoluto, con él no me resultan incómodos los silencios. Escuchamos un poco de música y nos quedamos así, juntos, callados, abrazados. Después nos ponemos a hablar y me pregunta cosas sobre los temas más aleatorios: sobre el amor, sobre el futuro, sobre los fantasmas, la vida en otros planetas, la muerte. Muchas veces me descoloca y no sé bien qué contestar. Sus preguntas me hacen pensar, y eso es tan bueno como malo. Se hace muy tarde y todo el sueño que podía haber llegado a tener, se me va cuando estoy con él. Le digo que se quede, que me haga compañía, que no quiero pasar la noche solo. Él acepta, sé que estamos en la misma situación. Me doy vuelta, poniéndome de costado, y él me abraza por detrás. Apaga el velador y nos acomodamos para dormir, pero eso es precisamente lo último que vamos a hacer. Él no puede dormir, yo no puedo dormir… entonces decidimos no dormir, juntos. Él vino a molestarme, le encanta hacerlo. Y lo dejo porque, en algún punto, me divierte, me entretiene. Y para eso están los amigos: para hacernos compañía, para hacernos reír y también para hablar de temas serios. Él es mi amigo y se llama Insomnio.


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 15, 2016 16:58

April 18, 2016

Polvo de hadas

VOS. Sí, vos. Quien seas, no importa como te llames. Pará ya con lo que sea que estés haciendo y tomate unos minutos para leer esto. Hay algo que quiero decirte, hay algo que quiero compartir con vos. Estoy en uno de esos inexplicables pero hermosos momentos que suceden muy de vez en cuando, pero que considero los mejores y más gratificantes en la vida. Creo que utilizar el término “Epifanía” o “Revelación” tal vez sea demasiado, pero no del todo inapropiado. Y dejo que mis dedos se deslicen por el teclado a medida que voy escribiendo esto, hasta que aparezca la palabra que busco, pero mientras intentaré explicarlo lo mejor que pueda… Estoy en uno de esos momentos en los que te sentís lleno, pleno, realizado, que te sentís bien con vos mismo, que estás haciendo lo correcto (o que, si no lo estás haciendo, vas a empezar a hacerlo ahora mismo), que sentís una especie de felicidad contagiosa que inmediatamente te invita a sonreír, que te dan ganas de abrazar a la primer persona que se te cruce, de correr a buscar a esa persona que te gusta y de encajarle un beso, de decirle “Te amo” a la gente (pero de decirlo en serio). Te corre una especie de adrenalina en el cuerpo, de “calorcito interno”, probablemente liberación de dopamina, o de endorfinas (creo). Creo que es lo más cercano a la magia, “Magia” es una excelente palabra para describir lo que siento en este momento. Es de esos momentos en los que te sentís inspirado, motivado, invencible, que podés lograr todo lo que quieras, que te sentís un superhéroe, que nada te puede parar, que si saltás de algún lado podés llegar a volar, que podés cantar mejor que Ariana Grande, que podés bailar mejor que Gene Kelly o que podés jugar al fútbol mejor que Messi. Y lo más loco, es que podés… pero no lo sabés, o no te diste cuenta todavía (ahora voy a eso). Hay algo que se modifica en uno, en el cerebro, en la mente, en la mentalidad, en la manera de pensar, de percibir el mundo. Hay algo que hace “click”, hay un “cambio de chip”, si nos comparáramos con una máquina (que no lo somos). Es en cierta manera una revelación, porque surge de algo que te pasa, de un estímulo, algo que altera tus sentidos y repercute en todo tu cuerpo. Supongo que también involucra el corazón, además del cerebro, ese corazón que no sabemos donde está  pero que todos tenemos, pero no el que estudiaste en biología. Algo que viste, una película, una serie, un programa de televisión, un video de Youtube, una filmación casera, una foto, algo que leíste, una frase, un libro que estás leyendo, una página de internet, un blog, una canción que escuchaste, que te llegó, que te hizo emocionar, un instrumento, una melodía, una letra, algo que comiste, que te gusta, que te da placer, algo que oliste, un perfume, una comida, una flor, el aire que entra a tus pulmones, algo que sentiste, que te puso la piel de gallina, que te dio cosquillas, el calor de una mano que agarraste, un brazo que rozaste, un pelo que acariciaste, algo suave, una manta, el pasto y la tierra húmeda o la arena cuando estás descalzo. La lista es interminable. En mi caso, fueron varios los estímulos. Este fin de semana que pasó estuve rodeado de mi familia, de mis tíos, de mis primos. Nos abrazamos, charlamos, nos pusimos al día, paseamos, comimos, fuimos de compras, reímos, dormimos, jugamos. Nos pasó de todo: mi tío se golpeó el dedo con la puerta del taxi, se me quedó la llave adentro al salir del departamento, nos quedamos atrapados un rato en el ascensor, quisimos hacer un asado y se largó a llover y se mojó toda la parrilla. “Mala leche” dirán algunos… quizás. Pero, ¿lo importante? Que ya pasó, y que lo pasamos juntos, que permanecimos juntos. Porque todo pasa, y acá estamos, acá estoy, después de todo lo que pasó, lo que pasé. He pasado cosas mucho peores que quedarme encerrado o golpearme un dedo, y todo se soluciona, y de todo se aprende. Hace un rato llamé a mi tía (no con la que compartí este fin de semana, otra que está lejos) que me mandó un mensaje de texto el Jueves y yo, colgado como soy, no le había contestado. La llamé y estuvimos 48 minutos al teléfono. Hablamos del clima, de la familia, de la salud, del trabajo, de las cosas que nos preocupan, de las clases de danza que yo estoy tomando porque me gustan, de que salgo a andar en bici porque me hace bien, de que ella va a clases de zumba porque le saca el estrés, de que todos los fines de semana se van al campo con mi tío porque les gusta, de que la casa les queda grande porque los hijos ya son grandes, y la familia se agranda, y ahora tienen su propia casa y su propia familia, y los nietos son chicos, pero se ponen grandes eventualmente. Me dijo que me extrañaba al ver la que fue mi habitación vacía, la cama hecha, que yo solía dejar desarmada porque sabía que ella la iba a hacer por mí. Me dijo que me extrañaba cuando salía a caminar, porque yo la acompañaba, porque salíamos a pasear e íbamos para todos lados juntos. Y me hizo derramar un par de lágrimas, pero eso ella no lo nota a través del teléfono. Y yo extrañé sus capuccinos que batía todas las mañanas, sus tostados de jamón y queso que preparaba para mí, con los que me esperaba cuando yo me levantaba para ir al colegio a las 7 de la mañana, de Lunes a Viernes. Muchas veces rezongo de la familia que me tocó, la que me quedó, la que se dividió. Hoy no, hoy no reniego (ya no), hoy comparto mi vida con ellos. Y la cama me la hago solito, y me bato el café, y me preparo tostadas, y salgo a caminar. Porque tengo una cama, con sábanas, frazada y cubrecamas, porque tengo café en la alacena, leche y pan lactal en la heladera, porque tengo dos piernas que funcionan y las puedo usar, porque tengo, porque puedo, y por que, si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? ¿Quién me va a hacer la cama, el café, las tostadas? Nadie… Dicen que la familia no se elige, y los amigos sí. Hoy elijo a mi familia, y a mis amigos también, a la parte de mi familia que se preocupa por mí, que me apoya. Y a los amigos verdaderos, los que se cuentan con los dedos de la mano, los que importan, con los que podés hablar de cosas serias y contarles todo lo que te pasa, no esos que son para pasar el rato, para cagarte de risa, que necesitan algo y, una vez que lo consiguen, desaparecen. Esos no… Los que quieren pasar tiempo con vos, los que te escriben, te hablan, arman planes porque te quieren ver, los que están, los que te eligen de vuelta y te aceptan tal cual sos, con todo lo que sos. Los otros existen, pero no están. Justo estaba viendo The Voice y un tipo cantó “I get by with a little help from my friends” porque, al estar haciendo música, estando en la tele, en una competencia, se dio cuenta que muchos de sus amigos habían ido a verlo y apoyarlo, que eso era todo lo que necesitaba. Y tiene razón, es eso: los amigos son todo, son lo más importante, junto con la familia. Los amigos son la familia que uno elige, ¿no? Y a otra de las participantes de The Voice, durante un ensayo, su coach le preguntó si se arrepentía de haber seguido su sueño. Ella respondió “Nunca” con mucha convicición, porque si no no estaría ahí, entre los 20 mejores de The Voice, hablando con Pharrell, su coach. Esto último no lo dijo ella, lo digo yo. Después esta misma chica cantó “Love yourself” (y sí…) porque era lo que ella quería transmitir al mundo, que hay que amarse a uno mismo. Y de estos 20 artistas pasaron a quedar 12, y me pone un poco mal y pienso que es injusto en cierto punto, pero después pienso (y  veo) que todos los que están ahí están por algo, porque además de ser muy buenos en lo que hacen, tienen bastante claro lo que quieren, su sueño, ganen o pierdan. Y los que queden en el camino, los que no ganen, quiero que sigan, que armen su propio camino hacia ese objetivo tan claro y tan cercano. Creo que todos tenemos sueños y creo que todos deberíamos cumplirlos, merecemos cumplirlos. Medio en chiste, medio fuera de contexto, en una de estas conversaciones familiares del fin de semana, tiré la pregunta “¿Y acaso no estamos todos buscando nuestro lugar en el mundo?”. Sonó bastante filosófica, demasiado profunda para el momento de almuerzo familiar de Domingo, pero ¿no es cierta acaso? ¿No estamos buscando nuestro lugar en el mundo? Nuestra misión, el sentido de la vida, lo que vinimos a hacer. Y si no estamos buscándolo efectivamente, ¿qué estamos haciendo? ¿qué estás haciendo? O mejor dicho, ¿qué estás esperando? Esta gente de The Voice quiere cantar, está buscando su lugar en la industria de la música. Yo estoy escribiendo esto, un Lunes a las 4:15 AM. Y es lo que quiero hacer: escribir, encontrar mi lugar en el mundo del arte, de los libros, de la literatura. Y lo escribo para que a vos, que estás leyendo esto, te quede algo, rescates algo, te genere algo, te conmueva, te emocione, te llegue este mensaje. Quizás hayas sonreído mientras leías esto, quizás hayas llorado, quizás después de leer esto valores un poco más todo lo que tenés, las cosas simples de la vida, la familia, los amigos, quizás después de leer esto vayas a perseguir tu sueño o hagas algo al respecto, como mínimo. Espero que lo hagas, y ahí, mi objetivo como escritor y como artista estará cumplido porque generé algo, lo transmití y conecté con otra persona. Espero que encuentres tu lugar en el mundo, que hagas lo que te da felicidad, que hagas lo que quieras, lo que tengas ganas de hacer, no sólo con respecto a tu sueño sino a tu vida en general. Viví la vida que querés vivir, sin excusas, sin trabas, merecés ser feliz. Creelo, porque es posible. Mostrale al mundo lo que tenés para ofrecer, dejá todo, da todo, y  ahí vas a recibir. Vas a recibir amor, en forma de atención, en forma de admiración, en forma de respeto. Vas a generar cosas, las vas a transmitir al mundo, vas a generar un cambio, un impacto, y la gente te va a recordar. No vinimos a este mundo a pasar desapercibidos, a existir pero no vivir. El mundo no puede ser igual sin vos, la gente no puede ser igual sin vos; tiene que haber un quiebre, un antes y un después. Y si esto no te generó nada, si no valorás lo que tenés, lo que sos, si no creés en vos, en tus sueños, si decidís conformarte y seguir con tu vida como si nada, si no sos feliz, al menos te deseo que encuentres la motivación, la chispa que te mantiene vivo, que tengas muchos momentos reveladores, de adrenalina, de magia o, como dice una hermosa película, de polvo de hadas. Y yo, ¿qué querés que te diga? Yo tengo muchas ganas de vivir…


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 18, 2016 01:11

March 5, 2016

Puentes

“No podemos elegir de quién nos enamoramos”. Eso probablemente sea cierto… en parte. Porque, si bien no podemos elegir de quién nos enamoramos, sí podemos elegir quién dejamos que se acerque a nosotros y quién no. Si se ponen a pensar, todas las personas con las que estuvieron a lo largo de su vida, o todas las personas que les gustaron a lo largo de su vida, tienen algo en común. Lo que sea, el más mínimo detalle. Un rasgo físico, una característica de su personalidad, una profesión, un nombre, la ciudad donde nació, etc. “A mí me gustan las morochas”, “A mí me gustan los altos”, “Me encantan los músicos”, “Me encantan las chicas graciosas”, “Los extranjeros tienen algo”. Obviamente, puede haber una excepción a la regla, pero por lo general creo que es así. Yo encuentro muchos puntos en común en mi lista. A mí no me gustan las personas rubias, por ejemplo. No son “mi tipo”. Dicen que sólo te enamorás una vez, y que el resto de tu vida buscás a alguien que te haga sentir igual. Tiene mucho sentido en realidad, muchísimo. El primer amor tiene algo… es especial. Por más que haya pasado el tiempo, la distancia, por más que lo hayamos superado, siempre hay algo que nos hace volver a ese primer amor. Conservamos una mínima esperanza en nuestro corazón de volver a encontrarnos con esa persona. Si nunca sucedió nada con esa persona, mantenemos la ilusión. Y si sucedió algo, es más bien un deseo. Todos tenemos una persona a la cual volvemos, volvemos a escribirle, volvemos a verla, volvemos a estar. Con cierta culpa, con remordimiento, quizás buscando ese sentimiento que alguna vez existió. Si nos preguntan “¿Quién te gusta?”, si no pensamos en una persona en concreto, seguramente tengamos una idea bien armada de lo que queremos, un cierto estereotipo. “Alto, morocho, ojos claros, con barba, atlético, tierno…”, “rubia, ojos celestes, bronceada, con una linda sonrisa, divertida…”. ¿Y no coincide esa descripción con ese primer amor o con alguno de nuestros benditos ex? Es muy loco, ¿no? Es un patrón. Uno es un accidente, dos es una coincidencia, tres es un patrón. Y no está mal… somos humanos, no somos perfectos. Pero también somos la raza “inteligente”, y somos los únicos que tropezamos dos veces con la misma piedra, tres veces, cuatro veces, las veces que queramos. ¿Por qué elegimos tropezarnos con la piedra en vez de seguir adelante? ¿Por qué elegimos quedarnos en lo seguro en vez de buscar algo nuevo, algo mejor, algo más grande? Preferimos la comodidad ante el miedo a lo desconocido, qué aburridos. Y el mundo está lleno de gente así, de gente conformista. Porque en el amor tenés dos opciones: A) Ir detrás de la persona que te gusta. B) Esperar a que alguien golpee tu puerta y te venga a buscar. La opción A es la que más me gusta, aunque es la más complicada también. Acercarte a esa persona, llegar a conocerla, que se enamore de vos también. “¿Le escribo o no le escribo? Porque si le escribo quedo re denso pero si no le escribo, va a pensar que no me importa”, “No sé qué contestarle pero no quiero dejar de hablarle”, “No me likeó la foto”, “No me escribe”, “No me contesta”, va a haber mucho de eso. Ante la duda, escribile, un holacómoestásquéhacés aunque sea. Likeale todas las fotos, ¿qué importa si la otra persona no lo hizo? Animate a decirle que la querés, ganate ese espacio en su corazón, demostrale que te importa, no te rindas. Hay que ser intenso, amar, amar con ganas. No quedás como un denso, no quedás como un boludo, para nada. ¿Y qué tenés para perder? Nada tampoco. ¿Tu orgullo? ¿Porque mostrás tus sentimientos? Preferible mostrar tus sentimientos que esconderlos, eso es quedar como un boludo. Y la opción B, bueno… es cuando te busca una persona que no necesariamente te gusta. De hecho, no te gusta… porque si te gustara, la habrías notado. Pero bueno, decidís “enamorarte” igual porque te sentís un poco solo, tiene trabajo, un auto en el que te puede pasar a buscar, una casa, te puede mantener, puede darte hijos, pueden formar una familia, pero ¿vivir felices para siempre? Lo dudo… Mucha gente decide sentar cabeza ahí, porque nos ponemos grandes, porque es un mandato social, porque hay que asegurar la continuación del linaje y todas esas estupideces. La opción B sí consiste en esconder tus sentimientos más que en mostrarlos, porque el hombre es el que trae el pan a la mesa y la mujer tiene que quedarse cuidando la casa y los hijos. Y la mujer no puede decir nada porque el hombre la mantiene. Y así, pasan los años, envueltos en una mentira, en un matrimonio y una familia feliz que es una farsa. Y ni hablar del divorcio porque está mal visto, por la sociedad, por la iglesia. Sigamos juntos, por los hijos. La opción B es esto, es volver con tu ex, es una mentira. ¿Y la raza inteligente dónde quedó? ¿Por qué somos tan cuadrados, tan estructurados, tan rígidos, tan retrógradas en algunas cosas? Está en nosotros qué opción elegimos, elegir o ser elegidos. Está en nosotros elegir lo correcto, o lo fácil. Está en nosotros decir “Hasta acá llegué”, “No puedo seguir con esto” y aceptar que merecemos más, que podemos más e ir tras eso, mirar hacia adelante. O bien podemos aceptar que merecemos eso y seguir así, elegir la piedra. Sin embargo, está la opción C) Estar solos. Eso siempre es una opción… no la preferida, pero existe. Y requiere otro tipo de amor: amor propio, mucho, todo el que tengamos. Yo prefiero la opción A, esa en la que que el amor es un puente, sostenido por dos lados, en el que dos personas se encuentran en el medio y se abrazan, se toman de la mano, se dan un beso y se eligen, eligen caminar juntos, no importa para qué lado…


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 05, 2016 15:00

February 20, 2016

Ni blanco ni negro

Macri o Cristina. Clarín o La Nación. Izquierda o derecha. Zurdo o diestro. Arriba o abajo. Norte o sur. Este u oeste. Adentro o afuera. Interior o exterior. Frío o calor. Fuego o hielo. Cielo o infierno. Angel o demonio. Luz u oscuridad. Cielo o tierra. Verano o invierno. Playa o montaña. Ventana o pasillo. Bondi o subte. Naftero o gasolero. Dulce o salado. Dulce o amargo. Café o té. Azúcar o edulcorante. Aceite o vinagre. Coca o yoghurt. Coca o Pepsi. Light o común. Tinto o blanco. Cheddar o danbo. De 15 o de 30 cm. Para comer acá o para llevar. A la piedra o de molde. Al horno o frito. A gas o eléctrico. Con manteca o con queso blanco. Con agua o con leche. Entera o descremada. Casero o comprado. Crédito o débito. Link o Banelco. Tire o empuje. A mano o en compu. Pública o privada. Tarde o temprano. Rápido o lento. Noche o día. El sol o la luna. Amor u odio. Alegría o tristeza. Risa o llanto. Papá o mamá. Hombre o mujer. Grande o chico. Corto o largo. Alto o bajo. Gordo o flaco. Rubio o morocho. Rico o pobre. En blanco o en negro. Bueno o malo. Bien o mal. Mentira o verdad. Verdad o consecuencia. Dulce o truco. Culpable o inocente. River o Boca. Ataque o defensa. Guerra o paz. Tragedia o comedia. Comercial o del off. Clásico o moderno. En blanco y negro o a color. Mudo o sonoro. Doblada o con subtítulos. Tom o Jerry. Mario o Luigi. Woody o Buzz. Annie o Hallie. Edward o Jacob. Peeta o Gale. Gryffindor o Slytherin. Cara o cruz. El yin o el yan. Ser o no ser. El mundo está dividido. Siempre hay dos lados para todo. Dos extremos, dos caminos, dos salidas, dos alternativas, dos opciones. Pero la elección siempre es una. Todo el tiempo nos encontramos ante una dualidad, una elección y una decisión que tomar. Y es difícil elegir… porque lo que elegimos va marcando un camino y no otro. Las decisiones que tomamos afectan el curso de nuestra vida. Pero, ¿por qué ser tan extremista? ¿por qué siempre elegir un solo lado? Podemos decidir quedarnos en uno, pero también podemos considerar el otro, no negarlo, saber que existe y respetarlo. Porque en definitiva, ¿qué es la oscuridad sino la falta de luz? No podemos saber que uno existe sin el otro, se necesitan mutuamente, una especie de simbiosis. Basta de compararnos, de decir que una cosa es mejor que otra. Todo tiene su lado bueno y su lado malo, sus pro y sus contras, dependiendo quien lo mire. Creo que cometemos un grave error al compararnos tanto, todo el tiempo. Miramos al de al lado para juzgarlo y criticarlo, para ver qué tiene y qué le falta, qué tiene él que a mí me falta, qué tengo yo que él no tiene. Seríamos mucho más felices si dejáramos de compararnos, si en vez de mirar al otro nos miramos a nosotros mismos, estoy convencido de eso… Basta de choques, de rivalidades, de enfrentamientos, de oposición, de comparaciones, de defenestrar al otro, de ser tan extremistas. Hay que salir un poco del lugar donde estamos cómodos y mirar todo desde afuera, objetivamente, y ahí decidir. Pero hay que ponerse en el medio, acercarse al otro lado. O ¿por qué no quedarse en el medio? Ser neutral, intermediario. No por no tomar partido por ninguno de los dos lados, porque eso estaría mal, sino por saber rescatar lo mejor de ambos. Quizás eso estaría bien, quizás eso sería “lo normal”. Ni blanco ni negro. Gris. Y hasta el gris tiene diferentes tonos…


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 20, 2016 14:45