Niño interior
Con la excusa del Día del niño, hace un año aproximadamente me autorregalaba un Nintendo DS con un juego de Pokemon. Para aquellos tecnófobos (sin ánimos de ofender), un Nintendo DS es una consola portátil de videojuegos desarrollada por la empresa Nintendo. Similar a la PSP, Game Boy Color, Game Boy Advance, o incluso al rudimentario Tetris o la mascotita virtual si se quiere. Nunca tuve ninguno de los mencionados anteriormente, pero siempre quise tener aunque sea uno de ellos cuando era chico. Tuvimos el Family en casa y hace unos años me compré la Wii, pero nada que ver. Sabía que no era un regalo barato, nunca me animé a pedírselo a mis padres, allá en Tierra del Fuego creo que no se conseguían mucho, etc. Pero el año pasado, a mis 22 años, tuve la oportunidad y me lo compré. Y uno podría pensar “¿22 años y jugando a los jueguitos? ¿No estarás medio grandote y boludo para esas cosas?”. Sí, puede ser… no me interesa realmente. La emoción al sacarlo de su caja, al encenderlo por primera vez, al jugar un juego, fue como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera un niño. Fue un mimo que me hice… como cuando me compré el muñeco de Woody y el de Tiro al blanco, el peluche de Sven (el alce de Frozen) o del Señor Fredricksen (de Up) y otros de ese estilo que tengo. Es más, de vez en cuando, voy a McDonald’s y pido la cajita feliz porque me gusta el juguetito que trae. Y sí, el cajero te mira un poco raro pero ¿qué importa? ¿qué tiene de malo?
Desde el punto de vista legal, uno es niño hasta los 18 años. Desde el punto de vista físico, uno es niño hasta que alcanza la adolescencia, la pubertad. Con mi metro ochenta y pico de altura, mis zapatillas 41 y mi barba de día y medio, ¡olvidate! Ya dejé de ser infante hace rato. Yo me propuse hacerme regalos hasta los 21 años, misión que claramente fallé en cumplir. Incluso creo que uno deja de ser niño mucho antes de alcanzar la mayoría de edad, cuando se da ese quiebre entre que te regalaban juguetes y te pasan a regalar ropa. Ahí ya creciste, ahí ya cambiaron tus intereses. A partir de esa edad, empezás a ser más consciente de todo, mirás la vida de otra manera, tu cabeza empieza a cambiar, madurás en definitiva. Yo tuve la desgracia de perder a mi familia a los 13 años, con lo cual me tuve que hacer cargo de muchas cosas: Pagar mi educación, el celular, internet, algo de las compras del super, trámites legales, edictos, sucesiones, declaratoria de herederos y demás. ¡Yo crecí de golpe! Y a los golpes… salteamos mi adolescencia y pasamos directo a la adultez. No digo que no haya tenido adolescencia, para nada, porque fui al colegio, me hice amigos, me fui de viaje, terminé, salí, fui a fiestas, al boliche, tomé, me emborraché, tuve mi primer beso, el primer amor, el corazón roto y todas esas cosas. De hecho, a pesar de todo, tuve una adolescencia bastante similar a la de muchos de mis compañeros. Y si hablamos de mi infancia, ni hablar. Tuve la infancia más hermosa que podría haber deseado: con todo el amor y la educación de mis padres, con una hermana mayor creciendo a la par mía y levantándome cuando me caía, cuidándome de los tropezones, jugando a lo loco, soñando, imaginando, riendo, saltando, yendo al jardín, a la escuela, aprendiendo, conociendo gente, compañeros, amigos, familia. Y, al fin y al cabo, eso es lo que soy hoy. Soy una persona amable, educada, atenta, servicial, que se preocupa por los demás, por sus amigos y su familia, disponible, desinteresado, leal, que comparte, que acompaña. Y a esto es a lo que quería llegar… La infancia es probablemente una de las etapas más importantes y más hermosas de la vida si me lo preguntan. No es casualidad que a los psicólogos les guste tanto indagar en el tema: ¿cómo fue tu infancia? ¿cómo está compuesta tu familia? ¿cómo te criaron? ¿en qué entorno creciste? Y no es joda que todas esas cosas te marcan, te definen. Si un niño crece dentro de una familia en la que es maltratado, cuando crezca probablemente sea así con los demás (maltratador), porque es lo que vio, lo que aprendió, lo que le enseñaron. Si un niño fue abusado, le va a quedar un trauma que luego se va a convertir en morbo cuando crezca y va a hacer lo mismo seguramente. Si un chico pasa poco tiempo con sus padres o es ignorado por los mismos porque trabajan, porque viajan mucho o lo que sea, el chico va a hacer todo lo que esté a su alcance para llamar la atención. Si un nene va a fútbol y una nena va a danza, desde chicos, cuando crezcan probablemente sean un Messi o una Paloma Herrera. Habría que ver si los nenes van porque realmente les gusta o porque sus padres los obligan, pero eso ya es otra cosa. Hay tantos ejemplos como personas en el mundo: si un niño es caprichoso, si es consentido, si no sale de su casa, si mira mucha televisión…
Esto del “niño interior” del que tanto escuchamos hablar es real. No es que tengamos un niño adentro (a menos que se trate de una mujer embarazada), no seamos tan literales al término. Ese niño que alguna vez fuimos, es sin duda parte de nosotros (¡y una gran parte!), de lo que somos ahora. Y hay que escucharlo, hacerle caso, no ignorarlo, mimarlo. Si tiene hambre, darle de comer. Si tiene frío, abrigarlo. Si está aburrido, hacer que juegue. Si está encerrado, liberarlo, sacarlo a pasear. Si está enfermo o herido, sanarlo. Mi mamá (como muchas otras mamás quizás) decía que uno es niño por siempre, que uno nunca dejaba de ser niño. ¡Y tenía tanta razón! En un punto, uno tampoco quiere dejar de ser niño, uno no quiere crecer. Por eso nos siguen haciendo regalos (o nos los hacemos) incluso cuando somos mayores, por eso nos emocionamos al ver las películas de Disney y Pixar, por eso no hay edad para ir al parque de Disney en Orlando, por eso jugamos al Pokemon GO. Todos tenemos un niño interior, en mejores o peores condiciones. Está en cada uno atenderlo o ignorarlo, pero es parte de nosotros, porque lo que fuimos, somos. Y está bueno mimarlo, jugar con él, sacarlo a pasear, recordar, volver a esa pureza y esa inocencia, no hace mal. Al contrario, hace muy bien y lo considero hasta necesario. Creo es un poco esa chispa que nos mantiene vivos, que nos hace seguir adelante. Porque dale, convengamos que ser adulto sería un embole sino… imaginen el mundo sin niños: insoportable. No es que uno sea inmaduro o tenga complejo de Peter Pan por jugar al Pokemon GO, por tener peluches en su habitación, por usar ropa de Mickey o por pedirse la cajita feliz, ¡está bien! Y los otros que piensen y digan lo que quieran. Es que es necesario parar un poco con tanta vorágine del mundo adulto y recuperar esa infancia, ese niño interior. Jugar más, divertirse más, reírse más. Es necesario parar, volver atrás y descansar para poder seguir adelante. Es que es necesario ser feliz. Hay que aferrarse a ese niño, abrazarlo, darle la mano, llevarlo, tenerlo en cuenta, saber que está con nosotros, no dejarlo ir. Sino, estamos perdidos. ¿A quién no le gustaría volver atrás? ¿Acaso no daríamos todo por volver a ser niños un rato? Felicidad pura, alegría, paz, energía, vida. Cero dramas, cero preocupación, cero histeria. Hakuna matata. Eso son los niños, eso transmiten. Eso fuimos, eso somos, eso seremos. Tuve una infancia hermosa por suerte, la guardo como un tesoro, me aferro a ella. Y sé que cuando lo necesite, puedo abrir ese cofre nuevamente y ahí estarán los recuerdos más felices. Yo sé que sin mi lado “aniñado”, no sería nada, no podría seguir adelante. No sería tierno o simpático quizás, sería un adulto políticamente correcto, algo estructurado y medio ortiba. Sin embargo, soy maduro y me permito ir a ver “Buscando a Dory”, tener peluches en mi habitación, sábanas de Toy Story, una remera de Mickey. Me la banco, porque no me importa. ¿Y mi niño interior? Chocho, tiene atrapados dos Pikachu en el Pokemon GO. No se puede quejar.

