Pedro Miguel Lamet's Blog, page 28
May 18, 2018
La cuartilla en blanco
May 16, 2018
Flotar sobre los deseos
May 12, 2018
Corazón de maleta
May 11, 2018
La parábola de la tortuga
La foto de la tortuga me ha recordado un cuento que Tony de Mello aplicaba al amor: “Un niño sintió que se le rompía el corazón cuando encontró, junto al estanque, a su querida tortuga patas arriba, inmóvil y sin vida. Su padre hizo cuanto pudo por consolarlo: “No llores, hijo. Vamos a organizar un precioso funeral por la señora Tortuga. Le haremos un pequeño ataúd forrado en seda y encargaremos una lápida para su tumba. Luego le pondremos flores todos los días y rodearemos la tumba con una cerca”. El niño se secó las lágrimas y se entusiasmó con el proyecto. Cuando todo estuvo dispuesto, se formó el cortejo –el padre, la madre, la criada y, delante de todos, el niño– y empezaron a avanzarsolemnemente hacia el estanque para llevarse el cuerpo, pero éste había desaparecido.
De pronto, vieron cómo la tortuga emergía del fondo del estanque y nadaba tranquila y gozosamente. El niño, profundamente decepcionado, se quedó mirando fijamente al animal y, al cabo de unos instantes, dijo: “Vamos a matarlo” “.
La consecuencia que saca Tony no puede ser más reveladora: “En realidad, no eres tú lo que me importa, sino la sensación que me produce amarte”.
Vivimos, hoy más que nunca, a golpe de impacto. Si el telefilm no tiene bastante sangre, cuerpos despedazados, dosis suficientes de sexo y una música y ritmo trepidantes, es “lento, aburrido, plano”. Si para el fin de semana no hay plan fuera de casa, o las vacaciones son en el pueblo o fuera del ruido del resorte turístico, nos resulta un tiempo perdido. Y así el silencio del día a día, el sentir pasar el tiempo, la charla sosegada, nada tienen que hacer ante el frenético estar colgado del Smartphone o la Tablet.
Hemos convertido los acontecimientos de la vida en otra droga más o menos blanda. No amamos a las personas, el paisaje y la vida (la tortuga) si estos no nos hacen descargar adrenalina, sino las sensaciones más o menos trepidantes que nos provocan. Y estamos dispuesto a acabar con ellas (matar la tortuga, a la que decíamos amar) para volvernos a “sentir vivos” a base de descargas provenientes del exterior: un divorcio, una aventurilla sexual, un deporte de riesgo, una litrona, un intercambio de parejas, qué sé yo.
La desconexión con lo quieto y profundo de nosotros mismos provoca muchas locuras de las gentes de hoy. Pues la alegría no está en el qué sino en el cómo. No en el correr y huir ni en la vorágine de sensaciones, sino el saborear el mar que desde siempre llevamos dentro. Así lo expresaba Ignacio de Loyola. “No el mucho saber harta y satisface el ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente”.
May 9, 2018
La escalera del yo
Sandra era una chica guapa. Vino como loca a decirme que dentro de un mes iba a casarse. Su marido trabajaba de ejecutivo de una cadena de supermercados. Ella había estudiado en un colegio de monjas y todo le había ido sobre ruedas. Pertenecía a esas familias católicas, “gente bien” de toda la vida. Sus ojos brillaban bajo el velo blanco y sus manos temblaban cuando le dijo el “si” a Javier en una boda convencional y brillante. Sólo le quedaba vivir. Y la vida vino cobrando sus cuentas pendientes.
A los cinco meses de casada, Javier tuvo un accidente de automóvil. Enflaquecida, prematuramente vieja, vino a decirme que no quería seguir viviendo. Comenzó a darle órdenes a su subconsciente de que no podía salir de aquel agujero, una depresión que le mordía las entrañas. Hasta que al cabo del tiempo aceptó lo que le había ocurrido y comenzó a levantar cabeza. Empezó a bajar los peldaños de su escalera.
Cuando apretaba los puños para curarse no conseguía nada. Un día leyó aquella frase de Helder Cámara, el viejo “arzobispo rojo” de Recife: “No es fácil conservar un alma de “dos-caballos” en un cuerpo de Cádillac”. Aquello le abrió los ojos. Le ayudó a convivir con su depresión. Como aquel maestro oriental al que le preguntaron sus discípulos: “¿Qué te ha proporcionado la iluminación?”. Contestó: “Primero tenía depresión y ahora sigo con la misma depresión, pero la diferencia está en que ahora no me molesta la depresión”
Estamos llamados a superar el sufrimiento, pero no de la manera que pretende el ego. El ego, al resistirse al mismo, crea mayor sufrimiento. Pero si intentas mirarlo desde fuera y verte como estás: triste, enfadado, derrotado, como sea, comienza la curación. El sufrimiento consciente ya es una formidable forma de trasmutación.
El ego te dice: “Yo no tendría que sufrir”, y ese pensamiento te hace sufrir más. El secreto está en aceptarlo como si fueras un espectador, desde fuera, alerta, mirándolo desde la butaca del cine, como una peli de otro. Entonces descubres que hay dos zonas en ti, la del deseo, que te oprime; y, cuando cierras los ojos y respiras, la de tu verdad, conectada con los profundo del Ser, más allá del pensamiento. No temas bajar ese peldaño hacia el fondo feliz de ti mismo donde está Dios, aunque en silencio.
El GPS de Dios
Iglesia de las Carboneras, Madrid. PML
Hoy reina en muchas personas la confusión y el miedo. Hay unos que materialmente buscan un camino para sobrevivir: los inmigrantes, refugiados, hambrientos. Otros, desde la soledad de un mundo hipercomunicado sienten la desorientación de la multiplicidad de mensajes y objetivos: el poder, el placer, el éxito, el dinero. Los medios y las redes sociales muestran caminos tentadores que, las más de las veces, acaban creando mayor frustración y vacío interior, si no son puras mentiras.
En los viajes por las carreteras y calles de nuestras ciudades es actualmente más fácil no perderse gracias al navegador por satélite, el GPS. ¿Por qué Dios no nos ha facilitado un GPS para encontrar el camino que nos realice, nos conduzca a la felicidad y llenumbre interior?
Si leyéramos con atención el Evangelio, lo encontraríamos:
“Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto” (Jn 14, 1-12).
¿Hay mejor GPS para el hombre que Jesús mismo, regalo del Padre?
Pero alguien dirá: “Eso de seguir a Jesús es muy complicado. No tengo fuerzas”. Quizás porque no has aprendido cómo se usa esta “aplicación”, este navegador divino. Solo tienes que pulsar una tecla: aparcar el ego y dejarte llevar por la gracia. Ni tu voluntad, ni tu esfuerzo, ni programa alguno te conducirá. Su gracia basta, ábrete y ella gestionará tus rutas.
May 8, 2018
El GPS de Dios
Hoy reina en muchas personas la confusión y el miedo. Hay unos que materialmente buscan un camino para sobrevivir: los inmigrantes, refugiados, hambrientos. Otros, desde la soledad de un mundo hipercomunicado sienten la desorientación de la multiplicidad de mensajes y objetivos: el poder, el placer, el éxito, el dinero. Los medios y las redes sociales muestran caminos tentadores que, las más de las veces, acaban creando mayor frustración y vacío interior, si no son puras mentiras.
En los viajes por las carreteras y calles de nuestras ciudades es actualmente más fácil no perderse gracias al navegador por satélite, el GPS. ¿Por qué Dios no nos ha facilitado un GPS para encontrar el camino que nos realice, nos conduzca a la felicidad y llenumbre interior?Si leyéramos con atención el Evangelio, lo encontraríamos:
“Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto” (Jn 14, 1-12).
¿Hay mejor GPS para el hombre que Jesús mismo, regalo del Padre?
Pero alguien dirá: “Eso de seguir a Jesús es muy complicado. No tengo fuerzas”. Quizás porque no has aprendido cómo se usa esta “aplicación”, este navegador divino. Solo tienes que pulsar una tecla: aparcar el ego y dejarte llevar por la gracia. Ni tu voluntad, ni tu esfuerzo, ni programa alguno te conducirá. Su gracia basta, ábrete y ella gestionará tus rutas.
May 3, 2018
Desde el cráter de una flor
Hay un koan japonés (frase enigmática que se repite en la meditación para alcanzar la luz interior) que dice: “Cuando nace una flor, es primavera en la universo”. Y es que basta con sumergirse en una parte, un detalle, una brizna del cosmos o una margarita, como la de la foto, para penetrar en el Todo. El Universo entero está conectado al Uno o es su reflejo.
A veces usamos las margaritas para adivinar algo: “Me quiere, no me quiere, me quiere…” Pero no podemos apresar su belleza. Decía Tagore: “Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor”. Porque la belleza es el fulgor con que brilla la verdad secreta de este mundo, el arte una manera de desvelarla, y la iluminación el modo de llegar a comprenderla.
Para despertar debemos aprender a “mirar el mirar”. Basta una pequeña ventana, el cráter de una flor, la lágrima de un niño, el salto de un gorrión, la llama de una vela, la mirada de amor, la arruga de un anciano, la gota de rocío, o el silencio de dentro después de haber mirado y cerrar los ojos.
Valga como síntesis este soneto:
DESPIÉRTAME
Para nacer de nuevo en la mirada
y destapar el alma de la vida
que se oculta debajo de esa herida
del dolor, el absurdo y hasta la nada;
para sentir la sangre emocionada
que en el fondo del Ser ríe y anida
con un sabor a gloria y despedida
de este mundo de tiempo y alborada,
despiértame al secreto de la rosa,
sumérgeme en tu mar por un segundo
desde el cráter feliz de cada cosa,
haz que abrace el amor a lo pequeño
para saber que soy en lo profundo
un rayo de tu sol y de tu sueño.
Pedro Miguel Lamet
April 10, 2018
Ser o tener
Se diría que el viejo Séneca acababa de de salir de unos de nuestros grandes almacenes el día que dijo: “Compra solamente lo necesario, no lo conveniente. Lo innecesario, aunque cueste sólo un céntimo, es caro”. Y es que todos de algún modo somos víctimas de un consumo compulsivo.
Aparte de fenómeno de huida, evasión, escape de la soledad o de adquirir imagen, lo que solemos ignorar es que este comportamiento oculta un peligro mucho más serio. Porque olvidamos que la idea dominante, consciente o inconsciente, que hay detrás de este fenómeno del consumo desbocado, que caracteriza a nuestra sociedad, es siempre la misma: Tener es igual a poder. O “tanto tienes, tanto eres”. La gente no se fija en la profundidad de tu mirada, el valor de tus palabras, en tu capacidad de ternura y comprensión. Te mira la apariencia, el traje, el modelo de coche y hasta la marca del móvil. Por la misma razón, por ejemplo, se nos produce un rechazo ya por la vestimenta, el color de la piel o el estatus económico. Esto explica el que nos apartemos casi instintivamente del roce de un inmigrante o un mendigo, sin apenas haber conversado con ellos.
Erich Fromm denunció en sus excelentes libros que, para dominar a otros seres humanos, necesitamos usar el poder con el fin de doblegar su resistencia. Y que para mantener el dominio sobre la propiedad privada necesitamos ejercer dicho poder para protegerla de los que quisieran quitárnosla, porque ellos, como nosotros, nunca tienen bastante; el deseo de tener propiedades privadas produce el deseo de usar la violencia para robar a otros de manera abierta u oculta. En esta peligrosa órbita del “tener”, nuestra felicidad depende de nuestra superioridad sobre los demás, de nuestro poder, y en último término, de nuestra capacidad para conquistar, robar y matar. De aquí que tal ansia acabe por engendrar violencia.
Por el contrario desde la mentalidad de los que se preocupan por “ser”, la dicha depende de amar, compartir y dar. Es gratis, y hoy día lo gratuito no está de moda.
Las preguntas son: ¿Por qué compramos de forma compulsiva? ¿Qué nos lleva a pasar tanto tiempo en esos santuarios laicos que son los grandes almacenes? ¿Se trata de una conducta patológica o de un auténtica necesidad? ¿Qué mueve a los jóvenes a vivir subyugados por las marcas en vez de la bondad del producto? ¿Qué esperanza tenemos de curación de esta especie de enfermedad colectiva?
Por una parte el problema nos plantea un círculo vicioso: Nuestra sociedad, basada en la economía neoliberal, necesita del comercio para subsistir y nos envuelve en la burbuja de la publicidad hasta atraparnos y crearnos falsas necesidades. Por ejemplo, nos comen los coches, pero reducir la producción del automóvil dispararía el paro y la inflación. Por otra parte, este esquema nos está destruyendo como sociedad contaminado el planeta y lo que es peor olvidando una sana ecología espiritual, que partiría de una educación en valores más que en la carrera por el dinero a la que lanzamos sin pudor a nuestros hijos.
El resultado es que la gente, embotados sus sentidos, se pierde lo mejor de la vida. O como decía José Ortega y Gasset: “Algunas personas enfocan su vida de modo que viven con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen”. Sólo cierto ayuno permite despertar de este engaño colectivo, la locura del tener frente a la alegría del ser, que nos hace personas.
April 5, 2018
A una rosa
Mi rosa, ©PMLametFlorece el mundo con la primavera. Pero ¿cuánto dura su belleza? He aquí una pequeña meditación en forma de soneto sobre la fugacidad y a la vez la presencia eterna en el misterio de una rosa.
A UNA ROSA
Tan perfecta y fugaz y tan liviana,
como un soplo me hiere tu hermosura
al pasar brevemente esa figura
que a este mundo seduce y engalana.
¿De qué presumes celosa y tan ufana
en mi jardín, si pasas con presura
como una nota en una partitura,
como cruza una nube en mi ventana?
Dime, oh rosa, ¿qué quieres enseñarme?
¿qué secreto me guarda tu perfume
para morirse al par que me enamora?
¿No será que no puedes abrazarme
si no renuncio a lo que se consume
y amo la eternidad desde tu ahora?
Pedro Miguel Lamet
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