Andrés Urrutia Ruiz's Blog, page 2
December 3, 2017
Jolene (I) Diva
Creo que brincaba, porque mi cabello fluorescente saltaba impetuoso con cada gesticulación, con cada movimiento enfático. Me sentía brillar, como si no hubiese sombras en la lujosa habitación de hotel que el staff había conseguido.
—Jolene, es que no puedes hacerlo de la nada.
—No me importa, weón. Voy a postular a ser Presidenta de este puto país, ¡y voy a ganar! —dije, levantando los brazos, con ternura y energía—. Y ustedes me van a ayudar.
“¿Nosotros?” preguntaron mis asesores, hartos de mis caprichos.
—¡No puedes postularte por que te dé la gana!
—No es sólo eso —me puse seria—. Como cantante, como actriz, como idol, jamás he traído algo importante para nadie. No he conseguido nada. Sólo he ganado dinero, ¿ven? Por eso puedo pagarles a ustedes. Sebastian, ¿cuánto te falta para pagar la universidad? Se sientes seguros de que la isapre o FONASA los vayan a cubrir porque trabajar para mí, ¿pero y si los despido? ¿Cuántas generaciones de refugiados llevamos?
—¿Esto es por…?
—No, no es por mi familia. Sólo… no quiero ser una diva olvidable en la historia.
Silencios incómodos.
—Ehm… tampoco tienes experiencia política… —empezó a decir otro.
—¿Qué creen que hago cada vez que me paro en el escenario?
Los asesores se miraron, sin entender.
—¿Tienes al menos la edad para postular?
Sonreí.
“¿Qué edad tiene realmente?” asumo que se preguntaron, porque me veo muy joven todavía.
—Hace cinco años disminuyeron la edad para postular a 30 años. Y los cumpliré el próximo mes.
“¿Qué onda esos genes asiáticos?”, volvieron a pensar, sin decir.
—Chicos, voy a postular, y no pueden hacer nada para detenerme, así que mejor terminemos con esto y empecemos a trabajar. ¿Alguien tiene contacto con algún partido? El que sea.
—-
Una mesa amplia, diez sillas, un gran ventanal que miraba hacia las nubes. Un alto edificio. Una elegante habitación. Se abrió la puerta y un grupo de hombres con traje se dirigieron hacia las sillas. Ocuparon siete. Desde otra puerta, entramos yo y dos asesores. Ocupamos las otras tres.
Los hombres en traje me observaron. Sopesaban y meditaban. Eran políticos, algunos ya no tenían cabello, otros habían sido procesados por corrupción, pero el poder los había absuelto; todos pensaban en los votos, en letras grandes, doradas, en sus cabezas, la palabra V O T O S era un pensamiento inevitable. Necesitaban más escaños en el parlamento, controlar el ejecutivo, ganar de un solo manotazos esta elección. Esta mujer les cayó del cielo, pensaba, si bien no estaban seguros de apoyarme en su campaña. Así es la derecha, son feos, ambiciosos, y corruptos, pero tienen dinero.
—Muy bien, Jolene, ¿has escuchado el cuento de Pacifer, el niño que lo quería todo? —dijo el más viejo, un chico arrugado, de dedos largos y amarillos.
—No señor, jamás.
—Oh, es una historia de las planicies de Kazajistán. Pacifer era un joven que deseaba ser un guerrero, como su padre, pero al mismo tiempo sentía una inclinación por el oficio de su madre, quien era sacerdotisa. La suya era una religión de paz, de dioses bondadosos, pero la crueldad de los hombres los había llevado a la necesidad de ser prácticos, y prepararse para pelear o morir.
—Que tiene que ver todo esto con…
—Un día, una banda de soldados enemigos atacó su aldea, y Pacifer tuvo que hacer una elección. Rezar a los dioses para que los salvaran, o tomar una lanza y luchar. ¿Qué crees que hizo Pacifer, Jolene?
—Ehm, ¿lo que de verdad deseaba en su corazón? —pensaba en relatos de Disney y en cosas tiernas.
—No, tomó el arma mientras cantaba un mantra, y salió a pelear. Murió en combate, porque no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. Siento tu cara de incredulidad, niña, pero entiendo que eres joven y crees que se puede hacer todo en esta vida. Lo cierto es que no, tienes que elegir qué quieres hacer. Un camino o el otro.
—¿Insinúa que debo elegir entre ser cantante y ser política?
—No, insinúo que debes elegir un solo tipo de política. Ayudar al pueblo o ayudar al desarrollo. Incrementar o disminuir el gasto público. No puedes hacer todo al mismo tiempo. Por suerte no has dicho nada de esto fuera de esta sala, pero si te escuchara un político o periodista profesional (no uno pagado por nosotros), te destrozaría. Por suerte nos tienes a nosotros.
—¿Para dictarme qué decir?
—Para hacerte un taller intensivo de narrativa.
—
Me sentía liviana, parecía que todo el dinero inyectado a mi campaña alcanzaba para llenar mis pulmones de helio, me sentía ligera como un globo hacia el cielo. No quería ser precisa, no quería pensar en qué tipo de globo, de qué colores, de qué serie de televisión. Era un globo no más, uno baratito, que salía disparado hacia el cielo. Libre, sin control. Golpee otra puerta, se abrió, apareció una señora muy viejita, arrugada como un maestro de artes marciales. Me sonrió, pensé que no me conocía. Apreté play en mi mente y empecé con el discurso.
Ese día salí a hacer campaña puerta a puerta. Era una práctica antigua, un clásico que siempre quise hacer. Incluso como cantante me gustaba mirar directamente a mis fans, acariciarlos, autografiar sus pertenencias, reír con ellas, todo lo que la fama permite. En serio creía que todo era lo mismo.
A medida que hablaba sobre la clase media, los refugiados, cómo el estado nos ha fallado a todos, y que el mercado se descalabró, que falta mano dura, miraba en sus ojos chinitos la verdad escondida de mi compra-venta. “Te vendiste”, eso decía su mirada, y tenía razón. Se parecía a la mirada acusadora de mi mamá, cuando hice la cimarra para un casting de un reality, “tú no estás para esos show baratos”, me dijo. Y aquí estoy en otro show barato, he estado quince años bailándole a la cámara, sonriendo, cerrándole el ojito, coqueteando, y tengo una tropa de weones calientes que me compran todo, y un ejército de niñas que quieren ser como yo. Recuerdo la nota triste con que acompañaron en el reality mi presentación: de ser segunda generación de inmigrantes, que las penurias que pasó mi madre, del abandono de mi padre, de la muerte de mi mamá ¡puf! Y me enfocaron, llorando en cámara. Y me enfocaron ganando el concurso. Y me enfocaron grabando un disco.
Y me enfocaron abrazando a esta señora, que por respeto no me cerró la puerta en la cara.
Cuando apagaron las cámaras, me quedé sola un rato, mirando un barrio igual al mío donde crecí. Estaba cayendo el sol, y los faroles no se prendían, porque acá las cosas que deben pasar no pasan, y yo ahí, pinturita, mirando el cielo, esperando la caída.
Imagen por Ross Tran
November 22, 2017
Jolene – tumbas en el país del fin del mundo
Ella es el cementerio. Como la ciudad entera, es el cementerio apretado, hacinado, no le queda espacio para emociones ni lágrimas. Es la miseria del mundo: no le queda nada que entregar. Sólo abraza la tumba de su madre, naufraga encima de la lápida, se hunde en la fosa con su madre, la presiona tan fuerte que su piel cede a la roca, parece que la atraviesa, se entierra como enajenada a su lado. El cementerio se extendía por cuadras y cuadras, tantas que Jolene no veía final para tanta tristeza.
“Mamá, ¿qué debo hacer? La lluvia destiñó mi pelo. Era de un tono tan bonito. Me siento pequeñita, más niña que mis 15 años. Un bebé, un feto abortado en la vereda. Me toco el rostro abandonado, y me siento más sola que la cresta. ¿Dónde está mi papá? ¿Dónde están mis tíos y tías? ¿Dónde están los amigos de la familia, los profesores, los conocidos?”, se preguntaba, sin que nadie la protegiera de la garuga que empezaba a caer.
Jolene perdió a su madre hace poco, y sólo recién se percató de lo abandonadas que vivían. En la población no conversaban con los vecinos, no iban a la iglesia, no se llevaba bien con ningún profesor. Sus vidas eran ellas y su casa, la teleserie y el tecito. Tampoco tenía amigas, ni amigos, ni pololos. ¿Qué las había llevado a esa soledad tan profunda? “Bueno, nunca tenemos tiempo”, pensaba, “el colegia, el trabajo, llegamos tarde siempre”. Y a pesar del esfuerzo la precariedad nunca se iba, “somos pobres por dentro”, decía la mamá, “al menos no podemos ser más pobres”.
“Mentira”, respondía Jolene, “tú te fuiste, y me quedé aún más pobre, aún más sola”.
Para peor, empieza a alucinar animales que no deberían estar en la ciudad. Un poco más allá, debajo de un pino ve a un zorrito retozar, esquivando la lluvia. Se lame el pelaje de su pequeña patita de fuego, hasta que se siente observado por la joven. En ese momento, se levanta y camina hacia ella.
“¿Pueden haber este tipo de animales aquí?”, se pregunta.
Con gracia el zorrito esquiva las tumbas del Cementario General, y cuando ya está a un par de metros de ella comienza a hablar:
—Va a llegar la ayuda, Jolene. ¿No te han dicho que este país está lleno oportunidades? ¡Todo puede suceder!
“Me chalé”.
—Jolene, la tristeza es una ilusión. Quienes se fueron no pueden ayudarnos, sólo nos quedan sus consejos —pone una patita en su regazo—. Todas las calles están abiertas, son oportunidades, sólo debes limpiarte las lágrimas para verlas. En la tierra del fin del mundo, no hay espacio para el dolor.
Dicho aquello saca la lengua, su lengüita de zorro, y en ella hay una estampilla de colores vibrantes. Rojos, azules, amarillos, verdes, pasteles, tinta y pixeles. Tiene escrito en letras cursivas “Many Worlds Nirvana”.
—Tómala. Pásale la lengua. Ésta es la puerta.
— ¿Qué puerta, a dónde? ¿Qué eres tú?
—No te pasará nada. Mañana sólo sentirás la cabeza partida, pero es mejor que estar abrazando tumbas.
El zorrito cósmico se acerca lo más posible al rostro de Jolene, como una flecha de fuego, una llama que resiste al viento. Jolene retrocede, pero no es suficiente, el zorrito se detiene, saca su lengua pequeña como un gusanito kawaii, y le da un lengüetazo en su mejilla llorosa
El mundo se derrite, como un koyac al sol, se derrumba como la torre de yenga que jugaba con su mamá, la tierra se abre como las sábanas de la cama de las dos. Entonces, se oscurece todo como cuando apagaban la luz de la pieza para ver una película, se acurrucaban juntitas, y entonces el anunciador contaba qué película darían esa noche.
El ácido lisérgico derritió todas las películas en el cementerio del fin del mundo.
July 1, 2017
Jolene (I) Diva
Creo que brincaba, porque mi cabello fluorescente saltaba impetuoso con cada gesticulación, con cada movimiento enfático. Me sentía brillar, como si no hubiese sombras en la lujosa habitación de hotel que el staff había conseguido.
—Jolene, es que no puedes hacerlo de la nada.
—No me importa, weón. Voy a postular a ser Presidenta de este puto país, ¡y voy a ganar! —dije, levantando los brazos, con ternura y energía—. Y ustedes me van a ayudar.
“¿Nosotros?” preguntaron mis asesores, hartos de mis caprichos.
—¡No puedes postularte por que te dé la gana!
—No es sólo eso —me puse seria—. Como cantante, como actriz, como idol, jamás he traído algo importante para nadie. No he conseguido nada. Sólo he ganado dinero, ¿ven? Por eso puedo pagarles a ustedes. Sebastian, ¿cuánto te falta para pagar la universidad? Se sientes seguros de que la isapre o FONASA los vayan a cubrir porque trabajar para mí, ¿pero y si los despido? ¿Cuántas generaciones de refugiados llevamos?
—¿Esto es por…?
—No, no es por mi familia. Sólo… no quiero ser una diva olvidable en la historia.
Silencios incómodos.
—Ehm… tampoco tienes experiencia política… —empezó a decir otro.
—¿Qué creen que hago cada vez que me paro en el escenario?
Los asesores se miraron, sin entender.
—¿Tienes al menos la edad para postular?
Sonreí.
“¿Qué edad tiene realmente?” asumo que se preguntaron, porque me veo muy joven todavía.
—Hace cinco años disminuyeron la edad para postular a 30 años. Y los cumpliré el próximo mes.
“¿Qué onda esos genes asiáticos?”, volvieron a pensar, sin decir.
—Chicos, voy a postular, y no pueden hacer nada para detenerme, así que mejor terminemos con esto y empecemos a trabajar. ¿Alguien tiene contacto con algún partido? El que sea.
—-
Una mesa amplia, diez sillas, un gran ventanal que miraba hacia las nubes. Un alto edificio. Una elegante habitación. Se abrió la puerta y un grupo de hombres con traje se dirigieron hacia las sillas. Ocuparon siete. Desde otra puerta, entramos yo y dos asesores. Ocupamos las otras tres.
Los hombres en traje me observaron. Sopesaban y meditaban. Eran políticos, algunos ya no tenían cabello, otros habían sido procesados por corrupción, pero el poder los había absuelto; todos pensaban en los votos, en letras grandes, doradas, en sus cabezas, la palabra V O T O S era un pensamiento inevitable. Necesitaban más escaños en el parlamento, controlar el ejecutivo, ganar de un solo manotazos esta elección. Esta mujer les cayó del cielo, pensaba, si bien no estaban seguros de apoyarme en su campaña. Así es la derecha, son feos, ambiciosos, y corruptos, pero tienen dinero.
—Muy bien, Jolene, ¿has escuchado el cuento de Pacifer, el niño que lo quería todo? —dijo el más viejo, un chico arrugado, de dedos largos y amarillos.
—No señor, jamás.
—Oh, es una historia de las planicies de Kazajistán. Pacifer era un joven que deseaba ser un guerrero, como su padre, pero al mismo tiempo sentía una inclinación por el oficio de su madre, quien era sacerdotisa. La suya era una religión de paz, de dioses bondadosos, pero la crueldad de los hombres los había llevado a la necesidad de ser prácticos, y prepararse para pelear o morir.
—Que tiene que ver todo esto con…
—Un día, una banda de soldados enemigos atacó su aldea, y Pacifer tuvo que hacer una elección. Rezar a los dioses para que los salvaran, o tomar una lanza y luchar. ¿Qué crees que hizo Pacifer, Jolene?
—Ehm, ¿lo que de verdad deseaba en su corazón? —pensaba en relatos de Disney y en cosas tiernas.
—No, tomó el arma mientras cantaba un mantra, y salió a pelear. Murió en combate, porque no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. Siento tu cara de incredulidad, niña, pero entiendo que eres joven y crees que se puede hacer todo en esta vida. Lo cierto es que no, tienes que elegir qué quieres hacer. Un camino o el otro.
—¿Insinúa que debo elegir entre ser cantante y ser política?
—No, insinúo que debes elegir un solo tipo de política. Ayudar al pueblo o ayudar al desarrollo. Incrementar o disminuir el gasto público. No puedes hacer todo al mismo tiempo. Por suerte no has dicho nada de esto fuera de esta sala, pero si te escuchara un político o periodista profesional (no uno pagado por nosotros), te destrozaría. Por suerte nos tienes a nosotros.
—¿Para dictarme qué decir?
—Para hacerte un taller intensivo de narrativa.
—
Me sentía liviana, parecía que todo el dinero inyectado a mi campaña alcanzaba para llenar mis pulmones de helio, me sentía ligera como un globo hacia el cielo. No quería ser precisa, no quería pensar en qué tipo de globo, de qué colores, de qué serie de televisión. Era un globo no más, uno baratito, que salía disparado hacia el cielo. Libre, sin control. Golpee otra puerta, se abrió, apareció una señora muy viejita, arrugada como un maestro de artes marciales. Me sonrió, pensé que no me conocía. Apreté play en mi mente y empecé con el discurso.
Ese día salí a hacer campaña puerta a puerta. Era una práctica antigua, un clásico que siempre quise hacer. Incluso como cantante me gustaba mirar directamente a mis fans, acariciarlos, autografiar sus pertenencias, reír con ellas, todo lo que la fama permite. En serio creía que todo era lo mismo.
A medida que hablaba sobre la clase media, los refugiados, cómo el estado nos ha fallado a todos, y que el mercado se descalabró, que falta mano dura, miraba en sus ojos chinitos la verdad escondida de mi compra-venta. “Te vendiste”, eso decía su mirada, y tenía razón. Se parecía a la mirada acusadora de mi mamá, cuando hice la cimarra para un casting de un reality, “tú no estás para esos show baratos”, me dijo. Y aquí estoy en otro show barato, he estado quince años bailándole a la cámara, sonriendo, cerrándole el ojito, coqueteando, y tengo una tropa de weones calientes que me compran todo, y un ejército de niñas que quieren ser como yo. Recuerdo la nota triste con que acompañaron en el reality mi presentación: de ser segunda generación de inmigrantes, que las penurias que pasó mi madre, del abandono de mi padre, de la muerte de mi mamá ¡puf! Y me enfocaron, llorando en cámara. Y me enfocaron ganando el concurso. Y me enfocaron grabando un disco.
Y me enfocaron abrazando a esta señora, que por respeto no me cerró la puerta en la cara.
Cuando apagaron las cámaras, me quedé sola un rato, mirando un barrio igual al mío donde crecí. Estaba cayendo el sol, y los faroles no se prendían, porque acá las cosas que deben pasar no pasan, y yo ahí, pinturita, mirando el cielo, esperando la caída.
Imagen por Ross Tran
June 30, 2017
Jolene – tumbas en el país del fin del mundo
Ella es el cementerio. Como la ciudad entera, es el cementerio apretado, hacinado, no le queda espacio para emociones ni lágrimas. Es la miseria del mundo: no le queda nada que entregar. Sólo abraza la tumba de su madre, naufraga encima de la lápida, se hunde en la fosa con su madre, la presiona tan fuerte que su piel cede a la roca, parece que la atraviesa, se entierra como enajenada a su lado. El cementerio se extendía por cuadras y cuadras, tantas que Jolene no veía final para tanta tristeza.
“Mamá, ¿qué debo hacer? La lluvia destiñó mi pelo. Era de un tono tan bonito. Me siento pequeñita, más niña que mis 15 años. Un bebé, un feto abortado en la vereda. Me toco el rostro abandonado, y me siento más sola que la cresta. ¿Dónde está mi papá? ¿Dónde están mis tíos y tías? ¿Dónde están los amigos de la familia, los profesores, los conocidos?”, se preguntaba, sin que nadie la protegiera de la garuga que empezaba a caer.
Jolene perdió a su madre hace poco, y sólo recién se percató de lo abandonadas que vivían. En la población no conversaban con los vecinos, no iban a la iglesia, no se llevaba bien con ningún profesor. Sus vidas eran ellas y su casa, la teleserie y el tecito. Tampoco tenía amigas, ni amigos, ni pololos. ¿Qué las había llevado a esa soledad tan profunda? “Bueno, nunca tenemos tiempo”, pensaba, “el colegia, el trabajo, llegamos tarde siempre”. Y a pesar del esfuerzo la precariedad nunca se iba, “somos pobres por dentro”, decía la mamá, “al menos no podemos ser más pobres”.
“Mentira”, respondía Jolene, “tú te fuiste, y me quedé aún más pobre, aún más sola”.
Para peor, empieza a alucinar animales que no deberían estar en la ciudad. Un poco más allá, debajo de un pino ve a un zorrito retozar, esquivando la lluvia. Se lame el pelaje de su pequeña patita de fuego, hasta que se siente observado por la joven. En ese momento, se levanta y camina hacia ella.
“¿Pueden haber este tipo de animales aquí?”, se pregunta.
Con gracia el zorrito esquiva las tumbas del Cementario General, y cuando ya está a un par de metros de ella comienza a hablar:
—Va a llegar la ayuda, Jolene. ¿No te han dicho que este país está lleno oportunidades? ¡Todo puede suceder!
“Me chalé”.
—Jolene, la tristeza es una ilusión. Quienes se fueron no pueden ayudarnos, sólo nos quedan sus consejos —pone una patita en su regazo—. Todas las calles están abiertas, son oportunidades, sólo debes limpiarte las lágrimas para verlas. En la tierra del fin del mundo, no hay espacio para el dolor.
Dicho aquello saca la lengua, su lengüita de zorro, y en ella hay una estampilla de colores vibrantes. Rojos, azules, amarillos, verdes, pasteles, tinta y pixeles. Tiene escrito en letras cursivas “Many Worlds Nirvana”.
—Tómala. Pásale la lengua. Ésta es la puerta.
— ¿Qué puerta, a dónde? ¿Qué eres tú?
—No te pasará nada. Mañana sólo sentirás la cabeza partida, pero es mejor que estar abrazando tumbas.
El zorrito cósmico se acerca lo más posible al rostro de Jolene, como una flecha de fuego, una llama que resiste al viento. Jolene retrocede, pero no es suficiente, el zorrito se detiene, saca su lengua pequeña como un gusanito kawaii, y le da un lengüetazo en su mejilla llorosa
El mundo se derrite, como un koyac al sol, se derrumba como la torre de yenga que jugaba con su mamá, la tierra se abre como las sábanas de la cama de las dos. Entonces, se oscurece todo como cuando apagaban la luz de la pieza para ver una película, se acurrucaban juntitas, y entonces el anunciador contaba qué película darían esa noche.
El ácido lisérgico derritió todas las películas en el cementerio del fin del mundo.
January 8, 2017
Montaña de Cristal
Cuando entré a la Montaña de Cristal encontré una catedral católica. En su interior estaba el Dios Oscuro, quien azotaba a sus esclavos. Ellos giraban una enorme rueda, que subía y baja poleas que alimentaban a su Dios con aguamiel. Mientras, un cura de grandes colmillos les recitaba:
— La ideología de género es la construcción más perversa que han encontrado los homosexuales y lesbianas para justificar sus preferencias, que no son genéticas sino que adquiridas y productos del medio (padres autoritarios, castigadores excesivos, falta de modelo parental que revele claramente el rol masculino y femenino, menor abusado). Es atacar a la familia por el punto más débil y así destruirla. No se puede ir contra la voluntad de los padres ni quitarles su autoridad respecto a la enseñanza del sexo.
Y los esclavos repetían:
— Palabra del Señor.
Mientras el Dios Oscuro se relamía el aguamiel de sus esclavos, llegó un general que recitó:
— Hay que exterminar a todos los flaites. Ir a todas esas poblaciones donde los pendejos se creen maleantes y quemarlas hasta los cimientos. Apuesto a que los mismos que los defienden son los mismos weones que culpan al ” sistema” por sus fracasos. Sacos de weas. Una familia, una casa y un auto valen mucho más que la vida de un delincuente. Hay que matar a todas estas lacras y punto.
Y los esclavos repetían:
— Palabra del Señor.
Mientras el Dios Oscuro engordaba con el aguamiel de sus esclavos, llego un economista que recitó:
— La gente que odia el sistema habla desde la ignorancia, porque les falta lógica y conocimientos con respecto al tema. Al ser sus pensiones bajas, cosa que nadie discute, tienen una respuesta emocional contra todo, siendo que la causa de que sean bajas no es culpa del sistema, Lo otro que pasa, y que tampoco podemos decir ‘esto lo tiene que solucionar el Estado’. El Estado de bienestar en Europa fracasó, hay muchos estados que están fracasados. Son experiencias fallidas. Lo que yo digo es que no hay que imitar algo, tenemos que arreglarlo. Por ejemplo, trabajar más, alegar menos, comer menos, comprar más ¡Ahí ya tienen varias soluciones!
Y los esclavos repetían su letanía bajo los latigazos de los guardianes del gordo Dios Oscuro. Pero de su presencia ya no quedaba rastro.
Imagen: Giacomo Balla, Radial Iridescent Interpretation (Prismatic Vibrations), 1913-1914.
December 4, 2016
Carta abierta a un saco’e wea
Te recuerdo llamando a mi madre en la noche para decirle que pasarías a almorzar, y me recuerdo esperándote eternamente a que llegaras junto a la ventana. Recuerdo la decepción de que no lo hicieras. Pronto mi mamá dejó de contarme cuando vendrías, entonces, si aparecías se volvía una sorpresa. Cuando venías de visita, tú entrabas entraba como una orquesta.
Eres un hombre no muy alto, con una calvicie incipiente. Entras riendo y tirando tallas por toda la casa. A pesar de ser dentista, tienes los dientes muy chuecos, siempre estuviste temeroso de practicar la misma crueldad que haces contra tus pacientes. De mente aguda y penetrante, interpretas a las personas antes de que hablen. Regalas risas y halagos, pero nunca te comprometes. “No —dices—, tengo una familia y no me puedo quedar con ustedes”. Jamás lo has dicho de forma explícita, porque prefieres callar y huir, como con los dentistas. Conoces tu profesión.
Más grande te conocí mejor. Fui acreedor de la “Beca Padre Irresponsable”, la cual consistía en el pago total de mi carrera, mientras tú podía limpiar tu karma. En ese mismo tiempo, dejaste a tu esposa y te fuiste a vivir con una nueva pareja. Fue ella quien te hizo ver la necesidad de establecer mejores lazos conmigo. Entonces, aprovechando de que habitábamos la misma ciudad, nos juntamos una vez al mes.
Allí hablábamos de nuestras vidas. Tú me contabas sobre cómo la masonería era una buena red de contactos y sobre tus aventuras tratando de conseguir la jefatura de la carrera en la que hacías clases. Te reías a carcajadas, con fuerza y profundidad, esa risa zorrona pero contagiosa.
En ese periodo mi mamá me contó algunas cosas sobre ti. Que tus orígenes eran más bien pobres, hijo de calichero, que entraste a la universidad a estudiar odontología. Que desde allí empezaste a relacionarse con más personas, crear contactos, ser el centro de atención. Para pagar tu beca tuviste que ir a un pueblito chiquitito, a atender a gente pobre, pero no te molestaba porque exacerbaba su sentido social como buen militante del PPD. Allí se conocieron ambos. Allí surgí yo. Allí tú te fuiste. Ella me contó cómo preferiste a tu familia bien constituida para mantener las apariencias. Aun así, con tu nueva pareja, que es más joven, tus colegas te decían “Gurú”, y tú te sentías pulento.
Conocí otro dentista que te conocía. Te alababa como un campeón que se comía a minas más jóvenes, el gurú, el maestro. Cuando le conté que era tu hijo, no lo podía creer. Igual que la reacción de los masones, quienes no podían entender cómo un hermano podía ser tan poco moral. Les faltaba historia.
La última vez que te vi seguías igual, más contento porque tenías todo lo que querías. Habías terminado con esa mujer después de cinco años de relación, pero ahora eras libre. Eras jefe de carrera, incluso te ofrecían ser decano, pero lo ibas a rechazar porque estabas relajado en tu situación actual. Total, habías pagado las carreras de todos sus hijos (reconocidos y no reconocidos), ya podías gastar tu plata en ti mismo. Yo te miraba pensando que cada vez que quería verte tenía que llamarte yo. Que si no me contactaba contigo, podía dejar de verte por lo bajo un año. Entonces decidí no volver a llamarte. Ha pasado el tiempo.
Hasta que me aburrí y te mandé a la mierda. Hasta que me aburrí de esperarte, igual como lo hacía cuando chico. Una parte de mí tuvo que tomar el control de ese niño que desea cosas que jamás sucederán. Y cerré, espero, la puerta para siempre.
Adiós cobarde. Adiós hipócrita. Adiós saco’e wea.
(El original de este texto lo escribí durante el taller de crítica cultural Ponte Ready, con Andrea Ocampo. Lo modifiqué a luz de nuevos acontecimientos.)
November 17, 2016
Sacrificio
Arrastro al niño del pelo, mientras él grita y patalea para liberarse. Parece un cerdo, un cordero, y me mira con sus ojos tiernos para que no haga lo que estoy a punto de hacer. Llora porque sabe que lo voy a matar. Pero debo sacrificar al niño del cielo, al niño-dios, al joven eterno. Debe morir en este ritual pagano para que mañana el sol ilumine esta tierra agrietada. Para que al morir el niño surja el hombre. Coloco al niño en el altar de piedra en medio del bosque, y bajo el cuchillo desde el cielo y lo estrello en su pecho, en su suelo, y grita de dolor, pero el hierosgamos está completo, la unión del cielo con la tierra. Su herida llora lágrimas escarlata, su muerte sella la cicatriz entre el paraíso y la realidad. El mundo se eleva, el cielo se rompe. El puer aeternus se desangra, y yo río histérico, mientras muero también, acurrucado a un lado del sacrificio. El sol sale, iluminando la tierra agrietada.
October 27, 2016
Kaverna
La gente le teme a las cavernas. Los iluminados salen de ellas. Pero los brujos no. Ellos prefieren adentrarse lo más posible dentro. Para los jóvenes perdidos no hay vuelta atrás. Menos en el Chile colonial que jamás existió
Kaverna sigue la búsqueda de Caín, un joven brujo recién iniciado, por encontrar sentido en
su vida. El problema es que el camino que eligió es poco ortodoxo, además de peligroso. Algunas secciones no se recomiendan para menores (tampoco es para tanto, pero la gente es sensible). Se recomienda acompañarlo de metal, música satánica, y una copa de vino con gotas de sangre. Familiar.
Descargar: PDF
Y porque somos burgueses, tenemos playlist en: Spotify
October 25, 2016
Carrete
Cuando me dijeron que iban a hacer una fiesta, yo me ilusioné, pero al final en la casa quedó la pura embarrá. Mi hermano trajo a unos amigos a la casa, y se pusieron a tomar vino. Me acuerdo de uno de ellos, el Seba, que ayudó a mi hermano a reparar la bici en el patio el otro día. Es buena onda. Igual estaba raja curao en el sillón, y ni se movía. Los amigos de mi hermano dicen que estaba en coma etílico, y se rían. No sé por qué, si suena grave. Uno estaba en el baño, agarrado del wáter, y estaba vomitando. Dejó todo manchado el suelo, con gotitas en la taza. Olía terrible mal, así que le cerraron la puerta y lo dejaron ahí.
Los demás estaban sentados en la mesa. Tenían un montón de cajas de Gato y colillas de cigarro. Uno dijo que tenía algo pa’ la mente. Ese lo cacho de vista del colegio, siempre se viste con chalecos de lana, y tiene cara de tranquilo. Sacó una cajita de metal y unos papelitos, le echó como orégano a uno de esos y lo enrolló. Era como un cigarro. Lo prendió y se puso a fumar. Dijo “oh, hermano, estoy brillantres”, y todos se rieron.
Corrieron la cuestión entre ellos, pero una de las niñas se paró a abrir la ventana. Es super bonita. Tiene el pelo negro y largo, y es muy blanquita. Otro amigo se paró, era muy alto, y negro negro, casi como mis zapatos de colegio. Le decían el haitiano. Se puso detrás de ella, la abrazó y le dio un beso. Se veían muy tiernos. De repente le metió una mano debajo de la polera, y la empezó a manosear. A mí me dijeron que eso era acoso, y que tenía que acusar altiro si me hacían algo así, pero igual parecía que a ella le gustaba.
Mi hermano puso música. Trajo su subwoofer. Es terrible bakán, es azul medio brillante, tiene un parlante grande, y otros chiquititos, pero juntos suenan super fuerte. Puso la música a todo volumen, unas cumbias, y se pusieron a cantar y a bailar.
No cacharon cuando llegó la patrulla. Era de esas como camionetas gordas, de color verde. De ahí salieron tres pacos, estaban cagados de la risa mientras entraban por la reja, pero se pusieron serios cuando gritaron para que abrieran. Les pasaron un parte por mucho ruido, y se fueron, muertos de la risa de nuevo.
La vena de la frente de mi mamá era gigante al otro día. Palpitaba con sus gritos, como que iba a explotar. Estaba muy enojada, y castigó a mi hermano por un mes, y a pagar el parte. Creo que las embarrás de mi hermano le van a dejar esa vena marcada pa siempre.
October 16, 2016
Piedra
Puta que es difícil narrarse. Sonará barsa, pero es difícil siendo un hombre de 26 años, picao a blanco, hetero y cisgénero, clase media y universitario. Es barsa decirlo porque cuando uno lanza un manifiesto, lanza su identidad, y hay muchas identidades más reivindicativas. Ser mujer, ser viejo, ser de cualquier otro color de piel que no sea el blanco, ser de cualquier otra identidiad de género u orientación sexual, ser pobre y el no haber estudiado; todas contienen un valor como resistencia a un sistema opresivo, y declararse en resistencia es justamente de lo que se trata un manifiesto identitario. Pero las cosas que yo soy no son de resistencia. Porque es fácil ser hombre, es fácil ser joven. Es fácil identificarse con el género asignado a tus genitales y el sentirse atraído al sexo opuesto. El color de piel te puede ayudar mucho para encontrar un trabajo decente, no estar gravemente preocupado de la plata te permite educarte, y así pensar en un futuro mejor para ti, los tuyos y para el resto. Y es extraño pensar en esas cosas como privilegios. No porque no lo sean, sino porque uno mismo no se siente privilegiado.
Obvio, si uno mira hacia arriba, hay gente mucho más blanca, con más plata, con más talento y más oportunidades. Entonces uno se pica, porque puta que están lejos los sueños. Mientras uno escucha hablar a un grupo de cabros cuicos sobre lo que les costó llegar a donde están, lo artística y compleja que es su obra y las trabas que hay en el país. ¿Qué van a saber ellos? Pero ahí recuerdo aquellos más oprimidos que uno, quedándome en el medio, en el territorio de nadie.
¿A cuál sujeto histórico puedo apelar para definir una identidad? ¿Dónde están los héroes que uno debe mirar para interpretar su realidad? Hay superhéroes en el cine, capitanes américa y supermanes que si bien todos son clase media, son gringos y ficticios. Además siempre defienden el status quo. Entonces, ¿dónde están los revolucionarios? Muertos, y muertos sus ideales. Y quienes los sobrevivieron ya se convirtieron en los villanos y en los opresores.
Así, bienvenidos a mi nihilismo personal. He hablado tres párrafos sobre la identidad, pero no he contado nada sobre mí. Ese es mi talento personal, meta-narrar. Y se va acabando la hoja, como la vida, para definirme. Cuando pienso en ello, vienen todas aquellas preguntas sobre la felicidad, la vocación, la sexualidad, el amor del resto de la vida; pero sólo puedo pensar en que tengo que encontrar una pega para no ser un mendigo de mi familia para siempre, y que tengo que terminar mi tesis para titularme algún día. Entonces aparece la angustia, caminando por la puerta de mi pieza como dueña de mi mundo, exigiendo una respuesta, exigiendo resultados. Y la angustia aprieta, porque no tengo derecho a expresar estas dudas. Porque obvio que son weonas, obvio que no tengo derecho a sentirme así, porque hay que superarse en la vida, hay gente que la tiene o la tuvo mucho peor, hay que dejar de dudar y salir a perseguir tus sueños. ¿Pero quién mierda nos enseñó a hacer eso?
Nadie.
Nuestros padres son una generación dormida en sus viejos sueños. Sumida en la Juvenoia. Porque quieren educación sexual, pero no quieren que los púberes experimenten. Porque quieren mayor pensamiento crítico, pero cuando los jóvenes salen a la calle a protestar, “andan puro weando, vayan a estudiar”. Mi familia espera que yo haga lo que quiera con mi vida, pero al mismo tiempo me exigen que termine rápido la carrera, encuentra una pega, una mina, y tenga hijos. Después de todo, los adultos esperan que arreglemos todos los errores y que hagamos del mundo y de nosotros un lugar perfecto. Pero ellos no fueron capaces de hacer algo similar, ni menos nos enseñaron como lograrlo.
Aparecimos en la existencia en un mundo hecho. Un país neoliberal, patriarcal, mojigato, corrupto y vendido. Pero claro, nosotros somos el problema.
Si debo lanzar un manifiesto para este taller, ese sería el constatar el hecho de lo difícil que es narrarse. Dejar una piedra para indicar un recuerdo. El recuerdo de cuando no sabía que decir sobre mí, ni cómo llegar a ser quien quiera ser. No para explicarlo sociológicamente, no para justificarlo filosóficamente. Tampoco para reinventar una identidad como resistencia a una cultura opresora. Sino para testimoniar que uno puede andar perdido, y ver si en el futuro uno se puede encontrar. Y ojalá con el deseo de empatizar con alguien que ande en las mismas que yo. Una piedra como las que dejaban en los caminos para indicar un evento, un hito, o un cruce. Un cruce donde me encontré con una historia que no sabía narrar. Una historia de identidad que se narra caminando, resistiendo, criticando, construyendo. Por suerte en aquellos lugares descampados uno se encuentra con el diablo para aprender algunas cosas. Aquí dejo la piedra.
Texto realizado durante el taller de crítica cultural PONTE READY en Balmaceda Arte Joven (Santiago), a cargo de Andrea Ocampo Cea.


