Andrés Urrutia Ruiz's Blog, page 3
August 24, 2016
El Rey Patriarca
El Rey Patriarca
¿Quién maneja tan tarde a través del viento y la noche?
Es un padre con su hija.
Tiene a la pequeña en el asiento de al lado
La lleva segura en su tibio cuidado.
“Hija mía ¿Por qué escondes tu rostro asustado?”
“¿No ves, padre, al Rey Patriarca?
¿El Rey de los Hombres con corona y manto?”
“Hija mía es el rastro de la polución.”
“¡Dulce niña ven conmigo!
Jugaré maravillosos juegos contigo;
Mucha bisutería y arreglos hay en la morada,
Mi madre tiene muchas prendas reveladoras”
“Padre mío, padre mío ¿no oyes
lo que el Rey Patriarca me promete?”
“Calma, mantén la calma hija mía;
Las redes sociales traen muchas malas noticias.”
“¿No vienes conmigo buena niña?
Mis hijos te atenderán bien;
te violarán, te golpearán, te matarán,
y mis hijas tu futuro enterrarán.”
“Padre mío, padre mío ¿no ves acaso ahí,
A los hijos del Rey Patriarca en ese lugar oscuro?”
“Hija mía, hija mía, claro que lo veo:
Son las sombras de los edificios grises”
“Te amo; me encanta tu hermosa figura;
Y si no haces caso usaré la fuerza.”
“¡Padre mío, padre mío, ahora me toca!
¡El Rey Patriarca me ha herido!”
El padre tiembla y aprieta el acelerador,
Lleva a la niña que gime en sus brazos,
Llega a la posta con dificultad y urgencia;
En sus brazos la niña estaba muerta.
Pidiendo permiso a Goethe, versión libre de su “Der Erlkönig” (Rey de los Alisos o Rey de los Elfos), hecho desde la versión en español hallada en Wikipedia, porque no hablo ni pico de alemán.
August 15, 2016
Focus±Redux
FOCUS±REDUX es un fanzine que consiste en una serie de relatos de ciencia fición crítica, relatados desde diferentes perspectivas y formatos. Relatos espaciales, científios, lelísticos, políticos, capitalistas y anarcos. Relatos para chicos y para grandes. Acompáñelos con quesos amarillos y drogas ilícitas.
Descarga: PDF
Y ahora, porque también somos burgueses, le tenemos playlist: Spotify
Focus Redux es mentira.
Víctimas es mentira.
Laylah es mentira.
La Parábola del Tiempo es mentira.
Los intermedios son mentira.
Este fanzine es mentira. Nada es verdad.
Excepto el futuro.
August 14, 2016
Dragón
Mírenla sentada en la escalera drogándose. Se le van los ojos hacia el cielo, hacia las motas de luz. El Dragón se arrastra por sus venas. No importa que droga es, ni el método que usa, a nadie le importa. Hace poco se escapó del SENAME, y quién puede culparla, si todos saben que es una mierda. Corrió cuando nadie la veía, saltó la muralla y desapareció. Los asistentes sociales trataron de ubicarla, pero no se esforzaron más de la cuenta. Hablaron con su abuelo, su único familiar conocido, pero hace años que el caballero no sabía de ella. Pronto dejaron de buscar. Supusieron que se había unido al ejército de jóvenes en situación de calle. Era problema de otra institución. Como si las instituciones funcionaran en Chile.
Pero nadie dijo que necesitara ayuda. Ella estaba tranquila en la escalera, hundida en su desesperación. En los talleres de auto-superación le decían que para lograr el éxito había que esforzarse, que la vida estaba llena de dificultades, que a través de ellos uno se hacía más fuerte. Teorías fáciles de decir cuando se ha tenido una vida fácil. O cuando tienes voluntad de vivir. Ella ya no la tenía, porque a cuál futuro puede aspirar una niña sola, pobre como rata, abandonada como perra, muerta de hambre. Ella era de las que macheteaba unas monedas por un poco de Dragón, y con eso bastaba. No había más futuro.
Cuando chica tenía sueños, obvio. Tenía la impresión de una infancia tranquila, aunque también puede ser que haya sido tonta. Demasiado metida en la tele. Pero recordaba la casa de sus abuelos y su tienda de relojes, el tiempo marchando por el muro, inexorable. Ella no sabía a donde marchaba. Pero los relojes hacían “tic, tac, tic, tac”, tanto los pequeños como los grandes. Pero su madre entró furiosa un día y los rompió todos. Nunca volvieron a ese lugar.
Luego los viajes de casa en casa, los tíos buena onda y los pololos de la mamá. Le preguntaban por su papá, pero ella no tenía idea donde estaba. Debe haberse marchado con los relojes, nunca supo donde habrían llegado, porque ya no están. Sus abuelos se habrían congelado en el tiempo, sin el tic tac que ande. Ella sospecha que un reloj también se rompió dentro de ella.
En un rato más debería volver a buscar al Domador de Dragones. Si uno no tiene nada para pagarle, él siempre acepta un precio distinto. No le importa tener que prestarle su cuerpo mientras reciba algo de calor, pero la última vez el sangrado fue doloroso, y terminó en el hospital. Allí algunas señoras la trataron bien. Otras no. Aun así siempre volvía a ese hombre de piel seca y lleno de granos, pero sonriente. Trabajaba para los poderes fácticos, un siervo más de las arquitecturas de dominación, pero es esperable de un Domador. Los Dragones necesitan alguien que les indique el camino de la destrucción. Él era esa persona. Al menos era amable.
Nadie se percató cuando se fue del hospital. Por error o negligencia los procesos de ayuda nunca se activaron. La ironía de siempre. Y mientras ella se deshacía en las calles, los políticos lloraban por la pobreza con vasos de whiskey en las manos. Porque no se pueden hacer reformas, no se puede tener un país digno porque nada debe alterar el mercado. La Economía no se puede tocar. La Economía es tabú. La Economía es sagrada.
Pero ella no sabe de esas cosas. El Dragón está provocando estragos en su cerebro. Juega con sus emociones, la estrangula desde dentro con su gentil abrazo, robándole lo que le queda de dignidad.
Mírenla, está caminando por la calle. Pasa fuera de una tienda de relojes. En el reflejo de la vitrina una niña como ella la observa. Ella se da vuelta, y se encuentra a sí misma, de frente, pero ya no es ella. El rostro se ha deformado, como un gusano, un enorme gusano, un agujero en el cráneo, una sonrisa malévola que tiene dientes. Dientes y garras del Dragón, que se lanzan contra la niña hambrientos, hambrientos de ella.
Huye por la ciudad, pero el Dragón la persigue. Aparece gigantesco de frente, con sus enormes alas y su cuerpo de plata, lanza un rugido terrible, tenebroso y universal. Lanza una mordida y ella la evade. Sigue corriendo, pero aparecen dos más, trecientos, diez mil Dragones. Destruyen la ciudad, el cemento se quiebra, los edificios mueren.
Tadem, nihil rebus
Per aspera ad inferi
Sólo queda el enorme Dragón con sus dientes del fuego.
Al final nada importa
A través del sufrimiento se llega a la tumba
Su mordida aniquiló lo último de su identidad.
Mírenla como yace en la escalera, inconsciente, con su mirada lejana hacia las motas de luz. Su cuerpo no responde, su mente tampoco. Ha abandonado toda esperanza, y su cuerpo se rindió también. Es el fin del camino, pero el reloj niega detenerse.
August 7, 2016
Víctimas
“La nave ha terminado el acoplamiento con el puente de abordaje. Pueden quitarse sus cinturones. Muchas gracias por viajar con Star One Enterprise.”
El niño y su padre desabrocharon sus cinturones, y alegres se dispusieron a abandonar la nave que los trajo hasta el Hotel Orbital. El niño rubio iba con su mochilita alegre, su padre, con una chaqueta de cuero de pudú transgénico. En sus rostros no había preocupación. Están en unas vacaciones espaciales. El chico le preguntó si podrían volar en el tubo antigravitacional. Lo pronunció pésimo, para risa de su padre. Este le respondió afirmativamente, con ojos orgullosos.
Mientras salían de la cabina, pudieron ver, a través de las paredes transparentes del puente de abordaje, el polvo estelar que flotaba cerca de la Tierra, delante del manto de infinito negro, el universo tiznado de estrellas. El Hotel, una estación espacial de varios kilómetros de largo, de metal retorcido impecable, reluciente de luz interestelar, tenía millones de ventanas y varios miles de almas dentro. Poseía todos los juegos en gravedad cero que pudieras imaginar. Incluso aquellos privados. El Hotel giraba, el sol se asomaba, esparciendo el infierno por la Vía Láctea.
Tras el puente se encontraban las aduanas. Era una sala de impecable azul profundo. Detrás de una prístina cabina de azul invierno, el padre le entregó a una burócrata, de dientes sonrientes y cabello arcoíris, los pasaportes de embarque. Estos venían con el sello gubernamental.
Buenos días, Señor Ministro. Al parecer, sus papeles están correctos.
Muchas gracias —respondió carismático.
Bienvenido al Hotel de Star One Enterprise, espero que su esta…
Pero de improviso, se escuchó una alarma de tonos rojo-frenéticos.
¿Qué es lo que sucede?
Una sombra saltó la barrera de abordaje, activando las alarmas de seguridad, luego desapareció en el caos. Entonces, la explosión. En la confusión del polvo y las llamas, de lugares desconocidos surgieron balas de fusiles furiosos, y brotó sangre flotante de heridas mortales.
¡¡Papaaaá!! ¡¡Me duele!! —dijo el niño.
Pero el padre ya no lo podía escuchar. Su cuerpo largo se encogía hacia el suelo. No tardó mucho en chocar su cráneo contra la loza. El niño lo seguía en su camino abajo, sintió correr su sangre a través del aire ennegrecido. Nadie lo ayudaba. Nadie lo vio desplomarse en el piso. Estuvo unos segundos entre turistas, burócratas, madres, trabajadores, terroristas. Rodeado de cuerpo, se encontró sólo con sus gritos.
Allí sintió como su vida se iba, sus lágrimas se juntaban con otras gotas rojas, con las de muchos.
Detrás del humo, la cámara terminó por despresurizarse. El viento luchó por escapar suicida hacia el espacio, arrasando con todo lo que contenía. El niño voló al cielo infinito. Voló, no supo la dirección que traía, nada lo paró. Todo explotó, y no alcanzó a despedirse. En el espacio, vio estrellas, y rodeadas de fuego, su sangre flotó libre. En gravedad cero ya no pudo respirar.
Víctima 2. Terrorista.
Esa mañana hicieron los últimos preparativos.
¿Biotraje?
¿Fusil Gauss?
Listo, señor.
¿Granadas de Racimo RAIG?
Preparadas, señor.
¿Cascos de Realidad Aumentada?
Listos y funcionando, señor.
El guerrillero entrenado tomó su arma. Las baterías cargadas. La pantalla de su biotraje reflejaba los rasgos duros, perdidos en su misión. Ojos oscuros, entregados al Morador de la Oscuridad. Desde las estrellas, vio primero la explosión inicial. Adentro, los guerrilleros rompieron los ventanales, e irrumpieron en el lobby de embarque mientras el aire escapaba al infinito.
El guerrillero entrenado llenó de balas y fuego el lobby, el espacio entre él y los seres felices. Mirando a través del humo, disparó a un hombre, dos, una señora, un niño, no importaba. Sólo ira arrasadora.
¡¡¡¡Viva el Morador de la Oscuridad!!!!!! ¡Muerte! ¡Muerte a los Terrestres Infieles!
El grito del guerrillero entrenado sólo lo escuchaban sus compañeros. El Hotel Espacial despresurizado no lo oyó.
Víctima 3. Tecnócrata
08:00 am. El Ministro está vestido impecable en su traje negro, camisa blanca, corbata de azul lapislázuli. Ningún cabello de más fuera de la línea, lo justo para verse amigable, lo justo para verse perfecto. Desayuno de campeones. Un beso al heredero. Un beso a la esposa. En un rincón, otro beso con lengua a la niñera.
08:50 am. Entrada a su oficina. Saludo robótico, carismático.
09:45 am. Primeros informes. “Proyecto de Ley de Protección a la Biósfera Terrestre”. Impide las importaciones que puedan afectar el delicado equilibrio del planeta. Disminuye las importaciones desde las Colonias a la Tierra. No suena mal. Proyecto redactado por Star One Enterprisas. Impulsado por un miembro del partido. Mejor. Aprobado.
10:35 am. “Decreto Supremo para el cierre de planta de refinamiento de Deuterio”. Firmado.
11:00 am. Café con los empleados. Sonrisa. Sonrisa. Vuelta al trabajo.
11:15 am. Solitario.
12:00 pm. “Proyecto de Ley de despenalización de la Pasta Muro”.
13:00 pm. Almuerzo con ejecutivos de Star One Enterprises. Jabalí asado.
14:00 pm. Vuelta al trabajo. Buscaminas.
15:30 pm. Redacción del discurso para el CEO de la Tierra por las Jornadas de protestas ocurridas en las Colonias Exteriores esta semana. Las protestas fueron debido a la posible aprobación de la Ley de Protección a la Biósfera Terrestre.
16:00 pm. “Betsy, acuérdese de regar las plantitas”.
17:50 pm. En casa. Adiós traje. Hola bermudas y polera holgada. “Hola hijo, ¿estás listo para nuestras vacaciones en el Hotel Espacial?
Víctima 2. Trabajador.
El trabajador cavaba y cavaba con su pala. La luz que emanaba de su casco iluminaba como un susurro la caverna donde se encontraba. Un temblor corría por su piel asolada, un sol frío a los lejos que no calentaba la tierra. El sudor corría helado por la barbilla sin barba, hace años. El planeta estaba congelado. El biotraje le apretaba. El hombre tranquilo golpeó algo pesado.
¿Qué sería? Sentía que llevaba varias vidas trabajando allí, buscando deuterio oculto bajo la feroz capa de tierra roja, y nunca se había topado con nada tan duro. Tal vez fuera algo valioso. Algo con lo que su familia podría abandonar la colonia. ¿Cuándo siglos llevaba cavando, en la completa oscuridad? Mientras en la Tierra, nadie cavaba, nadie sudaba.
Y la vida se volvería aún peor con la ley que el gobierno estaba impulsando. ¿Cómo podría alimentar a su familia? ¿Cómo pagar las deudas que aún lo mantenían atado de manos a esta pala hidráulica?
Tomó la roca negra entre sus manos. Negra, pulida. Pero negra. Tan negra. Tan oscura. ¿Qué susurro se reflejó en la roca? ¿Quién le devolvía la mirada? ¿Quién era el Morador de la Piedra Oscura? ¿Acaso era él, el Aullador de las Estrellas?
Alzó la roca hacia el cielo. Y lo entendió. Se abandonó. Su familia no podría ser libre jamás. Pero podía hacer aullar en la oscuridad a más personas. Personas felices que no eran él. “Gracias”, ahora lo entendió. El hombre tranquilo dejó de serlo.
Abandonó su pala, y con él caminaron decenas, cientos. De sus antiparras de realidad aumentaban emanaban verdades. Él le susurró a las masas, y ellas le respondieron con gritos de revolución. Y había una infinita rabia en sus ojos, abandonados a la locura. Pero, sabían que su locura tenía justificación, por lo menos, en los oscuros rincones de donde habían nacido.
Detrás de ellos, seres antiguos se reían a carcajadas.
Víctima 4. Máquina.
> Emisión de mensaje de bienvenida: “La nave ha terminado el acoplamiento con el puente de abordaje. Pueden quitarse sus cinturones. Muchas gracias por viajar con Star One Enterprise”.
> Transito: Normal. Transeúntes entrando por Hangar 5.
> Túnel Antigravitacional Activado. Puertas desbloqueadas.
> Túnel Antigravitacional para Adultos desactivado. Puertas bloqueadas.
> Horario matutino. Procediendo a cerrar bar.
> Arribo de Ministro de Medio Ambiente del gobierno central. Bots, atención preferencial en Hangar 5.
> Código de Error 43.252.003.274.489.856.000 detectado. Iniciando Depuración. Programa LAYLAH estable.
> Aumento de temperatura repentino. Imposible recalibrar. Detectando…
> Explosión en cubierta 002. Actividad Terrorista detectada.
> Enviando bots de contención. Error crítico. Desactivando Programa LAYLAH.
> Error crítico en Hangar 5. Despresurizando cámara. Detectando áreas dañadas.
> No quedan seres vivos en el hangar 5.
> Situación normal.
> Programa LAYLAH asegurado.
> Reactivando funciones del Lobby Central. Bots atendiendo al resto de los turistas.
> Mensaje de cubierta: “Pasajeros, el Hotel ha sufrido un pequeño percance, muchas gracias por su comprensión. El capitán envía bebidas por cuenta de la casa.”
Víctima 5. Antiguo.
En el negro espacio sin límites, detrás del cadáver, una silueta se marcaba sutilmente delante de las estrellas. El ser era traslúcido, pero había suficiente luz para notar que el ser arcano sentía lástima. Tenía ojos compasivos, y había viajado mucho, de un lugar detrás del relativo ambiente no angular y asimétrico que llaman hogar.
El viajero arcano se dejó emocionar un tiempo antes de que la decepción ganara sus pensamientos. Observó a la computadora central hacer sus últimos cálculos. Entre vidas y dinero, los números compensaban la situación para que no todo fuese tan horrible. El Fluido que mantenía funcionando el Hotel Espacial se había desparramado, pero podrían sobrevivir, y aun así sacar ganancias.
Ese cadáver era tan pequeño, pero aún tan importante. Las cámaras estaban apuntando sus imágenes desde satélites lejanos, y no quedaba mucho tiempo. Antes que empezara la guerra que sus coetáneos habían ayudado a comenzar.
Mientras los cuerpos y los restos del yermo campo de matanza empezaban a precipitarse hacia la Tierra, él miró una última vez el desastre. Sus tentáculos asieron al cuerpo sin vida del pequeño, dio media vuelta, y desapareció en la oscuridad.
(Ilustración por Paloma No)
August 4, 2016
Caín
Como una ronda los niños envolvían a la anciana. Ella cuidaba los hijos de los peones y trabajadores de la Hacienda, críos mocosos y mugrientos, de ropas remendadas y pelos tiesos. Algunos eran más blancos que otros. La mujer los quería igual. Eran pequeños trozos de su alma. Un alma que se avejentaba muy rápido. Estaban todos sentados en círculo sobre el pasto a la orilla del tranque. Ella había recogido su largo faldón floreado, y los niños estaban tirados en el suelo de cualquier forma, en una hermosa y caótica comunión.
— “Abel era un muchacho muy respetuoso de Dios. En el momento de las ofrendas, Caín llevó una pequeña porción de sus cosechas para el altar, pero Abel entregó al primogénito de entre sus ovejas. Caín, su hermano, estaba celoso, pues no entendía por qué tenía que ofrecerle a Dios el fruto de su trabajo en la tierra. Su codicia y egoísmo eran tan grandes como la envidia que le tenía a su hermano. Y por eso cuando llegaron hasta los sembradíos, Caín mató a su hermano…”
— Mamá Ofa, Mamá Ofa, ¿por qué Caín tiene que darle a Dios sus cosechas?
Ese era Pedro Aranda Aranda. El niño se había quedado huacho, pero el patrón le había buscado un lugar en la hacienda. El caballero se había mostrado muy amable con el mozuelo, sin embargo este todavía osaba portarse atrevido con él.
— Pedro, tienes que entender que todo trabajo de uno es al final para alabar al Señor, no para uno mismo.
— Pero, pero… y si uno trabajó toda la tierra, uno hizo todo el trabajo duro. ¿Por qué hay que darle cosas a Dios? ¿En qué nos ayudó?
—Él creó el mundo, hizo que las plantas florecieran, y que los animales vivieran. Él te dio la vida, tú se la debes.
—¿Le debo que mis papás se hayan ido también?
El niño se paró y se fue, dejando al resto impresionados por su reacción. Iba pateando piedras, con las manos embutidas en los bolsillos. Caín había matado a su hermano, pero él nunca había tenido uno. A los demás huachos que revoloteaban por ahí no los consideraba como hermanos. Eran molestos, moscas, imbéciles, cobardes. Unos arrastrados, que siempre les hacían el amén a todos los adultos. “Anda a buscar la tinaja”, “no puedes tomar esto”, “no seai maricón, cabro culiao”, “sale, huacho e’ mierda, ándale a llorar a tu mamá puta”. “Huacho”, le gritaban, como si sus vidas fueran menos pobres.
Siguió el canal hasta la casucha donde dormía. La pequeña casa de madera tenía varias rendijas por donde pasaba el viento, el techo estaba algo caído, y el suelo era de tierra. Había sobrevivido a algunos terremotos, y sus abuelos la habían ocupado desde que llegaron a la hacienda. Ahora sólo él vivía en aquel lugar, su colcha, una mesa y otros utensilios, y los recuerdos que sus padres dejaron atrás. Habían pasado algunos años desde que su madre se fue, Aquel día él la buscó, pero no estaba en ninguna parte. La esperó pacientemente, y no volvía. Los demás niños le hacían burla, como era usual, ya no sólo era huacho de un lado, sino que era huacho doble.
Tampoco le extrañó. A veces ella tenía que curarla de las cosas que le hacían los hombres de la hacienda. Ya tenía la edad para entender que su madre se acostaba con todos los trabajadores del lugar. Y ellos le traían regalos, y cosas para la casa. Él no sabía quién eres su padre. Miraba a algunos trabajadores, para ver si se parecían a él, pero ninguno acusó jamás ser su progenitor.
Pasaron semanas, y los niños se aburrieron de molestarlo. Usualmente encontraban a otro a quien hacerle la vida imposible. Su madre no volvió más. Ahora era él quien culeaba jovencitas en la cama, y se curaba tomando vino a escondidas. No se sentía un niño, ni siquiera entendía porque se dejaba arrastrar a los cuentos de la Mamá Ofa. La verdad es que nadie lo acompañó en entender por qué se le empezaba a parar su pene cuando veía a alguna chiquilla, ni porque le crecía el bigote y los pendejos. Sabía que ya no era un niño, pero nadie se lo había informado. Igual la Mamá Ofa siempre lo esperaba. A veces la dejaba plantada, porque las niñas de la hacienda ya habían descubierto que ya no era un cabro chico. Culear chinitas del campo era como un juego, descubrir el placer en algo irrelevante, una distracción de la vida campesina. Al principio el sexo había sido algo nuevo y excitante, pero pronto volvió a caer en la misma rutina de mierda: Despertar, trabajar, comer, cagar, culear, dormir. Así se pasaban los días allí, y Pedro deseaba más que nada poder quemarlo todo
Antes de atravesar la puerta, de la copa de un árbol a otra pasó velozmente un ave. Su silueta fue un borrón negro en el cielo de la tarde. Pedro recordó lo que solía decir su madre cuando sucedían eventos similares.
— ¡Tue-tue! ¡Tue-tue! ¡Ven a tomar té! Hay vino en la mesa, mate también.
El ave le respondió con un graznido lejano. Se quedó esperando algo más, una señal. Pronto se sintió estúpido y decidió entrar a su casa.
Al entrar, se percató que alguien le había dejado unos panes duros y charqui sobre la mesa. Agarró uno de cada cosa y se los comió. Al sol le quedaba poco para seguir arriba. Sabía que pronto los caballerizos vendrían a buscarlo para que los asistiera en el arreo de bestias, a pesar de haber estado trabajando toda la mañana en la labranza. Decidió echarse una siesta para sentirse más descansado. La colcha no era la gran cosa, pero tenía muchas mantas y se sentía blanda. El sol y sus párpados cayeron juntos.
La soledad del cielo. Mira las estrellas, se sostiene de una cuerda que cuelga del cielo. La oscuridad embestía bajo sus pies como el caótico abrigo de una multitud de mentes ausentes y perversas, hambrientas de destrucción. Los ojos de los grandes espíritus mantenían temerosas las sombras. El conflicto encandilaba al niño mientras los colores de la existencia violaban su retina, se infiltraban en su mente provocando jolgorios y tristezas. No había ningún sonido, sentía que sus oídos explotarían para poder llenar el vacío del cielo negro y confuso. Y las miradas de los creadores le entumecieron el corazón. Intentó gritar, pero allí nadie lo podía oír. Cuando cayó hacía la lejana tierra, notó que la cuerda estaba rota, que perdía el soporte, que se precipitaba hacia la muerte. Allí, el zorro lloraba, los pájaros reían.
Despertó agitado luego de la confusa pesadilla. Estaba transpirando, y se tocó el rostro buscando una respuesta en sus facciones, reconociendo su cara y su historia. Venía soñando lo mismo desde hace unas semanas, cada vez el sueño se hacía más terrible, cada vez despertaba peor. No se atrevía a contar estas visiones a nadie. ¿Quién tomaría en serio a este huacho? ¿La Mamá Ofa? ¿Los otros niños? ¿Los labriegos? ¿El cura o el patrón? Estaba solo, vacío como el plato que tenía en su regazo. Dejó el recipiente, y se fue a trabajar. Tenía que limpiar la mierda de los caballos, un trabajo que le disgustaba, pero en el cual al menos podía estar solo, y disfrutar de la silenciosa compañía de las bestias, más amables que los humanos. Los caballos solían mirarlo con sus ojos marrones profundos, llenos de sabiduría y cansancio. Luego de sacar los excrementos con un rastrillo, se dedicaba a acariciar a los animales, y ellos respondían moviendo sus melenas, y acercando sus cuerpos. Fue a buscar un poco de agua del jarrón que tenía sobre la mesa. Allí estaba sentada una mujer que no conocía.
Llevaba puesto un sombrero de viaje, a pesar de estar dentro de la casa. También tenía un manto de seda negra, pintarrajeada con paisajes que había visto en sus sueños. La bella mujer de cabellos negros y rostro moreno tenía servida la mesa con diversos manjares. Había té, había vino, había mate.
— Me adelanté a traer comida. Supuse que no tendrías con qué mantener tu invitación, Pedro Aranda.
— ¿De dónde me conocí? ¿Quién erí tú?
— Una amiga. Yo sé cómo vives aquí, entiendo el dolor que has sentido. Y estás perdido, porque tus cicatrices son como las mías.
— ¿Qué sabí tu sobre mí? ¡Ni te conozco!
— ¿Sabes lo que es un kalku?
Pedro lo sabía. La Mamá Ofa siempre les contaba historias de miedo sobre los brujos. Que les gustaba comer niños, que podían volar y matar desde largas distancias. Que podían sacarse la cabeza de sus hombros y ponerse a volar. Que se transformaban en pájaros o animales. Que podían matarte con horribles venenos. Y que habían vendido su alma al diablo.
— Vengo a llevarte conmigo, Pedro. Sé sobre los sueños que has tenido. Yo puedo guiarte. Tienes un gran poder oculto. No tienes por qué seguir las órdenes de los viejos moralistas, explotadores y cobardes que trabajan y mandan aquí. Si me acompañas, podrás convertirte en brujo, como yo.
— ¿Y no tengo que volver a ser un mandado, como mis papás?
— Claro que no.
Pedro miró su casa. Miró su ropa. Miró sus manos sucias y rotas. Tocó su rostro, palpó las cicatrices y las quemaduras del sol. Tanteó sus labios partidos y sus ojos tristes. Acarició los rasgos de su madre, y se preguntó qué parte de esta historia era de su padre. Esta casa lo había acogido durante todos sus años, no recordaba algún momento en que esos muros de madera agrietada no le hubiesen limitado el mundo de afuera y el mundo de adentro.
Pero ese mundo de adentro jamás fue un mundo en calma. O eso creía recordar. Como una mantequilla que se va agriando, soltando suero, en calma fermenta donde nadie la puede ver. Ignorada, podrida, amarga. No quería volverse un trabajador más, esclavizado, borracho, apatronado, que produce para un weón que ni conoce, que hace crecer cosas maravillosas de la tierra, pero enterrando su felicidad en lo profundo, para que se pudra. El mundo de adentro y el de afuera estaban perdidos. Por más que uno entregue los mejores frutos en sacrificio, Dios sólo recompensa a los mezquinos.
Entonces recordó que estaba solo.
Pero no tenía por qué ser para siempre.
— Me voy contigo.
— Entonces ve a buscar tus cosas, nos vamos ahora.
Pedro tomó su poncho, sus botas rasgadas, y una bolsa de cuero para guardar lo demás. Sus ojos negros zapateaban de inocente alegría cuando atravesaron la puerta hacia la noche.
— ¿Cuál es tu nombre?
— Alegría. Pero ese no fue siempre mi verdadero nombre.
— ¿Puedo cambiarme el nombre yo también?
— Claro, niño, ¿cómo quieres llamarte?
— Caín.




