Andrés Salgado's Blog, page 2

February 18, 2015

Ligereza

Estábamos agotados como pareja. El tedio me corroía. Así que una tarde, mientras almorzábamos, le dije que iba por cigarrillos a la tienda de la esquina.
Jamás volví.
Desde ese momento hasta hoy han pasado diez años. De los diez años, la he extrañado nueve.  
No sé nada de ella; y juro que me muero más que nunca por volver,  pedirle perdón y juntar las ruinas hasta volverlas un imperio poderoso.
Con nadie había hablado de esto pero ayer le conté lo que sentía a uno de mis nuevos amigos. Él me dijo que si la extrañaba tanto, por qué no dejaba mi orgullo y volvía a buscarla. Me enfatizó que el tiempo todo lo perdona; que si ella en verdad me quería, sabría recibirme de nuevo.

Pero le dije que era imposible retornar. Tenía demasiada vergüenza, principalmente porque había cometido una ligereza aquella vez que me fui: mi excusa era que iba por cigarrillos… y ella sabía de sobra que yo nunca había fumado.  
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Published on February 18, 2015 05:07

December 3, 2014

En un segundo

Un latigazo visual; un palpitar inmediato y la energía del deseo que se dispara en el pecho. Mi mente que fantasea esperando la conexión de ida y vuelta. Del otro lado, adivino perturbación, sonrisas nerviosas y quizás el mismo delirio solo. No sé si hablar de más; si cruzar el límite de la rotunda provocación. Ella se nota transparente como la ventana, húmeda como el rocío de la noche y presa de la brisa de otro tiempo. Hermosa en el reflejo de sus ojos, atada, espontáneamente a un corazón amable y a una carne deliciosa. 
Yo solo la miro soñándola y cuando estoy a punto de romper el hielo del vidrio y de bajarme de mi carro, me doy cuenta de que el semáforo cambia y el taxi en el que ella va, se aleja sin olor y sin rastro. Y al segundo siguiente, empiezo el martirio de tener que dejar de amar el romance de un instante.
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Published on December 03, 2014 16:57

October 22, 2014

Tatuaje

Se había tatuado a Samael siendo adolescente, cuando pensaba que un demonio en su mejilla lo volvería invencible. Pero una noche, el maligno cobró vida en su pellejo y le anunció que iba a secar su alma. “Los tatuajes no hablan”, creyó. Años después, su buena suerte estaba deshecha y la angustia lo enloquecía.
Tenía que arrancarse el tatuaje de encima o morir en vida.
Un baño puerco. Una navaja. Anestesia no. Pura hombría y pulso firme. 

Pedazos de piel cayeron, frenéticos, al suelo mientras intentaba despegar el resto de la figura. Para exiliarla definitivamente de su cuero y de sus días, faltaba la cola del bicho, pintada cerca de su borde ocular derecho: “Lo que sea”, se dijo. “Cualquier cosa con tal de no tener en mí rastros de este maldito huésped”.
Entonces, la navaja penetró en su retina y la sacó empapada en sangre. El dolor infernal fue interrumpido por las carcajadas de placer del ex tatuado: “Por fin te aparté de mí, bestia”. Se sintió invencible otra vez. Vería con un ojo pero sería feliz.

Ya tuerto, sintió frío. Y enseguida, el ojo que le quedaba se volvió ciego.  Atormentado, lo primero que oyó en las tinieblas fue la risotada del ángel caído, expandiéndose en sus adentros para terminar de volverlo un desastre.
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Published on October 22, 2014 13:29

October 2, 2014

El Deseo: Finale

Lo hizo con cautela. Lo primero era verificar que su vivienda no había sido vulnerada por el cornudo iracundo.  Cuando se asomó a su hogar, notó que todo estaba intacto. Lleno de polvo pero intacto.
Sin embargo, después de unos minutos de estar en la sala, ordenando cosas, se asomó por la ventana ante una sombra afuera que le llamó la atención.
Lo que vio, le heló la sangre: era su vecina con una barriga de embarazada. Ella, que ahora andaba con vestido de maternidad, trasportaba a un paralítico anciano en una silla de ruedas.
“¿Qué carajo es esto?”, se preguntó. Y la curiosidad lo llevó a esperarla al día siguiente en una esquina, para sorprenderla y salir de sus dudas. La vecina lo vio y le sonrió como si nada, mientras salía de la droguería:
-       - Hola, mi veci, ¿por qué andabas tan perdido? Pensé que te habías muerto.-       - Bueno… es que.. estaba un poco ocupado y – decidió reconocerlo- algo asustado.-       - ¿Y eso por qué?- preguntó la futura madre, como si nada.-       - Es que tuve miedo, después de lo que pasó entre nosotros y tu marido. -       - Mi marido – sonrió algo inocente.-       - Él nos pilló, ¿no? Y me asusté de pensar que, a lo mejor, iba a hacerme algo. Así que me perdí.
La vecina no pudo aguantar la risa:
-       - Mi marido jamás va a hacerte nada. -       - ¿Y eso por qué? – le preguntó- ¿Acaso se separaron? Porque yo te vi con un anciano en una silla de ruedas ayer ¿Estás viviendo ahora con tu abuelo?
Antes de que la hermosa mujer respondiera, nuestro burócrata del retraso mental, escuchó la misma voz de aquella vez que lo pillaron fornicando con la mujer que tenía enfrente:
-       - Yo no soy el abuelo de ella, caballero. Yo soy el marido de Carmelina.
El idiota vio al anciano que era traído en la silla de ruedas por el droguero, el chismoso monumental del barrio:
-       - ¿Usted es el marido? – preguntó sabiendo la respuesta que venía.-       - El mismo. Y quiero que sepa que estoy muy agradecido con usted. -       - ¿Pero por qué me va a agradecer si…?-       - Por lo que pasó hace seis meses en la sala de mi casa- interrumpió el anciano. Desde que usted embarazó a mi esposa, no podemos ser más felices. Verá: nosotros nos casamos hace diez años, cuando yo tenía 70. A pesar de que casi le triplico la edad a ella, nos amamos como si fuera el primer día y este amor es tan puro que lo único que nos faltaba para poder realizarnos como pareja, era un hijo. Pero bueno, mi cáncer de próstata y las quimioterapias me impedían preñarle su vientre. Así que, llenos de amor y de ese deseo de conformar una familia, construimos detalladamente este plan que ha dado frutos.-       - Usted no puede estar hablando en serio – trastabilló el mequetrefe- O sea que…-       - O sea que buscamos por todos lados, un barrio donde hubiera un pelafustán como usted, que se creyera el galán de su vereda, para que nos ayudara a cumplir este sueño de ser padres.  Todo el coqueteo de Carmelina, la sacada de la basura, la teta al aire y la cita en la sala de mi casa fue creado a propósito, lo mismo que el escándalo que armé cuando fingí sorprenderlos. Todo lo hicimos por nuestro bebé.-       - ¡Qué tiernos!- remató el droguero.-       - Y que colaborador usted – le complementó el anciano mientras lo miraba con cariño- Gracias por animar a este tontazo a que estuviera con mi esposa.
El tarugo de esta historia pensaba que debía ser una broma. Se sentía pésimo:
-       - Además, es un niño y está de lo más sanito – remató la vecina mientras mataba un mosquito.-       - Y de verdad, no tenemos cómo pagarle – escupió el anciano.
El bobalicón los vio partir mientras articulaba frases sin sentido:
-      -  ¡Ustedes no pueden tener un hijo que es mío!
El anciano se volteó con la calma de los siglos:
-       - Ya supimos que mandó a la porra a su novia porque quería tener un bebé.  No se siga haciendo el idiota que ya tiene demasiados méritos.
Antes de irse, la vecina se le acercó y le entregó una bolsita:
-       - Y nunca olvides los preservativos, muñeco.
A los pocos meses, nacieron los niños: el de la vecina y el de su ex novia. Dos varones.
El llanto de su hijo vecinal lo levantaba en las madrugadas, mientras el del bebé de su ex novia, le corroía sus pesadillas.

En silencio y en la mitad de la sala de su casa, el irremediable estúpido empezó a entender que efectivamente nunca tuvo un cerebro, ni un corazón que valiera la pena.  Ya era algo.
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Published on October 02, 2014 06:07

September 25, 2014

El Deseo. Parte II: Turbado

Como pudo se puso los pantalones y salió trastabillando a toda velocidad de la casa, sin alcanzar a ver el rostro de ese inesperado marido que apareció como un verdadero fantasma para arruinar lo que hubiera sido el comienzo de una relación genital larga e inolvidable.
Lo primero que se le ocurrió cuando salió a la calle fue refugiarse en el primer taxi que pasaba. Nuestro infame le suplicó al taxista que lo sacara del barrio a toda velocidad y ya cuando iba más calmado le pasó la dirección donde vivía su desventurada novia: aquella a la que subestimaba y a la que había mandado al diablo por insulsa y por histérica-maternal.
Al llegar al edificio de ella, se arregló un poco la camisa y el pelo.  Pasó por la recepción sin anunciarse. El portero lo conocía de sobra y supuso que quizás había salido de viaje.
Nuestro perrazo inmundo llegó al apartamento de la desdichada y tocó con propiedad. Ella le abrió y enseguida se sintió dueño y le pidió posada:
-       - Hola. No nos vamos a poner con dramatismos de por qué te he dejado olvidada ni quiero escuchar que te la has pasado llorando por mí. Simplemente quiero que entiendas que así es la vida y que en estos momentos tengo un problema – le dijo a la mujer que lo veía impávida a los ojos.-      -  Yo quisiera decirte…-       - ¡Espérame y déjame hablar, carajo! – le interrumpió la nutria de la nada- ¿No te das cuenta de que la estoy pasando mal? Ojo: pero no mal por ti- aclaró. Lo que ocurre es que no puedo estar en mi casa porque tengo una vieja detrás de mí que se obsesionó conmigo y me le quiero perder un momento. Así que quería saber si me puedes dar posada aquí en tu apartamento. Yo duermo en el cuarto que tienes para las visitas y no me demoro más de un mes, ¿vale?
Ella tomó fuerzas y le dijo seria:
-       - No me has dejado hablar.  -       - ¿Y qué tienes que decir?- le dijo, desganado, el recipiente de las tonterías- ¿Qué pasa? -      -  Yo no puedo ni quiero saber más de ti en la vida. Eso pasa. -       - Ay, no me digas que sigues resentida conmigo. Ya terminamos y tienes que superarlo.-       - No se trata de eso. Yo ya superé lo nuestro hace rato. No puedo recibirte en mi casa, simplemente porque mi novio no lo va a permitir. -       - ¿Tu qué? – respiró entrecortado el subnormal. -       - Y además, el cuarto de visitas lo estamos remodelando para la llegada del bebé- remató.-       - ¿Del…?-       - Estoy embarazada y en marzo nace mi hijo.             El pendejo tartamudeó:
-       - ¿Quieres de-de-de-cir que-que-que…?-       - Sí. Lo siento- complementó. Hasta nunca.
Y le cerró la puerta.
Nuestro bueno para nada tragó un gordo buche de su propia saliva y se fue. Había sido un golpe duro e inesperado para su ego.
Pero seguía teniendo un grave problema con su vecina y sobretodo con el marido de ella, a quien imaginaba un asesino.
Y a causa de sus miedos, no se volvió a aparecer por el barrio. Se martirizaba, metido en un hotel de mala muerte, pensando que en una noche cualquiera iba a entrar ese esposo cornudo (al que nunca le vio la cara) y le iba a arrancar la garganta a mordiscos, para después escupírsela en su propia cara.
De su vecina, esa irresistible, nunca supo nada. Y tampoco quiso contactarla.

Pero transcurrieron unos seis meses hasta que el pavor se le disipó y decidió regresar a su barrio, sin saber que lo que iba a encontrar, le iba a cambiar la vida.

LA PRÓXIMA SEMANA ESPERE LA ÚLTIMA PARTE DE ESTA MICRO HISTORIA.
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Published on September 25, 2014 18:02

September 17, 2014

El deseo. Parte I: Preservativos

La cosa tenía que ver con sexo. Desde que la vecina se mudó, hacía más o menos un mes, estaba llevando a cabo comportamientos que difícilmente resultaban indiferentes para nuestro protagonista: el tipo más estúpido del barrio.
El ingenuo fulano tenía que observar todas las mañanas a una espectacular mujer, de unos 33 años, de cuerpo bastante bien formado,  sacar la basura en medio de un contoneo de locos. Ella iba siempre cubierta de una bata de dormir que usualmente se abría con la brisa y que dejaba ver la mayoría de veces unos calzones apretados que permitían disfrutar de una parte de sus provocadoras nalgas.
Como si fuese poco, la belleza, después de dejar la basura en el frente de su casa, se devolvía y buscaba con sus ojos azules la mandíbula desencajada de nuestro “héroe” que, haciendo de tripas corazón, trataba de lucir absurdamente imperturbable mientras intentaba sonreírle.
Pero llegó esa mañana en la que al girarse con esa bata roja, la sabrosa le dejó ver que no tenía sujetador y que un par de tetas hermosamente redondeadas y carnosas salían al aire para contonearse al ritmo de sus muslos.  Ella, cual venus astuta, fingió que había sido un accidente y se cubrió con una picardía inenarrable. Hasta ahí llegó la decencia. La mesa ya estaba servida.
Así que después de que la vecina entró en su casa, nuestro infame penetró en la de él y mirándose al espejo murmuró que esto no se podía quedar así y que antes de que oscureciera, él iba a probar a qué sabía la morenaza piel de esa fémina que lo tenía  caliente. 
Casualmente, unos días atrás, este perdedor había estado meditando sobre la única novia que había tenido hasta hacía pocos meses. En alguna de esas madrugadas, incluso había dudado sobre si debía reconciliarse con la insípida mujer para darse una segunda oportunidad.
La cosa se había acabado básicamente porque esa desabrida había desarrollado, de pronto, una obsesión con el cuento de querer un hijo. Todas las conversaciones de los últimos meses giraban siempre en torno a la maternidad. Nuestro mentecato no podía entender por qué su feíta compañera había caído en esa absurda trampa de realización amniótica, cuando ni siquiera había cumplido los 30. Y lo peor: él no consideraba que a sus 32 años debía embarcarse en la absurda aventura de ser padre. Hasta que no soportó más y un día no hace mucho, le dijo a la pobre que si quería embarazarse, lo hiciera con otro porque él estaba para otras cosas.
“Ahora todo encaja”, pensó. “Ahora voy a fornicar con mi irresistible vecina; este sí es mi verdadero destino".
Entonces prefirió dejar a su ex noviecita en un segundo plano mental para concentrarse en lo importante. Por eso, se dedicó a bañarse y a perfumar sus partes nobles con esmero. Luego se puso su mejor ropa y enseguida salió a la droguería de la esquina para comprar un paquete de condones.
Al salir, pasó por todo el frente de la casa de la hembra y trató de percibirla por entre las ventanas. 
Se detuvo un poco.
Y se sintió morir de gozo con lo que vio.
La diosa genital estaba hablando por teléfono mientras bailaba “Juste Nous” de Ali Angel a todo volumen, como si desde siempre tuviera claro que él iba a estar espiándola. La irresistible llevaba puesto unos pantalones cortos de jean y una blusa demasiado fácil de desabrochar.  Abría y cerraba las piernas mientras se tocaba con la música en medio de sus caderas endemoniadas. El plato estaba a punto y el cuchillo de nuestro mequetrefe, absolutamente afilado.
Nuestro esperpento apresuró el paso hacia la droguería y fue tanto su impulso que compró dos cajas de preservativos porque lo que venía se le antojaba bestial y eterno.
Pero antes de salir de la perfumería, una bofetada de supervivencia lo llenó de curiosidad. Sabiendo que el droguero era un chismoso de catálogo, le preguntó si esa provocadora vecina tenía marido:
-       - Que yo sepa, nunca le he visto macho- le contestó el empleado mientras le pasaba las vueltas de los preservativos- ¿Cómo por qué lo quiere saber el caballero? -       - Por nada – contestó el tarugo, lleno de felicidad mientras salía apresurado.
A medida que trotaba hacia la casa de la vecina, nuestro cabeza de chorlito vislumbraba el momento: la imaginaba complaciéndolo en las posiciones y gestos más afiebrados y llenos de desmadre, acompañados de niveles de porno como si fuese un Nacho Vidal.
Así que llegó a la casa de la araña dopaminérgica y sin titubear, tocó la puerta. Y enseguida, le abrió la turgencia bípeda con una sonrisa resplandeciente:
-       - Hola, mi veci- le dijo mientras lo miraba a los ojos- ¿Y a qué debo el honor de verte ahí parado?-       - Bueno, pues… parado estoy y… sinceramente… no soy tan bueno con las sutilezas y … vengo porque ya no aguanto más la necesidad de saldar una cuenta  que tengo pendiente contigo.-       - ¿Una cuenta? – sonrió mientras se pasaba la lengua por los labios. -       - Estoy cansado de verte sacar la basura todas las mañanas; estoy harto de ver tu par de piernas pegadas a ti, mientras yo tengo que morderme las ganas.-       ¿Mordértelas, dijiste?... o mordérmelas…
Nuestro protagonista , preso de un concorde interno de testosterona,  la tomó del cuello, la beso profundamente y la empujó de manera sutil hacia adentro, cerrando la puerta y dispuesto a ejecutar su mejor faena de caballo desbocado.
La tigresa de la entrepierna se dejó besar y sobrellevando el ritmo del excitado pelafustán, se cayó al sofá muy dispuesta. Las manos del mendrugo recorrieron sus piernas con rumbo hacia el botón del pantalón. Como pudo se lo quitó y al ver el irresistible panorama, el mequetrefe se abrió la bragueta y entró en ella, haciendo que cayeran intactas las cajas de preservativos en el piso.
Cuando estuvo adentro, la reina de las ansias se estremeció de placer. Las embestidas iban y venían hasta el punto de saciar un pronto clímax. Un jarrón voló en el aire, por culpa del frenesí de los movimientos finales y del mal acomodamiento de piernas.
El jarrón se estrelló en el piso y armó un ruido tremendo.  Antes de que el protagonista de la imprudencia dijera que había sido un gran orgasmo, se escuchó una voz de hombre que provenía de uno de los cuartos de la casa:
-       - ¿Qué está pasando, mi amor?, ¿Qué es ese ruido? ¿Con quién estás ahí?
La piel rojiza del imbécil se tornó verde amarillenta y los ojos de ella pasaron de azules a negros como el miedo de un ornitorrinco:
-       - ¡Hijueputa, se despertó mi marido! -       - ¿Tu qué? – preguntó el tontarrón, ilusionado de que no fuera cierto.
Pero no había nada que hacer porque la puerta del cuarto comenzaba a abrirse y el que venía, estaba a punto de presenciar la infidelidad del espectáculo.
CONTINUARÁ...

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Published on September 17, 2014 20:01

September 10, 2014

Una pesadilla mal lograda

La mala suerte, el frío, la inseguridad, la bebida, el peligro y la estupidez, lo levantaron a patadas en la caracas con sesenta.
Media hora antes, el borracho a quien llamaremos “Irresponsabilín”, iba dando tumbos de manera atragantada, creyendo que así como estaba, después de 5 cajas de cerveza tomadas casi solitariamente, iba a llegar sano y salvo a su casa, ubicada en Usme.
Siete horas antes le habían pagado en la empresa y le había prometido, diez horas más temprano a su esposa, a quien llamaremos “Ilusa” que le iba a traer un billetico para poderle comprar los útiles escolares a su hijo, a quien llamaremos “Poco querido”.
El caso fue que “Irresponsabilín” tuvo suerte, porque cuando dio el primer tumbo y estrelló su mandíbula contra el pavimento en pleno carril de Transmilenio, el obsoleto sistema de transporte ya había dejado de pasar. Si hubiera vivido en una urbe desarrollada como Nueva York, donde el metro pasa veinticuatro horas, las cosas hubieran sido diferentes y quizás estuviera protagonizando una tragedia mucho más trascendente para los medios.
Pero ni siquiera el periodista de RCN que cubre los eventos nocturnos, a quien llaman “El Patrullero de la Noche”, cubrió su caso. Tan solo lo vimos el taxista que me llevaba a mi casa a eso de las dos de la mañana y yo quien, desde el semáforo en rojo, pude atisbar la miseria de sus carnes en el frío del cemento lluvioso.
“Irresponsabilín” ni siquiera se estaba dando cuenta de lo que ocurría. A lo mejor pensaba que ya había llegado a su casa, que ya había caminado en puntillas, casi sin quitarse la ropa, para acostarse sin hacer ruido en su cama que, según su delirio, se había vuelto más dura por esa noche. Pero no: era el pavimento.  Estaba acostado en el pavimento.
El caso es que el infeliz no se movía. La oruga humana buscaba una cobija en el escozor del aire y del rocío. Pero nada. Todo era nulidad, oscuridad, luces de la calle, carros que pasaban sin detenerse. “No arranque todavía”, le dije al taxista al ver que el semáforo se ponía en verde, “quiero saber cómo termina esto”.  Moría por saber si “Irresponsabilín” se iba a quedar ahí tirado o si la conciencia lo podía cachetear tan solo un segundo y hacerlo levantar.
Y esto pasó: el mequetrefe indefenso estiraba la mano al aire, como buscando una comida láctea y entonces encontró una mano que le agarró la suya. Otra mano lo volteaba, otra le registraba los bolsillos. Había encontrado compañía: el grupo de travestis que se para en la esquina de la caracas con sesenta, a quien llamaremos “Malnacidos”, lo fueron despojando, como ratas, de todas sus pertenencias. Le iban sacando la billetera, los billetes de borracho en los bolsillos de adelante y las cadenitas de oro (dos) que colgaban de su cuello.
“Irresponsabilín” sintió frío pues las alimañas de tetas y penes le arrancaron también la camisa, los zapatos y los pantalones. Cuando se aproximaron a sus prendas íntimas, el zángano de los arreboles intentó defenderse. Pataleaba débilmente como cuando el venado trata de zafarse de los colmillos del león. O mejor sea el caso, de las hienas travestis que, esa noche, no enarbolaban pancartas por el respeto LGBTI, sino que como bichos de las alcantarillas, penetraban y penetraban los bienes ajenos de aquel pedazo de carne etílica que trataba de completar un sueño a destiempo, una pesadilla mal lograda.
“Lo dejaron pelado”, me dijo el taxista, a quien llamaremos “el chismoso”. Asentí.
Pasó un segundo y me preguntó que si convendría llamar a la policía. Le dije que no. Que había gente que se lo merecía. Le pedí que nos fuéramos.

Cuando nos alejábamos, mire por la ventana de atrás: las ratas travestis huían. Una patrulla de policía (a quienes llamaremos “Los tardíos”) se acercaba. “Irresponsabilín” seguía en el piso casi desnudo. Probablemente en el quinto sueño del quinto mes amniótico del vientre de su madre ya distante. 
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Published on September 10, 2014 09:30

September 3, 2014

Un hombre de bien

No es viernes pero no importa. Yo no soy de los que dependo de un fin de semana para hacer lo que otros hacen. Así que voy a ir al primer bar que encuentre abierto y beberé tequila o ron o lo que caiga, hasta que mis piernas se aflojen y salga del lugar gateando.
Los dos días anteriores han sido un desastre. En el trabajo, mi jefe me descubrió tomando prestados unos pesos de la caja (que de hecho no pensaba devolver), mientras que mi novia me puso una caución  porque la semana pasada me sacó la piedra y le di unos golpes de escarmiento por un ataque de celos que le dio. Por el lado de mi esposa es peor: la preñez la tiene histérica y lo único que hace es reclamarme, pues este mes no le he pagado lo de la EPS. Según ella es una tragedia que no lo haya hecho porque le dijeron que su embarazo era dizque de alto riesgo. Pura paja: eso es para llamar la atención.  Me pongo a pensar en ese feto infeliz que viene en camino. Quién sabe si ella con lo bogotana que es, se haya preñado de otro tipo y me haya endilgado a ese futuro mocoso ¡Estoy harto de todo, gonorreas!
Así que esta noche, como les digo, voy a estallarme los sesos con algo de paz y que no me jodan.
Entraré con paso fino a un bar, después de haber dejado el carro estacionado encima de una cebra. Me acercaré a la barra y empezaré a ordenar, uno tras otro, sin contemplaciones, sin piedad (igual no voy a pagar). A medida que vaya bebiendo el tequila o el ron o lo que sea, empezaré a buscar con la mirada a alguna puta -todas las mujeres son putas- que me siga la corriente y no se ande con maricadas de seducciones ni estupideces. A la primera que me dé papaya, la voy a enredar para que me termine pagando los tragos que me haya tomado y después, le voy a decir que me la quiero enganchar y que me acompañe a la oficina porque yo no pago moteles a ofrecidas.
Después de unas horas,  cuando ya me haya sentido completamente borracho, le voy a pedir a esa puta que me regale unos minutos para ir al baño del bar y así poder sacar la bolsita de perico que logré comprarle a un ñero el viernes anterior. Me meteré el polvo solo y cuando ya sienta que mi mandíbula de abajo se quiera dislocar, me escurriré embalado para la faena del ajetreo genital.
La cosa será simple: saldré del bar y montándome en el carro le iré haciendo a la muy perra sexo digital hasta llevarla a la oficina donde trabajo. Como sé que está Vanegas, el celador al que a veces le paso mis revistas porno, podré entrar sin problemas. Me meteré en mi cubículo y ahí encima del escritorio -sin quitarnos la ropa para no perder tiempo en sentimentalismos baratos- le zamparé unas cuántas embestidas y listo. Me importa un culo de travesti si a ella le llega a gustar o no mi manera de fornicar. Después de que el macho que es uno se satisfaga, no importa nada más. 
El caso es que después del polvo, me subiré los pantalones y le diré que se pierda. Si me pide que la lleve a su casa, le voy a contestar que se busque otro chofer y que si yo la llego a transportar algún día a alguna parte, la voy a llevar pero a su puta mierda.
Y acto seguido, cuando ya se haya ido y me haya quedado solo en la oficina, abriré mi gavetica especial de mi puesto de trabajo para chupar un poquito de whisky que tengo por ahí escondido, de aquella vez que nos llevaron a un seminario en Medellín y me robé unas botellas.
Después de dejar tirada a esa puta en la calle y estando bien borracho y bien sabroso, agarraré las llaves y procederé a irme a mi casa. Eso sí: que no sea antes de las dos de la mañana para no tener que oír los quejidos y la maldita cantaleta de la preñada de mi mujer y su jodedera con su embarazo de alto riesgo. Por mí, que ese feto miserable se le salga y se muera en un charco de sangre en el piso. Me vale hongo.
Manejaré por las calles solas así entonadito, bacano, oyendo reguetón, que es pura música fina, a lo que es verdad. Si llego a ver a algún peatón cruzando, le tiraré el carro y si, por decir algo, llego a chocarme contra algún taxi y matar a algún par de mujeres por ahí y me cae la policía, intentaré comprarlos con algunos pesos que me sobren porque todo el mundo tiene precio. En caso de que no me funcione y me lleven preso, voy a decir que tengo stress. A un tipo hace poco le funcionó… y fresco. Así será mi noche de hoy. Punto.
¿Qué pasa? ¿alguno de ustedes me está criticando? Pues no me extraña, lampreas miserables, porque ustedes son expertos en juzgar a otros pero son como yo.
Yo al menos hablo claro. Soy un hombre de bien, me gusta la derecha política e ir a misa los domingos. 
Si pudiera matar a todos los guerrilleros lo haría. Amo a mi presidente Uribe y votaría por él mil veces, ¿y qué? ¿Cuántos son o qué? A mí que no me jodan. 
Yo soy tan parecido a quienes me leen que hasta les doy miedo. Pero, ¿saben algo?, yo soy más poeta. Soy el producto de la belleza de un país que está hecho para duros, para hombres de verdad, para patriotas.  Yo me cago en esos maricas, en esas lesbianas, en esos izquierdosos de pacotilla que se la pasan en el Parque de la 93 de Bogotá. Porque yo soy enemigo de esas falsas sonrisas; yo corto con motosierra el lixiviado que ustedes excretan con su amor al planeta y con sus hipocresías de niños buenos. Ustedes son unos falsos, unas bichas. Ustedes son de los que critican a los toros pero comen carne: yo en cambio me zampo toda la carne roja que pueda en la finca de algún amigo y voy a los toros a ver la sangre como varón que soy; yo no soy de los que dicen que aman verdaderamente al país pero quieren dialogar con asesinos. Ustedes no se dan cuenta de que yo sí nací sano, de que mi corazón es limpio. Ustedes no se han postrado ante mí. A ustedes les cuesta reconocer que yo soy el héroe de las mil putas.
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Published on September 03, 2014 12:46

August 27, 2014

Fernandito, el comediante

Dedicado al que sabemos. 

Se llama Fernando y no se pierde ni una sola función de los Comediantes del Derroche. Cada vez que el programa empieza temporada, Fernandito siente que tiene una razón para vivir.  Dos semanas antes de grabaciones, sale corriendo a pagar la boleta en primera fila y acto seguido, se desmadra a los almacenes de ropa para comprar unas chaquetas llamativas y pantalones finos, con el único objetivo de estar presentable ante los ojos de los caballeros de la risa y de esa furtiva toma que lo enfoca en cada programa de televisión, cortesía de la generosidad (o lástima) del director del show.
Pero Fernandito no asiste al programa de los comediantes porque sí.  Lo hace porque sueña con ser como ellos. 
Le falta mucho para eso: ya con decir que trabaja en un banco, queda clara una burda brecha de oficios. Es un cajero, no muy simpático; más bien albino. Pero nada de eso le importa, porque desde antes de ver de cerca a sus ídolos, ha tenido atrapado en su pecho el deseo de hacer reír al compañero de cubículo, a la gente de su barrio, a toda su empresa y luego al mundo entero. Fernandito quiere convertirse en el centro de atracción de las horas de descanso laboral, en el rey de las pausas activas y luego en el rey de los comediantes.  Nuestro protagonista sueña con ser como Iván y llenar teatros enteros con sus genialidades; quiere ser como Fredy y con un dicho tipo “cuclí cuclí” hacer que la gente se vuelva chalada en Twitter. O sacar dos o tres gallos de su garganta como Quevedo y provocar que grandes y chicos se orinen sin parar como orates atragantados de placer. Pero las cosas no se le han dado. Fernandito piensa una y otra vez en vencer su timidez, en los momentos del café mañanero, para lanzarse a echar una especie de cuento (una rutina de comedia encubierta) que lleva preparando desde hace siglos.
Fernandito sabe que su rutina es bastante divertida, como la de Alejandro; la tiene engallada para poder contagiar de buena onda como lo hace el desparpajado de Matheus. Es una rutina poderosa que mantiene la candidez estúpida de Quevedo. Lo intenta. Logra llamar la atención, arma un corrillo, pero cuando todos lo miran, él no la logra escupir. No le salen las palabras.
Tiene pensamientos fatalistas. Se imagina que nadie va a entender su sentido del humor, que lo van a tratar de estúpido, que le van a decir que no es chistoso y que está así de tarado por andar idolatrando a unos farsantes imbéciles. Y ni qué decir de lo mucho que le aterra lo que le ocurrió a Valderrama ¿qué tal que ni le vuelvan a dirigir la palabra y lo abucheen?* Y por eso, calla y únicamente se limita a sonreír ante los cuentos sosos de Gacharná, el vendedor de seguros del banco, quien sin proponérselo, sí tiene a todas las mujeres de la oficina, en especial a Miryam (la que tanto le gusta), enloquecidas de la dicha por sus ocurrencias.  Gacharná no va a los Comediantes. Los considera unos miserables patéticos. Gacharná tampoco sabe de comedia, pero extrañamente le funciona. Dios le da pan al que no tiene muelas, dicen.
Lo más triste es que a Fernandito se le está yendo el tiempo para cumplir su sueño (tal y como se le va la vida a muchos intentando cumplir lo que no procuran). Pero no desfallece. En las noches, metido en su pieza de Quirigua, se desnuda por completo y mira fijamente las fotografías de tamaño natural de Diego, Iván, Antonio, Julio, Quevedo y Fredy; fotografías que él les ha tomado con su celular y luego mandado a imprimir para empapelar su cuarto. Analiza sus gestos, sus miradas al vacío. Los estudia. Se pone a pensar cómo los titanes de la risotada manejan la voz, los tiempos, las pausas, con el único fin de encontrar ese “touch” de gloria que lo lleve a la altura de ellos. Ahí, en la soledad de su cuarto, de madrugada, Fernandito sí se siente el más grande. Entonces se desabrocha y les cuenta a sus ídolos de papel esa historia divertida que viene puliendo y sabe que, aunque siendo fotos, a ellos les causa mucha risa.  De vez en cuando, vía control remoto, acciona su CD player para que unas risotadas grabadas del público imaginado, le refuercen su convencido talento. Y al final, hace la venia y a veces, se masturba hasta sacarse dos gotas de sangre del glande.
Iván, Diego y Fredy se hacen cada vez más famosos y populares.  Julio no da abasto para coquetearle a todas las chicas de primer y segundo semestre de universidad que se lubrican con él. Y Fernandito quiere hacer lo mismo. Formar parte de ellos.  Ser parte de ellos. Pero, como ya lo dije, al hombre no se le da. No puede encontrar ese suspiro para lanzarse al agua de la mandíbula batiente. Y lo piensa. Piensa en su momento.
Ya al programa se le acabaron sus temporadas y él se sigue imaginando sentado todavía en primera fila sonriendo y preguntándose cómo hacer para subirse a la tarima y arrancar carcajadas que lo saquen de pobre, de impopular y que le permitan acceder a las carnes de Miryam quien descrestada, no tenga otra que abrirle las piernas.  
Ahora, ante la ausencia del show,  se dedica a ir a todos los bares donde se presente alguno de sus héroes. Espera paciente a que terminen sus rutinas. 
La última vez fue al teatro a contemplar a Iván: al que más quiere.  Lo vio finalizar su espectáculo y se abrió paso entre la gente para llegar al camerino. Tocó insistente. Lady, la esposa de Iván, le abrió la puerta y Fernandito le suplicó que le dejara ver a su marido.  Ella, algo resignada, lo dejó seguir y Fernandito vio a Iván frente al espejo secándose el sudor. Se le acercó sonriendo, sabiendo que el buen Iván no lo rechazaría y al abrazarlo le dijo al oído  como le ha dicho siempre: “¿Sabe una cosa? Ustedes los comediantes son muy chistosos”. Y se fue.
Al deslindar la madrugada, Fernandito llegó a su casa. Entró a su pieza. Se desnudó. Se acostó mirando al techo y no hizo más nada hasta que llegó la hora de volver a su trabajo en el banco. Como todos los días.

* Lo que no sabe Fernandito y otros por ahí, es que Gonzalo Valderrama (que va a ser papá, por cierto, y creará con su hijo venidero una nueva y bendita rutina de la vida) salió de los Comediantes básicamente porque es un genio y como todo genio, es absolutamente incomprendido.
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Published on August 27, 2014 05:33