Contravida Quotes

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Contravida Contravida by Augusto Roa Bastos
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“La vejez es la enferma-edad: la enfermedad. La única enfermedad incurable que hay en el mundo y que mata a la gente antes de que ésta muera.
Salvo mamá, que parecía cada vez más joven y más hermosa con sus cabellos rubios y sus ojos azules de cielo de atardecer.
Hay bellezas sublimadas, como la de mamá, en las que el alma rejuvenece cada día y adquiere la perfección de una flor inextinguible.
La belleza de mamá daba a su sonrisa el perfume de esa flor.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Oigo aún a mi padre amonestándome:
«Hijo, no escribas. La escritura es el peor veneno para el espíritu.»
Las desgracias ajenas yo las sentía como propias cuando las escribía. No existían otras.
Encontraba hermoso y terrible despegar las angustias ajenas en la letra escrita hasta que se convertían en las desgracias que uno mismo padece. Expresar el sufrimiento en el momento mismo de producirse.
El doloroso olor de la memoria.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“«El robo es lo mejor que le puede pasar a la palabra escrita porque siempre está abierta para que todos la usen a su talante. No es propiedad de ningún autor. Está ahí para eso, para que la tome el primero que pasa. Sin la palabra robada nadie habría podido comunicarse. No habría podido ser escrito ningún libro. Ni siquiera los Libros Sacros, que padre tanto aprecia y respeta.»”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Sobre todo cuando eran hombres jóvenes y andaban con sus prometidas, sus novias o sus esposas de bracete por las calles, como exhibiéndolas.
Para mí no eran sino ladrones de lo más hermoso que existe en el mundo. Y lo más hermoso del mundo no puede ser propiedad de nadie. Cómo se podía admitir que a una mujer joven y hermosa se le exigiera firmar Fulana de Sutano, Mengano o Perengano de tal. El de, allí, no es de nadie. Por eso me alegro cuando las mujeres hermosas engañan a sus maridos y los dejan con el de del dedo propietario rascándose los cuernos. Alguna vez se acabarán los hombres, pensaba de chico, y todos andaremos mucho mejor.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“El viento de la calle me refresó la frente.
Me crucé con gente conocida que no mostró el menor indicio de reconocerme.
Me invadió una indefinible sensación de seguridad y al mismo tiempo de total desvalimiento.
Era un extraño, incluso para mí. Sólo tenía un cuerpo aparente, cubierto por el traje de quien con él dejó la vida.
La madre de Pedro no me lo cedía en préstamo. Me uncía a un destino. Me paría con ese disfraz como volviendo a dar vida al hijo sacrificado.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Había llegado a lo más bajo. El suelo de la zanja, lleno de basuras, de sabandijas e inmundicias, no era aún lo suficientemente bajo en el nivel de degradación a que puede ser sometido un hombre perseguido.
Pero habría más. El descenso no había terminado.
Simplemente no existe en el mundo una suerte de extremo sufrimiento moral que pueda acabar con uno.
Era algo más allá del fin de todo. El límite de la vida física es despreciable. Hay un momento en que la delgada línea que separa la dignidad de la depravación, que separa la vida de la muerte, se borra y desaparece.
No vivimos otra vida que la que nos mata, solía decir el maestro Gaspar Cristaldo.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Las historias del sufrimiento humano no tienen dueño. Nadie ha escrito algo sobre eso por primera vez.”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Un preso preguntó al paí Ramón Talavera, capellán de la cárcel, por qué eran tan lentas las horas en las campanadas de la catedral.
El cura, protector de los presos y cómplice de alguna que otra evasión, le respondió guiñándole un ojo:
«Seguramente para recordarnos la lentitud con que arden los carbones del infierno.»”
Augusto Roa Bastos, Contravida
“Lo primero que percibí fue el olor a carroña... No me sentía del todo muerto, pero hubiera deseado estarlo como los demás.

Llevé con gran esfuerzo la mano sobre el pecho. Percibí los latidos de la sangre que se esparcía por el cuerpo como arena. El corazón de un muerto no late, pensé en el vértigo ondeante de la pesadilla.

 Esa arena de sangre seca corriendo por mis venas formaba parte de esa pesadilla que ya no iba a cesar.

 No era cadáver aún, pero llevaba la muerte en el pecho. Un enorme y ácido tumor me llenaba todo el cuerpo. Ocupaba mi lugar.”
Augusto Roa Bastos, Contravida