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Nadie quiere ayudar al hombre que ha sido bueno a continuar siéndolo, y menos aún a que lo sea aquel que no ha tenido la fortuna de serlo al nacer.

La devoción es, por tanto, un crimen. La oración es crucifixión. El amor es tortura. La adoración es estrangulamiento con anchas manos de querubín. El tormento sin fin es la déesis de nuestras vidas. Por eso todos los dioses han sido despedazados y mutilados y crucificados.

Somos delicadas telarañas hinchadas y desgarradas por el viento. Somos franjas de interferencia en una pompa de jabón, multicolores, húmedas, desesperadas... Sarcoptos en la piel de una pompa de jabón, que depositan en ella sus huevos y sus excrementos... Nuestro mundo no tiene peso ni sentido. Somos simulacros de una irrealidad que es a su vez un simulacro.

La locura de las religiones y, sin embargo, la única vía, pues es la única salida de nuestro mundo que la mente (el órgano con que detectamos puertas y salidas) puede imaginar, el único gran objetivo para el que vive el universo.

Las incontables, grotescas y trágicas y variopintas y crueles religiones son solo los órganos sensoriales con que nuestro mundo tantea lo que nos trasciende y nos crea.

Al cabo de semanas de infructuosa ensoñación, abandonaba la búsqueda y regresaba a mi triste vida cotidiana.

..se me revela el hecho de que en este mundo opaco, denso, mortal como una almohada que alguien apretara sobre tu rostro para ahogarte, mientras te inmoviliza en el suelo con las rodillas y controla implacable tus forcejeos, la revelación es posible.

La boca es la primera calamidad del hombre: siempre está pidiendo algo.

..así como nosotros mismos unimos, con el trayecto paradójico de nuestras vidas, unas incongruencias patéticas: el nacimiento y el amor, el arte y la locura, la felicidad y la muerte...