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Autorrestricción (self-binding) es el término que describe el acto de Jacob de deshacerse de su máquina.76 De forma intencional y voluntaria, creamos barreras entre nosotros y nuestra droga a fin de mitigar el consumo excesivo-compulsivo.
He usado la autorrestricción en mi propia vida, para controlar mis problemas de consumo excesivo-compulsivo. Estas estrategias se pueden organizar en tres categorías: estrategias físicas (espacio), cronológicas (tiempo) y por categoría (significado).
Tal como ilustra este famoso poema épico griego, una forma de autorrestricción consiste en crear barreras físicas o poner distancia entre nosotros y la droga.
Pero, como ya he dicho, las estrategias de autorrestricción no son una garantía. A veces, la barrera en sí misma se convierte en una invitación, en un desafío. Resolver el acertijo de cómo conseguir nuestro fármaco preferido se transforma en parte de su atractivo.
Esta anécdota ilustra el hecho de que la farmacoterapia por sí sola, sin insight, comprensión ni voluntad de modificar el comportamiento, tiene pocas probabilidades de éxito.
La fuerza de voluntad no es un recurso infinito; se parece más a un músculo, que se puede cansar cuanto más se lo ejercita.
Nuestra tendencia a sobrevalorar las recompensas a corto plazo por encima de las de largo plazo puede verse influenciada por muchos factores. Dos de ellos son el consumo de drogas y las conductas adictivas.
En el ecosistema dopaminérgico de hoy, todos hemos sido condicionados para la gratificación inmediata. Queremos comprar algo, y al día siguiente llega a nuestra puerta. Queremos saber algo, y en un segundo aparece la respuesta en nuestra pantalla. ¿Estamos perdiendo la capacidad de deducir cosas, de tolerar la frustración cuando no encontramos una respuesta de inmediato, o cuando tenemos que esperar para obtener las cosas que deseamos?
¿Es de extrañar que la pobreza sea un factor de riesgo de adicción, especialmente en un mundo de fácil acceso a la droga barata?
Otra variable que contribuye al problema del consumo excesivo-compulsivo es la creciente cantidad de tiempo libre que tenemos hoy, y con él el consiguiente aburrimiento.91 Como consecuencia de la mecanización de la agricultura, la manufactura, las tareas domésticas y muchos otros trabajos que antes consumían mucho tiempo y mano de obra, las horas diarias que las personas dedican a trabajar se han reducido, dejando más tiempo para el ocio.
los adictos son aburridos o frustrados solucionadores de problemas,95 que instintivamente se meten en situaciones al estilo de Houdini de las que desenredarse cuando no encuentran ningún otro desafío mejor. La droga se convierte en recompensa cuando tienen éxito, y en premio consolador cuando fracasan.
Al principio, Muhammad se negó. Pero su amigo fue persuasivo: «No hay forma de que alguien tan inteligente como tú pueda volverse adicto».
La respuesta es que una vez que comenzó a consumir cannabis dejó de estar regido por la razón, y pasó a estar dominado por el equilibrio placer-dolor. Un solo porro era suficiente para crear un estado de deseo que no dejaba espacio a la lógica. Bajo la influencia de la droga, ya no podía evaluar de forma objetiva las recompensas inmediatas de fumar frente a los beneficios a largo plazo de dejar de hacerlo. El descuento temporal dominaba su mundo.
autorrestricción por categoría limita el consumo clasificando los estimulantes de la dopamina en diferentes categorías: los subtipos que nos permitimos consumir y los que no. Este método nos ayuda a evitar no solo nuestra droga preferida, sino también los desencadenantes que conducen al deseo de consumirla. Esta estrategia es especialmente útil para lo que no podemos eliminar por completo, pero que estamos tratando de consumir de una manera más saludable, como la comida, el sexo y los smartphones.
Tan pronto como nos comprometemos con la abstinencia, nuestra vieja droga reaparece como un nuevo producto bien empaquetado y asequible que dice: «¡Oye! Esto está bien. Ahora ya soy bueno para ti».
edad es un factor determinante: cuanto mayor es el niño, más capaz es de postergar la gratificación. En los estudios de seguimiento, los niños que pudieron esperar el segundo malvavisco tendían a tener mejores puntuaciones en el SAT100 y un mejor nivel educativo, y en general se convirtieron en adolescentes mejor adaptados tanto en el aspecto cognitivo como en el social.
Lejos de sentirse limitado por su nueva forma de vida, se sintió liberado. Liberado de las garras del comportamiento excesivo-compulsivo, pudo interactuar nuevamente con otras personas y con el mundo con alegría, curiosidad y espontaneidad. Había recuperado una cierta dignidad.
¿El consumo prolongado de drogas había roto su equilibrio placer-dolor, de modo tal que necesitaría opioides durante el resto de su vida solo para sentirse «normal»? Tal vez el cerebro de algunas personas pierda la plasticidad necesaria para restaurar la homeostasis, incluso después de una abstinencia prolongada.
En primer lugar, cualquier droga que presiona el lado del placer es potencialmente adictiva.
Como he mencionado anteriormente, este proceso se llama hiperalgesia inducida por opioides.107 Es decir, el dolor empeora con la repetición de las dosis.
Más allá del problema de la adicción y la cuestión de si estas drogas ayudan o no, me atormenta un interrogante más profundo: ¿Qué pasa si tomar drogas psicotrópicas nos hace perder algún aspecto esencial de nuestra humanidad?
Una paciente que parecía estar bien con los antidepresivos me dijo que los anuncios de los Juegos Olímpicos ya no la conmovían. Se reía al hablar de ello, renunciando alegremente al lado sentimental de su personalidad a cambio del alivio de la depresión y la ansiedad. Pero cuando ni siquiera pudo llorar en el funeral de su propia madre, el equilibrio se rompió. Dejó los antidepresivos, y poco tiempo después su capacidad de sentir emociones se amplió, incluyendo más depresión y ansiedad. Sin embargo, decidió que los bajones valían la pena si el resultado era sentirse humana.
Soy una persona que necesita fricción, desafíos, algo por lo que trabajar o contra lo que luchar. No me amoldo para adaptarme al mundo. ¿Por qué debería cualquiera de nosotros hacerlo? Al medicarnos para adaptarnos al mundo, ¿con qué clase de mundo nos estamos conformando? Con el pretexto de tratar el dolor y las enfermedades mentales, ¿no estaremos haciendo que amplios sectores de la población se tornen bioquímicamente indiferentes a situaciones intolerables? Peor aún, ¿se han convertido los medicamentos psicotrópicos en un medio de control social, en particular de control de los pobres,
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«Estos hallazgos sugieren que las privaciones de barrio están asociadas con la prescripción de medicamentos psiquiátricos».116 Los opioides también se recetan de manera desproporcionada a los pobres.
Pero medicar todo tipo de sufrimiento humano tiene un coste y, como veremos, hay un camino alternativo que podría funcionar mejor: abrazar el dolor.
Cuando dejó de consumir se sintió inundado por todas las emociones negativas que había estado enmascarando con las drogas.
Otros estudios que examinan los efectos cerebrales de la inmersión en agua fría en humanos y animales muestran elevaciones similares en los neurotransmisores monoamínicos —dopamina, norepinefrina, serotonina—, los mismos que regulan el placer, la motivación, el estado de ánimo, el apetito, el sueño y el estado de alerta.
El dolor conduce al placer al activar los mecanismos de regulación homeostática del cuerpo.
Así como el dolor es el precio que pagamos por el placer, también el placer es nuestra recompensa por el dolor.
Una clave para el bienestar consiste en levantarnos del sofá y mover nuestros cuerpos reales, no los virtuales.
Pero buscar el dolor es más difícil que buscar el placer. Va en contra de nuestro reflejo innato de evitar el dolor y perseguir el placer. Nos exige una mayor carga cognitiva: tenemos que recordar que sentiremos placer después del dolor, y somos notablemente amnésicos en este tipo de asuntos. Sé que tengo que volver a aprender las lecciones del dolor todas las mañanas, mientras me obligo a levantarme de la cama y hacer ejercicio.
No quiero sugerir que todos los que practican deportes extremos y/o de resistencia sean adictos, sino destacar que el riesgo de adicción a cualquier sustancia o comportamiento aumenta con el incremento de la potencia, la cantidad y la duración.
El workaholic o adicto al trabajo es un miembro reconocido de la sociedad. Quizás en ninguna parte eso es tan cierto como aquí en Silicon Valley, donde las semanas laborales de cien horas y la disponibilidad las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, son la norma.
El resultado es una mentalidad del tipo «trabaja duro y juega duro», en la que el consumo excesivo-compulsivo se convierte en la recompensa al final de un día de trabajo pesado.
Pero ningún otro animal logra rivalizar con el humano en su capacidad de mentir.
En primer lugar, la honestidad radical promueve la conciencia de nuestras acciones. En segundo lugar, favorece vínculos humanos profundos. En tercer lugar, construye una autobiografía veraz, que nos hace responsables no solo de nuestro presente sino también de nuestro yo futuro. Además, decir la verdad es contagioso, e incluso podría prevenir el desarrollo de una futura adicción.
El mito de Ulises subraya una característica clave del cambio de comportamiento: contar nuestras experiencias nos otorga dominio sobre ellas.
Me gustó su respuesta porque implicaba que practicar la honestidad radical podría fortalecer los circuitos neuronales especializados, de la misma manera que aprender un segundo idioma, tocar el piano o dominar el sudoku fortalece otros circuitos.
«Formad pareja con un compañero para hablar sobre un hábito que él desea cambiar y plantead algunos pasos que podría dar para lograr ese cambio».
Decir la verdad atrae a las personas, especialmente cuando estamos dispuestos a exponer nuestra propia vulnerabilidad. Esto suena contradictorio, porque presuponemos que revelar nuestros aspectos menos agradables alejará a la gente. Es lógico pensar que las personas se distanciarán al conocer nuestras transgresiones y nuestros defectos de carácter. Sin embargo, ocurre lo contrario: las personas se acercan. Ven en nuestras resquebrajaduras su propia vulnerabilidad y humanidad. Sienten que no están solas en sus dudas, temores y debilidades.
Al sincerarse con su esposa y ver que su revelación era recibida con calidez y empatía, Jacob probablemente experimentó un aumento en la oxitocina y la dopamina en su vía de recompensa, lo que lo alentó a seguir siendo sincero.
Decir la verdad favorece la empatía. El consumo excesivo-compulsivo de productos dopaminérgicos, en cambio, constituye la antítesis de la empatía. El consumo conduce al aislamiento y la indiferencia, ya que la droga reemplaza a la recompensa obtenida por relacionarnos con los demás.
Uno de los objetivos de la buena psicoterapia es ayudar a las personas a contar historias de curación. Si la narrativa autobiográfica fuese un río, la psicoterapia sería el medio por el cual ese río es cartografiado y, en algunos casos, redirigido.
escribir… Sí, escribir sobre el asunto y, por lo tanto, tornarlo aún más real, incluyendo mis problemas de carácter y cómo contribuían a dañar nuestra relación. Como dijo Esquilo: «Debemos sufrir, sufrir hasta la verdad».
La maternidad, a pesar de que es la experiencia más gratificante de mi vida, también es la que más ansiedad me ha provocado.
El antídoto contra el falso yo es el auténtico yo. La honestidad radical es una forma de alcanzarlo: nos ata a nuestra existencia y nos hace sentir reales en este mundo. También disminuye la carga cognitiva que requiere mantener todas esas mentiras, liberando energía mental para que vivamos el momento de forma más espontánea.
Después se sentó, y me dijo con calma que mentir es siempre la peor opción. Me dijo que mentir nunca vale la pena, por las consecuencias. Lo recuerdo como si fuera hoy.
Pero a pesar de sus problemas, mis padres lograron hacerme sentir que podía ser abierto y honesto con ellos.
Quizás ser honesto a lo largo de los años me ha ayudado a sentirme más cómodo conmigo mismo. No guardo secretos.
Para mí, la honestidad es una lucha diaria. Siempre hay una parte de mí que quiere embellecer un poquito la historia, hacerme quedar mejor o encontrar una excusa para mi mal comportamiento. Me esfuerzo mucho por luchar contra esos impulsos.

