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Las cosas no pueden ser perfectas solo porque tú quieras que lo sean. Median muchos factores y nosotros solo somos dos humanos.
Estás preciosa —susurró—. Pero no es por la falda ni por el pintalabios. Estás preciosa cuando eres libre y te enfadas y quieres que todo salga como tú deseas…
Asentí. No creo que ninguno de los dos creyéramos en lo que estábamos defendiendo, pero el ser humano es curioso a la hora de encontrar excusas para justificar lo que le apetece hacer en cada momento.
Estaba allí para buscarme a mí misma, pero terminé encontrando otra cosa, una que no estaba muy segura ni de qué era pero que no quería perder nunca.
—¿Estás bien? —Sí. —Se volvió hacia mí y sus ojos repasaron de arriba abajo mi rostro antes de envolverme con sus brazos y pegarme a su pecho desnudo—. Contigo sí.
El ser humano está hecho en un setenta por ciento de agua y un treinta por cierto de ego.
Ahí estaba, de nuevo, el chico que disfrazaba el miedo y la inseguridad con un chiste… Pero a mí no me engañaba. Yo era experta en reconocer a alguien demasiado acostumbrado a escuchar su propia voz distorsionando la imagen de sí mismo casi siempre, además bajo el yugo de una autoexigencia que ni siquiera se basaba en sus propios valores: la veía cada día en el espejo.
No sé quién te hizo creer que tienes que esforzarte continuamente por ser más o de otra forma, pero entérate de que no necesitas que nada ni nadie te complete ni te potencie. Tú, que te quejas de que eres mediocre y anodina, buscas inconscientemente fundirte entre la gente hasta desaparecer porque sabes, en el fondo de tu ser, que en cuanto alguien te vea de verdad, no podrá ver otra cosa.
No. Escúchame. Eres divertida, eres inteligente, eres bonita, generosa, careces de los prejuicios que cualquier otra persona en tu situación tendría. Eres un fogonazo de luz tan potente que cuando tú estás delante, no existe nada más en el mundo.
Recuerdo aquella noche como fogonazos de luz, de vida. Aquella noche ha terminado por convertirse en una de esas imágenes que alimentan el recuerdo, de las que está compuesta la nostalgia y que nos hacen sentir que un día, allá a lo lejos, en la memoria, vivimos, además de existir.
había pocas cosas más bonitas que sus ojos cuando se reía con ganas.
Recuerdo los besos. Los besos siempre eran como el primero. Como el último antes de dormir. Como el que le darías de despedida a alguien que no quieres que se marche nunca.
Cuando terminamos las copas, no tuvimos más remedio que pedir una botella del mismo vino porque, al parecer, tenía como efecto secundario soñar bonito.
Recuerdo la sensación. La de bailar, la de que todo diera igual. La de que, en realidad, cualquier cosa fuese solo cuestión de planteárselo. Entre personas que bailaban como si la vida nunca fuera a terminar, pero con la certeza de que el mundo explotaría mañana, era fácil sentirse eterno.
Lo bueno de bailar en el centro mismo de una hoguera es que nadie se preocupaba de nada que no fuese su propio fuego.
Era verdad. Íbamos hasta las cejas, drogados, enajenados…, pero los únicos responsables éramos nosotros: estábamos intoxicados como solo puedes sentirte cuando empiezas a amar y aún no te has hecho las preguntas que más asustan.
¿de qué sirve lo perfecto si en realidad jamás podrá salir al mundo real?
—Tú mereces una historia perfecta, de princesas, y yo no creo en la magia. Nos querremos bonito, ¿cuánto? ¿Un par de años? Como mucho. Después, poco a poco, te darás cuenta de que solo soy un sueño que no se cumplió. Y me odiarás por lo que no conseguí ser. Y yo te odiaré a ti por ser demasiado buena para mí.
Supongo que no hay nada que le guste más al amor que las historias imposibles. Y no hay nada más imposible que aquello en lo que no cree nadie.
—Es una pena que no podamos querernos —le dije—. Porque nos queremos muy bonito. —Sí. Tú y yo haríamos poesía.
Qué pena. Qué pena que la magia no exista si uno no cree en ella… y que se necesiten dos para creer en el amor.
No dejes que nadie te haga creer que lo que no eres es más impor...
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¿Cuántas mentiras eres capaz de creerte cuando eres tú el que las dice?
—El sexo es más fácil que masticar lo que se siente. Mientras follamos, no pensamos. Nos limitamos a sentirlo todo con un hambre inmediata. No existe ni ayer ni mañana. El sexo es sexo
no dije que por fin había sabido quitarle el disfraz de libertad al pánico, que cuando hablaba con ella el futuro empezaba a tener sentido, que en su boca yo parecía alguien que valía la pena y quería serlo también para mí mismo...
Sí, el sexo es mucho más fácil, pero qué puto cuando se enamora de la complicidad y de ellos nace, pura, la intimidad.
Nos educan como si pudiéramos cuidar de todo el mundo sin cuidarnos a nosotros mismos, aunque eso sea una contradicción en sí misma. Sin un «yo» es imposible un «nosotros».
No tengas prisa. Una cosa detrás de otra. Diferencia entre lo que quieres solucionar y lo que no te vale la pena.
Abandonar no siempre es de cobardes; a veces es más bien de valientes que saben que el resultado de una guerra no compensa las pérdidas.
Nadie espera que seas tan eficiente como para solucionarlo todo de golpe. Nadie espera que seas perfecta. —Sí lo esperan. —Entonces...
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El aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas seguía su vertiginosa vida, ajeno al vuelco que había dado la mía. Por megafonía se informaba de que no se daban avisos por megafonía, en una de esas contradicciones tan tiernas que a veces vas encontrando en el mundo.
—Uno no da las gracias por un orgasmo. —Sonreí también, pícara—. Pero si quieres te envío unos chocolates.
Rabia. Los dos nos mirábamos con rabia porque el amor es precioso, pero no siempre llega como queremos ni cuando toca. Y el amor, el de verdad, el que es libre, divertido, cálido, tranquilizador, sereno, que no huye, que es valiente y desinteresado…, ese mismo amor, cuando no encuentra el lugar, despierta la rabia que vive amordazada en el fondo de tu estómago.
Mira…, esta es la verdad, más allá de aquella despedida en la que prometimos no caer: la gente se enamora y folla todos los días, a cada minuto y, si tienes suerte, llega un amor que le da sentido a todos los anteriores, no porque no fueran amor ni porque una mujer no pueda enamorarse tantas veces como le apetezca. No. Solo porque es la medida con la que cobran sentido cosas que antes era imposible calcular. Llega él o ella y entiendes cómo aprendiste amar, cuáles fueron tus aciertos, tus errores, hasta dónde llegó tu placer, tu codicia, tu amor propio. Y te descubres lloviendo por dentro,
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No tememos tanto por uno mismo como por quien queremos.
Ese es tu problema, Margot. Siempre has querido contentar a todo el mundo y, ¿sabes?, es imposible. Al final, todos tienen sus movidas y tú…, tú ni siquiera sabes cuáles son las tuyas.
—Que la cabeza nos juega muy malas pasadas —se explicó—. Entender que nuestro peor enemigo somos nosotros, a veces nos lleva una vida entera.
¿No ha sido esclarecedor? —A ratos. Otros…, creo que en lugar de conocerme más, he hecho el viaje a la inversa. —Dicen que cuanto más nos conocemos, más vacíos nos quedamos. —Pues deben de tener razón.
Pero… ¿es el amor, al fin y al cabo, necesidad? ¿O algo mucho más grande?
—Si te digo la verdad… —empecé a decir—, nunca creí que después de lo que hice estarías tan abierto a la reconciliación. —Eso es porque nunca te llegaste a creer que estoy locamente enamorado de ti. —Se
Los valores que te inculcaron no son cadenas. Tú eres libre, Margot. Te he visto serlo. Llevas una armadura hecha de prejuicios contra ti misma que no te deja tocarte la piel, pero es cuestión de tiempo que te pese demasiado y decidas quitártela. Recuérdalo, no necesitas nada ni a nadie que te complete. Tú eres, en ti misma, un universo.
En cuanto escuché «romper», no lo negaré: me asusté. Romper implicaba algo sólido anterior. Algo que podía romperse tenía que existir por necesidad. Y «nosotros» habíamos existido, de eso no había duda, pero me daba miedo. Me daba un miedo horrible.
Un fogonazo de vida en común me aturdió. Un salón luminoso, donde sonarían vinilos antiguos, donde olería a plantas y flores, donde no importaría que yo llegase con las uñas llenas de tierra y ella cuando la cena ya estuviera fría. La vida que podría ser me dio un bofetón y tuve que pestañear.
conociéndote, seguro que es de esas que te llevan por la calle de la amargura, que un día te dicen que te quieren y al día siguiente no te devuelven ni las llamadas. No sabes querer cuando te quieren. Y ahí hay algo que no funciona, David. Algo tienes que solucionar para quererte un poco más, porque no te mereces esos amores.
En serio, ¿quería volver de verdad con ella? Desde que había regresado del viaje me costaba encontrar pros en nuestra relación. No. Idoia no era como Margot, no había un rincón cálido en ella donde guarecerse. No tenía vida en la risa. No era cómplice y buena.
¿qué crees que hace funcionar una relación? —Madre mía, David… menuda pregunta. Pues… supongo que respeto, piel y ganas, simplificándolo mucho. —¿Y sin simplificarlo? —quise saber. —Respeto quiere decir admiración, empatía, cariño, calor, comprensión, reciprocidad… —¿Y piel? —Sexo e intimidad. Risa también. La piel es la que lo hace divertido. El respeto estable. Las ganas, duradero.
es necesario vaciarse de rotos antes de querer llenarse.
al terminar le di mentalmente la razón en que el sexo de despedida no tenía ningún sentido. Si era malo, que no era el caso, te dejaba mal sabor de boca y un recuerdo estropeado. Si era bueno, siempre tendrías ganas de más.
Me fui muy lejos, al espacio, donde todas las vidas que hubiéramos podido tener fueron explotando por la presión y la falta de oxígeno. Al aterrizar, encontré refugio en la seguridad de que sufrir ahora para no sufrir en el futuro era la opción más elegante. Tenía los bolsillos vacíos y la cabeza hueca, sin sueños.
A mí no me importa el sentido que tienen las cosas. Me importa lo que se hace y lo que no.

