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¿Estamos jugando al «todo o nada»? —quiso saber. —No estamos jugando, David. Esto es la vida real y aquí las hostias duelen y te parten el corazón.
Era raro pero… cuando alguien dice que te quiere lo suficiente como para dejarte marchar es porque no puede darte
Perdóname si lo cuento mal. Pero solemos ser incapaces de contar como se merecen las historias de lo que más amamos.
No hay nada más bello que aquello que el tiempo es incapaz de alcanzar.
—Gracias, Margot. —El sexo no se agradece. —Sonreí, queriendo hacerme la graciosa. —No. El sexo no. —Apretó los labios—. Gracias por el viaje de mi vida. —Viajarás más y a lugares más bonitos. —Pero no contigo.
Otra promesa a la mierda —dijo—. ¿Ves, Margot? No sé hacerlo mejor. Pero gracias, de verdad, por devolverme al mundo real. No siempre es bonito, pero tiene su aquel. —Al final, sus labios se curvaron en una sonrisa—. He sido muy feliz contigo. Puede que la nuestra sea la historia de amor más corta jamás contada, pero creo que podemos decir que es la más bonita.
Lo que me asusta es no tener nada con lo que corresponder a tu amor. Quererte mucho y mal es lo que me da mucho miedo.
Que alguien te quiera como yo no he sabido. Que el mundo sea tuyo. Que no te acuerdes de mí jamás. Pero quédate con las canciones, ¿vale? Y si puedes… perdóname porque el amor me venga grande.
Nos giramos para buscar al otro entre la gente al menos cinco veces más, pero este gesto, lejos de significar algo, fue solo la antesala de la última despedida. Hasta que desaparecimos. Desaparecimos. Nosotros.
Tú y yo nos queremos. —Tú y yo nos necesitamos. Somos exactamente lo que encajaba con las piezas del otro, en el vacío que había. Pero eso no es amor. Es cumplir expectativas. El amor es otra cosa. —Lo nuestro es un cuento de hadas, Margot. —Sí, pero yo nunca quise ser princesa.
—¿Es eso? ¿Vas a probar suerte con otro? —No. Voy a probar suerte conmigo, a ver si me enamoro por fin, sin necesidad de que otra persona me tenga que decir todo lo que soy o no soy. Tengo treinta y dos años y ni siquiera me conozco. No sé ni lo que me gusta. ¿Cómo voy a saber si quiero envejecer a tu lado?
—Si lo dudas es que no quieres. —O que tengo las narices de hacerme preguntas, Filippo. Nunca nos hemos preguntado nada. Hemos seguido el cauce, hemos hecho las cosas como tienen que hacerse, pero jamás nos hemos preguntado si era lo que queríamos.
—Por lo visto todo eso no es suficiente para ti. —Claro que es suficiente. Lo que pasa es que… no es para mí —dije negando con la cabeza—. Es para otra y yo se lo estoy robando. Te estoy robando tu cuento, Filippo, porque no soy tu princesa. Lo siento.
—Puedes odiarme —le susurré—. Estás en tu derecho y te ayudará a superarlo. —No te mereces que te odie. —Quizá sí. Todos somos el malo en la vida de alguien.
—Esta es tu casa. Si no te gusta, de acuerdo —me dijo, comprensiva—, pero no regales las llaves para irte a dormir a la calle. Piensa en la mudanza.
Date tiempo para ir asentando cada paso. Si corres, la pena y el duelo no quedan atrás, solo esperan agazapados para saltar encima de ti cuando menos te lo esperes.
«Hoy he intentado volar demasiado alto y casi me caigo. Tendrías que haberme enseñado un poco más sobre esto de ser libre. Da miedo. Como estar sin ti».
La vida no seguiría su ritmo, habría que cantar una canción diferente. Y ella quería, de alguna manera, continuar bailando la misma pero con otro compañero.
—Idiota —dijo ella con la voz tomada. Se estaba emocionando—. Que no es peligroso, de verdad. —No lloro por eso. —¿Entonces? —Porque estoy muy orgullosa de ti. —Y yo de ti.
«Será la vida quien decida si somos o no somos “nosotros”. Dile que vuele. Y que no cambie de número porque, aunque nunca nos atrevamos a llamar a esa puerta, necesitamos sentir que sigue abierta».
el amor no es que caduque, es que hay que conjugarlo a tiempo o dejará de significar algo.
podemos dejarlo todo en un «gracias». —El sexo no se agradece, aunque sea el mejor que hayas tenido nunca. —El sexo no, pero tener la oportunidad de comprobar que el amor existe, tal y como lo cuentan en los libros, sí se puede agradecer —aclaré.
¿Cómo es posible querer tanto a alguien sin quererlo ya?
No quiero quedarme con un poco de algo que no puedo tener.
—Deja que alguien te quiera como yo quería quererte.
y… sonrió. ¡Sonrió! Y yo también. Porque los perros vagabundos cuando alguien decide darles su amor, se sienten ricos.
Mira, yo quería que me quisieras. Me moría por conseguir que me quisieras porque, como yo me quiero poquito y mal, que alguien como tú me diera su amor era como compensarlo, pero… a la mierda,
—¿Sé feliz? ¿Y ya está? Me giré y me reí. Me salió del alma. Eso y asentir. —Sí. Y ya está.
Y me di cuenta de que cuando uno es feliz, a menudo, no se da cuenta.
La vida no es un cuento, pero, en el caso de que lo sea, supongo que nunca será uno perfecto.

