La edad de la penumbra: Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico
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Agustín, a pesar de estar impresionado por la armonía de sus vecinos, no estaba dispuesto a mantener esa tolerancia. La obligación de un buen cristiano era, concluyó, convertir a los herejes; por la fuerza, si era necesario. A este tema regresó una y otra vez.[132] Mucho mejor un poco de coacción en esta vida que la condena eterna en la siguiente. No siempre podía confiarse en que la gente supiera lo que era bueno para ella. El buen y solícito cristiano, por lo tanto, eliminaría los medios para el pecado del inseguro alcance del pecador. «Con frecuencia beneficiamos cuando negamos, y ...more
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Porfirio. Sabemos que su crítica fue extensa, constaba al menos de quince libros; que era muy erudita y que resultó muy ofensiva para los cristianos. Sabemos que tenía como objetivo la historia del Antiguo Testamento, y que no escatimó desprecio hacia los profetas y la fe ciega de los cristianos. Conocemos algunos aspectos con más detalle; que Porfirio creía que la mayoría pensaba que la historia de Jonás y la ballena no tenía ningún sentido, puesto que «es increíble que fuese tragado un hombre vestido y estuviese en el interior de un pez».[134] Además, está claro que Porfirio, como Celso y ...more
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Agustín explicaba que impedir que un pecador fuera capaz de pecar no era una crueldad sino bondad. «Suponte que alguien tuviese un enemigo que se ha vuelto furioso por unas fiebres malignas y le viese correr a un precipicio. ¿No le devolvería mal por mal si le permitiese despeñarse, en lugar de procurar que lo corrigiesen y atasen?»[139] Proseguía: «No todo el que perdona es amigo, ni todo el que castiga es enemigo: mejores son las heridas del amigo que los besos espontáneos del enemigo.»[140]
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En 1895, el escritor polaco Henryk Sienkiewicz publicó una novela que se convirtió en un superventas internacional y contribuyó a que recibiera el Premio Nobel de Literatura. Este tocho de setenta y tres capítulos contaba la historia de los mártires cristianos que habían sido ejecutados por el emperador Nerón. Concluía con la siguiente observación: «Y así pasó Nerón, como un torbellino, como una tormenta, como un incendio, como pasa la guerra y pasa la muerte; pero la Basílica de San Pedro gobierna hasta ahora, desde las cumbres del Vaticano, la ciudad y el mundo».[162] Hoy, el libro se ha ...more
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La persecución ordenada por el Imperio romano no duró muchos años. Pocos más de trece años en tres siglos de Gobierno romano. Es comprensible que esos años pudieran parecer muy largos en los relatos cristianos, pero permitir que dominen la narrativa de la manera en que lo han hecho —y lo siguen haciendo— es, en el mejor de los casos, engañoso y, en el peor, una burda tergiversación.
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la idea de una sucesión de emperadores inspirados por Satanás, ansiosos de la sangre de los fieles, es otro mito cristiano. Como escribió el historiador moderno Keith Hopkins, «la pregunta tradicional: “¿Por qué fueron perseguidos los cristianos?”, con toda su carga de represión injusta y ulterior triunfo, debería reformularse como: “¿Por qué se persiguió a los cristianos tan poco y tan tarde?”».[164]
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Sus mayores héroes no eran aquellos que habían llevado a cabo buenas acciones, sino quienes habían muerto de la manera más dolorosa. Si estabas dispuesto a morir en el circo con un final atroz, entonces ibas directo al cielo, independientemente de tu grado de santidad previo: el martirio limpiaba todos tus pecados en el momento de la muerte. Además de llegar al cielo más rápido, los mártires disponían de condiciones preferentes en el paraíso y podían llevar la muy codiciada corona de mártir. Se ofrecían tentadoras cláusulas celestiales; se decía que las Escrituras prometían una ...more
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En muchas de las historias de mártires, el impulso no es tanto que los romanos quieran matar como, en mayor medida, que los cristianos quieren morir. ¿Por qué no iban a hacerlo? Paradójicamente, el martirio conllevaba considerables beneficios para quien estaba dispuesto a asumirlo. El igualitario requisito de entrada era único. Como observó con acidez George Bernard Shaw más de un milenio más tarde, el martirio es la única manera en que un hombre puede hacerse famoso sin ninguna habilidad. Más que eso, en una era social y sexualmente desigual, era una manera a través de la cual las mujeres e ...more
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El sociólogo Rodney Stark ha señalado que —siempre y cuando creas en las recompensas prometidas— el martirio es una opción perfectamente racional. Un mártir podía empezar el día de su muerte como una de las personas de más baja categoría en el imperio y acabar como una de las más eminentes en el cielo. Tan tentadoras eran estas recompensas, que los cristianos píos nacidos en tiempos sin persecuciones solían mostrar su decepción al negárseles la oportunidad de tener una muerte agónica. Cuando el tardío emperador Juliano evitó explícitamente ejecutar a los cristianos durante su mandato, un ...more
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Había incitaciones para que los cristianos no solo murieran, sino que lo hicieran de la manera más dolorosa posible. Como explicó con irritación alguien que no tardaría en convertirse en mártir, cuanto mayor el dolor, mayor el beneficio: «Aquellos que cuanto es más...
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En un horripilante relato de Prudencio, un juez ordena que se coloque a un cristiano en el potro «hasta que, rotas las junturas de los huesos, castañeteen sueltos unos de otros. Después, con azotes profundos, dejad patentes los huesos de sus costillas hasta que por las hendiduras de los desgarros se vea al descubierto palpitar el corazón».[168]
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En los apócrifos y en el pasado populares Hechos de Pablo y Tecla, los repetidos panegíricos a la virginidad aparecen incómodamente junto a pasajes que bordean lo excitante. Tecla es una gran belleza que está resuelta (naturalmente) a permanecer virgen. Y, por supuesto, en más de una ocasión le es exigido que se desnude delante de una muchedumbre. Una noche, visita a Pablo en la cárcel y «su fe incluso aumentó al besar sus cadenas»; una frase que podría mantener a los alumnos de estudios de género ocupados durante décadas.[169]
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En los poemas sobre mártires, las madres ven el martirio de sus hijos con un entusiasta placer. En una historia, una madre se regocija por haber dado a luz a un hijo que morirá como mártir y, abrazando su cuerpo, se felicita a sí misma por su descendencia. En otra, la visión de un niño al que se azota resulta tan atroz que los ojos de todos los presentes en la ejecución —incluso los de los taquígrafos romanos de los juzgados— se llenan de lágrimas. La madre del niño, en cambio, «deja de dar muestras de dolor, su frente sola permanece serena». De buen grado, la madre lleva a su hijo en brazos ...more
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Pese a toda la hipérbole, como afirmó aplastantemente Gibbon, el «consumo anual» medio de mártires en Roma durante las persecuciones no fue de más de ciento cincuenta al año durante los años de persecución.[173]
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Los romanos no pretendían eliminar a los cristianos. Si lo hubieran deseado, casi sin duda lo habrían logrado.
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Ahora se piensa que menos de diez historias de mártires de la Iglesia temprana pueden considerarse fiables.
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Quizá Poncio Pilato fue el primer funcionario que se vio obligado a regañadientes a emprender acciones contra los cristianos por agitadores, pero sin duda no fue el último.
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Plinio, una vez más, es el romano perfecto: demasiado bien educado para dejarse llevar por una creencia fervorosa por los dioses; demasiado formal como para desdeñarlos.
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Arrio Antonino fue un gobernador romano de Asia que, a finales del siglo II, ejecutó a varios cristianos en su provincia. Quizá no estaba preparado para lo que sucedió después. En lugar de huir, los cristianos del lugar aparecieron de repente y se presentaron ante él como una gran muchedumbre. Antonino, como era su obligación, mató a un puñado, pero en lugar de deshacerse de los demás con gusto, se dirigió hacia ellos con lo que, incluso tras el transcurso de casi dos milenios, suena de manera inconfundible a exasperación. «Oh, gente terrible —dijo—. Si queréis morir tenéis acantilados de los ...more
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En el 311 d.C., san Antonio, al oír que en la cercana Alejandría había una persecución en pleno apogeo, corrió desde su morada en el desierto hasta la ciudad. Allí, salió vestido de blanco «para llamar la atención del juez mientras pasaba, pues Antonio ardía en deseos de martirio». Por desgracia para él, el juez no vio al santo o no le prestó atención. Antonio regresó a casa, «entristecido por el hecho de que a pesar de su deseo de sufrir en el nombre de Dios, no le fue concedido el martirio».[188] Una vez de vuelta en su celda, Antonio se consoló por la continuación de su existencia añadiendo ...more
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Otros cristianos a los que se privaba de la ejecución recurrían, en cambio, al suicidio. En el norte de África, en el siglo IV, los habitantes contemplaban horrorizados cómo fieles y «hombres trastornados [...], porque aman el nombre mártir y porque desean el elogio humano más que la caridad divina, se matan a sí mismos».[189] Los métodos de suicidio variaban, pero ahogarse, prenderse fuego y arrojarse a los precipicios estaban entre los más populares. Fuera cual fuese el procedimiento, el objetivo siempre era el mismo, el martirio, la gloria eterna en el cielo y la fama eterna en la tierra, o ...more
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los romanos de esas narraciones quieren que los cristianos hagan sacrificios no porque deseen que se condenen en la próxima vida, sino porque desean salvarlos en esta. Simplemente, no quieren ejecutarlos.
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El prefecto le implora al cristiano que piense en su desolada familia, que se evite el dolor a sí mismo, que se marche libre. «Dobleguen tu locura las lágrimas de tantos y, mirando por tu juventud, sacrifica —dice—. Ahórrate la muerte.» Cuando el cristiano se niega a transigir, Probo lo intenta una vez más; «Siquiera por ellos [tus hijos], sacrifica». Cuando el cristiano permanece incólume, Probo hace una advertencia más explícita: «Mira por ti, joven. Sacrifica si no quieres que te consuma a tormentos».[197] El cristiano se niega y muere, pero no porque Probo no intentara evitarlo.
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Piensa en tu futuro matrimonio, le implora. «Mira cuántos goces puedes disfrutar [...]. Tu casa, deshecha en lágrimas, te reclama [...]. Vas a caer, capullito tierno, en vísperas de esponsales [...]. ¿No te mueve [...] ni el amor sagrado de tus ancianos padres, a quienes vas a quitar la vida con tu temeridad?»[198] Eulalia también le ignora.
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Algunos oficiales romanos de estas historias intentaban —sin éxito— disuadir con buen ánimo a los cristianos. «Abandona esta locura y muéstrate de buen humor con nosotros», ordena uno.[199] Otro «ministro de Satanás» cuestiona qué persona inteligente «escogería renunciar a la luz más dulce y preferir antes a la muerte».
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Es una pregunta que formulan muchos gobernadores romanos, estupefactos. «¿No ves la belleza de este agradable clima? —exhorta uno—. No hallarás placer ninguno si matas a...
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En una historia, un prefecto le dice a un cristiano: «No te pediré sacrificios. No tendrás que hacer ninguno. Simplemente coge un poco de incienso, un poco de vino y una rama y di: “Zeus el más elevado, protege a este pueblo”».[204]
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En África, por ejemplo, no se conoce a ningún gobernador que ejecutara a cristianos hasta el año 180. Los mártires cristianos fueron «cientos, no miles», según el académico W. H. C. Frend.[206]
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Plinio describió el cristianismo como nada más que una «superstición perversa y desmesurada».
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Durante mucho tiempo, los romanos se esforzaron por comprender por qué los cristianos no podían limitarse a añadir la adoración de ese nuevo dios cristiano a la de los ya existentes. Se sabía que el cristianismo había surgido del judaísmo, y que los judíos incluso habían rezado y ofrecido sacrificios a Augusto y a los emperadores posteriores en su templo. Si ellos lo habían hecho —y la suya era una religión más antigua—, ¿por qué no podían hacer lo mismo los cristianos?
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El monoteísmo, en el rígido sentido cristiano, era impensable para los politeístas. «Si has reconocido a Cristo —dijo un oficial—, reconoce también a nuestros dioses.»[211] Y no era solo impensable, sino, para muchos, innecesario, a tal punto que resultaba histriónico. Como afirmó concisamente un prefec...
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Luciano describió con desdén a los cristianos como unos «infelices [que] están convencidos de que serán totalmente inmortales y vivirán eternamente, por lo que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan a ella voluntariamente»[214].
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Los romanos encontraban a menudo a los cristianos ofensivamente irritantes en los tribunales; no sin razón, si hay que creer las actas de los mártires. Los cristianos escupían, metafórica y literalmente, en el proceso legal romano.
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Los emperadores romanos querían obediencia, no mártires. No tenían ningún deseo de abrir ventanas en las almas de los hombres ni de controlar lo que pasaba en ellas. Eso sería una innovación cristiana.
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A muchos romanos no les gustaban los cristianos. Les parecía que su comportamiento huraño era ofensivo, que sus enseñanzas eran una locura; su fervor irritante y su rechazo a ofrecer sacrificios al emperador insultante. Pero durante los 250 años posteriores al nacimiento de Cristo, la política imperial respecto a ellos fue, primero, ignorarlos, y, después, declarar que no debían ser acosados.
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Menos de cincuenta años después de Constantino, se anunció la pena de muerte para quien se atreviera a ofrecer sacrificios.[221] Poco más de un siglo después, en el 423 d.C., desde el cristianismo gobernante se anunció que se eliminaría a cualquier pagano que aún sobreviviera. Aunque, se añadía con confianza y de manera ominosa: «No creemos que quede ninguno».[222]
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pocas personas conocen el templo de Serapis. Eso es porque en el 392 d.C. un obispo, con el apoyo de una banda de cristianos fanáticos, lo redujo a escombros.
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«Alejandrías» fundadas por Alejandro Magno (un hombre al que es difícil acusar de modestia), era una ciudad admirablemente elegante. Bajo el abrasador sol egipcio, sus amplios bulevares estaban trazados en la forma de una elegante cuadrícula, que permitía que la agradable brisa marina corriera por ellos y los refrescara.
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del dios Serapis. Como la ciudad grecoegipcia sobre la que descansaba, este dios era un híbrido internacional. Al mirar su atractivo perfil barbado, podías pensar que estabas mirando al propio Júpiter, aunque era suficientemente egipcio para que otros lo llamaran Osiris. Una amalgama inmortal que, decían algunos, se había concebido con el propósito de crear armonía entre las distintas razas que se mezclaban en la ciudad, para que rezaran juntas en lugar de enfrentarse. Quizá eso no tuviera ningún sentido, pero, aun así, Serapis había actuado como un diplomático divino extremadamente eficaz, ...more
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la destrucción no se llevó a cabo tanto por reverencia al Señor como por pura avaricia. En su relato, los cristianos no eran guerreros virtuosos, sino rufianes y ladrones. Lo único que no robaron, observó mordazmente, fue el suelo, que se quedó ahí «simplemente a causa del peso de las piedras, que no era fáciles de mover de su sitio».
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«la quema de los libros fue parte del advenimiento y la imposición del cristianismo».
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El motivo por el que ese hombre de «natural vileza» e «impiedad» se había convertido, escribió un historiador no cristiano, no era ninguna cruz celestial en llamas, sino que, tras haber matado a su mujer poco antes (supuestamente, la había hervido durante un baño porque sospechaba que mantenía una relación con su hijo), estaba abrumado por la culpa. Pero los sacerdotes de los antiguos dioses fueron intransigentes: Constantino estaba demasiado contaminado, dijeron, para ser purificado de esos crímenes. Ningún ritual lo podía limpiar. En ese momento de crisis personal, Constantino entabló ...more
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La Iglesia, tan recientemente perseguida, se encontró de repente como inesperada receptora de asombrosas cantidades de dinero. A un obispo le dijeron que si pedía cualquier suma que necesitase al funcionario de finanzas del emperador, este tenía «órdenes para que se preocupase de pagarte sin la menor vacilación».[240] Se decretaron beneficios fiscales para las tierras de la Iglesia, se exoneró a los clérigos de las obligaciones públicas, se agasajaba a los obispos con regalos y banquetes, se concedían asignaciones anuales a viudas, vírgenes y monjas...
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La advenediza cristiandad existía desde hacía apenas tres siglos. Constantino había adoptado esa «superstición» tan solo dos décadas antes. La
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Existía un buen precedente bíblico para estas acciones. En el Deuteronomio, Dios había ordenado al pueblo elegido que derribara altares, quemara arboledas sagradas y destruyera las imágenes talladas de los dioses.[244] El que Constantino atacase los templos no lo convertía en un vándalo. Estaba llevando a cabo la buena obra de Dios.
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monoteísmo ofrece poderosas armas a aquellos que desean la intransigencia.
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¿Y qué recomendaba exactamente Dios como castigo para la idolatría? El Deuteronomio era claro; toda persona que la practicara debía ser apedreada hasta morir. ¿Y si una ciudad entera se sumía en ese pecado? Una vez más, la respuesta era clara; se decretaba «la destrucción».[253]
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Se desarrolló un mercado de arte saqueado, y los cristianos, arriesgándose a las represalias de los demonios, se pusieron a retirar y vender las estatuas particularmente valiosas. A su vez, los politeístas, dándose cuenta de que un buen pedigrí artístico podía salvar a una estatua de la mutilación, empezaron a cincelar falsas atribuciones en sus bases. De repente, en el pedestal de muchas estatuas mediocres se afirmaba, de manera completamente falsa, que aquella era la obra de uno de los grandes escultores griegos —Políclito o Praxíteles— para salvarlas de los martillos cristianos.
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Muchos se convirtieron libre y felizmente al cristianismo (lo que fuera que significase la «conversión» en esa época), pero muchos otros no. En el supuesto momento en que Constantino vio la cruz en llamas, la inmensa mayoría del imperio no era cristiano. Las cifras exactas son muy difíciles de valorar, pero entonces los cristianos eran claramente una minoría. Se ha estimado que sumaban entre un siete y un diez por ciento de la población total del imperio. Eso significa que solo entre cuatro y seis millones de personas en una población de alrededor de sesenta millones eran cristianas. Quedaban ...more
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La historia la escriben los vencedores, y la victoria cristiana fue absoluta. La Iglesia dominó el pensamiento europeo durante más de un milenio. Hasta 1871, la Universidad de Oxford exigía que todos sus estudiantes fueran miembros de la Iglesia de Inglaterra y, en la mayoría de los casos, para recibir una beca en un college de Oxford había que estar ordenado.[265]