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casa. Pero desde las ventanas pude hacerme una idea de la propiedad: en el patio trasero estaban la bodega, los árboles frutales, una hortaliza y, por supuesto, las ringleras
y vivía con su mujer en la colonia 5 de Noviembre. Lo capturó un campesino borrachín que había llegado a la colonia unas semanas atrás en busca de trabajo como jardinero; parecía un muerto de hambre, pedigüeño,
empresa y también profesor de matemáticas en Merlow College. Había un par de fotos suyas: un sujeto medio calvo, de barba rala
estacionó un poco adelante. Era un Chevrolet
conducía, el Viejo me explicó que la operación consistía en comprar un cargamento de fierros
despacio. La calle era de dos sentidos.
guarida final —comenté.
tomara una habitación de un motel a inmediaciones
matar por dinero, Viejo. Menos por encargo de esa gente. No me hace clic. Se limpió las encías
de ésas, hurgando en mi pasado, los fisgones
temblaban y nunca he tenido ni tendré la habilidad de esos chicos que con los dedos pulgares escriben en el teléfono con la velocidad de una mecanógrafa. Después de enviar el mensaje me tendí en la cama, aquejado
doquier, se lo había escuchado a un parroquiano
Guatemala, el peor de todos, que no me extrañaría que la misma banda y la niña ya lo estuvieran amenazando con otra fechoría
involucrados ella de inmediato reaccionaba con furia y lo hacía a un lado: del sofá desde donde él siempre había visto la televisión, de su sitio en la mesa del comedor, del columpio
pese a estar consciente de que temprano a la mañana siguiente debía partir hacia los Archivos Nacionales de College Park para iniciar mi investigación sobre el malogrado poeta Roque Dalton, como a eso de las siete y media de la tarde, presa del desasosiego,
expresión que
los pocos instantes, no fue la voz del rubio de gafas redondas la que escuché a mi lado, sino la de ella quien me preguntaba «¿Puedo?», al tiempo que se acomodaba en el taburete
llamaba Mina. La observé con atención: de tez blanca,
incontinente que vomita su vida en la barra y se jacta
nosotros guardábamos silencio, ella quizá sopesando si quería meterse más en su berenjenal, yo preguntándome si ellos, la pareja, eran parroquianos del bar porque en más de una ocasión noté miraditas por el rabillo del ojo de algunos comensales,
que ya me había infectado y que yo contagiaría a quienquiera que se pusiese a mi alcance para escucharla, pero aún tuve un atisbo de lucidez para comprender que eso hubiese significado ponerme de parte del energúmeno
hacia los sanitarios, contemplé de reojo su espléndido trasero ceñido por el corto vestido veraniego, y en un acto reflejo mi vejiga
había escapado, aburrido con su historia, suele suceder que los conflictos de pareja sólo sean interesantes para las propias parejas y sus confidentes, y lo dijo con cierto hartazgo,
y sólo lo hace aburrido la forma en que cada persona lo cuenta, por lo general como víctima de la incomprensión del otro, que le podía apostar que su pareja ya estaba regando
despejado el camino, hacer con él lo que se le antojara,
público, que poco le faltaba comenzar a hurgarse
dificultad que tuve para ensamblar su nombre con
de mis ahorros en el boleto y en mi manutención
llegue a un país cuyo idioma no hablaba y en el que por ello mis posibilidades de conseguir un empleo eran casi nulas, y para rematar
agenda, le gustaba de todo y por todos lados, exudaba una perversión que me tenía tomado por los cojones, esperaba cada acostón con la ansiedad del reo encerrado en una ergástula
pobres de países en conflicto, sino porque ella pertenecía a esa generación de alemanes que no quiere ser asociada con la brutalidad de sus abuelos y para ello se la pasan pregonando
eso no le importó que yo fuera latino, chaparro
las veces que lograba una erección me era imposible venirme, digo yo que un mecanismo de defensa se había activado en mi psiquis, por lo que Petra fue pasando de la ansiedad al agravio, y enseguida al desquiciamiento
incertidumbre de si era una experta en las lides
sido la primera vez que algo así sucediera, con la de casos que salen en la prensa, habida cuenta de la obsesión que tienen los puritanos que gobiernan este país por reglamentar y reprimir los impulsos del prójimo,
vigilancia con que a uno lo acosan para que uno no acose, de locos, que el enjambre de leyes, cámaras, escuchas telefónicas e intervención de cuentas de e-mail era de una envergadura
su marido, se había largado del bar enfadado, en verdad como energúmeno, porque ella se había atrevido a cuestionarlo luego
mayor cortesía, ataviada con unos pants holgados,
e-mail—, secretaria de un bufete de abogados, y cuando empecé a echarme el rollo introductorio sobre la salsa, me dijo de buena manera que dejara de gastar saliva en balde,
de Taunusstrasse y Elbastrasse, en ese quinto piso estaba ella vistiendo sólo una tanga
autobús que me llevaría de los Archivos a la estación Greenbelt apareció en ese instante, por lo que tuve que salir de mi ensueño,
11 No me parece que a todo el mundo le suceda, pero a mí me aburre ser quien soy y mucho más andar de bar en bar pregonando la misma historia sobre mi vida,
verdad a nadie interesa, menos a esas personas tan correctas que siempre dirán «awesome» con una sonrisa que más parece mueca,
gente podía incluso creer que éramos originarios de esa zona que nos marcó profundamente, aunque nos largáramos a principios de la década de los ochenta, cuando arreciaron
una foto por e-mail para que ella la viera y la mostrara a sus colegas, alguna lo habría visto, murmuró tan cerca de mí que pude sentir la ginebra en su aliento. Me repantigué
tanto que nuestra percepción del mundo cambia,
va por el camino correcto, dijo mordiéndose el labio inferior, que comenzaba a extraviársele la mirada, y enseguida bajó otra vez su mano para sujetar mi pie por el empeine
relación estaba acabada, tal como me había dicho
12 Que yo me equivoqué, ni quién lo dude, pues donde creí ver una baladronada
mujer estaba dispuesta acostarse conmigo mientras buscaba pruebas para divorciarse era porque algo se le patinaba en la mollera,