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by
Paul Johnson
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September 13 - September 25, 2018
Hebrón posee una belleza venerable. Transmite la paz y la quietud característica de los antiguos santuarios; sin embargo, sus piedras son testigos mudos de luchas constantes y de cuatro milenios de disputas religiosas y políticas.
No deja de ser curioso que, durante más de tres cuartas partes de su existencia como pueblo, la mayoría de los judíos hayan vivido fuera de la tierra que consideran suya. Y hoy la situación es la misma.
Bajo la influencia de Hegel y sus seguidores, la revelación cristiana y judía, según aparece en la Biblia, fue reinterpretada como un proceso sociológico determinista que partía de la superstición tribal primitiva para llegar a la eclesiología urbana culta.
No decimos que el Dios judío se identifica de ningún modo con la naturaleza, todo lo contrario.
Además Noé no es sólo el primer hombre real de la historia de Israel: su relato anticipa elementos importantes de la religión judía.
Todo este material del Génesis relacionado con los problemas de la inmigración, los pozos de agua y los contratos y derechos de primogenitura es fascinante, porque sitúa firmemente a los patriarcas en su contexto histórico y atestigua la gran antigüedad y la autenticidad de la Biblia.
Con esta salvedad, es el fundador de la cultura religiosa hebrea, pues inaugura sus dos características destacadas: la alianza con Dios y la donación de la Tierra.
Es significativo que los judíos convirtieran los cinco primeros libros de la Biblia, el Pentateuco, en el núcleo de su Torá o fe, porque se referían a la Ley, la promesa de la tierra y su cumplimiento.
cuando Jacob fue rebautizado por mandato divino con el nombre de Israel —por así decirlo, el momento en que nació la nación—, aparece en lo que es quizás el pasaje más misterioso y oscuro de la Biblia, es decir la lucha de Jacob con el ángel, que se prolonga toda la noche.
En cuanto jefe nacional epónimo, Jacob-Israel fue también el padre de las doce tribus que en teoría formaban este pueblo. Esas tribus, Rubén, Simeón (Leví), Judas, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Efraím y Manasés, descendían todas de Jacob y sus hijos, según la tradición bíblica.
La adopción por Jacob del nombre de Israel señala el punto en que el Dios de Abraham se instala en el suelo de Canaán, se identifica con la progenie de Jacob, los israelitas, y pronto se convierte en el todopoderoso Yahvé, el dios del monoteísmo.
podemos llegar a la razonable certeza de que el Éxodo se produjo durante el siglo XIII a. C. y había terminado alrededor de 1225 a. C.
Si Abraham fue el patriarca, Moisés fue la fuerza esencialmente creadora, quien moldeó el pueblo; con él y por medio de él se convirtieron en un pueblo peculiar, con un futuro nacional.
pero también un hombre de intensa espiritualidad, que amaba la comunión solitaria consigo mismo y con Dios lejos de las ciudades, con visiones y epifanías y apocalipsis; y sin embargo, no era un ermitaño ni un anacoreta, sino una fuerza espiritual activa en el mundo, un ser que odiaba la injusticia, buscaba fervientemente crear una utopía, un hombre que no sólo actuaba como intermediario entre el Dios y el hombre, sino que trataba de adaptar el idealismo más intenso a las medidas del estadista práctico, y los conceptos nobles a la vida cotidiana.
La civilización egipcia era muy antigua y muy infantil, y el alejamiento de los israelitas debe interpretarse como un gesto en pos de la madurez.
Los egipcios eran sumamente hábiles con las manos, y poseían un gusto visual impecable, pero sus conceptos intelectuales resultaban extremadamente arcaicos.
En la Antigüedad tardía, los eruditos judaicos organizaron las leyes en seiscientos trece mandamientos, constituidos por doscientos cuarenta y ocho mandamientos obligatorios y trescientas sesenta y cinco
en general, los animales «limpios» eran exclusivamente herbívoros, de pezuña hendida y rumiantes: buey, carnero, cabra, ciervo, gacela, gamo, cabra montés, antílope, búfalo, gamuza.
De todos modos, los israelitas fueron el primer pueblo que aplicó sistemáticamente la razón a los temas religiosos.
Todos los israelitas son iguales ante Dios, y por consiguiente iguales ante su ley. La justicia es para todos, al margen de otras desigualdades posibles. Todos los tipos de privilegio están implícitos y explícitos en la ley mosaica, pero en las cuestiones esenciales esa ley no distingue entre las diversas variedades de fieles. Además, todos compartían la aceptación de la alianza; era una decisión popular, incluso democrática.
Es el ejemplo más destacado de la idea de que el Libro de los Jueces expresa una y otra vez, a saber, que el Señor y la sociedad a menudo utilizan los servicios de tipos semicriminales, proscritos e inadaptados, que gracias a sus hazañas se convierten en héroes populares, y después, con el tiempo, en héroes religiosos.
En una frase o dos se delinean caracteres vivaces y se diría que emergen de la página; un detalle ingeniosamente elegido infunde vida al ambiente; la narración es rápida y hábil.
«¿Me faltan acaso locos, que me habéis traído a éste para que haga el loco en mi
Sin embargo, en estas moralidades históricas no se trata sólo del bien y el mal; hallamos todos los matices de la conducta, y sobre todo patetismo, una tristeza intensa, el amor humano en toda su complejidad, sentimientos que nunca antes el hombre había expresado verbalmente.
Ciertamente, se juzgaba a los profetas de acuerdo con su capacidad de predicción. Hombres así aparecían por doquier en el Oriente Próximo antiguo.
Casi desde el principio, los profetas atribuyeron más importancia al contenido que a las formas de la religión, y así inauguraron uno de los grandes temas de la historia judía, e incluso del mundo. Como dijo el propio Samuel: «Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros.»155 Defendían los elementos puritanos y fundamentalistas de la religión, en contraposición a las ceremonias vacías y los interminables sacrificios de los sacerdotes.
David se convirtió en el rey más carismático y popular que tuvo jamás Israel, el rey y gobernante arquetípico, de modo que durante más de dos mil años después de su muerte los judíos recordaron su reinado como una edad de oro.
Los judíos, a diferencia de los griegos y más tarde los romanos, no reconocían conceptos como la ciudad, el Estado o la comunidad como abstracciones dotadas de personalidad, derechos y privilegios legales. Uno podía cometer pecados contra el hombre, y por supuesto contra Dios; y esos pecados eran delitos; pero no había nada parecido a un delito o pecado contra el Estado.171 Esta cuestión plantea
En su ancianidad, David designó al sucesor. El hijo elegido, Salomón, no era un general en activo, sino un juez-erudito de la tradición mosaica, el único de los hijos que podía cumplir los deberes religiosos de la monarquía, el único que David sin duda consideraba esencial para preservar el equilibrio constitucional israelita.
Josefo nos cuenta que Salomón celebraba concursos de acertijos con Hiram de Tiro, otro gran monarca dedicado al comercio. Ésta no era una forma desusada de intercambio diplomático al principio de la Edad del Hierro, e implicaba fuertes apuestas en efectivo —a veces ciudades— y era parte del proceso de regateo.
El sanctasanctórum, con su querubín de madera como protector, revestido de oro, fue construido para contener las veneradas reliquias del culto de la antigua religión del Eterno: el Arca de la Alianza, como primera y principal reliquia, y (de acuerdo con la tradición talmúdica) el cayado de Moisés, la vara de Aarón, el jarro de maná y el almohadón sobre el cual descansó la cabeza de Jacob cuando tuvo su sueño de la
Según la creencia israelita rigurosa, el Arca era simplemente un depósito para los mandamientos de Dios. No era un objeto de culto que mereciese veneración.
La riqueza mercantil financió el esfuerzo de los escribas y la tarea de mantener la fe de los judíos.
Si el individuo asumía la responsabilidad de obedecer la Ley, debía saber qué era la Ley.
«Y llevarás dentro del corazón estos mandamientos que hoy te doy. Y los inculcarás a tus hijos y hablarás de ellos cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y los tendrás atados como señal en tu mano y serán como frontales entre tus ojos. Y los tendrás escritos en las jambas de las puertas
Jeremías fue el primero que percibió la posibilidad de que la impotencia y la bondad estuviesen más o menos relacionadas, y de que el gobierno extranjero fuese preferible al gobierno propio, acercándose de este modo al concepto de que el Estado era intrínsecamente perverso.
El pueblo de Israel no tenía grandes artesanos, ni pintores o arquitectos. Pero escribir era su inclinación nacional, casi su obsesión.
La atención dispensada a la Biblia, en la búsqueda del texto auténtico, en el campo de la exégesis, la hermenéutica y el comentario, supera de lejos la que ha merecido cualquier otra obra de la literatura.
Algunos son obras maestras, que arrancan ecos en los corazones de todos los tiempos y lugares: el Salmo 22, que clama pidiendo ayuda; el Salmo 23, con su sencilla confianza; el 39, epítome de la angustia; el 51, que ruega compasión; el 91, gran poema de la seguridad y el consuelo; el 90, el 103 y el 104, que celebran el poder y la majestad del Creador y los vínculos entre Dios y el hombre; y los salmos 130, 137 y 139, que sondean las profundidades del sufrimiento humano y ofrecen mensajes de esperanza.
El Eclesiastés, escrito por Qohélet o «predicador», es una obra brillante, sin parangón en el mundo antiguo. Su tono frío y escéptico, que a veces roza el cinismo, y contrasta tan intensamente con la sinceridad apasionada de los Salmos, ilustra la gama extraordinaria de la literatura judía, con la cual sólo los griegos podían competir.
Porque, al fin y al cabo, Job expresa el interrogante fundamental que ha desconcertado a todos los hombres y especialmente a los de fe vigorosa: ¿por qué Dios nos hace estas cosas terribles? Job es un texto de la Antigüedad y también de la modernidad, un texto consagrado especialmente a ese pueblo elegido y maltratado, los judíos; es, sobre todo, un texto para el
Pero la gran fuerza dinámica estaba agotándose, y cuando al fin el canon fue santificado, al principio de la era cristiana, la historia judía, una de las glorias de la Antigüedad, cesaría durante un milenio y medio.
Apareció una institución nueva y revolucionaria en la historia de la religión: la sinagoga —prototipo de la iglesia, la capilla y la mezquita—, donde se leía y enseñaba sistemáticamente la Biblia.
No tenían inconveniente en pagar los impuestos exigidos por el conquistador, si les dejaban practicar en paz su religión.
Como la mayoría de las luchas anticoloniales, no comenzó con un ataque a la guarnición, sino con el asesinato de un partidario local del régimen.
En el lapso de dos años, de 166 a 164 a. C., expulsaron a todos los griegos de la región que circunda Jerusalén. En la ciudad misma encerraron a los reformadores y los seléucidas en el Acra y limpiaron el Templo de sus sacrilegios, reconsagrándolo a Yahvé en un servicio solemne celebrado en diciembre de 164 a. C., un episodio que los judíos todavía celebran en la festividad de la Janukká, o Purificación.