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October 24 - October 28, 2022
¡Esa criaturita del bote era un Nac Mac Feegle! —exclamó—. ¡La más temida de todas las razas feéricas! ¡Incluso los trolls huyen de los pequeños hombres libres! ¡Y uno de ellos la ha avisado y todo! —Entonces, ella es la bruja, ¿no? —preguntó la voz.
Sin embargo, a veces su padre insistía en que los Dolorido (o Dolorydo, Dolido, Dilirido o Tolodido, porque la ortografía siempre había sido más o menos optativa) aparecían en documentos antiguos de la zona de hacía cientos y cientos de años. Decía que la familia llevaba las colinas en los huesos y que siempre habían sido pastores.
Decía: «Otro día de trabajo y sigo Dolorido»; o: «Me levanto Dolorido por la mañana y me voy a la cama Dolorido»; o incluso: «Dolorido de la cabeza a los pies». No eran tan graciosos después de la tercera vez, aunque Tiffany lo echaba de menos si no oía al menos uno a la semana. No tenían por qué ser divertidos, porque eran chistes de padre. En cualquier caso, lo escribiesen como lo escribiesen, todos sus antepasados se habían sentido demasiado Doloridos para marcharse.
Salió corriendo de su escondite, sartén en mano, blandiéndola como si fuese un bate. El monstruo apareció gritando, surgió del agua de un salto y se encontró con la sartén que venía por el otro lado y le aplastó la cara. Fue un porrazo de los buenos, con el ¡clooonnnggg! característico de un porrazo bien dado.
Parecían hojalateros, pero ella sabía que, entre ellos, no había ni uno solo que supiese cómo arreglar un hervidor. Lo que hacían era vender cosas invisibles y, después de vender lo que tenían, seguían poseyéndolo; vendían lo que todos necesitaban, aunque a menudo no querían; vendían la llave del universo a personas que ni siquiera sabían que estuviese cerrado. —No puedo hacerla —dijo la señorita Lento, enderezándose—, ¡pero puedo enseñarla!
Y eso era Klatch: un camello en el desierto. Se había preguntado si no habría algo más, pero, al parecer, «Klatch = camello, desierto» era lo único que sabían todos.
Iban de pueblo en pueblo dando cortas lecciones sobre muchos temas. Se mantenían aparte de los demás viajeros y tenían un aspecto misterioso con sus togas harapientas y sus extraños sombreros cuadrados. Utilizaban palabras largas, como «hierro ondulado» y llevaban una vida dura, ya que vivían de la comida que podían ganarse dando clases a cualquiera que quisiera escucharlos. Cuando no los escuchaba nadie, se alimentaban de erizos asados. Dormían bajo las estrellas: los profesores de matemáticas las contaban, los de astronomía las medían y los de literatura les daban nombres.
El profesor apuntó con el pulgar a la tiendecita del final de la hilera, que era negra y bastante cochambrosa. No tenía carteles ni tampoco un solo signo de exclamación. —¿Qué enseña? —No sabría decírtelo —respondió el profesor—. Ella dice que a pensar, aunque no sé cómo se puede enseñar semejante cosa. Me debes una zanahoria, gracias. Cuando se acercó más, la chica vio una notita clavada en el exterior de la tienda que decía, en letras que susurraban, más que gritar:
Tiffany leyó el cartel y sonrió. —Ajá —dijo. No había dónde llamar, así que, en voz más alta, añadió—: toc, toc. —¿Quién es? —respondió una voz de mujer desde el interior. —Tiffany. —¿Tiffany qué? —Tiffany, la que no está intentando contar un chiste. —Ah. Suena prometedor, adelante.
¿Sabías que antes les prendían fuego? Tenga el sombrero que tenga, tú dirías que prueba que soy una bruja, ¿verdad? —Bueno, la rana que tiene sentada encima también da una pequeña pista. —En realidad soy un sapo —intervino la criatura, que había estado observando a Tiffany desde las flores de papel. —Eres muy amarillo para ser un sapo. —He estado un poco enfermo —dijo el sapo. —Y hablas. —Solo tienes mi palabra al respecto —respondió el sapo, desapareciendo de nuevo entre las flores—. No puedes demostrar nada.
¿De verdad es una bruja? —Ay, por-fa-vor. Sí, sí, soy una bruja: tengo un animal que habla, tendencia a corregir las faltas de los demás (es «retruécano», por cierto, no «retruecando»), me fascina meterme en los asuntos ajenos y sí, también tengo un sombrero puntiagudo.
Después de aprender magia, es decir, de aprenderla de verdad, de aprender todo lo que se pueda aprender sobre ella, tendrás todavía que aprender la lección más importante. —¿Cuál es? —A no usarla. Las brujas no usan la magia a no ser que de verdad tengan que hacerlo.
Ya puestos, el libro nunca daba pruebas de nada. Hablaba de un «apuesto príncipe», pero ¿de verdad lo era, o solo decían que era apuesto porque era un príncipe? En cuanto a la «muchacha que era tan bella como largo el día»... bueno, ¿qué día? ¡En pleno invierno casi no había luz! Los cuentos no querían que pensaras, solo que creyeras en lo que te contaban...
Te decían que la vieja bruja vivía sola en una casita extraña hecha de mazapán, o que corría por ahí con patas de gallina gigantes y hablaba con animales, y que podía hacer magia. Tiffany solo había conocido a una anciana que vivía sola en una casita extraña... Bueno, no, no era del todo cierto. Pero solo había conocido a una anciana que vivía en una casita extraña que se movía de un lado a otro, y esa era la abuela Dolorido. Y su abuela podía hacer magia, magia de ovejas, y hablaba con los animales, y eso no tenía nada de malo. Y demostraba que no podía creerse en los cuentos.
¿Acaso tenía el libro alguna aventura protagonizada por gente con ojos y pelo marrones? No, no, no... era la gente rubia con ojos azules y los pelirrojos con ojos verdes los que se quedaban con los cuentos.
Porque allí arriba, el silencio tenía un ruido: sonidos, voces y ruidos de animales que flotaban hasta las lomas, y, de algún modo, hacían que el silencio fuese más profundo y complejo.
Bueno, ese tipo de maldiciones no son maldiciones propiamente dichas, sino más como «¡porras!», «¡repámpanos!», «¡jolines!», «¡joroba!»... ya sabes. Las maldiciones son más en plan: «Espero que te explote la nariz y las orejas te salgan volando». —Creo que las maldiciones de la abuela eran un poco más que eso —respondió Tiffany, muy segura—. Y hablaba con sus perros. —¿Y qué tipo de cosas les decía? —Bueno, cosas como «ven» o «aquí» y «así está bien». Siempre hacían lo que ella les decía. —Pero eso no son más que órdenes para perros ovejeros —replicó la señorita Lento, con aire desdeñoso—. No
...more
Las brujas tienen animales con los que pueden hablar, que se llaman familiares. Como su sapo. —Yo no soy familiar —protestó una voz, entre las flores de papel—, solo un poco atrevido.
Después, Tiffany creció y supo que «jiggit» quería decir «veinte» en Yan Tan Tethera, el antiguo lenguaje de contar de los pastores. La gente mayor seguía usándolo para contar cosas que creían especiales, y ella era la nieta número veinte de la abuela Dolorido.
Y las cosas no dejaban de ser mágicas solo porque descubrieras cómo se hacían.
Tengo seis hermanas, yo soy la más pequeña. La mayoría ya no viven con nosotros. —Y después dejaste de ser la pequeña, porque tuviste a tu querido hermanito, que, además, es el único varón. Tuvo que ser una sorpresa muy agradable.
Esto... la gente cree que estaba pidiendo limosna, pero nadie le abrió la puerta y, hum... hacía frío aquella noche y... se murió. —Y era bruja, ¿no? —Todos decían que lo era —respondió Tiffany. En realidad, no quería hablar sobre el tema. Nadie de las aldeas de por allí quería hablar sobre el tema. Tampoco querían acercarse a las ruinas de la casita del bosque. —¿Tú no lo crees?
Y después de que Roland desapareciese, fueron a su casa, miraron en el horno, excavaron en el jardín y le tiraron piedras al viejo gato hasta que se murió, y la echaron de su casa, amontonaron todos los libros en el centro de la habitación y les prendieron fuego, y quemaron toda la casa hasta los cimientos, y todos dijeron que era una vieja bruja.
Puedo deshacer nudos con los dientes y tengo un Certificado de Natación de Oro del Colegio de Quirm para Jóvenes Damas. Todas las horas que pasé tirándome a la piscina con la ropa puesta fueron una buena inversión. —Se inclinó hacia delante—. Deja que adivine qué le pasó a la señora Snapperly: vivió desde ese verano hasta que llegó la nieve, ¿verdad? Robaba comida de los graneros y, probablemente, las mujeres le daban comida por la puerta de atrás cuando los hombres no miraban, ¿me equivoco? Supongo que los chicos mayores le tiraban cosas cuando la veían.
Tenía justo la misma pinta que las brujas de los cuentos, eso lo veía cualquiera con dos dedos de frente. —Sí —respondió la señorita Lento, suspirando—, pero a veces es muy difícil encontrar a alguien con dos dedos de frente cuando lo necesitas.
Para que ese tipo de cosas no vuelvan a suceder —respondió Tiffany. «Incluso enterró al gato de la vieja bruja —pensó la señorita Lento—. ¿Qué clase de niña es esta?» —Buena respuesta. Puede que llegues a ser una bruja decente algún día, aunque yo no enseño a ser bruja, sino a saber sobre las brujas. Las brujas aprenden en una escuela especial.
De todos modos, te daré un consejo gratis. —¿Me costará algo? —¿Qué? ¡Si te acabo de decir que es gratis! —Sí, pero mi padre dice que los consejos gratis a menudo salen caros.
De hecho, todos los pastores la observaban. La abuela nunca jamás entró en la competición, porque ella era el concurso: si pensaba que eras un buen pastor, si asentía con la cabeza cuando salías de la pista, si chupaba su pipa y decía «eso servirá»... ibas todo el día henchido de orgullo, te sentías dueño de la Caliza...
Muchas de las historias resultaban sospechosas, en su opinión. Por ejemplo, estaba la que terminaba con los dos niños buenos metiendo a la bruja malvada en el horno de la mujer.
Será mejor hacer lo que dice. Fastidiósenos el inventu. Non conviene jugársela a un Dolorido, y esta es una arpía. Aporreó a Jenny, eso non habíalo hecho nunca nadie. —Sí, non había pensádolo...
Tiffany era, en general, una persona bastante sincera, pero le parecía que algunas veces las cosas no se dividían fácilmente en verdades y mentiras, sino que había «hechos que la gente tiene que saber en estos momentos» y «hechos que la gente no tiene por qué saber en estos momentos».
Tenemos una obligación —repitió Tiffany, en voz más baja y recorriendo el campo con una mirada feroz—. Sé que podéis oírme, seáis lo que seáis. Si esa oveja no vuelve, habrá... problemas...
Ah, sí —dijo el sapo—. ¡Has contraído a los Nac Mac Feegle! —¡Nevaba, pero luego no había nevado! ¡Me ha perseguido un jinete sin cabeza! Y uno de los... ¿cómo has dicho que se llamaban? —Nac Mac Feegle —respondió el sapo—, también conocidos como pictsies. Se hacen llamar los pequeños hombres libres.
No, son rebeldes. —¿Rebeldes? ¿Contra quién? —Contra todos, contra cualquier cosa —respondió el sapo—. Ahora, recógeme. —¿Por qué? —Porque en ese pozo de ahí hay una mujer que te está mirando raro. Méteme en el bolsillo de tu delantal, por lo que más quieras.
Entonces ¿por qué te hechizó la señorita Lento? —¿Ella? No, ella no puede hacer algo semejante. Convertir a alguien en sapo y dejar que se siga creyendo humano es magia de la seria. Fue un hada madrina. Nunca enojes a una mujer con una estrella pinchada en un palo, jovencita. Tienen un pronto muy peligroso.
Es que hay poca gente que haya querido hacerlo jamás. No son como los duendecillos. Si los Nac Mac Feegle se te meten en casa, es mejor mudarse. —Suspiró—. Dime, ¿tu padre tiene afición a la bebida? —A veces se toma una cerveza —respondió Tiffany—. ¿Qué tiene eso que ver? —¿Solo cerveza? —Bueno, tienen no sé qué cosa que mi padre llama «linimento especial para ovejas». La abuela Dolorido lo fabricaba en el viejo establo.
Rob Cualquiera Feegle, señora, ¡pero ruégote que non úseslo contra mí! —Creen que los nombres son mágicos —murmuró el sapo, que ya se esperaba aquello—. No se los dicen a nadie, por si acaso los escriben. —Sí, por si pónenlos en documentus com-pli-ca-dos —añadió un feegle. —Y citaciones y cosiñas de esas —siguió otro. —¡O carteles de busca y captura! —dijo un tercero. —Sí, y facturas y declaraciones juradas —añadió un cuarto hombrecillo.
La abuela sonrió al horizonte, chupó su pipa durante un rato y respondió: «Si un hombre ataca a su señor, lo cuelgan. Si un hombre hambriento roba las ovejas de su señor, lo cuelgan. Si un perro mata ovejas, se sacrifica. Esas son las leyes de las colinas, y llevo estas colinas en los huesos. ¿Quién es el barón para que las leyes se rompan por él?». Volvió a contemplar las ovejas. «El barón es el dueño de este lugar —repuso el criado—. Es su ley.»
«Bien. Las leyes que se rompen por plata u oro no valen nada. ¿Entonces qué, señor?» «Suplico, abuela Dolorido.» «¿Intenta romper la ley con una palabra?» «Eso es, abuela Dolorido.» Según cuenta la historia, la abuela Dolorido contempló la puesta de sol un rato y después dijo: «Entonces, vaya a la vieja cuadra de piedra mañana al alba, y veremos si un perro viejo puede aprender trucos nuevos. Habrá consecuencias. Buenas noches tenga usted».
Se oyó un balido del cordero y un gruñido del perro, seguido de otro balido de la madre del cordero. Sin embargo, no se trataba del balido normal de una oveja; tenía cierto matiz. Algo golpeó la puerta y la hizo rebotar en sus bisagras. Dentro, el perro dio un gañido de dolor. La abuela Dolorido cogió a Tiffany y la acercó a una ventana. El perro, tembloroso, intentaba ponerse en pie pero no lo conseguía, porque el otro animal cargaba contra él una y otra vez, más de treinta kilos de oveja enfurecida que lo golpeaban como un ariete.
pero no volverá a mirar ovejas, por mi pulgar.» Dicho lo cual, se lamió el pulgar derecho y se lo ofreció al barón. Después de dudar un segundo, el barón se lamió el suyo y lo apretó contra el de la abuela. Todos sabían qué significaba: en la Caliza, un trato cerrado con un apretón de pulgares era irrompible. «Por usted, la ley se rompió con una palabra —dio la abuela Dolorido—. ¿Lo recordará, usted que juzga a otros? Recuerde este día. Tendrá razón para hacerlo.» El barón asintió con la cabeza. «Eso servirá», respondió ella, y separaron los pulgares.
Y un día, Tiffany oyó que su padre decía a su madre, en voz baja: «Fue un viejo truco de pastor, nada más. Una oveja vieja lucha como un león por su cordero, todos lo sabemos». Así funcionaba. No era magia en absoluto. Pero en su momento, había sido mágico. Y las cosas no dejaban de ser mágicas solo porque descubrieras cómo se hacían...
¿Estáis ojeando cómo muévese el palu de escribir? Es cosa de arpías. —Aj, tiene la sabienda de la escribienda, esu está claro. —Peru non escribirás nuestros nombres, ¿verdad, señora? —Eso, puédente meter en la cárcel si tienen pruebas escritas.
Bolsa de Ratas se arrastró por una rama. No era un gato al que se le diera bien cambiar su forma de pensar, pero sí que era bueno buscando nidos. Había oído a los pájaros piar desde el otro lado del huerto e, incluso desde el pie del árbol, había visto tres piquitos amarillos en el nido. Así que avanzó, con la boca hecha agua. Ya casi estaba... Tres Nac Mac Feegle se quitaron los picos de paja y le sonrieron alegremente. —¡Hola, señor don gatu! —exclamó uno—. Non aprendemus, ¿eh? ¡Pío!
Después quemaron la cabaña. No era lo normal, pero su padre había dicho a Tiffany que ningún otro pastor de la Caliza querría usarla. Trueno y Relámpago no acudieron cuando el padre de Tiffany los llamó, y él sabía que no debía enfadarse, así que los dejaron allí sentados, bastante satisfechos, junto a las brasas relucientes de la cabaña.
En aquel momento, según decían todos, los dos perros pastores levantaron la mirada, alzaron las orejas y se alejaron trotando sobre la hierba para no volver jamás.
—Cuestión de orden, gran hombre. Sí que podemus correr para dentru y punto. Siempre corremos para dentru y punto. —Sí, Yan Grande, ben dicho. Peru hay que saber hacia dónde córrese para dentru y punto. Non puédese correr para dentro y punto a cualquier sitiu. Queda feo luegu tener que correr para fuera y punto enseguida.
Le quitó la etiqueta con cuidado al paquete y lo olió. Olía a la abuela. Notó que se le llenaban los ojos de lágrimas, a pesar de que nunca había llorado por la abuela Dolorido, jamás.
Era el olor. La abuela Dolorido olía a ovejas, trementina y tabaco Alegre Marinero. Los tres olores se mezclaban y se convertían en lo que, para Tiffany, era el olor de la Caliza. Perseguía a la abuela Dolorido como una nube, y transmitía una sensación de calor, de silencio, de un espacio alrededor del que giraba el mundo...
¿Quién es la grandullona esta que tantu sabe de aviación? —preguntó. Rob Cualquiera carraspeó. —Es la arpía, Hamish. La rapaza de la abuela Dolorido. La expresión de Hamish se inundó de terror. —Non quería pasarme de listu, señora —exclamó, dando un paso atrás—. Está claro que una arpía tiene la sabienda de lo que dele la gana. Pro non es tantu como parece, señora. Siempre asegúrome de aterrizar de testa.