Los pequeños hombres libres (Discworld, #30)
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Read between October 24 - October 28, 2022
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Las ruedas de las estrellas y los años, del espacio y el tiempo, encajaron en su sitio. Sabía exactamente dónde estaba, y quién era, y qué era. Movió una mano. La reina intentó detenerla, pero era como intentar detener el curso del tiempo. La mano de Tiffany le dio en la cara y la derribó. —Ahora sé por qué no lloré por la abuela —dijo—. Nunca me ha abandonado. Se inclinó, y los siglos se doblaron con ella. —El secreto no está en soñar —susurró—, sino en despertarse. Despertar es más difícil. Yo he despertado y soy real.
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Aléjate de aquí —dijo Tiffany—. No vuelvas nunca. No toques jamás lo que es mío. —Y entonces, como aquella cosa era tan débil y pueril, añadió—: Pero espero que alguien llore por ti. Espero que el rey vuelva. —¿Me tienes lástima? —gruñó la cosa que antes fuera la reina. —Sí, un poco —dijo Tiffany—. Pero no cuentes con poder aprovecharte.
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Pero eso no es más que tesoro de sueños, ¿no? —preguntó Tiffany—. ¡El oro de las hadas! ¡Se convertirá en basura por la mañana! —¿Ah, sí? —dijo Rob Cualquiera. Echó un vistazo al horizonte—. ¡Muy ben, ya oísteis a la kelda, rapaces! ¡Quédanos comu media hora para vendérselo a alguien! ¿Permisu para darnos el piriño? —preguntó, dirigiéndose a Tiffany. —Hum... Ah, sí, claro. Gracias por...
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Un águila ratonera gritó en algún lugar del alba gris. Tiffany levantó la mirada, la observó dar vueltas a la luz del sol y vio que un puntito diminuto se soltaba del pájaro. Aquella caída, desde tanta altura, no podría soportarla ni un pictsie. Tiffany se puso en pie a toda prisa mientras Hamish caía dando bandazos por el cielo. Y entonces... algo se infló encima de él, y la caída se convirtió en un suave descenso, como el de un milano.
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La reina ya no está —dijo. Aquello parecía resumirlo bien. —¿Qué? ¿Que la reina ya no está? Ah, hum... estas damas son la señora Ogg... —Buenos días —saludó la otra ocupante de la escoba mientras se tiraba del vestido negro largo, desde debajo de cuyos pliegues llegaban ruidos elásticos—. ¡El viento de ahí arriba sopla por dónde le da la gana, créeme! —Era una señora bajita y gorda, con el rostro alegre de una manzana que lleva demasiado tiempo en la despensa; cada vez que sonreía, sus arrugas se movían en todas direcciones. —Y esta es la señorita... —empezó a decir la señorita Lento. —Señora ...more
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Bien dicho —dijo, enderezándose y mirándola a los ojos—. No tenía derecho a preguntártelo. Este es tu territorio y nosotras estamos aquí con tu permiso. Te muestro mi respeto... igual que tú me lo mostrarás a mí.
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¿Saben que los pictsies creen que este mundo es el paraíso? Lo que pasa es que no miramos bien. No se puede enseñar la brujería dando clases. No como debe ser. Todo consiste en la forma en que eres... tú, supongo. —Bien expresado —dijo la señora Ceravieja—. Eres lista. Pero también hay magia. Ya la aprenderás. No hace falta mucha inteligencia, o los magos no podrían hacerla.
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Pues cuidamos de... los límites —respondió la delgada bruja, después de un momento de vacilación—. Hay muchas fronteras, más de las que la gente piensa. Entre la vida y la muerte, entre este mundo y el siguiente, entre el día y la noche, entre lo correcto y lo incorrecto... y hay que vigilarlas.
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La gente se acostumbra a todo, es sorprendente —respondió la señora Ogg—. Solo hay que empezar despacito.
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Tiffany se preguntó si podría leer la mente. —¿La mente? No —dijo la señora Ceravieja, subiendo a su escoba—. Las caras, sí. Ven aquí, jovencita. —Tiffany obedeció—. Lo que tiene la brujería es que no se parece en nada a la escuela. Aquí primero apruebas el examen y después te pasas unos años averiguando cómo lo aprobaste.
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¿Has dado a un clan de los Nac Mac Feegle su propio abogado? —exclamó la señora Ogg—. Eso hará que el mundo tiemble. Pero yo siempre he dicho que tampoco viene mal un temblorcillo de vez en cuando.
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Cuando seas barón, supongo que lo harás bien, ¿verdad? —siguió Tiffany, mientras daba la vuelta a la mantequilla—. ¿Justo, generoso y decente? ¿Pagarás buenos salarios y cuidarás de los ancianos? No dejarás que la gente echara a una anciana de su casa, ¿a que no?
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porque vengo de la larga estirpe de los Dolorido y esta tierra es mía. Pero puedes ser nuestro barón, y espero que lo hagas bien. Si no... habrá consecuencias.
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Roland se lo quedó mirando. Tiffany le dedicó una de sus sonrisas más dulces, cosa que podía dar bastante miedo. —No se lo contarás a nadie, ¿verdad? —dijo. Roland se volvió hacia ella, muy pálido. —Nadie me creería... —balbuceó. —Non —dijo Tiffany—. Veo que nos comprendemos. ¿A que eso es bueno? Y ahora, si no te importa, tengo que terminar esto y empezar con el queso.
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Acabas de decir algo muy valiente, pero espero que ahora, después de habértelo pensado bien, sientas haberlo dicho. ¿Es así? —Roland, que había cerrado los ojos, asintió con la cabeza—. Bien. Hoy voy a hacer queso. Puede que mañana haga otra cosa. Y puede que dentro de poco me vaya, y entonces te preguntarás: «¿Dónde está?». Pero parte de mí siempre estará aquí, siempre. Siempre estaré pensando en este lugar. Lo tendré vigilado. Y volveré. Ahora, ¡vete de una vez!
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Sonrió de nuevo, y fue con la sonrisa de la abuela Dolorido. Algún día, las cosas serían diferentes. Pero había que empezar en pequeño, como los robles. Después hizo queso... ... en la lechería, en la granja, en los campos ondulantes que se convertían en colinas y dormían bajo el ardiente sol del verano, donde los rebaños de ovejas, moviéndose despacio, vagaban por la corta hierba como nubes en un cielo verde, y aquí y allí los perros pastores corrían por la tierra como estrellas fugaces. Para siempre jamás, por las lomas de las lomas.
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[1] La gente dice cosas como «escucha a tu corazón», pero las brujas aprenden a escuchar a otras partes del cuerpo. Resulta sorprendente lo que te pueden decir tus riñones.
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