En defensa del error
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Hombre: Dijiste tarta de fruta.
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Muchísimos vamos por la vida dando por supuesto que en lo esencial tenemos razón, siempre y acerca de todo: de nuestras convicciones políticas e intelectuales, de nuestras creencias religiosas y morales, de nuestra valoración de los demás, de nuestros recuerdos, de nuestra manera de entender lo que pasa.
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Individual y colectivamente, nuestra existencia misma depende de la capacidad que tengamos de llegar a conclusiones correctas acerca del mundo que nos rodea.
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En nuestra imaginación colectiva, el error se asocia no solo con la vergüenza y la estupidez, sino también con la ignorancia, la indolencia, la psicopatología y la degeneración moral.
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Dada esta relevancia para nuestro desarrollo intelectual y emocional, el error no debiera ser un bochorno ni puede ser una aberración.
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lo ubicuo que es el error y el enorme servicio público que puede prestar el reconocerlo.
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Nuestra actitud por defecto hacia el error —nuestra aversión al error y nuestra ansia de tener razón—, pues, suele ser dura con las relaciones.
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En cualquier ámbito de la vida, las verdades de una generación se convierten en las falsedades de la siguiente con tanta frecuencia que igual podríamos tener una Metainducción Pesimista de la Historia de Todo.
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estar equivocado es creer que algo es verdad cuando es falso o, a la inversa, creer que es falso cuando es verdad.
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Antes bien, me interesa el error como idea y como experiencia: qué pensamos que es estar equivocados y cómo nos sentimos por ello.
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Una de estas razones es que el error moral y el intelectual están relacionados no solo por una mera coincidencia lingüística, sino por una larga historia de asociación del error con el mal y, a la inversa, de lo correcto con la rectitud.
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Muchas veces, nuestras creencias sobre lo que es fácticamente correcto y nuestras creencias sobre lo que es moralmente correcto son del todo inextricables.
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La escritora y filósofa Iris Murdoch observó en cierta ocasión que ningún sistema ético puede estar completo sin un mecanismo para producir un cambio moral.
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Dicho de otro modo, esta definición de lo erróneo presupone la existencia de lo absolutamente correcto: una realidad fija y cognoscible en comparación con la cual se puedan medir nuestras equivocaciones.
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A mi juicio, por tanto, cualquier definición de error que elijamos debe ser lo bastante flexible como para dar cabida a nuestra manera de hablar del error cuando no hay ningún parámetro que indique si tenemos razón.
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podemos estar equivocados o podemos saberlo, pero no podemos hacer las dos cosas a la vez.
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Es difícil decir qué es más extraño: la total amnesia del error enorme o el recuerdo completo del trivial.
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El error, en ese momento, no es tanto un problema intelectual como un problema existencial, una crisis no en lo que sabemos sino en lo que somos.
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El filósofo alemán Martin Heidegger pensaba que podía explicarse por el hecho de que vivimos en el tiempo y el espacio; dado que estamos limitados a un conjunto concreto de coordenadas, no podemos elevarnos por encima de ellas y ver la realidad en su totalidad, a vista de pájaro (o de Dios).
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No obstante, para que el error nos ayude a ver de otra manera las cosas tenemos que ver de otra manera el propio error.