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Carlota nunca lo acompañó en el lecho durante su breve estancia en el Castillo de Chapultepec.
¿sabías que Maximiliano de Habsburgo era nieto de Napoleón,
Carlos Bombelles,
Uno de los secretos mejor guardados en la corte austriaca fue, sin duda alguna, la relación que sostuvo la archiduquesa Sofía con el joven Bonaparte, Napoleón II, el Aguilucho, el rey de Roma,
Napoleón II, agonizante, sabiendo de sobra que se le escaparía la vida en cualquier suspiro prolongado, todavía contó con tiempo para redactar una carta dirigida a su hijo, el futuro Maximiliano de Habsburgo, emperador de México, a quien, bien lo sabía él, ya no vería crecer ni reír ni llorar ni jugar ni trepar ni soñar ni dormir…
ella considera una vergüenza el haber llevado a un hijo que es el nieto y el verdadero heredero del más grande hombre que ha existido,
Francia reclamará un día, para gobernarla, al descendiente directo del más grande de sus hijos,
La emperatriz no se distinguió por su belleza ni poseía la fina y soberana elegancia de su marido,
Si bien era alta, delgada, bien hecha, de bellos y expresivos ojos, de tez blanca y cabello negro, invariablemente se conducía con una actitud sombría, triste, sin que en ningún caso proyectara la imagen de una mujer dichosa ni entusiasta.
Carlota había sido preparada para gobernar, gozaba el ejercicio de la política, mientras que Maximiliano, a diferencia de sus tres hermanos formados en la línea militar, disfrutaba el ocio, il dolce far niente, caminar por el bosque, cazar mariposas y atrapar los más diversos tipos de insectos y de dípteros.
Cuando el amor de la pareja alcanzaba su máxima expresión llegó a oídos de ella que su marido había pasado la noche con tres musculosos esclavos negros provenientes del África septentrional,
Carlos Bombelles.
¡Cuánto admiraba y disfrutaba el rostro sereno de este singular Habsburgo, de escaso parecido napoleónico,
A partir de 1861, toda vez que el clero mexicano y sus huestes habían sido derrotados en la guerra de Reforma, Napoleón III propuso la candidatura de Maximiliano para hacerse cargo del gobierno mexicano, cuando mi Maxi llevaba escasamente cuatro años de casado y contaba con tan sólo veintinueve años de edad.
Tiempo después comenzarían las visitas oficiales de los grupos conservadores y clericales interesados en la instalación del Segundo Imperio, tan pronto el ejército francés aplastó finalmente al mexicano, integrado por muertos de hambre, soldados liberales fatigados, exhaustos, escépticos, a raíz de la conclusión de la devastadora guerra de Reforma.
Asistí al desfile de las máximas autoridades eclesiásticas mexicanas en Miramar como la del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, quien posteriormente se haría cargo de la regencia del imperio, o sea de la jefatura del Estado mexicano, en espera del arribo de Maximiliano,
La delegación de traidores mexicanos —¿es excesivo el término?, entonces, ¿cómo se llama o se califica a quien vende o entrega su país a extranjeros por la razón que sea…?
estaba integrada fundamentalmente por José María Gutiérrez Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural de José María Morelos y Pavón, y José Manuel Hidalgo Esnaurrízar, el ministro en París de Maximiliano, entre otros tantos más.
Después de tanta insistencia para que fuéramos a México, después de haberlos escuchado mentir y engañar de la manera más artera alegando que todo México exigía la presencia de Maximiliano como jefe del Estado, ¿sabes cuántos de ellos se jugaron el pellejo viajando con el emperador a su propia patria en lugar de buscarse cómodas posiciones diplomáticas en Europa dotadas con buenos emolumentos sin correr riesgo alguno?
Carlota, ávida de poder y poseída del deseo de llegar a ser reina y exhibir sus talentos, fortalezas y capacidades como gobernante, guiada por una ambición ciega, insistió aún más que Napoleón III, que Eugenia, su esposa, que Francisco José y Sofía, y que nosotros mismos, Schertzenlechner, el valet de cámara, y yo, para que Maximiliano aceptara la corona mexicana, sin que nosotros, al menos, hubiéramos oído hablar siquiera de México.
«Tengo miedo, padre de mi alma —escribía Carlota—, porque, como sabes, he descubierto desde hace tiempo en mi marido una falta de iniciativa que me espanta. Maximiliano tiene más de burgués que de príncipe, y ello puede ahora labrar nuestra desdicha.»
Maximiliano, viéndose acosado por políticos nacionales y extranjeros, por su propia familia, por su esposa, amigos y colaboradores, y siendo un hombre irresoluto, frágil, sin mayores apetitos políticos, decidió acceder al trono mexicano, siempre y cuando Napoleón III le extendiera toda clase de seguridades militares y se le demostrara que el pueblo de México deseaba su presencia al frente del gobierno y del Segundo Imperio…
¡Claro que se le extendieron las debidas garantías, todas ellas falsificadas como las mexicanas o las francesas, cobardemente urdidas por...
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¿Cómo se atrevieron los ensotanados y los alevosos conservadores a jurarle a Maximiliano que el pueblo mexicano lo esperaba de rodillas, y todavía le presentaron documentos apócrifos en los que se asentaba una realidad inexistente?
¿Y el emperador francés no prometió dejar sus tropas en territorio mexicano a sabiendas de que bien podría verse en la obligación de retirarlas al concluir la guerra de Secesión en Estados Unidos, entre otras amenazas previsibles?
No perdáis de vista que Brasil tiene su propio emperador pariente de vuestro marido y las cosas marchan de maravilla.
el día anterior se había entrevistado con el embajador plenipotenciario de Norteamérica en Francia y éste le había hecho saber con la debida precisión, guardando escrupulosamente las distancias: —Madame —se dirigió el embajador plenipotenciario a la emperatriz de los franceses—: el norte vencerá. Francia tendrá que abandonar su proyecto y esto terminará mal para el austriaco.
Maximiliano manifestó su resolución de reparar los daños hechos a la Iglesia por Juárez y sus amigos.
el arribo a la capital de la República les permitió disfrutar la recepción idealizada, la soñada, tal como la habían imaginado cuando todavía se encontraban en Miramar y discutían las ventajas e imponían las condiciones para aceptar el trono mexicano. Por las calles escuchaban porras, alaridos, cantos, estallidos de cuetones, así como poemas recitados desde las ventanas de las residencias, mientras las mujeres arrojaban flores desde los balcones repletos de curiosos. La gente, en general, gritaba encendidos vivas al emperador austriaco,
La ciudad estalló en una alegría efímera y artificial impuesta por la Iglesia.
Nunca olvidaré los comentarios saturados de desprecio cuando Carlota contempló por primera vez la fachada del Palacio Nacional, un edificio deprimente, según ella, de escasa inspiración arquitectónica si se le comparaba con el Palacio de Schönbrunn o con el de Chambord en Francia a orillas del río Loira. Parece, en el mejor de los casos, una cárcel, adujo la emperatriz, sin saber que, en efecto, los planes correspondían a una prisión peruana, pero que debido a un error el proyecto de reclusorio se convirtió en el Palacio Nacional mexicano.
Se mexicanizó rápidamente al extremo de pedir posada, disfrutar intensamente la celebración decembrina del nacimiento del Niño Dios, romper la piñata, compartir la colación y beber ponche «bien caliente» confeccionado con caña de azúcar, tejocotes y aguardiente.
Por supuesto que el clero se apresuró a obsequiar a Maximiliano y a Carlota con un espléndido Tedeum, una ostentosa misa de gracias concluida con los cánticos del Domine Salvum fac Imperatorem, similar a aquélla igualmente fastuosa con la que la Iglesia católica honró, según fui informado posteriormente, a las tropas del ejército norteamericano una vez ocupadas militarmente las diversas plazas del país en 1847.
la Iglesia había excomulgado a todos aquellos mexicanos que habían defendido a su patria al atacar a los soldados yanquis invasores de 1846 a 1848, así como a quienes habían dado la vida y combatido a las tropas francesas en 1862, cuando el general Ignacio Zaragoza había logrado que las armas nacionales se cubrieran de gloria…
Las invitaciones convocaban a la concurrencia en punto de las diez de la noche. Sin embargo, la mayor parte de los convidados, siendo obviamente mexicanos, quisieron dar a los europeos de la corte imperial muestras de refinada distinción, por lo que en lugar de presentarse a la hora indicada, lo hicieron a las once, un poco antes, un poco después, por lo que se quedaron sorprendidos, es más, pasmados al ver cerradas las puertas del palacio… Se les negó la entrada… por orden del Gran Chambelán.
Se les explicó, con finas y corteses palabras, con mucha ceremonia, que después de que sus majestades los emperadores entraban en los salones, no podía hacerlo nadie, absolutamente nadie;
Los liberales tuvieron por mucho tiempo ...
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Maximiliano quiso convertirse en el mejor mexicano, eso sí, sin confiar en los mexicanos. Despachó a Miramón a Berlín; a Márquez a Estambul, además de encarcelar a otros tantos conservadores acusados de conspiración.
El mexicanísimo Maximiliano se quedó solo, rodeado únicamente de franceses, en su gran mayoría intrigantes profesionales que bien hubieran podido crear, a manera de ejemplo, un auténtico ejército mexicano bien capacitado para apoyar al emperador en el entendido de que la presencia de la armada napoleónica en México no podría ser de ninguna manera eterna. Si los militares franceses hubieran confiado en sus contrapartes mexicanas, el objetivo se habría cumplido, Maximiliano hubiera gozado de la debida fuerza militar, de protección y seguridad, sólo que no creían en los talentos y habilidades de
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como un ignorante de las cuestiones castrenses y rodeado de generales y oficiales desconocidos, no se integró la armada doméstica debidamente adiestrada, que hubiera podido defender el imperio mexicano en el evento de que los franceses tuvieran que abandonar el territorio nacional por la razón que fuera.
a volver a instalar las órdenes monásticas, a permitir al clero participar en materia de educación pública
Llegó a saber cómo Napoleón III había acordado con Washington el retiro de sus tropas, oferta condicionada a que fuera reconocido su gobierno imperial.
—a ella no la atraían los indígenas enanos de tez oscura y abundante cabellera negra, no sufría los complejos colonialistas de su marido—,
—Tres años son muchos para una pareja tan joven, ¿no, Su Alteza…?
—¿Y su hermano, Su Majestad —preguntó Van der Smissen cauteloso—, él no estaría dispuesto a apoyar la causa con hombres a falta de los franceses? —Me lo ha repetido en todos los tonos: está interesado en mí, su hermana, pero no moverá un dedo para sostenernos en México.
Carlota confesó que ella era quien redactaba las cartas enviadas por Maximiliano y el emperador las firmaba. Ella gobernaba mientras Maxi cazaba mariposas en el mejor de los casos… Ella había acordado con Bazaine firmar el decreto para fusilar a los traidores…
Las mujeres mexicanas eran tan fácilmente manipulables por los sacerdotes católicos porque «jamás las había visto con un libro en las manos diferente al misal».