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Una vaga idea se iba adueñando de su pensamiento, para toda la vida, por los siglos de los siglos. Había caído a tierra como un joven débil y se levantaba como un duro combatiente, preparado para el resto de sus días; lo había sabido y lo había sentido súbitamente, en aquel momento de éxtasis. Y ya nunca, nunca en la vida, podría olvidar Aliosha aquel instante. «Alguien vino a visitar mi alma en aquella hora», diría más tarde, firmemente convencido de sus palabras...
¡Qué tragedias tan terribles origina en la gente el realismo!
Señores, todos somos crueles, todos somos unos monstruos, todos hacemos llorar a la gente, a las madres y a los niños de pecho, pero de todos, que quede establecido para siempre, ¡de todos yo soy el reptil más abominable! ¡Así sea! Todos los días de mi vida, dándome golpes de pecho, he prometido corregirme y todos los días he cometido las mismas vilezas. Ahora comprendo que quienes son como yo necesitan un golpe, un golpe del destino, que los atrape como un lazo y los retuerza con su fuerza externa. ¡Yo solo jamás me habría levantado, jamás! Pero ha retumbado el trueno. Acepto el tormento de
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Yo no lo temo, antes sí lo temía. ¿Sabes?, es posible que ni siquiera conteste en el juicio... Y me parece que hay ahora tanta fuerza en mí que soy capaz de sobrellevarlo todo, todos los sufrimientos, solo para poder decirme a mí mismo y repetirme a cada momento: ¡yo soy! En un millar de tormentos, soy; retorciéndome en la tortura, pero ¡soy!
–Si no lo mató Dmitri, sino Smerdiakov, es evidente que soy cómplice suyo, porque yo lo instigué. Si lo instigué o no, no lo sé todavía. Pero, si resulta que lo mató él, en vez de Dmitri, entonces, desde luego, yo también soy un asesino.
–Entonces sí que era usted valiente, señor, «todo está permitido», decía, ¡y ahora hay que ver cómo se ha asustado! –murmuró Smerdiakov, con asombro–. ¿No querrá usted una limonada? Ahora mismo digo que se la traigan, señor. Verá cómo le refresca. Pero antes habría que esconder esto, señor.
porque «todo está permitido». En verdad, fue usted quien me lo enseñó, porque entonces me lo dijo muchas veces: si no hay un Dios infinito, tampoco hay ninguna virtud, ni falta que hace.
–No puede ser. Es usted demasiado inteligente, señor. Le gusta el dinero, eso lo sé, señor; también le gustan los honores, porque es usted muy orgulloso; le gustan sobremanera los encantos del sexo femenino; y, por encima de todo, le gusta vivir en serena abundancia, sin tener que inclinarse ante nadie, eso más que nada, señor. No querrá usted arruinarse la vida cargando con tanta vergüenza en el juicio. Es usted como Fiódor Pávlovich: de todos los hijos, señor, usted es el que más se le parece, tiene la misma alma que su padre, señor.
¿de qué vale creer si es por la fuerza? Además, las pruebas no ayudan a la fe, especialmente las pruebas materiales. Tomás no creyó por haber visto al Cristo resucitado, sino porque ya antes de verlo deseaba creer.
porque el sufrimiento es la sal de la vida. ¿Qué satisfacción habría en vivir si no se sufriera?
Pero las vacilaciones, la inquietud, la lucha entre la fe y la incredulidad, todo eso a veces constituye una tortura tan grande para un hombre de conciencia, como eres tú, que preferiría ahorcarse.
Si un cruel destino te ha privado de nariz, tu beneficio es que ya en toda tu vida nadie se atreverá a decirte que te has quedado con un palmo de narices.»
Todo lo que hay en mi naturaleza de estúpido, de caduco, de rumiado mil veces y desechado como carroña, ¡me lo ofreces ahora como si fuera una novedad!
«Te dispones a realizar un acto virtuoso, pero ni siquiera crees en la virtud: eso es lo que te irrita y te atormenta, por eso eres tan vengativo».
«¡Los tormentos de una decisión orgullosa, de una profunda conciencia!». Dios, en quien no creía, y su verdad estaban venciendo al corazón, que aún no quería someterse. «Sí –se le pasó a Aliosha por la cabeza, reclinada ya sobre la almohada–, sí, habiendo muerto Smerdiakov, nadie creerá ya en el testimonio de Iván; pero ¡él se presentará y declarará!» Aliosha se sonrió dulcemente: «¡Dios triunfará! –pensó–. Renacerá a la luz de la verdad o... perecerá en el odio, vengándose a sí mismo y a todos por haber servido a una causa en la que no cree», añadió Aliosha con amargura, y volvió a rezar por
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–Tiene rabo, señoría, ¡no será adecuado! Le diable n’existe point!10 No le hagáis caso, es un diablo malillo, insignificante –añadió, dejando de reír y en tono semiconfidencial–, seguro que está por aquí, ahí debajo de la mesa con las pruebas materiales, ¿qué mejor sitio para él? ¿Lo ven? Escúchenme, yo le dije: no quiero callarme, pero él decía algo de un cataclismo geológico... ¡tonterías! En fin, liberad al monstruo... Ha entonado un himno, ha sido porque se siente bien. Es igual que el borracho canalla desentonando «Vanka se ha ido a Píter» y por dos segundos de alegría habría dado un
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Normalmente en la vida, ante los dos extremos de la verdad, hay que buscar el centro; en el presente caso no es así. Lo más probable es que en el primer caso él fuera sinceramente noble, y en el segundo mezquino, también sinceramente. ¿Por qué? Porque somos de naturaleza amplia, somos Karamázov, aquí es donde quiero llegar, capaces de tener todos los extremos posibles y de contemplar al mismo tiempo dos abismos, uno encima de nosotros, el abismo de los grandes ideales, y otro debajo, el abismo de la decadencia más ruin y nauseabunda.
«La sensación de decadencia ruin es igual de imprescindible para esas naturalezas desenfrenadas, impetuosas, como la sensación de gran nobleza»,
Hay almas que, en su limitación, acusan a todo el mundo. Pero abrumen a esa alma con misericordia, denle amor, y ella maldecirá sus obras, pues tiene muchos posos de bondad. El alma se amplía y descubre que Dios es misericordioso y que la gente es bella y justa. Le espantarán, le abrumarán el arrepentimiento y la deuda infinita que desde ahora le aguardan.