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«Aunque haya actuado con toda sinceridad, en lo sucesivo tendré que obrar con más cautela»,
¿Sabe, Lise, lo que me dijo una vez mi stárets? Me dijo que hay que cuidar a la mayoría de las personas como si fueran niños, y que a algunas hay que cuidarlas como a los enfermos en los hospitales...
Pues que, aunque perdiera la fe en la vida, aunque dejara de creer en la mujer amada y en el orden de las cosas, aunque me convenciera, incluso, de que todo es un caos informe, maldito y acaso diabólico, aunque me fulminaran todos los horrores del desencanto humano, a pesar de todos los pesares, aún desearía vivir: ¡una vez que me he llevado la copa a los labios, pienso apurarla hasta el final! De todos modos, con treinta años, lo más seguro es que arroje la copa, aun sin haberla vaciado, y que me vaya... no sé adónde. Pero hasta los treinta años, de eso sí que estoy seguro, mi juventud podrá
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Admitamos que no crea en el orden de las cosas, pero aprecio las hojillas pegajosas que brotan en primavera; aprecio el cielo azul; aprecio a ciertas personas a las que a veces uno, aunque no lo creas, coge afecto sin saber por qué; aprecio determinadas proezas humanas en las que quizá hace ya tiempo dejé de creer, si bien, por la fuerza de la costumbre, sigo respetándolas sinceramente.
Amo las pegajosas hojillas primaverales, el cielo azul, ¡ahí está! Aquí no cuenta la razón, no es cuestión de lógica, uno ama con las entrañas, con las tripas, ama sus primeras fuerzas juveniles... ¿Entiendes algo de este galimatías, Aliosha?
–Así tiene que ser: amar la vida antes que la lógica, como dices tú, por fuerza antes que la lógica, y solo entonces podré entender también su sentido. Ésa es la idea que tengo hace ya tiempo. La mitad de lo que tenías que hacer, Iván, ya está hecho y conseguido: amas la vida. Ahora tienes que aplicarte a la segunda mitad y estarás salvado.
–¡Siempre estás con lo mismo! ¿Y a mí qué? ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano Dmitri? –le cortó Iván, irritado, aunque enseguida sonrió como con amargura–. Así responde Caín cuando Dios le pregunta por el hermano asesinado, ¿no? A lo mejor es lo que estás pensando en este momento.
–De mi amor, si quieres, sí; me enamoré de una señorita, de una colegiala. Sufría por ella, y ella me hacía sufrir. Estaba siempre pendiente de ella... y todo eso, de pronto, se ha esfumado. Esta mañana he hablado en tono exaltado, pero ha sido salir de allí y echarme a reír a carcajadas, créeme. Eso es lo que ha ocurrido, ni más ni menos.
–Sí, para los verdaderos rusos las cuestiones relativas a la existencia de Dios y de la inmortalidad, o bien, como tú dices, esas mismas cuestiones vistas desde el extremo opuesto, son, por supuesto, las cuestiones primordiales, y están por encima de todo, como tiene que ser
Así pues, acepto a Dios, y no solo de buen grado, sino que acepto, por añadidura, su sabiduría y sus fines, aunque nos resulten por completo ignotos; creo en el orden, en el sentido de la vida; creo en la armonía eterna, en la que, al parecer, todos acabaremos fundiéndonos; creo en el Verbo, al que tiende el universo, en el Verbo que «era con Dios» y que él mismo es Dios, y etcétera, etcétera, y así hasta el infinito. Muchas palabras se han pronunciado ya sobre este asunto. Me parece que estoy en el buen camino, ¿no? Y, sin embargo, figúrate que, en última instancia, yo este mundo de Dios no
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–Tengo que hacerte una confesión –empezó Iván–: nunca he podido entender cómo es posible amar al prójimo. Precisamente es al prójimo, en mi opinión, a quien resulta imposible amar; solo es posible amar, en todo caso, a quienes están más alejados de nosotros. Recuerdo haber leído en algún sitio la historia de ese santo, Juan
Para poder amar a alguien, la persona amada tiene que estar oculta: apenas se deja ver, el amor se desvanece.
–Creo que, si el diablo no existe y, en consecuencia, ha sido el hombre quien lo ha creado, entonces lo ha creado a su imagen y semejanza.
Y, si los sufrimientos de los niños han servido para completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que esa verdad no vale un precio semejante. ¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho que los perros destrocen a su hijo! ¡Que no se atreva a perdonarlo! Si quiere, que le perdone al torturador su propio sufrimiento, su inconmensurable dolor de madre, pero no tiene derecho a perdonar los padecimientos del hijo despedazado, ¡que no se atreva a perdonárselos al verdugo, por más que el pobre crío se los perdone! Y, si eso es así, si
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Todo cuanto anunciaras ahora por primera vez atentaría contra la libertad de la fe de los hombres, pues se presentaría como un milagro; en cambio, entonces, hace mil quinientos años, la libertad de su fe era lo más valioso para ti. Fuiste Tú quien repitió entonces con frecuencia: “Quiero haceros libres”. Pues bien, ya has visto a esos hombres “libres” –añade de pronto el viejo con una sonrisa reflexiva–. Sí, todo esto nos ha salido muy caro
Pero debes saber que ahora, en nuestros días, estos hombres están más seguros que nunca de que son enteramente libres, y entretanto ellos mismos nos han traído su libertad y la han depositado dócilmente a nuestros pies. Pero eso lo hemos hecho nosotros; ¿es ésta la libertad que deseabas?»
“Tú pretendes ir al mundo, y vas con las manos vacías, con una vaga promesa de libertad: una libertad que ellos, en su simplicidad y en su arbitrariedad innata, son incapaces de concebir siquiera; una libertad que temen y que les asusta, pues nunca ha habido para el hombre y para la sociedad humana nada más insoportable que la libertad. ¿Ves esas piedras del desierto árido y ardiente? Transfórmalas en panes y la humanidad correrá detrás de ti como un rebaño, agradecido y dócil, aunque siempre estará temblando de miedo ante la posibilidad de que retires tu mano y los dejes sin pan”.
no existe el crimen ni, por tanto, tampoco el pecado, sino que existen solo los hambrientos.
tú siempre habrías podido evitar la construcción de esta nueva torre y acortar en mil años los sufrimientos de los hombres, pues solo acudirán a nosotros, ¡después de haber padecido mil años con su torre! Vendrán otra vez a buscarnos bajo la superficie de la tierra, en catacumbas, donde estaremos ocultos, porque seremos nuevamente perseguidos y martirizados, y, al encontrarnos, nos implorarán: “¡Dadnos de comer, porque aquellos que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han traído!”.
“Es preferible que nos hagáis vuestros esclavos, pero dadnos de comer”. Al fin comprenderán que son incompatibles la libertad y el pan terrenal en abundancia para todos, pues nunca, nunca serán capaces de repartirlo entre ellos. Se convencerán también de que jamás podrán ser libres, pues son débiles, depravados, mezquinos y rebeldes.
Y es que el misterio de la existencia humana no consiste únicamente en vivir, sino en saber para qué se vive. Sin una idea precisa del sentido de su vida, el hombre no quiere vivir y prefiere matarse antes que seguir en la tierra, por mucho que nade en la abundancia. Y, sin embargo, ya ves lo que ocurrió: en vez de someter la libertad de los hombres, ¡Tú se la hiciste aún mayor! ¿O acaso habías olvidado que el hombre aprecia más la tranquilidad o incluso la muerte que la libertad para discernir el bien y el mal?
No hay nada que seduzca más al hombre que el libre albedrío, pero tampoco hay nada que lo haga sufrir más.
En lugar de someterse al rigor de la vieja ley, el hombre, de corazón libre, tendría que discernir en lo sucesivo el bien y el mal, sin otra guía que tu imagen delante de los ojos. Pero ¿de verdad no previste que el hombre acabaría renegando de ti y que llegaría a poner en cuestión tu imagen y tu verdad, oprimido por la carga espantosa del libre albedrío? Proclamará al final que la verdad no está en ti, pues era imposible dejarlos en mayor turbación y tormento de lo que hiciste Tú,
Hay tres fuerzas, tres únicas fuerzas en la tierra capaces de someter y subyugar para siempre la conciencia de esos débiles rebeldes, en aras de su propia felicidad: el milagro, el misterio y la autoridad.
No bajaste, porque tampoco querías esclavizar al hombre con un milagro, buscabas una fe libre, no una fe milagrosa.
¡A mí qué más me da! Ya te lo he dicho: solo quiero llegar a los treinta años, y entonces... ¡arrojaré la copa al suelo!
–¿Y las hojillas pegajosas, las tumbas adoradas, el cielo azul, la mujer amada? ¿Cómo vas a vivir? ¿Cómo piensas amarlos? –exclamó Aliosha con pesar–. Con semejante infierno en el pecho y en la cabeza, ¿cómo va a ser posible? No; tú te vas, precisamente, para unirte a ellos... Y, si no, te matarás, ¡no vas a poder aguantar!
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.»
La vida te traerá muchas desgracias, pero gracias a ellas serás feliz y bendecirás la vida y harás que otros la bendigan; esto es lo más importante.
en verdad todos somos culpables por todos y por todo ante todo el mundo.
«Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré a la tierra. Dios dio, Dios quitó. Sea el nombre de Dios bendito desde hoy hasta el fin de los días».
Solo se necesita una semilla pequeña, diminuta: que la arroje al alma de la gente sencilla y la simiente no morirá, vivirá en el alma de esa gente toda la vida, escondida entre las tinieblas, entre el hedor de sus pecados, como un punto luminoso, como un magnífico recordatorio.
«Madrecita, hacedora de mis días, en verdad todos somos culpables por todos ante todo el mundo, solo que la gente no lo sabe, si lo supieran, ¡esto sería el paraíso... Señor, ¿es posible que no sea verdad? –lloraba y pensaba–, en verdad, es posible que sea yo el más culpable de todos,
¿acaso en nuestro tiempo es tan sorprendente encontrar a un hombre que reconozca su estupidez y que públicamente se declare culpable de lo que es culpable?».
«Y ¿cómo va usted a reconocerlo –le respondí–, si hace mucho que el mundo entero tiró por otro camino y tomamos por verdad la pura mentira y exigimos de los demás la misma mentira?
«El paraíso –dijo– se esconde en cada uno de nosotros; ahora, por ejemplo, también se oculta en mí y, si así lo quiero, mañana mismo se hará realidad y así será ya para toda la vida.
«El que ahora reina en todas partes, y especialmente en nuestro siglo, pero aún no ha concluido del todo y no le ha llegado su hora. Pues ahora cada uno aspira a diferenciarse, quiere experimentar en sí mismo la plenitud de la vida, pero el único resultado de todos estos esfuerzos es un completo suicidio y no la plenitud de la vida, ya que, en lugar de alcanzar una plena definición de su ser, las personas caen en un completo aislamiento. En nuestro siglo todos se han dividido en unidades, cada uno se aísla en su guarida, cada uno se distancia del otro, se esconde y esconde lo que posee y
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–Sé que el paraíso llegará para mí, que llegará en el mismo momento en que lo declare. He estado catorce años en el infierno. Quiero sufrir. Aceptaré el sufrimiento y aprenderé a vivir. Con la mentira uno puede recorrer el mundo, pero después no hay vuelta atrás. Ahora no me atrevo a querer no ya a mi prójimo, sino ni siquiera a mis hijos. ¡Dios mío! Quizá mis hijos lleguen a comprender cuál ha sido el coste de mi sufrimiento y no me condenen. El Señor no está en la fuerza, sino en la verdad.
«Tienes necesidades, debes satisfacerlas, ya que tienes los mismos derechos que los más nobles y ricos. No tengas miedo de satisfacerlas, al contrario, multiplícalas», he aquí la doctrina vigente en el mundo. Ahí es donde ven la libertad. Y ¿cuál es el resultado de este derecho al incremento de las necesidades? Entre los ricos, aislamiento y suicidio espiritual, y entre los pobres, envidia y asesinato, pues les han dado unos derechos, pero no les han indicado
Al entender la libertad como un aumento y un rápido alivio de las necesidades, alteran su propia naturaleza, pues alimentan muchos deseos y costumbres estúpidos y carentes de sentido, muchas fantasías disparatadas. Viven solo para envidiarse mutuamente, para el deleite y la arrogancia. Celebrar banquetes, viajar, tener carruajes, dignidades y esclavos a su servicio se considera ya una necesidad por la que, con tal de saciarla, hay que sacrificar la vida, el honor y el amor al prójimo, y la gente llega a matarse si no puede saciarla. Observamos lo mismo entre quienes son menos ricos, y entre
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será tal que hasta nuestro ricachón más depravado acabará avergonzándose de su riqueza ante los pobres, y el pobre, al ver esta humildad, la comprenderá y se entregará con alegría, y responderá con dulzura a ese hermoso acto de humildad.
¿Será solo un sueño que al final el hombre encuentre su felicidad únicamente en los logros de la instrucción y de la caridad, y no en placeres crueles, como ahora, en la gula, la lujuria, la arrogancia, la jactancia y el afán envidioso de superar a los demás?
a quienes se mofan se les podría preguntar: si lo nuestro es solo un sueño, vosotros ¿cuándo levantaréis vuestro edificio e instauraréis la justicia contando solo con vuestro intelecto, sin Cristo?
«Señor, ten piedad de todos los que hoy comparezcan ante ti».
Solo hay una forma de salvarse: cargar con la responsabilidad de todos los pecados de los hombres. Amigo, en verdad esto es así, pues, en cuanto te hagas sinceramente responsable de todo y de todos, inmediatamente verás que eso ocurre en realidad y que tú eres culpable por todos y por todo. Si te hundes en la pereza y en la impotencia ante la gente, acabarás participando del orgullo satánico y murmurando de Dios.
Humedece la tierra con las lágrimas de tu alegría y ama esas lágrimas.
Padres y maestros, yo me pregunto: «¿Qué es el infierno?». Y razono así: «El sufrimiento por no poder volver a amar».
a mí casi me repugna evocar aquel suceso tan frívolo como llamativo, en esencia baladí y natural, y lo habría omitido en mi relato sin ningún género de dudas de no haber ejercido una influencia poderosísima y determinante en el alma y en el corazón del héroe principal, aunque futuro, de mi historia, en Aliosha, originando en él una suerte de ruptura y de cataclismo que sacudió su entendimiento, si bien también lo reafirmó definitivamente, para toda la vida, orientándolo hacia un fin muy preciso.
asiento. La pena inmensa de su alma ahogaba todas las sensaciones que pudieran nacer de su corazón;
Como ves, Aliosha, en estos cinco años le he cogido un cariño enorme a las lágrimas... ¡Igual lo que he amado ha sido la ofensa sufrida, en vez de amarlo a él!