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la temerosa urgencia del mediocre de salvaguardar su orgullo, gracias a la cual llegaría más lejos que Denison, pese a la natural inteligencia de este último.
Era inteligente y no dejaba de preocuparse por un problema hasta que tenía la solución o hasta que lo había desmenuzado de tal manera que se convencía de que no existía solución.
—Es un error —dijo— suponer que el público quiere que se proteja el medio ambiente y se salven sus vidas, y que se sentirá agradecido hacia cualquier idealista que luche para conseguir estos fines. Lo que el público quiere es su comodidad individual.
«Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano». Yo no soy un dios y no voy a luchar más.
De momento, no tenía necesidad de ella. No era que la necesitase menos, sino tan sólo que sentía otros deseos más fuertes.
—Siempre ha sido así y así debe ser. —No me gustan las cosas que deben ser. Quiero saber el porqué.
El poder tiene su propio mercado de valores, que no se miden siempre con billetes.
Yo quiero algún interés en la vida, más interés del que puedo encontrar como vicepresidente de los Depilatorios Ultrasónicos. Lo encontraré si vuelvo a dedicarme a la ciencia. Si consigo algo valioso a mis propios ojos, estaré satisfecho.
Una vez conocí a un psiquiatra que lo calificaba de fenómeno del «¿Quién sabe?» Si nada de lo que uno hace logra proporcionarle los hechos que busca, se termina por decir: «¿Quién sabe lo que sucederá?», y deja que la imaginación se lo sugiera.
¿por qué hemos de interesarnos por su condenado mundo? No nos gusta estar colgados de la superficie de ningún planeta, esperando caernos o que el viento nos lleve. No queremos que el aire nos envenene y nos moje el agua sucia. No queremos sus malditos gérmenes, su maloliente hierba, su insulso cielo azul y sus necias nubes blancas.
En cualquier caso, no hay finales felices en la historia, sólo momentos de crisis que son pasajeros.