Como una bruma
La Presidenta cumple un segundo período presidencial que debía ser de hojuelas; pero en cosa de meses se ha convertido en una pesadilla. La economía va de mal en peor, con caída de ingresos, signos de inflación y amenazas recesivas; el gobierno responde aumentando el gasto público. La popularidad de la Jefa de Estado se ha desplomado y, aunque suele olvidar que fue elegida en segunda vuelta, se sigue preguntando adónde se fueron los que votaron por ella. Algunos hasta apuestan a que no termina su mandato.
No, no es Chile. Es Brasil.
El dramatismo de la situación por la que atraviesa Dilma Rousseff hace que los días amargos de Michelle Bachelet parezcan casi una humorada. Pero, desagregados uno por uno, los componentes de ambas crisis tienen más de un parecido. Esta semana, escribiendo para El País, el ex ministro Milton Seligman plantea una brava disyuntiva: quienes eligieron a Rousseff, dice, deben ayudarla a gobernar o liberarla del fardo que sobrelleva. El ex ministro no es tan ingenuo para implicar que los electores deben recuperar su fidelidad porque sí; se refiere, más bien, al Partido dos Trabalhadores, ese invento de Lula que ya cumple 12 años en el poder.
Esto no se parece al caso de Michelle Bachelet. La Nueva Mayoría no es un partido, sino varios, sólo ha existido para ella y, si tuviese que enfrentar una definición súbita, dejaría de existir esta tarde. Pero, siguiendo a Seligman, aquellos que no ayudan tendrían que asumir la responsabilidad del perjuicio producido. El gobierno insinuó algo de esto en mayo, cuando mandó a un solitario destierro político a Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas, artífices del programa y del primer año de gobierno. Desde entonces viene anunciando un “segundo tiempo” que sigue en veremos. Pero pretender que Peñailillo y Arenas son los culpables de todo sería como el consuelo de los tontos.
Con un poco de exasperación ante la dificultad de iniciar de una vez una nueva etapa, la Presidenta Bachelet llamó esta semana a ser “optimistas”. Eligió un ejemplo: el próximo año, miles de jóvenes cursarán gratis sus estudios superiores. Es cierto. Sólo que el ejemplo es incompleto: más miles que seguirán pagando, a pesar de tener las mismas estrecheces sociales. Y otros tantos no saben aún si serán beneficiados, porque las instituciones ignoran si recibirán los montos adecuados.
¿Cómo llega a ocurrir esto? Dado que es improbable que la Presidenta haya hecho los cálculos por sí misma, alguien debió decirle que el presupuesto alcanzaría para dar este salto. El 21 de mayo, la Presidenta lo convirtió en promesa. Semanas después, tuvo que ajustarla. Pero cuando lo hizo, quienes le dijeron que esto era posible aún no sabían bajo qué condiciones lo sería. Y todavía no lo saben. Hasta donde se puede ver, todas las personas que formularon esas recomendaciones siguen en el gobierno y ahora hacen un ímprobo esfuerzo por ajustar la promesa a la realidad.
Este es un patrón que se repite en otros compromisos que ha adquirido el gobierno, como lo han mostrado con dramática elocuencia las tareas para corregir la reforma tributaria, labores que por sí mismas, sin necesidad de más pruebas, confirman que estaba mal hecha. No se ha necesitado un bajo precio del cobre ni una caída de la inversión para llegar a esa conclusión.
La experiencia del Transantiago dejó la lección de que una política pública de gran escala lanzada con precipitación y sin más respaldo que el voluntarismo adquiere un aspecto irreversible. El transporte público de la capital sigue siendo insatisfactorio y ya languidece a la espera de que en el 2018 -fecha de vencimiento de los contratos más grandes- vuelva a entrar en crisis. La lección está a la vista, pero los alumnos son obstinados.
Así, el “segundo tiempo”, esa idea brumosa que se expresó con el cambio de gabinete, empieza a convertirse no en un impulso nuevo, sino en otra brumosa sucesión de correcciones del “primer tiempo”. Los ideólogos del gobierno, que han mostrado una trágica limitación para mirar en plazos largos, se satisfacen pensando que las iniciativas lanzadas en ese “primer tiempo” seguirán teniendo el mérito de haber iniciado un camino sin retorno. Esto es cierto, pero nuevamente se parece a consuelo poco inteligente: una reforma mal hecha, dudosamente hará más valiosa la necesidad que la molestia.
Este estado de cosas es lo que hace un tanto irrelevantes -incluso aburridoras- las también brumosas pugnas de poder dentro de La Moneda que han llenado páginas en estas semanas. Reducidas a su última expresión, se trata de disputas por administrar problemas, nada demasiado halagüeño para quien quiera participar en una carrera política. En un período parecido, en Brasil ya hay más carreras liquidadas que nuevas estrellas en el firmamento del poder. Peor aún, esos astros se encuentran hoy entre los fiscales, no entre los políticos.
Visto que en Chile todo esto sucede antes de que se cumpla la mitad del cuatrienio, la pregunta final es cuántos tiempos necesitará la segunda administración Bachelet para llegar a marzo de 2018.
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