¿Quién está en primera?

Como se veía venir, todo el debate posterior al cambio de gabinete ha girado en torno a saber qué significa para el gobierno, el programa y la Nueva Mayoría. No hay nadie que niegue la radicalidad del cambio, pero las especulaciones sobre el “giro al centro”, el regreso de la “vieja guardia” o el desalojo de la “retroexcavadora” no tienen todavía una base factual. Al mismo tiempo, es claro que la suspicacia y la desconfianza se han desplazado después del lunes hacia los sectores de la izquierda de la Nueva Mayoría, que no se radican sólo en un partido, sino en casi todos.


No se puede sostener en serio que el saliente ministro Rodrigo Peñailillo haya sido un líder del jacobinismo. Pero, más allá de su voluntad y por la fuerza de las palabras, es cierto que había llegado a convertirse en una figura relevante de la demonización de la Concertación. Por ejemplo, en sus apasionadas acusaciones contra el sistema binominal, que por poco volvían ilegítimos a todos los parlamentos elegidos desde 1990. O con la “vieja guardia”, una creación verbal que venía a jubilar a todos los dirigentes de la centroizquierda anteriores al 2013.


Que el atildado Peñailillo haya llegado a esa rara posición puede ser un producto de su entusiasmo personal. Pero sólo en parte. La otra parte, la mayor, se origina en el denodado esfuerzo por demostrar que las reformas promovidas por el segundo gobierno de Michelle Bachelet son, ahora sí, las importantes, las decisivas, las que tienen la épica refundacional que no tuvieron las de los 25 años anteriores.


Esa promesa fue indispensable para construir la Nueva Mayoría -uno de cuyos albañiles principales fue, en efecto, Peñailillo- y lo ha sido también para mantenerla. Sin ella podría haber sobrevivido la Concertación, aunque es probable que hubiese sido una Concertación neurótica y quebradiza. Pero, al mismo tiempo, ha sido inevitable que ese esfuerzo contuviera su propia contradicción, esto es, la desconfianza y la alarma de los sectores de la misma Nueva Mayoría que estiman que un estilo agresivo, confrontacional, terminaría por deteriorar el propio programa de la Presidenta en lo principal: su eficacia.


La Nueva Mayoría nació y ha vivido tensionada por sus diagnósticos acerca del estado de la sociedad, pero sobre todo de lo que fue la Concertación. En lugar de considerarse a sí misma como una superación de su antigua matriz, la Nueva Mayoría ha caído con inusitada frecuencia en la trampa de la negación, en algo que se parece más a la venganza de los sectores que se sintieron excluidos en ese pasado -nuevamente, no un partido, sino facciones dentro de todos ellos- que a la construcción de un nuevo horizonte social, cuya enunciación semeja a menudo un mero pretexto. Más dramáticas todavía son sus diferencias respecto del gobierno de Sebastián Piñera, al que los sectores más polarizados no ven como un resultado de la alternancia democrática, sino como otra de las purulencias dejadas por la Concertación.


La derecha tiene poco que decir en todo esto, excepto lo que corresponde a todas las oposiciones del mundo: alimentar el viento de la división oficialista, como lo ha hecho con sus estridentes saludos a Jorge Burgos y Rodrigo Valdés. La derecha más astuta sabe que en la Nueva Mayoría hay grupos que se sentirían más cómodos con cosas como Podemos, Syriza o la Cámpora y que sólo necesitan el soplo de una decepción para alejarse del gobierno. Y sabe también que, por efecto de su enorme diversidad de expectativas, la Nueva Mayoría es conceptualmente la construcción más frágil que ha tenido la centroizquierda. Su tarea es meterse en esas grietas, mucho antes de que consiga levantar de nuevo una alternativa.

Es bastante probable que la Presidenta haya considerado estas dimensiones del problema político durante sus reflexiones en torno al cambio de gabinete. Después de un año intenso y golpeado, puede haber llegado a la conclusión de que, más que inclinarse en una u otra dirección, necesitaba a un equipo capaz de intermediar entre esas expectativas, equilibrarlas, atemperarlas y administrarlas. Para su infortunio, el equipo saliente había consumido esas capacidades -que en su momento las tenía- durante la dura lucha por instalar el imperativo del cambio.


Por eso las especulaciones sobre el nuevo gabinete tienen un aire irrisorio y voluntarista y seguirán en ese estado por lo menos hasta que se despeje el humo de la caída de Peñailillo y los demás. Como esa antigua comedia donde Abott y Costello libran una insoluble discusión de béisbol en torno a quién está en primera base y quién en segunda.

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Published on May 17, 2015 07:21
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Ascanio Cavallo
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