El fin de una tragedia

Como les ocurre a los buenos entrevistadores, Mario Kreutzberger tuvo el miércoles un regalo inesperado: el sorpresivo anuncio del cambio de gabinete más esperado del último año. Con un toque de emoción personal cuyo significado es a la vez múltiple y ambiguo, la Presidenta Michelle Bachelet puso fin de esa manera a un equipo ministerial al que había defendido por meses del asedio de los partidos y la prensa.


Ese momento cerró la tragedia política del ministro Rodrigo Peñailillo, que comenzó el 6 de febrero, cuando se vio arrastrado a intervenir en la situación más peliaguda que se pueda imaginar, la relación entre una madre y su hijo. Con sólo asomarse a ese problema, el ministro debió saber que se abría un abismo ante sus pies, y la breve y oscura referencia de la Presidenta a que “fui aconsejada de no volver” cuando se iniciaba la explosión del caso Caval parece dar la razón a Sebastián Dávalos, que ha acusado a Peñailillo de no informar a tiempo sobre la gravedad del escándalo.


Pero como los políticos siempre actúan con la esperanza de que el destino no sea inevitable, Peñailillo creyó haber zafado de ese momento infame, se puso al frente de lo que ya no podía manejar, desafió a los próceres del Partido Socialista, inventó la “vieja guardia” para expulsarla del gobierno y quizás, ocupado en atender las desgracias del volcán Calbuco, no percibió que estaba siendo desplazado de las decisiones más importantes, como la agenda de probidad y el estudio de una nueva Constitución.


El final lo inició él mismo, el domingo pasado, con otra entrevista en televisión en la que trató de defenderse de las sospechas sobre sus propias boletas, y desde ese momento no hizo más que comprometer hora por hora su credibilidad. Para el miércoles ya no quedaba nada: sólo el llamado sepulcral de la Presidenta media hora antes de que anunciara su caída.


Se ha discutido más tarde acerca de la propiedad o impropiedad de realizar un anuncio semejante en un programa de televisión. Pero la pregunta realmente pertinente es la contraria: ¿podía la Presidenta afrontar otra entrevista con una nueva respuesta elusiva o negativa acerca de su gabinete? De haberlo intentado, su ya dañada confianza no podría sino seguir cayendo. De modo que la respuesta correcta es: no, no podía evitarlo. El escenario era, por lo tanto, lo de menos. Kreutzberger tuvo la suerte de recibirlo, sin saberlo y sin buscarlo.


Quizás la salida del ministro del Interior no sea el fin de la “nueva guardia”, pero arrastrará, cuando menos, al equipo político y, dado el desgarro que ha entrañado, es probable que también se lleve a algunos de los rostros representativos de la resistencia que han creado las reformas estructurales, incluso a pesar de sus éxitos legislativos. El costo de la renuncia masiva del gabinete es, en sí mismo, una sinopsis de la profundidad que habrán de tener los cambios para conservar el efecto bombástico y de “punto de quiebre” que tuvo el anuncio.


Peñailillo podrá todavía sentirse orgulloso de haber encabezado el año más difícil del segundo gobierno de Michelle Bachelet y llevarse para sí la historia del episodio más dramático que haya vivido un gobierno en el último cuarto de siglo. Mañana, una parte de todo eso ya será cosa del pasado.

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Published on May 08, 2015 05:12
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Ascanio Cavallo
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