El precipicio en dos saltos

La comisión asesora presidencial para regular las relaciones entre el dinero y la política duró algo más de un día. Por supuesto, esto no quiere decir que desaparezca. Lo más probable es que los señores y señoras que la integran trabajarán con denuedo los 45 días previstos para evacuar sus recomendaciones. Pero el golpe de autoridad presidencial, el puñetazo político que La Moneda quería producir, fue desactivado por el rechazo de los parlamentarios de la Nueva Mayoría y, más en sordina, de sus propios partidos.


¿Se debe esto a las poco prudentes declaraciones del presidente de la comisión, Eduardo Engel, emitidas a sólo horas de ser investido? ¿O ellas únicamente han sido un pretexto para que los partidos oficialistas pudieran liberarse por fin de las imposiciones de La Moneda, incluyendo especialmente el manejo del caso Caval?


Esta semana fueron consumidas muchas horas en la contienda entre Impuestos Internos y la fiscalía por conocer la contabilidad de Soquimich desde el año 2009. La derecha abriga la esperanza de que Soquimich sea un cajón de payaso desde donde salgan toda clase de incriminaciones en contra de candidatos del oficialismo, como le ocurrió a ella con la investigación del grupo Penta. Desea esto a pesar de que el controlador de Soquimich, Julio Ponce Lerou, es una hoja perenne del pinochetismo y parece bastante probable que sus ayudas, si las hizo, llegaran también a esos sectores. Pero todo esto es más fronda que tronco.


El hecho de fondo es que sólo con las operaciones de Penta, e incluso con las de Soquimich, no sería necesaria una comisión.


Las leyes actuales sobran para ambas, como han probado con amargura y escándalo los controladores de Penta. La comisión no se explica más que por el caso Caval. Y unos días después de eso, ¿no fue entendido del mismo modo el instructivo presidencial para ampliar las declaraciones de bienes e intereses de las autoridades públicas? Por detrás de ambas cosas pasa la sombra inocultable de Sebastián Dávalos. El gobierno se encuentra paralizado por este caso, frente al cual no encuentra reacción ni defensa. La desconfianza y el recelo se han expandido entre los altos funcionarios. Los rumores se multiplican, con el poder infeccioso que tienen en los gobiernos debilitados. Los altos funcionarios se dividen entre los que todavía esperan que la Presidenta Michelle Bachelet reaccione ante el desastre y los que depositan su fe en un cambio de la agenda. En este último tipo alcanzó a estar la comisión asesora antes de que la política reclamara por sus fueros.


El oficialismo ha venido esperando que la Presidenta tome unas decisiones que, según todos los indicios, le están impedidas por razones familiares. Cada vez es más notorio que, en sus primeras reacciones, Michelle Bachelet no impuso las facultades republicanas, sino que siguió las obligaciones maternas. Ya es un poco tarde para continuar en ese debate. Y es tarde también para que la Presidenta acuda a la respuesta que repitió muchas veces en sus campañas electorales: “Si no les gusta, me voy”.

Exhausta como ha de estar, después de unas vacaciones literalmente arrasadas por el caso Caval, no parece disponer ya de sus herramientas usuales para reordenar a sus propias fuerzas. Es posible que haya llegado el momento de replantear el modelo y el estilo con que la Presidenta abordó su segundo gobierno; a menos, claro, que los partidos y sus dirigentes no resistan las nuevas pruebas de los fiscalizadores.

El hecho es que el país atraviesa por la crisis política más profunda de las últimas décadas. Se trata de una crisis propiamente política, esto es, de autoridad y de instituciones, que no está acompañada de una crisis social y que, al menos de momento, tampoco está agudizada por una depresión económica. Si esta descripción es correcta, entonces conviene preguntarse si la sociedad chilena no será bastante más fuerte de lo que muchos estudiosos sociales, partiendo por los de la propia Moneda, han insistido en diagnosticar.

Pero estar en un hoyo no da motivos para alegrarse de que debajo haya un pozo aún más profundo. Lo que tenía que fallar, ya falló. Lo que tenía que caer, ya se desmoronó. Como dijo alguna vez el ingenioso David Lloyd George, no hay peor idea que cruzar un precipicio en dos saltos.

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Published on March 22, 2015 09:26
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Ascanio Cavallo
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