POAW - Capítulo 18-Parte 1
El capítulo es cortísimo porque no me quedó tiempo de revisarlo o escribirle más... estoy muerta de cansancio así que perdonen las faltas de ortografía y los errores o incoherencias que encuentren, las corregiré pronto. Les dejo exactamente la parte que tengo escrita... justo donde me quedé escribiendo e_e
Capítulo 18¿Cuántos Noahs son suficientes Noahs?
Rosie fue ingresada en una habitación y luego fue llevada directamente a la sala de partos, en donde ella me suplicó que no la dejara sola mientras esperaba a que Key se apareciera y no se perdiera el momento exacto en el que conocería a su bebé.
Ahora ella sostenía mi mano como si yo me fuera a desmaterializar en cualquier segundo. Apretaba mis dedos cada vez que venía una fuerte contracción hasta que se tranquilizaba y su respiración se acompasaba.
Al poco tiempo, una enfermera la revisó y le indicó que estaba lo suficientemente dilatada como para comenzar el parto. El bebé ya venía en camino.
—¿Key no ha venido? —me preguntó Rosie, en sus ojos se podía ver el pánico que la invadía.
—Lo siento, no traje mi teléfono y ya las enfermeras hicieron el favor de avisar. No tardará en venir.
Esa era una pequeña mentira ya que estábamos a unas dos o tres horas lejos de casa... Definitivamente él tardaría en llegar.
—No me dejes, Adam —suplicó ella con lágrimas en los ojos cuando llegaron los del equipo médico para atenderla—. Si Key no puede venir, por favor entra tú conmigo.
Antes de que pudiera decir algo, una enfermera negó estrepitosamente con la cabeza.
—Solo se permiten familiares... o al padre del bebé —dijo ella mientras le tomaba la presión sanguínea. La mujer debía andar por sus cuarentas pero se miraba de mayor edad gracias a la mueca de amargura permanente en su cara.
Iba a disculparme con Rosie, cuando ella comenzó a gritar muy fuerte.
—¡Llama a Mia! —chilló otra vez justo cuando una contracción la atacó demasiado fuerte—. Mi hermana sigue en el hotel...
Cerró los ojos y apretó mi mano hasta el punto en el que pensé que me quebraría algunos huesos.
La misma enfermera amargada se acercó hacia mí y me tomó del codo, llevándome hacia el lado opuesto de la habitación, directo a la salida. Me encontraba indeciso sobre si salirme o hacer algo para quedarme.
—¡Adam! —gritó Rosie antes que me sacaran del todo. Su mirada me decía lo desgarrada que se sentía sin ningún conocido a su lado, sus ojos me suplicaban que me quedara con ella.
Si Emilia no se hubiera suicidado hace ya tanto tiempo atrás, ella luciría exactamente igual a Rosie ya que ambas compartían casi los mismos rasgos. Al ver sus ojos azules me entró el remordimiento y la culpa. Claro, Rosie ya sabía todo lo ocurrido con su hermana, se lo había contado meses después de su muerte, pero ella nunca me culpó de lo sucedido y me ayudó a sobrellevar la carga, sintiéndose dolida porque se lo ocultara durante tanto tiempo pero a la vez logró perdonarme con facilidad por haberme callado. Ahora era Rosie la que me necesitaba en este momento y yo no podía marcharme cuando lucía así de... vacía.
Con cuidado me zafé del agarre de la mujer quien me llevaba de salida, y me planté junto a la camilla de mi amiga.
—Me quedo —dije con cierto tono de autoridad, dirigiendo mis siguientes palabras hacia la enfermera con expresión aburrida. Iba a pronunciar las palabras que me harían ganar el título de tonto, pero eran para ayudar a una amiga... una amiga que quería lo mejor para mí y para Anna, así que lo haría, las diría—, y me quedo porque yo soy el encargado de ese bebé. Yo me hago responsable por él.
—¿Es usted el padre? —me interrogó la mujer, mostrándose escéptica.
No dije nada pero ella ni siquiera esperó una respuesta cuando ya se encontraba ladrando órdenes a alguien para que volvieran a llamar al doctor que atendería el parto.
Tragué saliva, declarando una guerra interna que me hundía poco a poco.
Rosie me dedicó una sonrisa cansada y alargó la mano para estrechar la mía.
—Gracias —murmuró—. No sabes lo mucho que aprecio que te quedes.
—Es lo menos que podía hacer después de que te mostraras comprensiva con mi situación con Anna.
—Hablando de eso, no te enojes con ella, ¿quieres? Pensé que tú ya sabías lo de su visita para ver a tu hermano. Lo siento, también lamento haberte contado lo otro.
Apreté mi mandíbula por un instante antes de obligarme a relajarla. Ese asunto seguía molestándome bastante.
—No te preocupes. Hablaré con ella cuando pueda.
Antes de decir algo más, Rosie ya se encontraba gritando de nuevo; a tiempo se asomó el doctor para comenzar.
///////
La sangre se había detenido, dejando una mancha un poco notable en mi ropa pero al menos ya no tenía que preocuparme... o eso me dijo la abuela de Diego quien se había portado muy amable conmigo. Por un momento pensé que se trataba de un aborto espontáneo pero ella se encargó de tranquilizarme y de explicarme que la pérdida de sangre no fue mucha como para crear una situación alarmante pero sí lo suficiente como para poner un llamado de atención. Era por el estrés, tenía que descansar y más cuando mi embarazo era múltiple. Si no empezaba a dormir bien y a tranquilizarme, podía complicar los riesgos de la salud de mis niñas.
Por supuesto, como si relajarme fuera fácil en estos momentos.
Por suerte para mí había subido mi pequeña maleta al auto de Diego y pude cambiarme con facilidad, poniéndome mis leggins favoritas y mi camisa de cuello bajo de color azul celeste que hacía resaltar mis ojos grises.
La casa de la abuela de Diego era acogedora y muy bonita. De dos pisos, con aire antiguo pero a la vez pacífico. Todo influía para hacerme sentir mejor.
—¿Ya mejor, chica Walker? —dijo Diego, asustándome cuando entró en el comedor donde yo me encontraba con una taza de té en las manos.
Él se sentó a mi lado y pasó su mano por mis hombros.
—¿Chica Walker? ¿Necesito preocuparme porque tengas el número de mi... de Adam? —iba a decir esposo pero la palabra se negaba a salir ahora que quería tenerlo cerca pero no podía porque él seguía enojado conmigo y yo seguía enojada con él.
Diego suspiró a mi lado.
—Lo conocí en tu despedida de soltera. Él me pagó una pequeña fortuna por dejarlo entrar y prestarle un uniforme de trabajo mientras se colaba en la fiesta para ir tras de ti. Después de eso me dio su número de teléfono y un jugoso anticipo a cambio de informarle si te aparecías en el club otra vez, sola o acompañada.
—¿Qué? ¿Te pagó para que me vigilaras?
Quitó su mano de mis hombros, como si presintiera que estaba a punto de golpearlo en cualquier segundo.
—No pregunté por sus razones, pero el chico de verdad se miraba desesperado porque lo llamara si tú volvías a poner un solo pie en ese lugar.
—No es justo —murmuré enojada—, él sí puede prohibirme ver gente... o hacer cosas, y yo, cuando le digo que sus amiguitas son zorras de piernas flojas, decide no creerme y me ignora.
Apreté mi mandíbula con fuerza, dejando el té de lado, sobre la mesa.
—Respira hondo —murmuró el chef/stripper con ceja perforada—, tu presión puede volver a subir y la abuela me golpeará en la cabeza por no cuidarte mientras ella está unos minutos en el baño.
Me obligué a respirar con más naturalidad.
—Bien. Pero es solo otra cosa que empiezo a detestar de Adam. Ojala de verdad lo violaran diez unicornios salvajes.
—¿No eran siete?
—Entre más, mejor.
—De acuerdo... —el timbre de su teléfono interrumpió lo que sea que fuera a decir—. Eh, perdón, debo contestar, es mi novia.
Se puso de pie no sin antes darme una ridícula reverencia y llevar el teléfono a su oreja.
—¿Hola? ¡Mi amor! —se perdió en la siguiente habitación, dejándome a mis anchas en el modesto comedor de su abuela.
Era obvio que él no estaría soltero; parecía buen chico, atractivo a su manera y con bonita personalidad. Tampoco era como si yo lo estuviera analizando desde el punto de vista romántico, porque aunque Adam no me mereciera, yo no entraría en el juego de la infidelidad.
No estuve sola por mucho tiempo ya que la abuela del susodicho apareció bajando las escaleras y sentándose frente a mí.
Llevaba una falda larga y acampanada que lucía vaporosa cada vez que la suave brisa nos golpeaba desde la ventana.
La señora era de cabello canoso, mas sin embargo ella no lucía como alguien de la tercera edad. Su cuerpo era robusto y su piel se miraba más blanca que el papel. Me sonrió al acercarse y ocupó el asiento que Diego había usado hace unos instantes atrás.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó amablemente—. Sé que puede ser algo mortificante estar rodeada de desconocidos, pero mi nieto es una buena persona y me alegra que te trajera a tiempo.
Le devolví la sonrisa. Ella insistió en que tomara una segunda opinión de alguien profesional pero sentía que ya no la necesitaba. De igual forma terminó convenciendo a su nieto para que me llevara al hospital más cercano a que me revisaran.
—Sé que su nieto es magnifico... Y entiendo que también pudo haberse sentido incómoda alojando a una extraña.
Ella hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.
—En esta casa sobran las habitaciones, eres más que bienvenida.
—Muchas gracias señora Ross.
—Por favor, llámame Lila. Me siento demasiado mayor cuando me dicen Sra. Ross.
Me guiñó un ojo y se levantó de su silla para caminar directamente a la cocina que se encontraba cruzando el comedor.
—Te traeré galletas de almendras con caramelo que acabo de hornear —dijo con serenidad.
No pude negarme, mi estómago ya estaba haciendo sonidos de ultratumba, protestando del hambre… nuevamente.
Me levanté para seguir a la señora Ross pero ella fue me regresó al comedor cuando intenté ayudarle a cargar la bandeja de las recién horneadas galletas.
—Pero qué se hizo ese muchacho —dijo ella cuando juntas tomábamos nuestros asientos—. Te va a acompañar a una rápida revisión en el hospital (que es lo primero que tuvo que haber hecho), y luego te llevará a donde te estés quedando.
Aparté la mirada de sus ojos escrutadores y me ahorré de decirle que si regresaba al hotel sería únicamente para recuperar mi billetera.
Luego di un buen mordisco a la galleta y... ya nada fue lo mismo. La cosa era tan deliciosa que se deshacía en la boca.
—Adivino que su nieto aprendió a cocinar de usted. Están muy buenas.
—Exactamente. Solíamos tener un restaurante... Bueno, más como una pequeña cafetería, con mi marido pero tuvimos que cerrar hace un par de meses; a pesar de eso Diego se mantuvo en la rama de la comida al igual que nosotros.
Él se había quedado en la rama de la comida y en la del baile exótico. Pero no abrí mi boca por temor a no saber si ella ya estaba informada sobre eso.
—¿Una cafetería? —pregunté—. Su rostro se me hace bastante conocido.
Era la verdad. Ella me parecía vagamente familiar, así como el rostro de Diego me pareció familiar desde un comienzo, pero no recordaba dónde la había visto.
—¡Tal vez entraste a mi cafetería en algún momento! Solía atraer a mis clientes regalándoles pequeñas rebanadas de pan.
No, definitivamente no me acordaba.
Me encogí de hombros, comiendo en un cómodo silencio y devorando bastante de las galletas.
—Diego me dijo que sabía de partos —finalmente hablé cuando me obligué a detener mi apetito.
—Así es. Hace diez años trabajaba en un hospital público, pero me retiré rápidamente cuando me casé y me dediqué a lo que verdaderamente me apasionaba: la comida. Todavía guardo el conocimiento pero es bueno que verifiques sobre el diagnostico que te di. ¿Dónde se metió Diego?
Y como si lo hubieran convocado, en ese momento apareció él con una sonrisa en la cara.
—¡Aquí estoy! Culpable —tomó una galleta y se la llevó a la boca, saboreando con lentitud—. ¿Estás lista Anna?
—Me siento muy avergonzada por quitarte tu tiempo —murmuré.
—Oh, no te preocupes. De todas formas mi novia me acaba de llamar para decirme que su hermana menor está dando a luz en el hospital, me reuniré con ella allá. ¿Puedes creer esa coincidencia?
—Wow, ¿en serio? Bueno, al menos no te estoy atrasando.
Me sonrió con simpatía y sacó de su bolsillo las llaves del auto.
—Entonces vamos, yo te acompaño.
//////
Parecía impresionante la velocidad y la eficacia con la que Rosie dio a luz. Tardó veinte minutos en traer a este mundo un muy saludable y hermoso niño.
La experiencia en sí fue muy aterradora. Rosie había comenzado a pujar y lo siguiente que pasó fue que el bebé ya estaba saliendo.
Al final tanto grito no fue necesario porque ahora ella ya se encontraba mejor, feliz, aliviada. Aunque Key todavía no aparecía, al menos pude avisarle a la hermana mayor de Rosie, quien me aseguró que ya venía en camino.
—Gracias por quedarte a mi lado —dijo ella con voz suave. Sus ojos seguían acuosos de todo lo que había llorado al ver a su hijo por primera vez.
—No hay problema, hermosa. Trata de dormir algo... Aunque creo que traerán al pequeño pronto.
Ella asintió, con mirada ausente.
En poco tiempo llamaron a la puerta de su habitación y en seguida entró una enfermera con el bebé dentro de una cuna de hospital.
—Es hora de darle de comer —murmuró ella ajustándolo a orillas de la camilla de Rosie.
El bebé era precioso. Tan frágil y pequeño que yo no sabía ni qué hacer.
Sus manos eran tan pequeñas y su cabello era del tono perfecto de dorado. Piel pálida y pecosa, hermoso.
Capítulo 18¿Cuántos Noahs son suficientes Noahs?
Rosie fue ingresada en una habitación y luego fue llevada directamente a la sala de partos, en donde ella me suplicó que no la dejara sola mientras esperaba a que Key se apareciera y no se perdiera el momento exacto en el que conocería a su bebé.
Ahora ella sostenía mi mano como si yo me fuera a desmaterializar en cualquier segundo. Apretaba mis dedos cada vez que venía una fuerte contracción hasta que se tranquilizaba y su respiración se acompasaba.
Al poco tiempo, una enfermera la revisó y le indicó que estaba lo suficientemente dilatada como para comenzar el parto. El bebé ya venía en camino.
—¿Key no ha venido? —me preguntó Rosie, en sus ojos se podía ver el pánico que la invadía.
—Lo siento, no traje mi teléfono y ya las enfermeras hicieron el favor de avisar. No tardará en venir.
Esa era una pequeña mentira ya que estábamos a unas dos o tres horas lejos de casa... Definitivamente él tardaría en llegar.
—No me dejes, Adam —suplicó ella con lágrimas en los ojos cuando llegaron los del equipo médico para atenderla—. Si Key no puede venir, por favor entra tú conmigo.
Antes de que pudiera decir algo, una enfermera negó estrepitosamente con la cabeza.
—Solo se permiten familiares... o al padre del bebé —dijo ella mientras le tomaba la presión sanguínea. La mujer debía andar por sus cuarentas pero se miraba de mayor edad gracias a la mueca de amargura permanente en su cara.
Iba a disculparme con Rosie, cuando ella comenzó a gritar muy fuerte.
—¡Llama a Mia! —chilló otra vez justo cuando una contracción la atacó demasiado fuerte—. Mi hermana sigue en el hotel...
Cerró los ojos y apretó mi mano hasta el punto en el que pensé que me quebraría algunos huesos.
La misma enfermera amargada se acercó hacia mí y me tomó del codo, llevándome hacia el lado opuesto de la habitación, directo a la salida. Me encontraba indeciso sobre si salirme o hacer algo para quedarme.
—¡Adam! —gritó Rosie antes que me sacaran del todo. Su mirada me decía lo desgarrada que se sentía sin ningún conocido a su lado, sus ojos me suplicaban que me quedara con ella.
Si Emilia no se hubiera suicidado hace ya tanto tiempo atrás, ella luciría exactamente igual a Rosie ya que ambas compartían casi los mismos rasgos. Al ver sus ojos azules me entró el remordimiento y la culpa. Claro, Rosie ya sabía todo lo ocurrido con su hermana, se lo había contado meses después de su muerte, pero ella nunca me culpó de lo sucedido y me ayudó a sobrellevar la carga, sintiéndose dolida porque se lo ocultara durante tanto tiempo pero a la vez logró perdonarme con facilidad por haberme callado. Ahora era Rosie la que me necesitaba en este momento y yo no podía marcharme cuando lucía así de... vacía.
Con cuidado me zafé del agarre de la mujer quien me llevaba de salida, y me planté junto a la camilla de mi amiga.
—Me quedo —dije con cierto tono de autoridad, dirigiendo mis siguientes palabras hacia la enfermera con expresión aburrida. Iba a pronunciar las palabras que me harían ganar el título de tonto, pero eran para ayudar a una amiga... una amiga que quería lo mejor para mí y para Anna, así que lo haría, las diría—, y me quedo porque yo soy el encargado de ese bebé. Yo me hago responsable por él.
—¿Es usted el padre? —me interrogó la mujer, mostrándose escéptica.
No dije nada pero ella ni siquiera esperó una respuesta cuando ya se encontraba ladrando órdenes a alguien para que volvieran a llamar al doctor que atendería el parto.
Tragué saliva, declarando una guerra interna que me hundía poco a poco.
Rosie me dedicó una sonrisa cansada y alargó la mano para estrechar la mía.
—Gracias —murmuró—. No sabes lo mucho que aprecio que te quedes.
—Es lo menos que podía hacer después de que te mostraras comprensiva con mi situación con Anna.
—Hablando de eso, no te enojes con ella, ¿quieres? Pensé que tú ya sabías lo de su visita para ver a tu hermano. Lo siento, también lamento haberte contado lo otro.
Apreté mi mandíbula por un instante antes de obligarme a relajarla. Ese asunto seguía molestándome bastante.
—No te preocupes. Hablaré con ella cuando pueda.
Antes de decir algo más, Rosie ya se encontraba gritando de nuevo; a tiempo se asomó el doctor para comenzar.
///////
La sangre se había detenido, dejando una mancha un poco notable en mi ropa pero al menos ya no tenía que preocuparme... o eso me dijo la abuela de Diego quien se había portado muy amable conmigo. Por un momento pensé que se trataba de un aborto espontáneo pero ella se encargó de tranquilizarme y de explicarme que la pérdida de sangre no fue mucha como para crear una situación alarmante pero sí lo suficiente como para poner un llamado de atención. Era por el estrés, tenía que descansar y más cuando mi embarazo era múltiple. Si no empezaba a dormir bien y a tranquilizarme, podía complicar los riesgos de la salud de mis niñas.
Por supuesto, como si relajarme fuera fácil en estos momentos.
Por suerte para mí había subido mi pequeña maleta al auto de Diego y pude cambiarme con facilidad, poniéndome mis leggins favoritas y mi camisa de cuello bajo de color azul celeste que hacía resaltar mis ojos grises.
La casa de la abuela de Diego era acogedora y muy bonita. De dos pisos, con aire antiguo pero a la vez pacífico. Todo influía para hacerme sentir mejor.
—¿Ya mejor, chica Walker? —dijo Diego, asustándome cuando entró en el comedor donde yo me encontraba con una taza de té en las manos.
Él se sentó a mi lado y pasó su mano por mis hombros.
—¿Chica Walker? ¿Necesito preocuparme porque tengas el número de mi... de Adam? —iba a decir esposo pero la palabra se negaba a salir ahora que quería tenerlo cerca pero no podía porque él seguía enojado conmigo y yo seguía enojada con él.
Diego suspiró a mi lado.
—Lo conocí en tu despedida de soltera. Él me pagó una pequeña fortuna por dejarlo entrar y prestarle un uniforme de trabajo mientras se colaba en la fiesta para ir tras de ti. Después de eso me dio su número de teléfono y un jugoso anticipo a cambio de informarle si te aparecías en el club otra vez, sola o acompañada.
—¿Qué? ¿Te pagó para que me vigilaras?
Quitó su mano de mis hombros, como si presintiera que estaba a punto de golpearlo en cualquier segundo.
—No pregunté por sus razones, pero el chico de verdad se miraba desesperado porque lo llamara si tú volvías a poner un solo pie en ese lugar.
—No es justo —murmuré enojada—, él sí puede prohibirme ver gente... o hacer cosas, y yo, cuando le digo que sus amiguitas son zorras de piernas flojas, decide no creerme y me ignora.
Apreté mi mandíbula con fuerza, dejando el té de lado, sobre la mesa.
—Respira hondo —murmuró el chef/stripper con ceja perforada—, tu presión puede volver a subir y la abuela me golpeará en la cabeza por no cuidarte mientras ella está unos minutos en el baño.
Me obligué a respirar con más naturalidad.
—Bien. Pero es solo otra cosa que empiezo a detestar de Adam. Ojala de verdad lo violaran diez unicornios salvajes.
—¿No eran siete?
—Entre más, mejor.
—De acuerdo... —el timbre de su teléfono interrumpió lo que sea que fuera a decir—. Eh, perdón, debo contestar, es mi novia.
Se puso de pie no sin antes darme una ridícula reverencia y llevar el teléfono a su oreja.
—¿Hola? ¡Mi amor! —se perdió en la siguiente habitación, dejándome a mis anchas en el modesto comedor de su abuela.
Era obvio que él no estaría soltero; parecía buen chico, atractivo a su manera y con bonita personalidad. Tampoco era como si yo lo estuviera analizando desde el punto de vista romántico, porque aunque Adam no me mereciera, yo no entraría en el juego de la infidelidad.
No estuve sola por mucho tiempo ya que la abuela del susodicho apareció bajando las escaleras y sentándose frente a mí.
Llevaba una falda larga y acampanada que lucía vaporosa cada vez que la suave brisa nos golpeaba desde la ventana.
La señora era de cabello canoso, mas sin embargo ella no lucía como alguien de la tercera edad. Su cuerpo era robusto y su piel se miraba más blanca que el papel. Me sonrió al acercarse y ocupó el asiento que Diego había usado hace unos instantes atrás.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó amablemente—. Sé que puede ser algo mortificante estar rodeada de desconocidos, pero mi nieto es una buena persona y me alegra que te trajera a tiempo.
Le devolví la sonrisa. Ella insistió en que tomara una segunda opinión de alguien profesional pero sentía que ya no la necesitaba. De igual forma terminó convenciendo a su nieto para que me llevara al hospital más cercano a que me revisaran.
—Sé que su nieto es magnifico... Y entiendo que también pudo haberse sentido incómoda alojando a una extraña.
Ella hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.
—En esta casa sobran las habitaciones, eres más que bienvenida.
—Muchas gracias señora Ross.
—Por favor, llámame Lila. Me siento demasiado mayor cuando me dicen Sra. Ross.
Me guiñó un ojo y se levantó de su silla para caminar directamente a la cocina que se encontraba cruzando el comedor.
—Te traeré galletas de almendras con caramelo que acabo de hornear —dijo con serenidad.
No pude negarme, mi estómago ya estaba haciendo sonidos de ultratumba, protestando del hambre… nuevamente.
Me levanté para seguir a la señora Ross pero ella fue me regresó al comedor cuando intenté ayudarle a cargar la bandeja de las recién horneadas galletas.
—Pero qué se hizo ese muchacho —dijo ella cuando juntas tomábamos nuestros asientos—. Te va a acompañar a una rápida revisión en el hospital (que es lo primero que tuvo que haber hecho), y luego te llevará a donde te estés quedando.
Aparté la mirada de sus ojos escrutadores y me ahorré de decirle que si regresaba al hotel sería únicamente para recuperar mi billetera.
Luego di un buen mordisco a la galleta y... ya nada fue lo mismo. La cosa era tan deliciosa que se deshacía en la boca.
—Adivino que su nieto aprendió a cocinar de usted. Están muy buenas.
—Exactamente. Solíamos tener un restaurante... Bueno, más como una pequeña cafetería, con mi marido pero tuvimos que cerrar hace un par de meses; a pesar de eso Diego se mantuvo en la rama de la comida al igual que nosotros.
Él se había quedado en la rama de la comida y en la del baile exótico. Pero no abrí mi boca por temor a no saber si ella ya estaba informada sobre eso.
—¿Una cafetería? —pregunté—. Su rostro se me hace bastante conocido.
Era la verdad. Ella me parecía vagamente familiar, así como el rostro de Diego me pareció familiar desde un comienzo, pero no recordaba dónde la había visto.
—¡Tal vez entraste a mi cafetería en algún momento! Solía atraer a mis clientes regalándoles pequeñas rebanadas de pan.
No, definitivamente no me acordaba.
Me encogí de hombros, comiendo en un cómodo silencio y devorando bastante de las galletas.
—Diego me dijo que sabía de partos —finalmente hablé cuando me obligué a detener mi apetito.
—Así es. Hace diez años trabajaba en un hospital público, pero me retiré rápidamente cuando me casé y me dediqué a lo que verdaderamente me apasionaba: la comida. Todavía guardo el conocimiento pero es bueno que verifiques sobre el diagnostico que te di. ¿Dónde se metió Diego?
Y como si lo hubieran convocado, en ese momento apareció él con una sonrisa en la cara.
—¡Aquí estoy! Culpable —tomó una galleta y se la llevó a la boca, saboreando con lentitud—. ¿Estás lista Anna?
—Me siento muy avergonzada por quitarte tu tiempo —murmuré.
—Oh, no te preocupes. De todas formas mi novia me acaba de llamar para decirme que su hermana menor está dando a luz en el hospital, me reuniré con ella allá. ¿Puedes creer esa coincidencia?
—Wow, ¿en serio? Bueno, al menos no te estoy atrasando.
Me sonrió con simpatía y sacó de su bolsillo las llaves del auto.
—Entonces vamos, yo te acompaño.
//////
Parecía impresionante la velocidad y la eficacia con la que Rosie dio a luz. Tardó veinte minutos en traer a este mundo un muy saludable y hermoso niño.
La experiencia en sí fue muy aterradora. Rosie había comenzado a pujar y lo siguiente que pasó fue que el bebé ya estaba saliendo.
Al final tanto grito no fue necesario porque ahora ella ya se encontraba mejor, feliz, aliviada. Aunque Key todavía no aparecía, al menos pude avisarle a la hermana mayor de Rosie, quien me aseguró que ya venía en camino.
—Gracias por quedarte a mi lado —dijo ella con voz suave. Sus ojos seguían acuosos de todo lo que había llorado al ver a su hijo por primera vez.
—No hay problema, hermosa. Trata de dormir algo... Aunque creo que traerán al pequeño pronto.
Ella asintió, con mirada ausente.
En poco tiempo llamaron a la puerta de su habitación y en seguida entró una enfermera con el bebé dentro de una cuna de hospital.
—Es hora de darle de comer —murmuró ella ajustándolo a orillas de la camilla de Rosie.
El bebé era precioso. Tan frágil y pequeño que yo no sabía ni qué hacer.
Sus manos eran tan pequeñas y su cabello era del tono perfecto de dorado. Piel pálida y pecosa, hermoso.
Published on January 08, 2015 19:52
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