La DC, un año más
La Democracia Cristiana termina este año igual que muchos en su historia: situada cerca del medio de las tensiones entre las fuerzas conservadoras y las reformadoras que han creado en Chile el escenario más crispado de los últimos 25 años.
En esta ocasión sólo está cerca del medio, porque no ha pretendido constituirse en una tercera vía, no ha puesto en duda su pertenencia a la Nueva Mayoría y no ha renunciado a su condición de partido gobiernista. Algunos de sus problemas del 2014 derivan, hasta cierto punto, de haber sido demasiado oficialista, hasta el punto de antagonizar rabiosamente con esas figuras y facciones que se mueven en las cercanías del conglomerado, como Andrés Velasco y Marco Enríquez-Ominami.
No es raro que el sector más ansioso con la situación de la DC sea la derecha. Sacar a la DC de la centroizquierda es parte de la libido de la derecha. En estos días repitió ese deseo el ex Presidente Piñera, bajo la forma de un llamado a decidir entre la lealtad a sus principios o a un programa de gobierno. Pero ni siquiera el idiosincrático Piñera es novedoso en esto: en 1988, tras el plebiscito que derrotó a Pinochet, decidió renunciar a la DC para seguir (o empujar, si se prefiere) al entonces candidato del pinochetismo, el ex ministro Hernán Büchi.
Su alejamiento de aquellos años era una protesta contra la naciente Concertación y contra su líder, Patricio Aylwin, a quien nadie podía acusar de jacobinismo.
Hay otros ansiosos por la izquierda, desde luego. Contra lo que muchos creen, no es el PC, que en los 70 hizo ingentes esfuerzos por evitar que la DC rompiera con Salvador Allende. Si falló no fue por voluntad, sino porque lo limitaba su cerrada obediencia al bloque soviético y sobre todo porque la UP fue crecientemente copada por el radicalismo de ultraizquierda.
Algo de ese radicalismo ha resurgido dentro de la Nueva Mayoría -y este es el real origen de la incomodidad de la DC-, ya no con las tinturas ideológicas de los 70, sino con el rótulo mucho más laxo del “progresismo”.
En ese domicilio, donde cohabitan algunos parlamentarios del PS y una parte significativa del PPD, el sueño es una DC enclaustrada en una especie de pastoral política, dedicada a las CVX y los centros de padres, de ningún modo a los grandes debates nacionales.
Es esta hostilidad derogatoria la que ha llevado a algunos dirigentes DC -Gutenberg Martínez a la cabeza- a decir que la Nueva Mayoría puede tener fecha de caducidad, sin todavía precisar si tal advertencia se refiere a las próximas elecciones presidenciales o a alguna fecha anterior a eso, una ruptura con el gobierno muchísimo más catastrófica que la deserción personalista que fue la salida del “zaldivarismo” en el anterior gobierno de Bachelet. Aquel desgarro mostró también los límites de las aventuras: de allí nació el PRI, que nunca ha podido superar su desnutrición de origen.
En La Moneda se dice, con toda rotundidad, que sin la DC no hay Nueva Mayoría. Es el tipo de convicciones que, como muchas en política, combina su vigencia con su límite: existe hasta que alguien deja de tenerla.
Pero por ahora, es un respaldo fuerte, que quizás explica la cortesía novedosa con que el partido encabezado por Ignacio Walker ha sido tratado en el último trimestre. Alguien en Palacio parece haber comprendido que el problema de la DC en este primer año no ha sido el fondo del proyecto reformista, sino la velocidad y la simultaneidad que se le ha impreso. La DC es hoy un partido más gradualista de lo que fue en los 60, cuando Eduardo Frei aprovechó su mayoría para lanzar de un sopetón las reformas agraria, educacional, laboral, minera y vecinal.
La cortesía reciente es un buen aliento para iniciar el segundo año de gobierno, aunque no existe ninguna razón para creer que el ritmo de las iniciativas oficiales disminuya en intensidad y profundidad durante el 2015. Por el contrario, el calendario del gobierno está retrasado en lo que se proponía para el año que termina -en educación, por ejemplo, sólo hay uno de ocho proyectos aprobado, y todavía en forma incompleta- y dispone únicamente de unos cuantos meses antes de que sea inundado por el torrente de las estratégicas municipales del 2016. La Moneda tendrá que multiplicar sus esfuerzos para evitar que la DC sea de nuevo enervada por la velocidad, porque lo que fue sólo incomodidad en un año puede tomar un cariz algo peor en dos.
La otra parte de la ecuación pertenece, por supuesto, a la DC. Dado que tendrá que seguir braceando entre corrientes procelosas, necesitará lo mismo que los buenos nadadores: más destreza que fuerza.
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