Un pacto desgarrado
Al parlamentario y pensador inglés Edmund Burke se debe una de las ideas más inspiradoras de la política, aquella que describe a la sociedad como una asociación en la que “participan no sólo los vivos, sino también los que han muerto y los que están por nacer”. Cuesta imaginar una noción más inclusiva y generosa, fundada en la sencilla constatación de que los fines sociales más nobles “no pueden ser alcanzados en muchas generaciones”.
Burke escribía en el siglo XVIII, cuando la Revolución Francesa proponía la implantación de grandes nuevos ideales, mientras al mismo tiempo se desgarraba entre la tentación de refundarlo todo y la erupción de feroces tiranías revolucionarias. Observando esos fenómenos, Burke llegaba a la conclusión de que el verdadero pacto fundamental no era el de los políticos, las instituciones o los grupos de interés, sino el pacto intergeneracional que hace posible el progreso con la alianza entre los vivos, los muertos y “los que están por nacer”.
Todo esto puede tener un cierto aire de poesía inmaterial, pero adquiere una abrupta concreción cuando un sistema político se ve sacudido por un recambio generacional que, junto con ser inevitable, se parece de manera inquietante a un desgarro de ese pacto fundamental.
Lo que ha estado ocurriendo en el Chile de los últimos años es que los partidos que encabezaron la transición (cuesta llamarlos tradicionales, porque en sus configuraciones actuales no sobrepasan los 25 años) se han visto desbordados por grupos generacionales que los desdeñan o los ignoran”.
Este no es un fenómeno privativo de la Nueva Mayoría, aunque allí pueda ser por ahora más notorio. De los dos grandes partidos de la derecha se han desgajado otros dos en poco más de un año. Hacia la izquierda han surgido grupos de todo pelaje posible, desde anarquistas hasta igualitaristas bastante tradicionales, todos ellos con la pretensión de superar y terminar con los anteriores.
Hay un aspecto del fenómeno que es normal dentro de la política democrática. La última creación partidista exitosa fue el PPD, a fines de los 90. Desde entonces hasta ahora han tenido nacimientos y muertes jóvenes más de una decena de partidos (tal como ocurrió en el siglo pasado con el agrariolaborismo, el MIR, Patria y Libertad, el Mapu, el PIR, la Usopo, el API y otros fenómenos epigramáticos de laya similar), lo que es una confirmación de que el voluntarismo no es un impulso político que tenga un vigor automático. No se hace fuerte a un partido con sólo una idea para crearlo ni un sujeto para impulsarlo. Pero, a lo menos desde el 2006, la agenda pública ha sido tomada por un movimiento estudiantil que ha venido desafiando, no sólo a tres gobiernos, sino a la totalidad del sistema de partidos, incluyendo al Parlamento.
Es normal que los jóvenes quieran desplazar a los viejos y que crean ser moralmente superiores a ellos, a sus experiencias de renuncias y transacciones. No es normal, en cambio, que los mayores cierren los ojos ante la presión por renovación, la natural emergencia de ‘los que están por nacer’ al espacio público, para utilizar la luminosa idea de Burke. No es normal que no haya delfines ni maestros que los cultiven”.
La Concertación y la Alianza envejecieron del mismo modo que les ocurre a los seres vivos: sin darse cuenta. Los nuevos líderes de la calle prefieren fundar nuevos grupos antes que suscribir o representar a los que perciben controlados por las generaciones anteriores.
Los partidos de los 90 han descuidado peligrosa, acaso mortalmente, a sus propias juventudes. Apenas se sabe si las tienen. Las federaciones universitarias no se disputan entre esos partidos, sino entre unas agrupaciones con nombres cambiantes e identidades enigmáticas. Para qué hablar de los estudiantes secundarios, a los que los clivajes democracia-dictadura, mercado-estado, izquierda-derecha, les suenan más a paleontología que a política. El clivaje nuevas generaciones-viejas generaciones puede ser ahora más importante de lo que nunca fue desde los años 60.
En el clima de “crispación” -como lo han llamado los ex presidentes Lagos y Piñera- este aspecto parece delicadamente omitido, pero es posible que tenga una importancia similar a los problemas de conducción del gobierno, los paquetes de reformas, el trancazo económico y los anarquizados reclamos sectoriales. La pregunta es si alguien lo está tomando en cuenta más allá del esfuerzo por utilizarlo.
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